viernes, 10 de diciembre de 2010
VALERIO GALERIO MAXIMO Y EL CANCER COLO-RECTAL
- A inicios del siglo IV, los últimos estruendos de la persecución de casi 3 siglos contra el cristianismo, que iniciara el infame entre infames emperador Nerón, tocaban su virtual fin de una forma inesperada al expedirse en 311 DC el Decreto de Palidonia, precursor del histórico Edicto de Milán de inmensa repercusión en la historia universal. No hacía mucho que Diocleciano y su inmisericorde política de persecución había inundado de sangre las huestes del cristianismo, y en ese año 311, su sucesor Galerio Valerio Máximo ejercía la soberanía con el cargo de César Augusto – que llevó desde 293 a 311 –, promulga de acuerdo con otros jerarcas imperiales – entre ellos Constantino – el decreto que significaba un tácito arrepentimiento por la persecución de la que él mismo fue partícipe apasionado. En ese documento reconocía “haber combatido en vano a un poder más alto, que se había perseguido a hombres buenos que no hacían daño a nadie con sus creencias” y pedía a los perseguidos “rogar por la felicidad de todos” y se les permitía reconstruir las iglesias cristianas y rehacer su culto. La abolición total de la persecución y consagración de esta iglesia la consumaría Constantino, se quien se dice era cristiano secretamente desde la niñez, pero el Decreto de Palidonia abolió antes la opresión en las minas y cárceles a los cristianos que regresaban victoriosos de esa lucha de conciencia.
- Pero ¿Qué había hecho obrar así al último perseguidor del cristianismo quien en su momento de poder fue bastante cruel con sus víctimas?. Según la historia descrita por Lactancio, el emperador Galerio sufrió en sus últimos años una dolorosa enfermedad que lo devoró inmisericordemente y en su desesperación acudió a la piedad del dios de los cristianos al ser desahuciado. Antes de ello, como todo hombre ensoberbecido por la maldición del poder, exigía la curación por parte de los médicos que lo atendieron y ante la inevitable – y por lo visto explicable – evolución agresiva de su enfermedad mandaba a decapitar a cada médico que no podía solucionarle el cuadro morboso y le era sincero en cuanto a su sombrío pronóstico. Hasta que al parecer alguno de ellos le insinuó o se lo dijo explícitamente que su enfermedad podría ser un castigo divino por la persecución a los cristianos. El temor, remordimiento y la angustia se habrían apoderado del emperador y lo habrían llevado a tomar la decisión de ese Decreto.
- El proceso que lo consumió tuvo como epicentro la región anal, descrita inicialmente como una “úlcera anal que se va extendiendo” y la evolución también es detallada como tórpida: “los médicos cortan, limpian, pero cuando esta ya cicatrizando se abre de nuevo la herida y a romperle la vena se produce una pérdida de sangre que le pone en peligro de muerte, su tez palidece y al irse consumiendo sus fuerzas se va debilitando” “y cuando más se la cortan mas se expande, cuanto más la curan mas crece” “las entrañas se manifiestan al interior putrefactas y toda la parte afectada se convierte en podredumbre”.
- La descripción de su evolución, entre las más explícitas de patología alguna de esa época, es muy sugerente de un proceso maligno que fue debilitando la economía corporal del emperador, las observaciones sobre la manipulación – seguramente bien intencionada – de la lesión y su expansión consecuente es también condición muy sugestiva de tumoración maligna anorectal con aspecto ulcerado de evolución violenta que se expandió al exterior tomando venas hemorroidales y causando los sangrados recurrentes. Otro gran problema es su tendencia mixta a crecer tanto hacia dentro como afuera, mientras lo visible afuera era cauterizado, por adentro se expandía hasta comunicarse con otras vísceras como la vejiga creando una fístula recto vesical. Los aspectos descritos son tan explícitos que aleja los cuadros que clásicamente se consideran dentro del diagnóstico diferencial como Enfermedades inflamatorias intestinales. Obviamente que en aquellos tiempos, las probabilidades de mejoría de las desafortunadas víctimas eran nulas, hoy mismo sus tratamientos son de necesidad radicales en los casos concretos. Así falleció a los 61 años este emperador de un agonizante imperio y último perseguidor del cristianismo, en un caso gráfico de una patología hoy frecuente en el mundo moderno.