viernes, 19 de octubre de 2012

10.- LAS MONJAS


LAS MONJAS
                                                 Basado en "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Deschner

- Como muchos hombres, también niñas y las mujeres entraban a menudo en una orden o casa de devoción, contra su voluntad. Los nobles más pobres eran quienes más empujaban a sus hijas a convento, luego el excedente femenino de la burguesía y las hijas de procedencia ilegítima. “Dios maldiga a quien me convirtió en monja (...)” se cantaba a mediados del siglo XIV en toda Alemania.

- Se tomaban bastantes precauciones para garantizar la protección de lo más sagrado de las hermanas. Crisóstomo, veía cómo, por una parte, las mujeres consagradas a Dios llevaban “una vida de ángeles” pero, por otra, “también” había “miles de malvadas” entre “estas santas” y ordena restringir al máximo sus salidas. Agustín, en sus “Costumbres de la Iglesia católica”, redactadas en el año 388, quería ver a las monjas “lo más alejadas posible” de los monjes, y “ligadas a ellos sólo por amor cristiano y afán de virtud”. Los hombres jóvenes no tenían acceso a ellas, incluso “los ancianos muy dignos de confianza” no pasaban de las salas de visita. Pero las monjas necesitaban sacerdotes para las misas y el emperador Justiniano autorizó a sacerdotes ancianos... o eunucos.
- En algunos conventos femeninos, el médico, debía ser muy viejo o eunuco. Se desconfiaba hasta de los castrados. Santa Paula ordenaba: “las monjas deben huir de los hombres, y no menos de los castrados”. En Occidente, a comienzas del siglo VI, Cesáreo de Arlas, autor de una regla para monjes y monjas, hizo tabicar todas las puertas de un convento femenino, excepto la entrada de la iglesia, “a fin de que ninguna saliera hasta el día de su muerte”. Algunos gobernantes laicos, como Carlomagno, también tuvieron que ordenar la estrecha vigilancia de los conventos de mujeres, prohibiendo la edificación de monasterios de monjes “a una distancia demasiado cómoda de los conventos de monjas”. Los sínodos no dejan de desaprobar que en estas casas hubiera “muchos recovecos y sitios oscuros, porque, se provoca la venganza de Dios por los crímenes allí cometidos”. Y concretan: “todas las celdas de las monjas deben ser destruidas, todas los accesos y puertas que den lugar a sospecha deben ser atrancados”. Exigen “vigilantes ancianos y respetables” y sólo permiten conversar con las monjas “en presencia de dos o tres hermanas”. Y establece: “los canónigos y los monjes no deben visitar conventos de monjas”.
- Tras misa no debe tener lugar ninguna conversación entre los religiosos y las monjas; la confesión de las monjas debe ser escuchada sólo en la iglesia, ante el altar mayor y cerca de testigos”. La constitución de las carmelitas descalzas prescribe: “¡Ninguna monja puede entrar en la celda de otra sin el permiso de la priora! so pena de severo castigo”. “¡Que cada una tenga la cama sólo para sí!”. “¡A ninguna hermana le está permitido abrazar a otra o tocarla en la cara o en las manos!”. “¡No se quitará el velo ante ninguna persona, a excepción del padre, la madre y los hermanos, o en un caso en que no llevar velo esté justificado!”. “Si un médico, un cirujano u otras personas que sean necesarias en la casa, o el confesor, entran en la clausura, dos hermanas deberán ir siempre delante de ellos. Si una enferma se confiesa, que otra hermana permanezca a una distancia que le permita ver al confesor”.
- El Concilio de Trento, en razón de las enormes proporciones del libertinaje de las religiosas, amenazaba con la excomunión a cualquiera que entrara en un convento de mujeres sin permiso escrito del obispo. Incluso el obispo sólo podía aparecer por allí en casos excepcionales y en compañía de “algunos regulares de más edad”. La Iglesia, todavía hoy, prefiere enviar a los conventos de monjas a clérigos inofensivos, “sacerdotes jubilados o achacosos” como lamenta una hermana recordando las “penalidades” de la vida antinatural de las monjas y aquella frase de San Francisco de Sales: “el sexo femenino quiere ser conducido”.
- En los monasterios mixtos –que existieron desde primer momento– debían haber medidas especiales de vigilancia. En tiempos de Pacomio, los monjes sólo podían visitar a las monjas con permiso de sus superiores y en presencia de “otras madres de confianza”, incluso cuando eran familiares. En la santa casa de Alipio, un edificio porticado cerca de Calcedonia, las “santas” guardaban “como regla y precepto, no ser nunca vistas por ojos de hombre”. Según las ordenaciones de San Basilio, la confesión de una monja también debía tener lugar en presencia de la superiora, y esta misma sólo podía estar con el director espiritual en contadas ocasiones y por muy poco tiempo.
- Pero, por mucho que se insistió en la estricta segregación de hombres y mujeres, con el tiempo los contactos se hicieron más estrechos, como si precisamente fuese la rigurosa separación lo que más hubiera avivado sus deseos de acercamiento. Los mismos fíeles denuncian “que, cuando los monasterios de ambos están cerca, los frailes entran y salen de los conventos de mujeres, viviendo unos y otras en una sola casa” y temen “que las monjas se dediquen a la prostitución”.
- En todo caso, en Europa Oriental recién se acabó con esa institución al a que se aferraba la iglesia, hasta comienzos del siglo IX y tras prolongada lucha. En cambio, en Occidente, donde el sistema de los monasterios mixtos –o vecinos– sólo surgió cuando ya estaba condenado en Oriente, se pudo mantener hasta el siglo XVI pese a todas las resistencias. En las casas fundadas en 1148 por Gilberto de Sempringham –en las que vivían setecientos monjes y mil cien monjas– las conversaciones se hacían a través troneras de un dedo de largo y una pulgada de ancho, que no permitían ver a la otra persona y que, además, estaban constantemente vigiladas por dos monjas, en el interior, y un fraile, en el exterior. Durante las homilías y procesiones del vía crucis, los sexos permanecían separados por cortinas, y las monjas no podían cantar ni siquiera en la iglesia, para no poner en peligro a los ascetas. Sin embargo, a “casi todas las santas doncellas” les hicieron “una barriga” y casi todas “se deshicieron en secreto de sus hijos (...)” Ésta fue la causa de que en la época de la Reforma se encontraran tantos huesos de niños en esos conventos, algunos enterrados y otros escondidos en los lugares que empleaban para hacer sus necesidades.
- Llegado el caso, los castigos sobre las monjas (o las canonesas) eran los más duros de la Antiguedad; eran cuando rompían el voto de castidad contrayendo matrimonio y se imponían excomuniones y penitencias de por vida, incluso a las arrepentidas. El primer sínodo de Toledo, en el año 400, ordenó: “Si la hermana de un obispo, un sacerdote o un diácono, estando consagrada a Dios, pierde la virtud o contrae matrimonio, ni su padre ni su madre podrán recibirla nunca más; el padre tendrá que responder ante el concilio; no se admitirá a la mujer a la comunión, a no ser que, después de la muerte de su marido, haga penitencia; pero si le abandona y desea hacer penitencia recibirá al final el santo viático”, “una monja en pecado, al igual que quien la haya seducido, cumpla una penitencia de diez años, durante los cuales ninguna mujer podrá invitarla a su casa. Si se desposa, sólo se le permitirá la penitencia una vez que se haya separado o que el marido haya muerto”.
- Para las faltas menores, la flagelación era la pena desde la Antigüedad. Tanto Pacomio –superior del primer monasterio, así como del primer monasterio mixto – como Shenute, el santo copto que gobernaba a dos mil doscientos monjes y mil ochocientas monjas, tenían una sospechosa debilidad por los castigos corporales. Luego, en España, las faltas de las monjas se castigaban con cien latigazos, cárcel o expulsión; a mediados del siglo VII, el sínodo de Rúan ordenó encerrar y apalear con dureza a las monjas licenciosas; una regla para monjas redactada por el obispo de Besancon, Donato, muerto en el 660, amenazaba con seis, doce, cincuenta o más fustazos a la que violara las normas. El Concilium Germanicum, primer concilio nacional alemán, convocado por Carlomagno en el 742 o 743, estableció una penitencia “en prisión a pan y agua, para las “siervas de Cristo” incontinentes y tres tandas de azotes seguidas del afeitado de cabeza –visto deshonroso en la Edad Media, y por lo demás un símbolo sexual de castración–, Obviamente, estos castigos eran aplicados también a las que hubiesen pronunciado los votos por la fuerza o siendo todavía niñas.
- En tiempos de Carlomagno ya había religiosas que fornicaban por dinero, y el emperador tuvo que prohibirles que hicieran la calle y las puso bajo vigilancia. Poco después, el sínodo de Aquisgrán proclamó que los conventos de monjas, más que conventos, eran casas de prostitución o lupanarios: una comparación que se repitió en el siglo IX. Al cabo de algún tiempo, ciertos conventos llegaron a superar a los burdeles que abochornaba a los jerarcas hablar de estos.
- En Inglaterra, donde casi todas las monjas se reclutaban de entre las upper classes, las relaciones sexuales entre príncipes y monjas eran gran tradición. En los conventos de mujeres rumanos, los viajeros, todavía en época moderna, disfrutaban de “una hospitalidad como la de los burdeles”. En Rusia las casas de monjas eran consideradas desde siempre “antros de corrupción en toda la regla” y, a veces, fueron convertidas abiertamente en casas de placer. La estrecha relación entre conventos y prostitución,  queda manifestada, por el lenguaje. La dueña de una casa de citas era llamada “abbesse” en la Francia medieval. En el alemán popular, la palabra “ábtissin” tenía igual sentido. Un teólogo católico califica de “característico” el hecho de que “en tiempos pasados se llamaba a los burdeles 'conventos' o 'abadías', y a sus inquilinas, 'monjas'”. Avignon y Toulouse tenían abadías obscenas de esa clase. Toulouse tenía un burdel llamado La Gran Abadía en la Rué de Comenge, etc.”.
- Desde Europa Septentrional –donde Brígida (1303-1373), la santa nacional de Suecia, se queja de que las puertas de los monasterios de mujeres están abiertas, día y noche, a laicos y a clérigos–, hasta Italia, las religiosas fueron desalojadas de muchos lugares, puesto que sus conventos, como se dijo en el desalojo de las monjas de Chiemsee, se parecían más a burdeles que a casas de oración, una comparación recurrente. “No era un lugar de piadosas enclaustradas, sino un lupanar de mujeres satánicas” dijo el obispo Ivo de Chartres, muerto en 1116, por el convento de Santa Fara.
- El fuerte incremento del número de órdenes femeninas en la baja Edad Media, aumentó aun más su carácter sexual. Hubo estruendosas orgías en el monasterio de Kirchheim, el de Oberndorf fue llamado el “lupanar” de la nobleza y lo mismo ocurrió con el monasterio de Kirchberg. En el de Gnadenzell, en Suabia, llamado Offenhausen (“casa abierta”), las monjas estaban “día y noche” a disposición de sus pudientes invitados. En 1587, se ordenó enterrar en vida a la abadesa, nacida von Warberg, a causa de sus relaciones con el canónigo. En Klingenthal, junto a Basilea, en 1482, se quiso “enmendar” a las monjas y éstas se defendieron con palos y atizadores; en la misma Basilea, algunas descontentas pegaron fuego a su convento. Los conventos de Interlaken, Frauenburn, Trub, Gottstadt, (junto a Berna), Ulm y Mühihausen también fueron abiertamente reconocidos como burdeles. El consejo municipal de Lausana ordenó a las monjas que no compitan a las rameras. Y el consejo municipal de Zurich aprobó una severa ordenanza “contra las licenciosas costumbres de los conventos de mujeres”. Consecuentemente, en 1526 las hermanas de Santa Clara, en Nuremberg, pasaron directamente de su convento a la mancebía.
- Los escritores italianos del Renacimiento cubrían a las religiosas de burlas y descrédito. Uno de los más importantes novelistas de su tiempo, Tommaso Masuccio, que vivía en la corte de Nápoles, afirma que las monjas tenían que pertenecer exclusivamente a los monjes, pero en cuanto anduvieran detrás de algún laico habría que perseguirlas. “Yo mismo”, asegura el autor, “me he visto metido en alguna situación parecida, no una sino varias veces; lo he visto, lo he palpado. Luego estas monjas dan a luz a lindos frailecitos, o bien se deshacen del fruto (...) Bien es cierto que los monjes, por su parte, se lo ponen fácil en la confesión, y les imponen un padrenuestro por cosas por las que le negarían la absolución a cualquier laico, como si fuera un hereje”.
- En una ocasión, llevado por los constantes chismes sobre ese lugar de perdición, el obispo de Kastel visitó el convento de Sóflingen, junto a Ulm, y encontró en las celdas una verdadera colección de dobles llaves, vestidos provocativos, cartas ardientes... y a casi todas las monjas embarazadas. Que una monja diera a luz era considerado un crimen especialmente grave, y a veces las demás hermanas se vengaban cruelmente de la embarazada por haber sido descubierta y poner en peligro el placer de las demás.
- En el siglo XII el abad Ailredo de Revesby da cuenta de una monja gestante en el monasterio de Wattum. Cuando se supo, unas pedían apalearla, otras, quemarla, y otras, tumbarla sobre carbones al rojo vivo, pero se optó por la opinión de algunas de más edad y carácter más compasivo, y la arrojaron encadenada a una celda, dejándola a pan y agua. Poco antes del alumbramiento, la reclusa pidió que la excarcelaran, ya que su amante, un fraile prófugo, iba ir a buscarla una noche, tras recibir una determinada señal; las hermanas lograron arrancar a la monja cuál era el sitio del encuentro y apostaron allí a un padre encapuchado, acompañado de otros hermanos que aguardaron ocultos y provistos de garrotes. El amante llegó a la hora prevista y, cuando estaba abrazando al padre disfrazado, fue capturado. Las monjas obligaron a la embarazada a castrarlo y a meterse sus genitales aún sangrantes en la boca, acabando ambos en prisión.
- A finales del siglo XIX, las monjas de un convento ruso retuvieron a un joven por cuatro semanas y le habían hecho fornicar hasta casi matarlo, quedó tan débil que ya no pudo reanudar el viaje y se quedó allí convaleciente y, al final, las monjas, temiendo un escándalo, lo despedazaron y lo hundieron, trozo a trozo, en una fuente.
- Como a las monjas no les era fácil encontrar un hombre, buscaban fuentes alternativas como lo hacían sus colegas masculinos. Si el tribadismo fue poco habitual en la Edad Media, en cambio debe de haber sido frecuente en los conventos. A menudo, las monjas, inflamadas de deseo hacia sus compañeras, recurrían a ciertas prótesis, que usaban en solitario o mutuamente. Ya la Poenitentiale bedae amenaza: “si una virgen consagrada peca con una virgen consagrada mediante un instrumento, sean siete años de penitencia”. Lamentablemente, la Iglesia se deshizo de esas reliquias espirituales. Pero la mayoría de las veces las hermanas optaban con soluciones más sencillas, como la mano, pero también otros objetos alargados disponibles en un convento, por ejemplo, las velas... A mediados del siglo XIX se consiguió localizar en un convento de monjas austríaco uno de los valiosos objetos de placer llamados “godemiché” (en latín “gaude mihi”  “me da placer”) o “plaisir de dames”: “(...) un tubo de 21,25 centímetros de largo que se estrecha un poco por uno de sus extremos, siendo el diámetro de la entrada más ancha de cuatro centímetros y el de la más estrecha de tres y medio. Los bordes de ambos extremos son abombados y estriados para intensificar la fricción. La superficie está decorada con dibujos obscenos que tendrían un obvio efecto erótico: la burda silueta de una vagina, la de un pene erecto y, por último, una figura marcadamente esteatopígica con el pene erecto o una especie de prótesis fálica. El interior del tubo estaba embadurnado de sebo”. Estos artículos habían alcanzado un refinamiento cada vez mayor, especialmente desde el Renacimiento italiano, cuando se podía contar con falos artificiales de los que pendían escrotos llenos de leche con los que, una vez introducidos en la vagina, se podía disfrutar de una eyaculación simulada en el momento decisivo.
- Catalina de Médicis encontró no menos de cuatro de estos arricies de voyage –llamados también “bienfaiteurs” (bienhechores)– en el baúl de una de sus damas de compañía. Las monjas consiguieron disfrutar de tales productos del desarrollo tecnológico, sobre todo en las regiones civilizadas. En Francia, al pene artificial para la autosatisfacción de la mujer se le llama ¡”bijoux de religieuse” (joya de monja)! Y cuando, en 1783, murió Margúerite Gourdan (Petite Comtesse), propietaria del mas famoso burdel de su siglo, se encontró entre sus pertenencias cientos de pedidos de tales bijoux monjiles, procedentes de diversos conventos franceses. Ella tenía una especie de fábrica de penes en la que se daría el acabado final a las codiciadas piezas, a las que se añadía un escroto relleno de un líquido que se podía inyectar durante el orgasmo. Aunque muchas monjas tuvieron a su alcance miembros no artificiales.
- Los casos de locura sexual en conventos de mujeres son incontables. Ya en la alta Edad Media, el dominico Tomás de Chantimpré señala burlonamente cómo los incubi daemones acosaban a las monjas con tanta insistencia que ni la señal de la cruz, ni el agua bendita, ni el sacramento de la comunión podían alejarlos. Esta erotomanía monástica culminó en los siglos XVI y XVII, era un impetuoso proceso de liberación psicótica por el que lo reprimido salía a la luz para evitar la total autodestrucción del cuerpo. Hoy se describe esta psicosis sexual: “Jovencitas que nunca han tenido una relación sexual realizan, en pleno delirio erótico, los movimientos del coito, se desnudan, se masturban con una especie de orgullo exhibicionista que el profano apenas podría imaginar, y pronuncian palabras obscenas que, según juran padres, madres, hermanos y hermanas, no han escuchado jamás”.
- Según Johannes Weyer, médico holandés, que fue el primero en protestar públicamente contra la obsesión cristiana con las brujas –su escrito De praestigiis daemonum, aparecido en 1563, fue incluido en el índice– pertenecía en 1565 a una comisión que investigaba nuevos “encantamientos” en el monasterio de Nazareth, en Colonia. “Su carácter erótico era evidente. Las monjas tenían ataques convulsivos durante los cuales se quedaban tendidas de espaldas, con los ojos cerrados, completamente rígidas o haciendo los movimientos del coito. Todo había comenzado con una muchacha que se imaginaba que su amado la visitaba por las noches. Las convulsiones, de las que pronto se contagió todo el convento, habían empezado después de que fueran atrapados unos chicos que, en secreto, habían ido a visitar a las monjas por las noches”.
- Un siglo después, el diablo se puso a copular con las ursulinas de Auxonne. Los médicos llamados a declarar por el parlamento de Borgoña no encontraron pruebas de ello, pero sí descubrieron en casi todas las monjas los síntomas de una enfermedad que tiempo atrás era conocida como “furor uterino”: “Un ardor acompañado de un ansia irrefrenable de goce sexual” y, entre las hermanas más jóvenes, una incapacidad “para pensar o hablar de algo que no tuviera relación con lo sexual”. Ocho monjas pretendían haber sido desfloradas por los espíritus. Eso ya no había quien lo remediara.

jueves, 18 de octubre de 2012

11.- REPRESIÓN SEXUAL Y DOBLE MORAL DE LA IGLESIA

                       REPRESION SEXUAL Y DOBLE MORAL DE LA IGLESIA
                                          Basado en "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Deschner



- Cuando Pío XII, “conmovido”, fustigó los “males” de la época, en noviembre de 1939, ignoró por completo el fascismo y la guerra, pero no el divorcio ni los “extravagantes vestidos modernos”. Era menos comprometido arremeter desde el pulpito contra los trajes de baño indecentes y contra los burdeles que contra las dictaduras fascista y los campos de concentración.
- “¿Qué tenemos contra la guerra? ¿Que los hombres que tienen que morir algún día, mueran en ella?”                                                                                        San Agustín.
- “Los hechos históricos enseñan que la guerra nos proporciona mayores beneficios que la paz”.                                                                         
                                                                                                 San Teodoreto. Siglo V.

- GUERRA A LAS RELACIONES SEXUALES
- En Rusia, los matrimonios no podían entrar a las iglesias después de la unión reciente y debían escuchar misa de pie y en la entrada. En pleno siglo XVIII, el zar y la zarina no pasaban por delante de ninguna cruz por las mañanas después de una noche apasionada por estar “impuros” y “en pecado”.
- Las relaciones sexuales con la mujer menstruante estuvieron prohibidas casi hasta el final de la Edad Media; el Antiguo Testamento prescribía para este caso, la pena de muerte, entonces los matrimonios de los “buenos católicos” debían de guardar castidad por varios meses al año en los siglos centrales de la Edad Media. Para los Padres de la Iglesia, el trato sexual con menstruantes originaba descendencia enferma o deforme; a lo que se dio crédito durante muchos siglos.
- Los teólogos sólo se sentían felices si los esposos guardaban una abstinencia total. El “matrimonio de José” imitando la castidad de María y José, se convirtió en el ideal de esta religión. Pese a que el matrimonio había sido declarado sacramento, el matrimonio ficticio fue celebrado como una empresa sublime a la que aguardaba la más alta de las recompensas en el más allá.
- Estas obligaciones fueron estricta y repetidamente inculcadas por predicadores, confesores, libros penitenciales y sínodos, acompañadas de amenazas de castigo. A los desobedientes les aguardaban las horribles consecuencias de la venganza divina. San Cesáreo de Arlas y San Gregorio de Tours profetizaban que quienes se ensuciaran en los días de castidad obligatoria tendrían por su malvada acción, hijos leprosos, epilépticos, deformes o poseídos por el diablo.
- Algunos príncipes y princesas casados que habían vivido “en celibato” fueron canonizados: el emperador Enrique II, su esposa Cunegunda o Eduvigis, esposa del duque Enrique I de Silesia y patrona de este país, que necesitó veintidós años de matrimonio para decidirse por la castidad.
- En el siglo de la Ilustración, Alfonso de Ligorio, doctor de la Iglesia, se preguntaba si era pecado negarse, después de tres coitos en una misma noche, a un cuarto coito.
- PORQUE SE HA TOLERADO EL MATRIMONIO:
- La iglesia finalmente reconoce el matrimonio para evitar las relaciones extramatrimoniales y preservar su propia existencia.
- San Pablo había reprobado el punto de vista cínico-estoico que sólo autorizaba las relaciones sexuales de los esposos si estaban destinados a la procreación. Pero todos los “Padres” de los primeros tres siglos rechazaron el sexo no encaminado a tener hijos. Al crecer la Iglesia, el engendrar hijos era casi la única justificación religiosa del matrimonio y la relación no destinada a ello era  “pecado”.
- Otro motivo paulino para desaconsejar el sexo, fue evitar la “lujuria” para asegurar la salvación el alma, motivo reactualizado por San Agustín que alcanzó importancia durante la época de la escolástica, perdiendo importancia el motivo de procrear hijos.
- Pero clásicamente, la multiplicación, siempre fue el más importante de los motivos, y es que la iglesia estaba pensando en sí misma. Para San Agustín, la mujer solo fue creada como instrumento de engendrar hijos. Para Lutero, dar a luz era la tarea más importante de la mujer y el feto era más importante que la madre y apostrofa: “Danos al niño, y te digo más, si mueres por ello, entrégate de buena gana, pues verdaderamente mueres por una noble obra y por obediencia a Dios”, “Si se agotan y terminan muriendo a fuerza de embarazos, no importa; que sigan pariendo hasta morir, que para eso están”.
- La iglesia valoraba la contribución de la mujer pero “al crecimiento de la comunidad cristiana” y no quería que –como les había ocurrido a los marcionitas y a los valentinianos– una prohibición del matrimonio la condujera al fracaso en su lucha por superar en número a otras confesiones. Eran meras reproductoras del rebaño. Por ello la Iglesia recibía a los recién nacidos con los brazos abiertos.
- Es lo característicamente cristiano de la institución matrimonial, ser sólo una especie de asociación con fines biológicos, una sociedad de intereses, –pese a haber sido “enaltecido” como sacramento– donde la mujer hacía las veces de una máquina de parir y la maternidad era su papel principal, tanto más si tenemos en cuenta que, en la Edad Media, el promedio de mortalidad infantil era en torno al 80%. La iglesia apenas ha tolerado el erotismo y el placer.
- Después de la Reforma, se llegó a recurrir a la bigamia con la vista puesta en el restablecimiento de las regiones despobladas por las guerras y la violencia. El Estado deseaba muchos nacimientos para fortalecer la economía y aumentar las fuerzas ofensivas y defensivas. Cuando hacían falta hombres, la bigamia no era suficiente y en el siglo XVII, después de una peste, el gobierno islandés aprobó que las muchachas pudieran tener hasta “seis bastardos” sin que su honra se resintiera. El edicto tuvo tal éxito que pudo ser revocado al poco tiempo. En la época de la Revolución Francesa, que barrió muchas de las anteriores prescripciones sexuales, la reproducción era un deber patriótico. Durante el nazismo, por los buenos oficios del camarero papal y vicecanciller de Hitler, Franz von Papen, el clero sintonizó con los nazis y Hitler puso punto final a la fase más liberal de la República de Weimar y se cerraron las “clínicas matrimoniales” que se habían dedicado a distribuir anticonceptivos, se prohíbe la pornografía, se combate la homosexualidad y el aborto, y la reproducción forzosa se convirtió en consigna estatal.
- La llamada a la “salvación de la familia”, la “santa institución”, resuena por todo Occidente desde hace bastante tiempo y fomentada por sistemas tan diferentes como el fascismo y el propio comunismo, con fines subalternos. Según un postulado de San Agustín, que lo resume bien; la familia contribuye poderosamente al mantenimiento de la estructura social patriarcal, a la subordinación incondicional. Obediencia y la multiplicación del número de los creyentes.
- Lutero y “el placer nefando”:
- Para Lutero, la iglesia se condenó por el “placer nefando” más que por sus fanáticos llamamientos al asesinato en masa. Para él, el acto matrimonial está ligado al pecado, y a un pecado grave, indiferenciado del adulterio o la fornicación, en tanto “intervienen la pasión sensual y el placer nefando”, porque fuimos “corrompidos por Adán, concebidos y nacidos en pecado” y “el débito matrimonial nunca se cumple sin pecado”; “los cónyuges no pueden librarse del pecado”. Siempre criticó la complaciente regulación del matrimonio bajo el papado, que en caso de impotencia masculina autorizaba la asistencia de terceros, que emitió la sentencia de “si la mujer no quiere, ¡acuda la doncella!”.
- Hubo épocas en que la Iglesia ha prohibido al esposo ver desnuda a su mujer y los esposos no podían besarse con la lengua. Esta práctica había comenzado a ser considerada como pecado venial, luego el papa Alejandro VI condenó semejante relajamiento en 1666. Más adelante, en tiempos más progresistas, la iglesia católica llegó a ofrecer una casuística que incluía indicaciones exactas acerca de cuántos milímetros podía penetrar la lengua para que el beso siguiese siendo honesto y cuál era el límite en el que comenzaba la deshonestidad.
- Para disminuir el placer de la pareja, en la Edad Media se recomendaba la “camisa del monje”, invento que tapaba el cuerpo hasta los pies, descubriendo nada más que una estrecha rendija en la zona genital, lo imprescindible para procrear nuevos cristianos y celibatarios.
- Una constante en los procesos por adulterio, es que la mujer ha sido castigada con mucha mayor severidad, en buena parte por conciencia católica.
- El emperador Constantino equiparaba el adulterio al asesinato y los convictos hasta perdían el derecho de apelación. Su hijo Constancio hacía eliminar a los adúlteros de igual manera que a los parricidas, echándolos al mar metidos en un saco cerrado junto a una serpiente, un mono, un gallo y un perro o, si el mar quedaba demasiado lejos, una cálida hoguera servía.
- Los códigos de Sajonia y Suabia castigaban el adulterio de ambas partes con la muerte. Algunas legislaciones municipales condenaban a los amantes a decapitación o a ser enterrados vivos, sobre todo para la mujer, salvo que el marido sugiera otro mejor castigo. En Berlín y entre el campesinado de Dithmarschen, el esposo podía mutilar a su mujer y al seductor, matarlos o bien dejarlos libres. En 1630, el elector Maximiliano fijó un destierro de entre cinco y siete años para los adúlteros pero, en caso de reincidencia, se las verían con el verdugo. A mediados del siglo XVIII, el Codex Maximilianeus Bavaricus Criminalis aun permitía a los nobles encerrar a esposas infieles en sus castillos o en otros lugares apropiados bajo custodia hasta la muerte. Recién en la Ilustración el adulterio fue juzgado con menos severidad
- En la Antigüedad, si la mujer adúltera de un cristiano cometía adulterio, debía ser repudiada y los religiosos estaban obligados de oficio a ello bajo amenaza de suspensión o de excomunión definitiva. Ella tenía que recibir al marido si éste regresaba a casa arrepentido. La iglesia primitiva castigaba el adulterio del hombre con siete años de penitencia y el de la mujer con quince. Esta tendencia se mantuvo en el derecho secular de la alta Edad Media. En la Lex Baiuvariorum (743) –redactada por un clérigo y empapada de ideas religiosas–, se convertía la fidelidad matrimonial en asunto exclusivo de la mujer y el hombre tenía derecho a matar al amante y de paso muchas veces liquidaba a la mujer. Según las Ordenaciones de Enjuiciamiento Penal del Alto Palatinado (1606), el adúltero y la adúltera, serán sentenciados a muerte por espada o por agua, pero sólo se castigaba la infidelidad del hombre si su amante estaba casada, con lo cual se seguía pensando igual que los judíos en tiempos de Cristo.
- En el Código de Napoleón el adulterio continuó siendo delito, pero sólo si lo cometía la mujer y el marido podía encerrarla y separarse de ella, o podía matarla si la cogía in fraganti, en tanto que el hombre que vivía en concubinato era condenado, en el peor de los casos, a una multa.
- La teología moral del siglo XX todavía cree que el adulterio de la mujer es más grave. Hasta hace poco el derecho italiano y el español sólo castigaban a la esposa adúltera y a su amante, pero no al marido adúltero. Hasta 1968, la mujer infiel se arriesgaba en Italia a un año de cárcel.
- El divorcio:
- Se podía repudiar a la esposa con bendición del cura. La forma más sencilla–y automática– era la consanguinidad, el cual descubierto era considerado como si no hubo matrimonio. Pero la consanguinidad se podía extender hasta el sétimo grado y como la nobleza medieval era muy dada al hacinamiento porcino, muchas familias nobles de la Edad Media eran de hecho consanguíneas y de eso se podían asir los varones para repudiar a la mujer y de paso los enlaces adicionales aumentaban los patrimonios materiales y los derechos a cargos reales o de nobleza. Una mujer podía ser repudiada varias veces con bendición de su iglesia, pero si no se le podía repudiar por familiaridad –matrimonio indisoluble como el de Enrique VIII– se le podía eliminar con algún método a gusto del poderoso y alegar luego adulterio de la infortunada como justificante.
- El clero siempre estaba presto para los interesados favores al poderoso. Lotario II (855-869) –hijo de Lotario– quiso abandonar a su esposa Teutberga y casarse con su amante Waldrada, entonces los sínodos, dócilmente aprobaron el divorcio y el nuevo matrimonio. Si bien el papa Nicolás I se opuso, su sucesor Adriano II levantó el anatema contra Waldrada y dio la comunión a Lotario en Monte Cassino.
- La iglesia podía tolerar la poligamia, buscando el favor real, sobre todo con los merovingios y carolingios. El rey Clotario I se casó seis veces y en una de las ocasiones lo hizo simultáneamente con las hermanas Ingunda y Aregunda. Su hijo Cariberto no se quedó atrás. Dagoberto I, un rey muy apreciado por el clero y eximio asesino de miles de familias búlgaras –en una sola noche– que se habían puesto bajo su protección huyendo de los hunos, tuvo tres esposas e innumerables barraganas.
- Pipino II tuvo dos esposas legítimas, Plectrudis y Alpais. Y Carlomagno, declarado santo por Pascual III –antipapa  de Alejandro III– el 29 de diciembre de 1165, vivió con concubinas hasta su muerte, luego de cinco matrimonios –su tercera esposa, Hildegard de Suabia, sólo tenía trece años cuando se casaron y quedó embarazada a los catorce–; pero muy celoso de la moral pública, hacía azotar salvajemente a las “rameras” en las plazas de los mercados.
- La Iglesia toleró el concubinato hasta bien entrada la Edad Media, aunque no era compatible con el matrimonio.
- Indisolubilidad del matrimonio
- A mediados del siglo IX, las falsificaciones seudoisidorianas –que fueron tan útiles para el papado– ayudaron a promover la indisolubilidad del matrimonio. Desde los siglos X y XI, la prohibición del divorcio y la monogamia se difundieron entre el catolicismo.
- El no divorcio fue reafirmado por el Concilio de Trento –aunque esperando una eventual unión con los greco-ortodoxos, no fue bien definida desde un punto de vista dogmático–, y esta indisolubilidad supuso una protección para la mujer que era quien llevaba la peor parte en una separación, así fue un atractivo para que muchas se pasen al bando católico. Fue de lo poco que les dio como consideración la iglesia.
- Lógicamente, sólo el papa podía autorizar un divorcio, lo que reconocieron los príncipes y eso puso un gran poder en manos del papa. A finales del siglo XV, Luis XII quiso separarse, para casarse con la duquesa de Bretaña, y Roma complació al rey. Pero luego, Enrique VII de Inglaterra quiso anular su matrimonio con Catalina de Aragón para desposar a la cortesana Ana Bolena, el Vaticano se negó, pese a que Enrique VIII era hijo abnegado de la iglesia y antagonista de la Reforma. Para el papa era más útil como reina inglesa, Catalina de Aragón, hija de la más poderosa dinastía del mundo y tía de Carlos V, a quien el Papa necesitaba imperiosamente para combatir a los reformadores. En cambio Ana era de la baja nobleza inglesa.
- Los protestantes, siempre dieron lugar al derecho al divorcio con opinión favorable de Melanchton, pero Lutero sólo en la última etapa limitó las causas de divorcio al adulterio y el abandono doloso del hogar. Con el tiempo se sumaron como motivos: la negativa continuada a satisfacer el débito conyugal, el encarcelamiento de un cónyuge, las amenazas físicas, incompatibilidad de caracteres, la esterilidad de la mujer, la impotencia del marido, las enfermedades incurables, la locura, el onanismo, el alcoholismo, el despilfarro, y otras. Pero la culpa ante los ojos de su dios se mantuvo en el divorcio protestante.
 - En la iglesia greco-ortodoxa, siempre se reconoció la posibilidad de separación por adulterio y la sigue concediendo en casos extremos, apoyándose en la doctrina de algunos doctores de la iglesia de la Antigüedad.
- Los hijos fuera del matrimonio:
- En el mundo griego y germano en el paganismo, no se discriminó a los hijos producto de las aventuras fuera del hogar, pero esa consideración no se prolongó en el mundo cristianizado para las pecadoras ni para los hijos extramatrimoniales. Ellas eran castigadas con penitencias públicas y castigos infamantes hasta el siglo XVIII y en el norte de Alemania todavía eran azotadas a comienzos del siglo XIX. Mientras el hijo tenía que sufrir toda su vida el castigo por el “crimen” materno.
- En la Alemania de la plena Edad Media, los hijos naturales sólo podían reclamar del padre ciertos derechos de manutención. En el código de Sajonia son excluidos de todos los privilegios: incapacitados para ser jueces, jurados, testigos o tutores y ni siquiera pueden tener un tutor que represente sus intereses ante tribunales. En Inglaterra, ni siquiera sus padres biológicos podían reconocerlos, estaban fuera de la ley en el sentido jurídico como hijos de nadie.
- Peor aún, en su concepto jurídico, para muchos códigos, era bastardo el hijo que, aun habiendo nacido de padres que se casaron luego. Por tanto, como el hijo bastardo no podía heredar de sus padres, se aplicaba la ley y su herencia iba a parar al fisco. En el Alto Palatinado, el Estado tuvo derecho a confiscar la totalidad de la herencia de estos hijos. En la mayoría de los lugares de la católica Baviera siguió habiendo a lo largo del siglo XIX más de un 20% de nacimientos ilegítimos, y algo más del 30% en una ciudad como Nuremberg.
- Toda esta injusticia, siempre a instigación de la iglesia.
- Excepción a la discriminación a los bastardos:
- Pero como es habitual entre mezquinos y codiciosos, se podía hacer una excepción y ser benevolentes con los bastardos hijos de gentes importantes –que obviamente podían pagar gruesas sumas–. En 1247, Inocencio IV dejó operativo para la sucesión al trono noruego, al bastardo Hagen Hagensen, siendo recompensado con quince mil marcos de plata, también el cardenal Guillermo de Sabina –quien entregó la bula papal– fue colmado de dinero y regalos. Mientras tanto la iglesia mantenía la discriminación a los hijos legítimos de sacerdotes y a hijos de matrimonios consanguíneos a los que consideraba deformes, tullidos y lisiados y con el mismo tratamiento que a los bastardos, pero claro, si podían pagar suficiente oro para ser rehabilitados.
- PALOS CONTRA EL ONANISMO
- El clero católico se ha inmiscuido hasta en la satisfacción sexual en solitario. Cuando el cariño mutuo no es posible, el onanismo es la tabla de salvación, y eso no es menos cierto en las cárceles y en los seminarios.  El concilio de Nicea prohibió –dice Lutero– que alguien se excitara a sí mismo. El onanismo siempre se practicó, con “excesos”, obsesionando a muchos reprimidos, a escondidas, entre laicos y religiosos. En América, según el informe Kinsey, el 92% de los hombres se habían masturbado alguna vez hasta alcanzar el orgasmo; entre las mujeres de veinte a cincuenta años, se entregaban alguna vez a esta práctica, una tercera parte de las casadas y casi la mitad de las solteras.
- La prohibición del onanismo es tan importante, seguramente, porque la infracción despierta sentimientos de culpa desde muy temprana edad y la iglesia vive, en parte, gracias a los remordimientos y la remisión de esa culpa. Esta angustia, que no pocas veces se transforma en desesperación, ha sido y sigue siendo alimentada por la iglesia.
- En el pasado, el onanismo estuvo severamente castigado y llegó a ser conceptuado como una especie de “homicidio”. Tomás de Aquino decía que la masturbación era peor que la fornicación, Alberto Magno y muchos otros autores decían que hasta las poluciones nocturnas eran pecado y en algunos conventos, había que informar de ellas en los capítulos de la comunidad. Los novicios también eran violentamente apaleados y azotados por las eyaculaciones involuntarias. El castigo corporal, aplicado sobre todo a los adolescentes católicos, fue una práctica habitual desde el primer cristianismo; en distintas iglesias nacionales se convirtió en una “especialidad” para expiar las acciones impuras. Hoy en día, algunos moralistas dicen: “cuando ha padecido una polución, el pobre adolescente necesita bondad y comprensión”, pero por milenios lo flagelaron brutalmente y, como alguno admite ahora, lo machacaron hasta tal punto “que muchas veces no pudo soportar la desesperación y el joven terminó por suicidarse”.
- Hoguera o castración para los homosexuales:
- La Iglesia ha condenado siempre a la homosexualidad como perversidad abominable.
Según Goethe –decidido anticlerical– la homosexualidad es tan antigua como la propia humanidad y, por eso mismo, natural. En Grecia, la pedofilia dominó todas las manifestaciones de la cultura desde tiempos remotos: artes figurativas, épica, lírica y tragedia. Lo hubo en todo tipo de libros históricos, científicos y filosóficos y la mitología rebosa de leyendas paidofílicas; más aún, en un primer momento, la palabra “pedagogo” designaba al hombre que inducía a los muchachos a mantener contactos homosexuales.
- Licurgo, –legendario– legislador de Esparta, afirma en sus leyes que no se puede ser un ciudadano competente si no se tiene un amigo en la cama. Solón y sus sucesores recomiendan la homosexualidad a los jóvenes. Platón no conoce “mayor dicha para un adolescente que ser amado por un hombre honesto, ni mayor dicha para éste que tener un amante”. En Tebas, la homosexualidad era práctica habitual de un potente regimiento de élite compuesto por trescientos hombres y en Creta y Esparta formaba parte de la educación que los jóvenes guerreros recibían de sus superiores. La lista de homosexuales famosos de la Antigüedad griega incluye a reyes como Hierón de Siracusa o Filipo de Macedonia, estrategas como Alejandro Magno, Epaminondas o Pausanias, legisladores como Minos y Solón, filósofos como Sócrates, Platón o Aristóteles y muchos otros. Pero las historias de la cultura de la Antigüedad clásica más voluminosas de finales del siglo XIX seguían sin mencionar la homosexualidad o lo hacían muy de pasada.
- Con los hebreos y los cristianos comenzó una caza despiadada de homosexuales, aunque, en ciertos momentos, el judaísmo contó con algunos templos donde se practicaba la prostitución homosexual masculina, como ocurrió en otros cultos asiáticos. Pero el Antiguo Testamento impuso la pena de muerte para la homosexualidad: “si alguien se acuesta con un hombre como con una mujer, ambos han cometido abominación y deben morir”. Pablo condenó el amor homoerótico de los hombres y –en un pasaje– el de las mujeres. La mayoría de los otros padres de la iglesia también la condenan, sobre todo San Agustín, el vehemente San Juan Crisóstomo y el todavía más rabioso Pedro Damián, que cree que la homosexualidad es peor que el bestialismo. San Pedro Canisio (1521-1597) se hizo el más virulento impugnador de la homosexualidad.
- La sociedad cristiana persiguió el “vicio” por mil quinientos años con castigos cada vez más severos; los teólogos lo condenaban con expresiones constantemente renovadas. San Basilio ordena que se aplique a los homosexuales una penitencia de quince años; la teología de comienzos de la Edad Media habitualmente se pronuncia por los diez años. El XVI sínodo de Toledo establece en el año 694 que un sodomita debe ser “excluido de todo contacto con los cristianos, azotado con varas, rapado ignominiosamente y desterrado”. El sínodo de Naplusa (1120), responsabiliza al modo de vida desenfrenado de los creyentes, por las catástrofes naturales y los ataques de los sarracenos, exige que quien ha consentido libremente un acto homosexual (activo o pasivo) muera en la hoguera. La bula papal Cum primum prescribe en 1566 la entrega al Estado de todos los homosexuales, para su obvia ejecución.
- Pena de muerte según el derecho secular
- Los emperadores paganos no vieron la homosexualidad con malos ojos. Pero Constantino y sus sucesores la condenaron a la hoguera. El antiguo Código Visigodo entre los siglos VI y VII, ya contaminado de ideas cristianas, establece que las relaciones homosexuales debían ser castigadas con determinadas confiscaciones y castración; en una reelaboración posterior del mismo, se prescribe la pena de muerte. Dice dicho texto, que por culpa de este terrible pecado “del que algunos son esclavos. Dios Nuestro Señor hace descender sobre la Tierra el hambre y la peste y los terremotos y una infinidad de males que ningún ser humano podría detallar”.
- El amor homoerótico fue considerado en Occidente por mucho tiempo como un crimen capital. Las leyes penales del cristianísimo Carlos I, que todavía estaban vigentes en muchos lugares a finales del siglo XVIII, castigan las relaciones sexuales entre hombre y hombre o entre mujer y mujer con la hoguera. En Inglaterra, esas relaciones estaba muy extendidas, y quienes las practicaban fueron colgados o lapidados hasta el siglo XIX. Más tarde se ordenó que el máximo castigo fuera la cadena perpetua, pero antes de ello se abandonaba al reo a “los sanos sentimientos de la población” poniéndolo en la picota, donde se le arrojaban durante horas barro, excrementos y perros, gatos y peces podridos; el simple intento de cometer este “crimen horrible” era castigado con una pena de hasta diez años. En Inglaterra hubo que esperar hasta 1957 para que la homosexualidad entre adultos fuera despenalizada.
- En Alemania, el Führer hizo endurecer el tristemente famoso artículo 175 del Código Penal, con un artículo 175a por el que fueron juzgados por homosexualidad entre 1937 y 1939, unos veinticuatro mil hombres. Para los homosexuales el imperio nazi se alargó en la República Federal hasta 1969, pues hasta entonces, vivieron bajo la amenaza del parágrafo endurecido por Hitler; una minoría inocente e inofensiva se vio perseguida como si fueran criminales y su vida quedó arruinada. El auténtico criminal era, en efecto, la moral cristiana que estaba detrás de todo ello.
- En las dictaduras católicas de España y Portugal los homosexuales siguieron sometidos a la amenaza de castigos que en España podían llegar, desde los años cincuenta, al internamiento.
- Investigaciones realizadas en América acerca de setenta y seis culturas indígenas ágrafas descubrieron que cuarenta y nueve de ellas habían mantenido una actitud permisiva hacia la homosexualidad. El derecho sexual de los EE.UU. todavía era, en la época del informe Kinsey, una especie de espejo de la moral eclesiástica medieval, y algunas o la totalidad de las prácticas homosexuales estaban penalizadas en el conjunto del territorio nacional: en ciertos estados, como los crímenes más violentos. En la RDA, el parágrafo referente al tema fue suprimido; sólo se mantuvieron las medidas de protección de menores. En Polonia, Hungría y Checoslovaquia la homosexualidad fue también despenalizada.
- La actitud católica hacia el amor homoerótico no se ha modificado en lo esencial, como demuestran las obras de teología moral dedicadas al tema. El libro Vida cristiana y cuestiones sexuales del sacerdote francés Marc Oraison, que rechazaba las penas de cárcel para los homosexuales, fue incluido en el Índice pero Mein Kampf de Hitler –quien mandó a los campos de concentración a tres grupos: opositores políticos, judíos y homosexuales– no fue incluido en el Índice; y es que la Iglesia había perseguido durante dos milenios a quienes Hitler persiguió durante doce años.
- Las condenas contra el amor lésbico fueron, en general, más suaves. Intensamente practicado desde el Renacimiento, sobre todo en Italia, y fue probablemente, resultado de que los contactos entre hombre y mujer estaban más estrechamente vigilados y, por tanto, comportaban mayores riesgos. Pero, la homosexualidad ha sido fomentada, al menos durante los últimos siglos, por el sistema educativo cristiano y su tendencia a aplazar tanto como sea posible el contacto entre los sexos.
- Incesto:
- En todo caso, parece que en la Edad Media el número de laicos acusados de incesto fue inferior al de clérigos bajo esta acusación, pero éstos fueron castigados con menos severidad. El papa Juan XII también fue acusado de haber tenido “relaciones ignominiosas” con su madre y su hermana. Juan XXIII (Baldassare Cossa) confesó las suyas ante el concilio de Constanza y en muchas otras ocasiones. Alejandro VI fornicaba con su hija Lucrecia. Y el cardenal Richelieu mantenía con su hija ilegítima, madame Rousse, esa forma de relaciones incestuosas que Sade describe como la cumbre de la voluptuosidad.
- Censura a libros:
- Durante siglos la literatura ha estado vigilada de acuerdo con esos principios. Fue un príncipe de la iglesia, el arzobispo de Maguncia Bertoldo de Henneberg, quien creó la primera institución censora en 1486. El Reglamento de Censura del Reich, de comienzos del siglo XVI, también fue aprobado por iniciativa eclesiástica y, durante su larga vigencia, ciertamente se tuvieron más en cuenta las manifestaciones sobre la iglesia y la religión que las “cuestiones morales”. La situación no ha cambiado en lo esencial. El papa León XIII (1878-1903) decretaba en su constitución Officiorum ac minorum: “los libros que tratan, relatan o enseñan por sistema cosas sucias e inmorales, están prohibidos (...)”. En 1948 todavía fueron incluidas en el Índice de Libros Prohibidos –creado por Paulo IV en 1557– las obras completas de Sartre y en 1952, las de Gide. En la segunda mitad del siglo XX aún aparecían, además de Ranke y Gregorovius, Heine y Flaubert, los Essais de Montaigne, la Crítica de la Razón pura de Kant, los Pensees y las Provinciales de Pascal y libros de Spinoza, Lessing y muchos otros.

12.- LA IGLESIA Y EL ABORTO


LA IGLESIA Y EL ABORTO
                                                       Basado en "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Deschner

- “Aunque se vaya a morir de hambre después de veinticuatro horas de vida larval, o tenga una caducidad de un año por la epilepsia, de dos, por tuberculosis, o de seis, por sífilis hereditaria; aunque vaya a llevar los estigmas del alcoholismo paterno o de la desnutrición materna, o el baldón de una relación extramatrimonial... según el artículo 218, debe nacer ante todo que nazca: el ídolo lo exige”.   
                                                                                                                               GOTTFRIED BENN
- “Todos se preocupan de mí: las Iglesias, el Estado, los médicos y los jueces... Durante nueve meses. Pero después: allá me las apañe para seguir adelante. Durante cincuenta años nadie se va a preocupar de mí; nadie. En cambio, durante nueve meses se matan si alguien pretende matarme. ¿No son unos cuidados bastante peculiares?
                                                                                                                             KURT TUCHOLSKY
- “El clero protege la vida antes del nacimiento. Pero si cientos de miles de jóvenes son hechos pedazos, el clero no hace nada para impedirlo, sino que  bendice las banderas y los cañones”.                                                                                         
                                                                                                                                 ERNST KREUDER

- Los embarazos no deseados y los abortos son tan antiguos como la humanidad. Algunas de las grandes religiones no mencionan prohibición expresa del aborto: el Islam incluso llega a permitir la operación hasta el sexto mes. Entre los antiguos griegos y romanos también era normal; Platón y Aristóteles lo defendieron y la sociedad en que vivían, lo consideraba “bueno”: tal vez ésa fue la razón por la que ni el propio fanatismo de San Pablo, tocó el problema.
- La iglesia siempre se preocupó por “el no nacido”... teóricamente. Pero, en la práctica, ha habido pocos lugares donde el aborto fuera una práctica tan sistemática como en los conventos de monjas. A los “más pequeños” desde la Antigüedad a nuestros días se les ha impuesto el bautismo, porque es la mejor edad para obligarlos a hacer algo que en su adultez sería más difícil. El papa se erige fanático protector del embrión para que ya nacido, explotarlo desde la infancia: hubo niñas quemadas como brujas, hubo infanticidios en masa en sus cruzadas, se les utilizó en una cruzada de los niños en que terminaron masacrados o vendidos como esclavos, miles de niños fueron aniquilados por fanáticos católicos en Croacia en plena II Guerra mundial, los había en los campos de concentración en Lobor, en Jablanac, en Mlaka, en Brocice, en Ustice, en Sisak, en Gomja, en Rijeka... ante la pasividad del papa.

- Procrear soldados, conciencia de doble moral, primeros castigos al aborto:
- Desde el siglo II, los papas, han definido el aborto como un grandísimo crimen. Para San Agustín ,“Toda mujer, que hace algo para no traer al mundo tantos hijos como podría, es tan culpable de todos esos asesinatos como la que intenta lesionarse después del embarazo”. Las abortistas eran como homicidas y según el sínodo de Elvira del 306, debían someterse a penitencias públicas a perpetuidad, pero luego se redujeron las penas por sucesivos documentos eclesiásticos a diez años para las culpables y veinte años para los cómplices.
- Un intento de aborto se perseguía en la Edad Media como si fuese un asesinato; a veces la interrupción del embarazo debía ser expiada por doce años y el infanticidio con quince y, en caso de homicidio premeditado de un lactante, la culpable podía acabar sus días internada en un convento.
- La Iglesia aún no admite ni la indicación eugenésica (interrupción del embarazo por enfermedad mental de la madre u otras enfermedades heredables por el feto), ni la ética (interrupción de un embarazo producto de una violación), ni la social (pobreza, madre soltera o demasiado joven), e impone la excomunión a todos los implicados, incluida la mujer afectada. Pero ninguna conmoción ante las fosas comunes con miles de cuerpos de gente “que tenía derecho a nacer”. Un arcipreste castrense, dice: “¡las madres también deben defender Europa!” alumbrando carne de cañón. Hay que proteger al que está por nacer, sin importar que rápido se extinga luego.
- Para proteger al no nacido no se ahorran desde amenazas hasta buenos consejos. No matarás, “Quien mata a uno de estos seres es un asesino”, comete “un gravísimo hurto contra Dios”, según la fórmula que empleó el cardenal Faulhaber, quien ayudó a matar en ambas guerras mundiales a los que no fueron hurtados. Esto último no fue un robo a Dios; esto último agradó al Señor: fue un sacrificio que le complació. “Con Dios” decía en las cartucheras de millones de agonizantes caídos en algún lugar de los campos de batalla; “gustosamente”, afirma Faulhaber en su condición de capellán castrense; “bellamente”, dice otro eclesiástico, Pero sobre todo: bautizados.
- Pero los fetos muertos no han sido bautizados, pero tienen un “alma inmortal” desde el primer instante, desde la concepción, cosa que no siempre se ha sabido. Aunque según estimaron la mayoría de los padres, incluido Santo Tomás, el alma penetraba en el cuerpo de los niños a los cuarenta días, y en el de las niñas a los ochenta, otra discriminación.
- El brazo secular de la Iglesia actuó brutalmente contra el aborto y el infanticidio, a menudo castigados con muerte. Con frecuencia, las muchachas culpables eran insaculadas, es decir, metidas en un saco –a veces, junto a un perro, un gallo, un gato y una serpiente– y arrojadas al agua mientras se entonaba una canción adecuada a la situación. En el siglo XVIII, la cristiandad todavía eliminaba de ese modo a las jóvenes madres. En casi toda Europa, eran atormentadas con tenazas ardientes, enterradas en vida o empaladas. “Enterrad viva a la exterminadora de niños: una caña en la boca y una estaca en el corazón” establece, concisa y concluyentemente, la Instrucción de Brenngenborn de 1418.
- La Constitutio Criminalis Carolina, del devoto Carlos V –legislación penal que siguió vigente hasta el siglo XVIII, y en algunos estados alemanes hasta 1871– era algo más civilizada y humana: “si una mujer mata con premeditación, nocturnidad y alevosía a un hijo suyo vivo y ya formado, generalmente será enterrada viva y empalada. Pero, para evitar complicaciones en estos casos, pueden ser ahogadas cuando en el lugar del juicio hubiese disponibilidad de agua. Mas si tales crímenes suceden a menudo, para atemorizar a las tales malas mujeres, queremos autorizar el recurso al mencionado enterramiento y empalamiento, o que se desgarre a la malhechora con tenazas ardientes antes de ser ahogada, todo ello según el consejo de los expertos en derecho”.
- El aborto estuvo prohibido a lo largo de toda la era cristiana y fue legalizada en la Unión Soviética en 1920, quedando a cargo de los médicos de los hospitales públicos; y es que, antes, aproximadamente el 50% de las pacientes sufrían complicaciones septicémicas y el 4% morían como resultado de la operación. El aborto volvió a ser prohibido –con escasas excepciones– en la época de Stalin, pero en 1955 fue nuevamente legalizado.
- En Rusia se practican unos cinco millones de abortos legales al año y las extranjeras también pueden someterse a dicha operación. Igual en Polonia, Yugoslavia, Japón y, desde 1968, en Inglaterra, donde seguía castigándose a finales del siglo XIX con cadena perpetua. El respeto a la vida humana no ha disminuido en ninguno de esos estados.
- ¿Por qué Stalin y Hitler castigaban el aborto?. Los argumentos de ambos, son los mismos que la Iglesia esgrime en la actualidad.
- La legalización del aborto reduce considerablemente la mortalidad y la morbilidad. Un aborto realizado por especialistas tiene menos riesgos que un nacimiento normal. En todos los lugares en los que el aborto se hace bajo atención médica permitida, las conocidas consecuencias de las intervenciones ilegales –fiebre, infecciones, un cierto tipo de esterilidad– tienden a desaparecer de inmediato. En los estados del bloque oriental había a finales de los años cincuenta seis muertes por cada cien mil operaciones de este tipo; en Checoslovaquia la cifra se había reducido a 1,2 a comienzos de los sesenta y en Hungría era de 0,8 en 1968.
- Frente a dichas cifras, la mortalidad en los abortos ilegales practicados en occidente es diez veces superior. Así, millones de mujeres se han convertido en las víctimas de instituciones religiosas que siguen influyendo en nuestras leyes, que siguen predicando el dogma del pecado original, que siguen condenando el placer extramatrimonial, que siguen intentando sabotear la educación sexual de los jóvenes y alimentando la hipocresía, las neurosis y las agresiones.
- La doctrina cristiana sobre los vicios del siglo III, ya ponía la gula y la lujuria en lo más alto y San Agustín sistematizó el asco sexual para la teología. Agustín, según Theodor Heuss, “la fuente más pura .y… profunda” de la que surge el pensamiento católico, un personaje que fue amante de varias mujeres, y quizás también de algunos hombres, no controlaba sus propios problemas sexuales, que vacilaba entre el placer y la frustración, que rezaba: “¡concédeme la castidad (...), pero no ahora!”, que sólo se volvió religioso después de haberse cansado de fornicar, cuando su debilidad por las mujeres se transformó en lo contrario –como les ocurre a algunos hombres al envejecer– y se le presentaron diversos achaques de salud, molestos sobre todo para un retórico (los pulmones, el pecho), este Agustín fue el que creó la clásica doctrina patrística del pecado y de la batalla contra la concupiscencia, influyendo hasta hoy en la moral cristiana y en el destino de millones de occidentales sexualmente inhibidos y reprimidos. Para San Agustín, no hay más amor que el amor a Dios; el amor propiamente dicho es, en el fondo, asunto del Diablo.
- “Hay dos formas de amor: una es santa, la otra es profana”. “Cuando el amor crece, la concupiscencia disminuye”. “El amor se alimenta de lo mismo que debilita el anhelo sensual; lo que mata a éste, da plenitud a aquél”. Por tanto, el verdadero amor no puede ser sino casto. “El verdadero amor es casto y puro” , dice en Cassie de Dos Passos.
- El obispo de Hipona se indignaba y se escandalizaba de los coitos y de los orgasmos que había disfrutado en sus días vigorosos; ahora deploraba hasta las tentaciones del paladar y el placer era para él una cosa del diablo, “abominable”, “infernal”, una “inflamación irritante”, un “ardor horrible”, una “enfermedad”, una “putrefacción”, un “cieno asqueroso”, etcétera. Las palabras salen de él como de un bubón al reventar.
- El verdadero padre del dogma del pecado original –que no adquirió la categoría de artículo de fe hasta el siglo XVI– fue San Agustín, que creía que el pecado de Adán era un crimen de naturaleza múltiple y que a los niños no bautizados les esperaban las penas eternas del Infierno. Influido por el odio sexual de San Pablo y por las ideas maniqueas de maldad heredada, totalmente intoxicado por una cupiditas reprimida e incapaz de pensar naturalmente sobre lo natural, Agustín llegó a la conclusión de que la humanidad es un “conglomerado de corrupción” y una “masa condenada”, entrelazando pecado original y concupiscencia hasta tal punto que para él ambas cosas son casi idénticas: el mal se transmite mediante el acto de la generación.
- El odio sexual agustiniano se propagó de generación en generación. Todo lo corporal se convirtió en combustible del pecado, todo lo sexual era indecente y sucio, y colocaba a los seres humanos al nivel de los animales. Para los primeros escolásticos, el instinto sexual es el colmo de la depravación y toda sensación libidinosa es pecado. San Buenaventura califica el acto amoroso de “corrupto y en cierto modo apestoso”. Tomás de Aquino lo relega a “lo más vil”; habla de “suciedad obscena” y anuncia que la incontinencia “bestializa”. Y San Bernardo de Claraval, para quien todos hemos sido “concebidos por el deseo pecaminoso” y destruidos por “la comezón de la concupiscencia”, declara que el ser humano apesta más que el cerdo, por culpa del placer perverso.
- Pigmeos, bosquimanos y católicos. Coito interrumpido
- El control consciente de la natalidad o planificación familiar es un fenómeno muy antiguo de la vida humana antes que una novedad de la “degeneración” moderna, es un fenómeno de origen antiquísimo extendido por toda la Tierra. Apenas pocos grupos humanos –los cazadores y recolectores primitivos, los pigmeos, los bosquimanos, y ciertos católicos– suelen renunciar a los medios anticonceptivos o prescinden de ellos por completo.
- El procedimiento anticonceptivo más antiguo y usual, el coitus interruptus, ya aparece desde el Antiguo Testamento, pero hace cuatro mil años, las egipcias ya se aplicaban intravaginalmente unas bolas de lana y paño impregnadas de ciertos extractos, también se conoce de muy antiguo el uso de preservativos hechos de tripas de pescado o diversos animales, la ingestión de productos vegetales e incluso la abstinencia durante un período determinado del ciclo menstrual, prácticas ya descritas a comienzos del siglo II por el griego Sorano de Efeso, que vivía en Roma y uno de los ginecólogos más importantes de la Antigüedad. La cristiandad parece haber ignorado la gran mayoría de los medios contraceptivos hasta el siglo XVIII, para ellos la regla era casarse pronto y producir una descendencia tan amplia como fuera posible. Aunque Jesús o el Nuevo Testamento no tienen una doctrina explícita sobre el matrimonio o el control de natalidad pero la iglesia ha prohibido el uso de cualquier medio anticonceptivo, por simple que sea.
- Aún el coito interrumpido ha sido denostado pecaminoso por los teólogos, por ser causa de desencadenamiento del placer y que según San Agustín, degradaba a la mujer a la condición de prostituta. Se prohíbe toda anticoncepción, para que se multipliquen los feligreses y nutrir los cuadros clericales. Pero también como expresión de una envidia sexual y una malicia espiritual que pueden quedar de manifiesto en un breve papal de 1826 que condena el uso de preservativos “porque obstaculiza los designios de la Providencia, que quiso castigar a las criaturas por medio del miembro con el que pecan”: es decir, por ejemplo, por medio de la sífilis, que entonces era incurable.
- La iglesia y el condón
- Para la iglesia, la sífilis era más que una enfermedad, era una plaga de Dios, por el pecado de la lujuria y, sobre todo, la sodomía. En la Edad Media, las víctimas de enfermedades sexuales, “mujerzuelas disolutas y depravadas”, eran condenadas a llevar unos hábitos amarillos llamados “vestidos de canario”, un signo llamativo de su abyección. En el siglo XIX, las enfermedades de transmisión sexual seguían siendo consideradas pecaminosas y degradantes, y había que esconderlas.
- Estas cosas son resultado de una moral cuyos apóstoles siempre han prohibido la profilaxis sexual. A mediados del siglo XIX, cuando los mismos médicos eran apresados por recomendar medios anticonceptivos, el Vaticano decreta que “servirse de tal funda es una falta grave; es un pecado mortal”. Ante la pregunta: “¿debería una mujer entregarse al coito si sabe que su marido rodea su miembro con una 'capucha inglesa'?, el Papa y el colegio cardenalicio responden a mediados del siglo XIX: “No, pues sería cómplice de un crimen abominable y cometería pecado mortal”.
- Apología a la familia numerosa:
- A finales del siglo XIX, el control de natalidad estaba muy extendido en Europa y el clero, desde España hasta Alemania, atacaba el “abuso matrimonial”, las “relaciones sexuales antinaturales”, o la “renuncia a la bendición de los hijos”. Una instrucción impartida por los obispos belgas en 1909 a propósito del “onanismo matrimonial” –“el perverso pecado de Onán que cometen en Bélgica ricos y pobres, ciudadanos y campesinos– instruye a los confesores del modo siguiente: “si alguien practica la anticoncepción por temor a traer al mundo más hijos de los que podría alimentar, deberá animársele a poner más confianza en la Providencia, que ya se ocupará de que ninguno muera de hambre. Si un hombre practica la anticoncepción por temor a que el embarazo y el alumbramiento pongan en peligro a su mujer, habrá que mitigar sus temores. Pero si existe un peligro real, se recomendará una castidad heroica”.
- Los sacerdotes enfrentaban al pecado con la apología de la familia numerosa desde el confesionario. Poco antes de la Primera Guerra Mundial, los obispos alemanes condenaban todo método anticonceptivo; los supuestos abusos del matrimonio “por puro placer” serían “pecados graves, muy graves (...) No puede haber necesidad tan apremiante, ni beneficio tan grande, ni instinto tan invencible que justifiquen semejante violación de la ley moral natural de Dios”. Hasta la industria del ramo fue condenada por los pastores como “nefanda” a causa de su “criminal complicidad”.
- Guerra al condón pero no a la guerra
- Podían combatir la industria sexual pero nunca la industria del armamento con igual energía. Nunca se les ocurriría tacharlas de “criminal” y “nefanda”, los obispos no hablaban entonces de granadas, cañones y gases. Preferían criticar los preservativos. Ellos justificaban las granadas, los cañones y el genocidio, pero los preservativos, eran cosa del demonio. Porque diezman a los consumidores y a quienes están destinados a ser consumidos, a los usuarios y a quienes son carne de cañón; diezman el poder y la gloria; ¡guerra a los preservativos! ¡Pero nunca guerra a la guerra!.
- Como demuestra la historia: desde las guerras de Constantino, pasando por las carnicerías de los merovingios y los carolingios, las cruzadas en norte, sur, este y oeste, las matanzas de hugonotes, herejes, brujas y judíos y las grandes masacres religiosas del siglo XVII, hasta las dos guerras mundiales y el baño de sangre en Vietnam. Esta Iglesia llama al genocidio culto divino, pero a los profesionales de la medicina les prohíbe distribuir anticonceptivos: mejor que uno coja la gonorrea o la sífilis.
- La simple venta de métodos anticonceptivos “es una participación formal en el pecado del comprador” pero no la venta y compra de granadas.
- Sobre el “atentado de los esposos
- En 1930, Pío XI, el colaborador de Mussolini, Hitler y Franco, impartía en su encíclica Casti connubii (“De la nobleza y la dignidad del matrimonio cristiano”) la doctrina: “Puesto que el acto matrimonial, por su propia naturaleza, está destinado a la generación de nueva vida, aquellos que, al practicarlo, lo despojan a sabiendas de su fuerza natural, obran contra la naturaleza y hacen algo reprobable e inmoral”. Al mismo tiempo, el Papa estaba –pero sólo verbalmente– “muy conmovido por las quejas de los matrimonios que, oprimidos por una extrema pobreza, apenas si saben cómo criarán a sus hijos”. Aunque, pese a toda su conmoción, la “mala situación económica” no puede “ser motivo para un error aún más funesto”.
- Para el Papa, todo lo que va contra el afán de dominación divino de la curia es “pecaminoso”, “reprobable”, “inmoral”. La aversión a la bendición de los hijos por evitar la carga por la pobreza, disfrutando empero del placer, es de “criminales”, no puede haber placer sin carga y Pío XII fue paladín de esa moral, nada debe oponerse a la generación de vida.
- Una Instrucción para el tratamiento de los abusos matrimoniales en el confesonario, impartida por la vicaría general del obispado de Münster, señala: “Se pide a la parte dócil una resistencia activa al acto, lo mismo que frente a (...) la violación de un tercero; sólo puede doblegarse ante la coacción física”. Además “la mujer no puede recurrir a los medios anticonceptivos ni siquiera como “legítima defensa” ni para protegerse ante un hombre que padece una enfermedad sexual (...); que, dejando a la mujer embarazada, la pusiera en evidente peligro de muerte; que sólo pudiera engendrar niños con graves deficiencias; que no se preocupara en modo alguno de la alimentación y educación de sus hijos”.
- Se coacciona a las mujeres más sugestionables para que eviten toda práctica anticonceptiva. “Si es el hombre el que recurre a ellas, la mujer debe ofrecerle una seria resistencia, negarse y defenderse durante todo el tiempo y por todos los medios que pueda; en todas las ocasiones, la mujer debe hacer todo lo posible para evitar este tipo de relación sexual y sólo la permitirá obligada por un acto de fuerza real que no pueda impedir aunque lo intente”. “Queremos vivir cristianamente; no tenemos ningún derecho a cometer excesos (!)”. Así, la mujer debe convencer al marido que quiera poner impedimentos a la concepción. Así hay que entrometerse en el dormitorio.
- Se califica de exceso a lo que es razonable, se tacha de pecado y crimen lo que es una obligación obvia de la pareja, los hijos y la sociedad; y respecto a uno mismo. Se provoca el temor a los anticonceptivos, presentándolos como causa de infecciones, incluso de cáncer, con una sarta de mentiras: “la totalidad del sistema circulatorio funciona con dificultad; el sistema nervioso, que debería relajarse, queda colapsado, y el hombre, en lugar de liberarse de su instinto, queda esclavizado a él. Pero la mujer deja de ser mujer desde el punto de vista espiritual, se entrega a la sensualidad, su condición materna queda enterrada. Inconscientemente, se mata al alma por medio del cuerpo”.
- La “beatificación” de Knaus-Ogino:
- Pío XII solo autorizó como moralmente justificado y el único para el que encontró razones “serias”, la utilización de los días no fértiles de la mujer o método “natural” de Knaus-Ogino. Toda una concesión para la época, pero para un método muy inseguro, aunque subrayado como diferente a los “antinaturales” o “artificiales” tan condenados. Cualquier otra medida preventiva sigue siendo pecaminosa, inmoral: desde el coitus interruptus al condón, desde el pesario a la píldora.
- En la historia de la farmacia, pocos preparados se popularizaron con tanta rapidez, con tan buenos resultados: si con el uso de condones el porcentaje de fracasos era de casi el 50%, con la píldora llegó por debajo del 1%, con lo que se suprimió el miedo al embarazo que hasta entonces fue razón decisiva para evitar o limitar las relaciones pre y extramatrimoniales. Eso desató un pánico enorme. Aunque en 1966 algunos de los gremios científicos más importantes del mundo (comisiones de expertos de la OMS y del gobierno británico, autoridades sanitarias de los Estados Unidos, y otros) destacaron por separado, la inocuidad de la píldora.
- Concilio Vaticano II y Pablo VI
- En el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia mantuvo su línea antihumanística y antihedonística. Los “padres” seguían sin permitir que, “en el control de la natalidad, los hijos de la Iglesia” recorrieran “caminos que el magisterio, en aplicación de la ley divina, prohíbe”. En el texto conciliar no existe la decisión libre de tener hijos o no tenerlos, o de tener dos, tres o cuatro, el acto matrimonial siempre debe comportar una “voluntad de reproducción”.
- Pablo VI en los años 60 reafirmaba las normas decretadas por Pío XII al respecto. En 1968, la “encíclica de la píldora” dejaba claro que, en este tema, las cosas seguían como siempre. Sólo se permitían los métodos basados en los ciclos de fertilidad, circunstancia de la que los mismos católicos se burlaban: “la beatificación de Knaus-Ogino”; Pablo VI también prohibía todo lo que tratara de impedir la reproducción, “preventivamente, durante el acto o con posterioridad al mismo” y ordenaba que todo acto sexual de la pareja “debía ir encaminado, per se, a la reproducción de la vida humana”, por más que “se estén alegando razones honestas y poderosas para otra forma de proceder”. (Sólo si una monja está amenazada de violación puede usar medios anticonceptivos con autorización curial). La circular papal Humanae vitae mantiene inalterada la tradición teológico-moral de los últimos papas y se basa en varios dictámenes de la comisión papal sobre la cuestión del control de natalidad: un dictamen de la mayoría, otro de la minoría y una réplica de la mayoría al dictamen de la minoría.
- El ultraconservador dictamen de la minoría, decisivo para la elaboración de la encíclica, habla de la “maldad de la contracepción”, a la que califica de pecado grave y antinatural, vicio condenable y “homicidio anticipado”. Los autores del dictamen que se atribuían que “todos los creyentes” aprobaban sus afirmaciones alegaban que una modificación de la tradición suscitaría dudas de consideración acerca de la historia de la iglesia, la autoridad del ministerio pastoral en cuestiones morales. Que si permitiera el control de natalidad, la Iglesia se pondría en una situación difícil a sí misma, no sólo negaría todo aquello que antes había exigido, lo que no significaría gran cosa para unos jerarcas que siempre han sido esclavos de la oportunidad.
- Cólera y crítica de un teólogo
- Humanae vitae irritó a muchos, como pocas encíclicas en el seno de la misma iglesia. Pues esta clase de escritos son muestra de autoritarismo papal, expresión del supremo magisterio de los papas y los creyentes deben acatarlo. Recibió una profunda réplica crítica del teólogo católico Antón Antweiler, que ponía de relieve que no había ningún mandato de Dios o de Cristo a propósito del matrimonio, que no había formado parte de la doctrina católica hasta la edad moderna; que la teología moral no estaba guiada por la psicología, la sociología, la genética o la medicina modernas, sino por anticuadas ideas escolásticas; que la encíclica manifestaba un total desconocimiento científico y antropológico, y en cambio era dura y cruel, y ni aportaba una solución al problema, ni servía de ayuda a la mujer, la familia o la sociedad; al contrario, el llamamiento al sacrificio y al idealismo debía aparecer a las personas en dificultades como puro sarcasmo. El teólogo replicó el documento de su jefe sistemáticamente, casi frase por frase e igualmente lo redujo al absurdo con lógica y lucidez reconfortantes, con imponente serenidad y, de cuando en cuando, cuando era inevitable, con esa sutil y mortal ironía que corresponde al asunto tratado.
- Esclerotizados e hipócritas
- Dos grupos numerosos de premios Nobel ya habían solicitado a Pablo VI antes del documento papal “una revisión de la posición católico-romana en el tema del control de natalidad”, pero después de la publicación de aquél, más de dos mil científicos americanos aseguraron en una carta de protesta: “No nos dejaremos influir más por llamamientos a la paz mundial y a la compasión hacia los pobres de un hombre cuyos actos sólo contribuyen a favorecer la guerra y a hacer inevitable la pobreza”.
- Pero este escrito encíclico del Papa es resultado del sistema esclerosado que representaba antes que su propia posición. De una institución catastrófica desde Pablo, y no solo desde Pablo VI.
- Un control consciente de natalidad es indispensable para orientar la vida humana; su importancia difícilmente puede ser sobrevalorada. Gracias a él podemos decidir el tamaño de la familia y el intervalo entre nacimientos, impedir miseria material y el desgaste de la salud, así como algunas crisis matrimoniales y traumas infantiles. Y es que el problema de una existencia no deseada arrastra graves consecuencias.
- ¿Qué soluciones racionales ofrece la Iglesia para los numerosos problemas relacionados con la reproducción humana? ¿Qué propuestas practicables hace desde los puntos de vista individual y social? ¿Qué hace para evitar el agotamiento físico y psíquico de los padres de familias numerosas o para evitar la superpoblación y las hambrunas?; o bien dosifica a sus pobres, a sus masas –el único placer que se pueden permitir, sometido a la obligación de producir constantemente nuevos católicos– o bien, si no se ama “según las reglas de la naturaleza”, exige un ascetismo estricto, “la castidad perfecta”, “una vida como hermano y hermana, según el notable ejemplo de la madre de Dios y San José”: una alternativa que sólo ha podido surgir de los cerebros de unos celibatarios sádicos.
- Pero el control de natalidad se practica menos cuanto peor es la educación y más baja la clase social. Las consecuencias son catastróficas cuando nacen más de lo que se puede mantener decorosamente. Problemas de conciencia, desavenencias, apuros económicos, huelgas, viviendas miserables, hambre de masas, mayor mortalidad y desnutrición entre hijos de mujeres gran multigestas, hacinamiento con maltrato infantil, habitaciones llenas de niños hambrientos... que no le preocupan en nada al clero: “¡más valen diez en la cuna que uno en la conciencia!”. El control de natalidad ha adquirido una excepcional importancia, y no solo para el individuo.
- Malthus y Weinhold
- A comienzos del siglo XIX, el clérigo anglicano Robert Malthus había tratado de arreglar la superpoblación y la pobreza por medio de la ascesis sexual, recomendando a la gente que se casara tarde y fuera casta. Su teoría implicaba que el que no tiene dinero, en el fondo, no tiene derecho al amor. Pues según la doctrina católica, la relación sexual presupone una voluntad de reproducción; pero eso sólo se lo podían permitir los pudientes y no los raquíticos y los tísicos que vivían en lúgubres tugurios, como Malthus dio a entender. En Inglaterra, el “apologista del capitalismo” fue nombrado profesor, en Francia y Alemania las academias le rindieron honores y la mayoría de los economistas de Europa se declararon sus discípulos, aunque no se adhirieran a todas sus tesis.
- Un engendro, llamado Kari August Weinhold, de Halle, antiguo cirujano de campaña en Sajonia y catedrático de cirugía, se propuso la audaz tarea de resolver desde un punto de vista médico el problema maltusiano de la población. En su desdichado escrito “Sobre la reproducción mayoritaria del capital humano frente al capital de explotación y el trabajo en los países europeos civilizados junto a algunas propuestas médico-policiales para lograr un equilibrio entre pobreza y bienestar” de 1828, sugirió que a los hombres había que soldarles el miembro, al menos hasta cierta edad. Una cosa inofensiva, que él mismo había experimentado con éxito en jóvenes onanistas, contando solamente con un poco de metal, plomo, aguja, hilo y soplete. Eso sí, pretendía que se exigiera la “soldadura y sellado metálico” sólo hasta la celebración del matrimonio y sólo “a aquellos a quienes pudiera probarse que no poseían suficientes bienes como para alimentar y educar hasta la mayoría de edad a los hijos engendrados fuera del matrimonio. Aquellos que nunca obtuvieran una posición que les permitiese alimentar y educar a una familia llevarían la soldadura durante toda su vida”.
- Metodo de control inhumano en las fábricas;
- La sociedad cristiana no aceptó ni las propuestas maltusianas ni la infibulación a la Weinhold, pero en medio de la revolución industrial lanzaron a sus hijos a las fábricas a precio barato; los niños eran rentables por sus salarios miserables al trabajar para las empresas de las grandes máquinas en el hilado del algodón. Se arrojaba a montones de niños a estas hilanderías –en 1796, la familia Peel ya tenía empleados a más de mil niños–, reclutándolos sobre todo en las Workhouses (casas de trabajo) con excusa de darles una educación como 'aprendices'. Eran niños desde los cinco años, la mayoría tenían entre siete y nueve, encerrados en estancias pequeñas y llenas de humo; sus dedos se movían tratando de anudar de nuevo los hilos rotos para completar, con la máxima atención, el monótono trabajo de la máquina. El amo fijaba arbitrariamente la jornada de trabajo: catorce, hasta dieciséis horas al día; incluida la pequeña pausa para disfrutar de un pobre refrigerio. Otros les hacían trabajar ininterrumpidamente, día y noche, renovando la plantilla cada doce horas. Otros fijaban una jomada de catorce horas o más y sólo concedían un pequeño descanso a los más fatigados para que pudieran dormir. La larga fusta del vigilante, mantenía despiertos a los pequeños cansados. Pero si los niños sufrían deformaciones o se consumían físicamente, si se volvían definitivamente inútiles para el trabajo o medio idiotas, la plutocracia no se sentía conmovida para preocuparse por una cosa así. Así, la explotación de estos niños es doblemente ventajosa, sacan un gran beneficio del trabajo barato y la explotación de niños elimina una parte de la población, cuyo exceso podría llegar a ser peligroso.
- Sin planificación el desastre, mezquindad de la iglesia:
- Sin planificación familiar, dentro de doscientos años vivirían, con los actuales índices de crecimiento, cien mil millones de personas y nuestro mundo sería una gigantesca ciudad, excluidos los mares, las grandes montañas y los círculos polares. Por tanto, la limitación de la natalidad se ha convertido en una obligación ética. Pero mientras nuestros principales expertos en demografía alarman a la humanidad, el catolicismo persiste inconmovible en su prohibición. Y lo hace con mayor fuerza en un momento en que su crecimiento porcentual está por debajo del de la población mundial y temen se reduzca su feligresía.
- Los Papas han iniciado desde décadas, ofensivas diplomáticas secretas ante distintos gobiernos y organizaciones internacionales –en especial, Estados Unidos y la ONU– para prohibir la financiación y el apoyo de la planificación familiar. El mismo Vaticano ha confirmado la existencia de una circular secreta sobre el control de natalidad enviada a todas las representaciones vaticanas. Las consecuencias de esta política quedan ilustradas por la respuesta que el teólogo holandés Jan Visser dio en la televisión alemana a la pregunta de si la Iglesia se iba a cruzar de brazos ante una superpoblación fatal de la Tierra: “Sí. Si está verdaderamente convencida de que ésa es la ley de Dios, yo diría que sí. Aunque se hunda el mundo, debe suceder lo que es justo”.
- El jesuita Gundiach interpretaba en 1959 la doctrina de Pío XII sobre la guerra nuclear de modo similar: “El recurso a la guerra atómica no es absolutamente inmoral”. Aun en el caso de que nuestro planeta fuera destruido, escribe Gundiach, el hecho tendría poca importancia. “Primero, porque tenemos la completa seguridad de que el mundo no durará eternamente y, segundo, porque no somos responsables del fin del mundo. Así que podemos decir que si el Señor, mediante su divina Providencia, nos ha conducido hasta esa situación o ha permitido que llegáramos a ella, desde ese momento nosotros debemos dar testimonio de fidelidad a Su Orden y asumir la responsabilidad”.
- Este discurso viene del mismo tipo de personas, gente que alzan devotamente los ojos y pregonan: “¡más valen diez en la cuna que uno en la conciencia!”.
- En la actualidad, el protestantismo de uno y otro lado del Atlántico juzga la planificación familiar bastante más liberalmente. En la conferencia de Lambeth de 1908 la iglesia anglicana había condenado “con horror” cualquier medio anticonceptivo artificial, pero en 1958 declaró que la reproducción no era la única finalidad del matrimonio y que era “completamente falso que la relación sexual tuviera carácter pecaminoso cuando no se deseaba expresamente tener hijos”. Y en 1960 el Committee on Moráis de la Iglesia de Escocia constató con toda evidencia que “traer un hijo al mundo sólo por satisfacer un deseo físico es menos moral que considerar la reproducción como un acto de responsabilidad”.
- Todas las formas de control de natalidad que no conllevan efectos secundarios negativos para la salud están permitidas: el preservativo, el diafragma, el coitus interruptus, etcétera; por una parte, se puede acudir a la biblia, que ignora tales prohibiciones, y por otra parte se sostiene el criterio lógico de que, desde el punto de vista de los principios éticos, aprovechar los días no fértiles es tan legítimo como usar medios mecánicos. El consejo nacional de la Iglesia protestante de los EEUU y el primado anglicano y arzobispo de Canterbury autorizaron la utilización de la píldora en 1961, juzgándola como lícita y compatible con la moral cristiana.
- Pero el protestantismo coincide con el papado en rechazar el control de natalidad practicado por puro placer y comodidad y, sobre todo, en tanto que condena el aborto radical y decididamente.
- Ha sido en los últimos años cuando se ha empezado a vislumbrar una tendencia humanitaria hacia la interrupción del embarazo en las filas evangélicas, aunque de momento son opiniones muy aisladas. Así por ejemplo, en 1967, Howard Moody, de la Judson Memorial Church de Nueva York, fundó un Servicio Nacional de Asesoramiento Religioso para la Interrupción del Embarazo que, desde entonces, ha hecho posible la realización de decenas de miles de abortos; la convención baptista de 1968 también dijo que el aborto debía dejarse “al libre criterio personal” hasta la duodécima semana de gestación; y en 1971, un sínodo evangélico celebrado en Berlín-Oeste tuvo, al menos, la suficiente honradez como para exigir una reforma en el tratamiento penal del aborto y el fin de la “hipocresía que supone la práctica actual”. La jerarquía católica se aferra a sus posiciones. El Concilio Vaticano Segundo siguió calificando el aborto como “un crimen abominable”.
- La iglesia sigue abogando por el matrimonio casto y fértil, y por la no anticoncepción. Los esposos no tienen decisión propia y “deben ajustarse al plan de dios”, “el matrimonio no es una acto de amor si se le priva de su fuerza reproductora” según Juan Pablo II, paladín recurrente de esa causa. Para ello se remite a la encíclica Humanae Vitae (citada a menudo por él para diversos temas). Incluso desaconseja los “métodos naturales” autorizados por Pablo VI ya que esos días infértiles pueden ser “fuente de abuso, si las parejas intentan evitar la reproducción por este medio sin motivos justificados, manteniendo el número de hijos por debajo del consagrado por la moral de sus familias”. El aborto es cosa del diablo, un crimen, un “asesinato”, un hecho para el que “no hay palabras”. Nunca dejó de predicarlo con profunda convicción, toda destrucción premeditada de una vida humana mediante el aborto, cualesquiera que sean las razones por las que tenga lugar, está en desacuerdo con la ley de dios, que no está permitida a ningún individuo o grupo”.
- Pero no le importa restregarlo a los habitantes de zonas superpobladas, enseñándoles “que la sabiduría de Dios anula los cálculos humanos”. En Indonesia dice: “No temamos nunca que el reto sea demasiado grande para nuestro pueblo; ellos han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo y son su pueblo”, “que lo que es imposible para el hombre, es posible para dios (...)”. En África, nunca predicó el control de la natalidad, al contrario. El hambre no lo compadece nunca. En Onitsha dice “los medios anticonceptivos y el aborto no han respetado a vuestro país”, en Kaduna (Nigeria) dice indignado: “el aborto es un asesinato de niños inocentes (...) La lucha por la educación católica de vuestros hijos merece un fuerte apoyo”; luego en otros lares, en 1982, en Madrid, condenaba el aborto como “un grave atentado contra el orden moral. La muerte de un inocente no puede justificarse nunca (...)”...
- Lo dice el más alto jerarca de una institución que ha despreciado la vida humana con más intensidad, durante más tiempo y más espantosamente que cualquier otra institución del mundo, que ha torturado, que ha masacrado, quemado, ahogado, despedazado, arrojado a los perros y crucificado. ¿Pero cuándo se ha practicado esta santidad? ¿En la quema de herejes y brujas? ¿En los casi dos mil años de progromos antijudíos? ¿En la aniquilación de indios y negros, con millones de víctimas? ¿Durante las Cruzadas, en alguna de las guerras mundiales, en la guerra del Vietnam?.  
- Nadie ha sido más voraz para acaparar bienes materiales que la Iglesia católica, que en la Edad Media poseía la tercera parte del suelo de toda Europa y que en el Este retuvo un tercio del enorme imperio ruso hasta 1917, pero el Papa coloca a la sexualidad entre las drogas, el alcohol y el vandalismo.
- La nueva hipocresía:
- Ronald Reagan, jugó en pared con Juan Pablo II contra el aborto en los EEUU, donde desde una sentencia del Tribunal Supremo de 1973, la interrupción del embarazo en los tres primeros meses de gestación es un derecho constitucional de la mujer. En esta cruzada, Reagan tuvo una apretada pero grave derrota en el Senado a mediados de septiembre de 1982. Y cuando, en la Conferencia sobre la Población Mundial celebrada en México en agosto de 1984, amplió su veredicto de dejar de subvencionar a las organizaciones que favorecían el aborto, el Osservatore Romano vaticano aplaudió como “un paso histórico en el camino de la confirmación del derecho de toda persona a la vida desde el instante de la concepción”.
- En Irlanda aún es ilegal el aborto, y en 1983 –cuando hasta la venta de medios anticonceptivos seguía siendo ilegal– adquirió rango constitucional, en medio de una agresiva campaña de la Iglesia católica. Desde entonces, las abortistas son en Irlanda enemigas de la Constitución: un enorme triunfo de los obispos sobre el jefe del Gobierno, Garret Fitzgeraid, que vio cómo sus propósitos liberalizadores se esfumaron ante los fanáticos. En 1986, cuando se empezó a discutir sobre la prohibición constitucional del divorcio –Irlanda era, junto a Malta, el único país europeo que lo prohibía–, el clero irlandés volvió a lanzar sus ataques para oponerse. El cardenal Thomas 0'Fiaich, primado irlandés, habló de “la plaga del divorcio”. Y el arzobispo de Dublín, McNamara, comparó al divorcio con la catástrofe de Chernobyl, pues ambas “envenenan a toda la sociedad” y llamó a la gente a rezar contra la “destrucción de los fundamentos tradicionales”, (con todo, el Senado tuvo en Irlanda la facultad de disolver los matrimonios entre 1922 y 1937). Una vez más, la campaña católica tuvo éxito, los irlandeses se siguen casando para toda la vida y la política de la República todavía está “determinada por la Iglesia católica”.
- La cifra de víctimas, por muy alta que sea, nunca ha despertado la compasión de los papas. A Juan Pablo II los millones de muertos de hambre le dejan frío. Tanto si habla en Fulda como si lo hace en Nueva Guinea, siempre permanece frío y despiadado, consolando con citas bíblicas vacías.