LA IGLESIA Y EL ABORTO
Basado en "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Deschner
- “Aunque se vaya a morir de hambre después de veinticuatro
horas de vida larval, o tenga una caducidad de un año por la epilepsia, de dos,
por tuberculosis, o de seis, por sífilis hereditaria; aunque vaya a llevar los
estigmas del alcoholismo paterno o de la desnutrición materna, o el baldón de
una relación extramatrimonial... según el artículo 218, debe nacer ante todo
que nazca: el ídolo lo exige”.
GOTTFRIED BENN
- “Todos se preocupan de mí: las Iglesias, el Estado, los
médicos y los jueces... Durante nueve meses. Pero después: allá me las apañe
para seguir adelante. Durante cincuenta años nadie se va a preocupar de mí;
nadie. En cambio, durante nueve meses se matan si alguien pretende matarme. ¿No
son unos cuidados bastante peculiares?
KURT TUCHOLSKY
- “El clero protege la vida antes del nacimiento. Pero si
cientos de miles de jóvenes son hechos pedazos, el clero no hace nada para
impedirlo, sino que bendice las banderas
y los cañones”.
ERNST KREUDER
- Los embarazos no deseados y los abortos son tan antiguos
como la humanidad. Algunas de las grandes religiones no mencionan prohibición
expresa del aborto: el Islam incluso llega a permitir la operación hasta el
sexto mes. Entre los antiguos griegos y romanos también era normal; Platón y
Aristóteles lo defendieron y la sociedad en que vivían, lo consideraba “bueno”:
tal vez ésa fue la razón por la que ni el propio fanatismo de San Pablo, tocó
el problema.
- La iglesia siempre
se preocupó por “el no nacido”... teóricamente. Pero, en la práctica, ha habido
pocos lugares donde el aborto fuera una práctica tan sistemática como en los
conventos de monjas. A los “más pequeños” desde la Antigüedad a nuestros días
se les ha impuesto el bautismo, porque es la mejor edad para obligarlos a hacer
algo que en su adultez sería más difícil. El papa se erige fanático protector
del embrión para que ya nacido, explotarlo desde la infancia: hubo niñas
quemadas como brujas, hubo infanticidios en masa en sus cruzadas, se les
utilizó en una cruzada de los niños en que terminaron masacrados o vendidos
como esclavos, miles de niños fueron aniquilados por fanáticos católicos en
Croacia en plena II Guerra mundial, los había en los campos de concentración en
Lobor, en Jablanac, en Mlaka, en Brocice, en Ustice, en Sisak, en Gomja, en
Rijeka... ante la pasividad del papa.
- Procrear
soldados, conciencia de doble moral, primeros castigos al aborto:
- Desde el siglo II, los papas, han definido el aborto como
un grandísimo crimen. Para San Agustín ,“Toda mujer, que hace algo para no
traer al mundo tantos hijos como podría, es tan culpable de todos esos
asesinatos como la que intenta lesionarse después del embarazo”. Las abortistas
eran como homicidas y según el sínodo de Elvira del 306, debían someterse a
penitencias públicas a perpetuidad, pero luego se redujeron las penas por
sucesivos documentos eclesiásticos a diez años para las culpables y veinte años
para los cómplices.
- Un intento de aborto se perseguía en la Edad Media como si
fuese un asesinato; a veces la
interrupción del embarazo debía ser expiada por doce años y el infanticidio con
quince y, en caso de homicidio premeditado de un lactante, la culpable podía
acabar sus días internada en un convento.
- La Iglesia aún no admite ni la indicación eugenésica (interrupción
del embarazo por enfermedad mental de la madre u otras enfermedades heredables
por el feto), ni la ética (interrupción de un embarazo producto de una
violación), ni la social (pobreza, madre soltera o demasiado joven), e impone
la excomunión a todos los implicados, incluida la mujer afectada. Pero ninguna
conmoción ante las fosas comunes con miles de cuerpos de gente “que tenía
derecho a nacer”. Un arcipreste castrense, dice: “¡las madres también deben
defender Europa!” alumbrando carne de cañón. Hay que proteger al que está por
nacer, sin importar que rápido se extinga luego.
- Para proteger al no nacido no se ahorran desde amenazas
hasta buenos consejos. No matarás, “Quien mata a uno de estos seres es un
asesino”, comete “un gravísimo hurto contra Dios”, según la fórmula que empleó
el cardenal Faulhaber, quien ayudó a matar en ambas guerras mundiales a los que
no fueron hurtados. Esto último no fue un robo a Dios; esto último agradó al
Señor: fue un sacrificio que le complació. “Con Dios” decía en las cartucheras
de millones de agonizantes caídos en algún lugar de los campos de batalla;
“gustosamente”, afirma Faulhaber en su condición de capellán castrense;
“bellamente”, dice otro eclesiástico, Pero sobre todo: bautizados.
- Pero los fetos muertos no han sido bautizados, pero tienen
un “alma inmortal” desde el primer instante, desde la concepción, cosa que no
siempre se ha sabido. Aunque según estimaron la mayoría de los padres, incluido
Santo Tomás, el alma penetraba en el cuerpo de los niños a los cuarenta días, y
en el de las niñas a los ochenta, otra discriminación.
- El brazo secular de la Iglesia actuó brutalmente contra el
aborto y el infanticidio, a menudo castigados con muerte. Con frecuencia, las
muchachas culpables eran insaculadas, es decir, metidas en un saco –a veces,
junto a un perro, un gallo, un gato y una serpiente– y arrojadas al agua
mientras se entonaba una canción adecuada a la situación. En el siglo XVIII, la
cristiandad todavía eliminaba de ese modo a las jóvenes madres. En casi toda
Europa, eran atormentadas con tenazas ardientes, enterradas en vida o
empaladas. “Enterrad viva a la exterminadora de niños: una caña en la boca y
una estaca en el corazón” establece, concisa y concluyentemente, la Instrucción
de Brenngenborn de 1418.
- La Constitutio Criminalis Carolina, del devoto Carlos V –legislación
penal que siguió vigente hasta el siglo XVIII, y en algunos estados alemanes
hasta 1871– era algo más civilizada y humana: “si una mujer mata con
premeditación, nocturnidad y alevosía a un hijo suyo vivo y ya formado,
generalmente será enterrada viva y empalada. Pero, para evitar complicaciones
en estos casos, pueden ser ahogadas cuando en el lugar del juicio hubiese disponibilidad
de agua. Mas si tales crímenes suceden a menudo, para atemorizar a las tales
malas mujeres, queremos autorizar el recurso al mencionado enterramiento y
empalamiento, o que se desgarre a la malhechora con tenazas ardientes antes de
ser ahogada, todo ello según el consejo de los expertos en derecho”.
- El aborto estuvo prohibido a lo largo de toda la era
cristiana y fue legalizada en la Unión Soviética en 1920, quedando a cargo de
los médicos de los hospitales públicos; y es que, antes, aproximadamente el 50%
de las pacientes sufrían complicaciones septicémicas y el 4% morían como
resultado de la operación. El aborto volvió a ser prohibido –con escasas excepciones–
en la época de Stalin, pero en 1955 fue nuevamente legalizado.
- En Rusia se practican unos cinco millones de abortos
legales al año y las extranjeras también pueden someterse a dicha operación.
Igual en Polonia, Yugoslavia, Japón y, desde 1968, en Inglaterra, donde seguía
castigándose a finales del siglo XIX con cadena perpetua. El respeto a la vida
humana no ha disminuido en ninguno de esos estados.
- ¿Por qué Stalin y Hitler castigaban el aborto?. Los
argumentos de ambos, son los mismos que la Iglesia esgrime en la actualidad.
- La legalización del aborto reduce considerablemente la
mortalidad y la morbilidad. Un aborto realizado por especialistas tiene menos
riesgos que un nacimiento normal. En todos los lugares en los que el aborto se
hace bajo atención médica permitida, las conocidas consecuencias de las
intervenciones ilegales –fiebre, infecciones, un cierto tipo de esterilidad–
tienden a desaparecer de inmediato. En los estados del bloque oriental había a
finales de los años cincuenta seis muertes por cada cien mil operaciones de
este tipo; en Checoslovaquia la cifra se había reducido a 1,2 a comienzos de
los sesenta y en Hungría era de 0,8 en 1968.
- Frente a dichas cifras, la mortalidad en los abortos
ilegales practicados en occidente es diez veces superior. Así, millones de
mujeres se han convertido en las víctimas de instituciones religiosas que
siguen influyendo en nuestras leyes, que siguen predicando el dogma del pecado
original, que siguen condenando el placer extramatrimonial, que siguen
intentando sabotear la educación sexual de los jóvenes y alimentando la
hipocresía, las neurosis y las agresiones.
- La doctrina cristiana sobre los vicios del siglo III, ya
ponía la gula y la lujuria en lo más alto y San Agustín sistematizó el asco
sexual para la teología. Agustín, según Theodor Heuss, “la fuente más pura .y…
profunda” de la que surge el pensamiento católico, un personaje que fue amante
de varias mujeres, y quizás también de algunos hombres, no controlaba sus
propios problemas sexuales, que vacilaba entre el placer y la frustración, que
rezaba: “¡concédeme la castidad (...), pero no ahora!”, que sólo se volvió
religioso después de haberse cansado de fornicar, cuando su debilidad por las
mujeres se transformó en lo contrario –como les ocurre a algunos hombres al
envejecer– y se le presentaron diversos achaques de salud, molestos sobre todo
para un retórico (los pulmones, el pecho), este Agustín fue el que creó la
clásica doctrina patrística del pecado y de la batalla contra la concupiscencia,
influyendo hasta hoy en la moral cristiana y en el destino de millones de
occidentales sexualmente inhibidos y reprimidos. Para San Agustín, no hay más
amor que el amor a Dios; el amor propiamente dicho es, en el fondo, asunto del
Diablo.
- “Hay dos formas de amor: una es santa, la otra es
profana”. “Cuando el amor crece, la concupiscencia disminuye”. “El amor se
alimenta de lo mismo que debilita el anhelo sensual; lo que mata a éste, da
plenitud a aquél”. Por tanto, el verdadero amor no puede ser sino casto. “El
verdadero amor es casto y puro” , dice en Cassie de Dos Passos.
- El obispo de Hipona se indignaba y se escandalizaba de los
coitos y de los orgasmos que había disfrutado en sus días vigorosos; ahora
deploraba hasta las tentaciones del paladar y el placer era para él una cosa
del diablo, “abominable”, “infernal”, una “inflamación irritante”, un “ardor
horrible”, una “enfermedad”, una “putrefacción”, un “cieno asqueroso”, etcétera.
Las palabras salen de él como de un bubón al reventar.
- El verdadero padre del dogma del pecado original –que no
adquirió la categoría de artículo de fe hasta el siglo XVI– fue San Agustín,
que creía que el pecado de Adán era un crimen de naturaleza múltiple y que a
los niños no bautizados les esperaban las penas eternas del Infierno. Influido
por el odio sexual de San Pablo y por las ideas maniqueas de maldad heredada,
totalmente intoxicado por una cupiditas reprimida e incapaz de pensar
naturalmente sobre lo natural, Agustín llegó a la conclusión de que la
humanidad es un “conglomerado de corrupción” y una “masa condenada”,
entrelazando pecado original y concupiscencia hasta tal punto que para él ambas
cosas son casi idénticas: el mal se transmite mediante el acto de la
generación.
- El odio sexual agustiniano se propagó de generación en
generación. Todo lo corporal se convirtió en combustible del pecado, todo lo
sexual era indecente y sucio, y colocaba a los seres humanos al nivel de los
animales. Para los primeros escolásticos, el instinto sexual es el colmo de la
depravación y toda sensación libidinosa es pecado. San Buenaventura califica el
acto amoroso de “corrupto y en cierto modo apestoso”. Tomás de Aquino lo relega
a “lo más vil”; habla de “suciedad obscena” y anuncia que la incontinencia
“bestializa”. Y San Bernardo de Claraval, para quien todos hemos sido
“concebidos por el deseo pecaminoso” y destruidos por “la comezón de la
concupiscencia”, declara que el ser humano apesta más que el cerdo, por culpa
del placer perverso.
- Pigmeos, bosquimanos y católicos. Coito interrumpido
- El control consciente de la natalidad o planificación
familiar es un fenómeno muy antiguo de la vida humana antes que una novedad de
la “degeneración” moderna, es un fenómeno de origen antiquísimo extendido por
toda la Tierra. Apenas pocos grupos humanos –los cazadores y recolectores
primitivos, los pigmeos, los bosquimanos, y ciertos católicos– suelen renunciar
a los medios anticonceptivos o prescinden de ellos por completo.
- El procedimiento anticonceptivo más antiguo y usual, el
coitus interruptus, ya aparece desde el Antiguo Testamento, pero hace cuatro
mil años, las egipcias ya se aplicaban intravaginalmente unas bolas de lana y
paño impregnadas de ciertos extractos, también se conoce de muy antiguo el uso
de preservativos hechos de tripas de pescado o diversos animales, la ingestión
de productos vegetales e incluso la abstinencia durante un período determinado
del ciclo menstrual, prácticas ya descritas a comienzos del siglo II por el
griego Sorano de Efeso, que vivía en Roma y uno de los ginecólogos más importantes
de la Antigüedad. La cristiandad parece haber ignorado la gran mayoría de los
medios contraceptivos hasta el siglo XVIII, para ellos la regla era casarse
pronto y producir una descendencia tan amplia como fuera posible. Aunque Jesús
o el Nuevo Testamento no tienen una doctrina explícita sobre el matrimonio o el
control de natalidad pero la iglesia ha prohibido el uso de cualquier medio
anticonceptivo, por simple que sea.
- Aún el coito interrumpido ha sido denostado pecaminoso por
los teólogos, por ser causa de desencadenamiento del placer y que según San
Agustín, degradaba a la mujer a la condición de prostituta. Se prohíbe toda
anticoncepción, para que se multipliquen los feligreses y nutrir los cuadros
clericales. Pero también como expresión de una envidia sexual y una malicia
espiritual que pueden quedar de manifiesto en un breve papal de 1826 que
condena el uso de preservativos “porque obstaculiza los designios de la
Providencia, que quiso castigar a las criaturas por medio del miembro con el que
pecan”: es decir, por ejemplo, por medio de la sífilis, que entonces era
incurable.
- La
iglesia y el condón
- Para la iglesia, la sífilis era más que una enfermedad,
era una plaga de Dios, por el pecado de la lujuria y, sobre todo, la sodomía.
En la Edad Media, las víctimas de enfermedades sexuales, “mujerzuelas disolutas
y depravadas”, eran condenadas a llevar unos hábitos amarillos llamados
“vestidos de canario”, un signo llamativo de su abyección. En el siglo XIX, las
enfermedades de transmisión sexual seguían siendo consideradas pecaminosas y
degradantes, y había que esconderlas.
- Estas cosas son resultado de una moral cuyos apóstoles
siempre han prohibido la profilaxis sexual. A mediados del siglo XIX, cuando
los mismos médicos eran apresados por recomendar medios anticonceptivos, el
Vaticano decreta que “servirse de tal funda es una falta grave; es un pecado
mortal”. Ante la pregunta: “¿debería una mujer entregarse al coito si sabe que
su marido rodea su miembro con una 'capucha inglesa'?, el Papa y el colegio
cardenalicio responden a mediados del siglo XIX: “No, pues sería cómplice de un
crimen abominable y cometería pecado mortal”.
- Apología
a la familia numerosa:
- A finales del siglo XIX, el control de natalidad estaba
muy extendido en Europa y el clero, desde España hasta Alemania, atacaba el
“abuso matrimonial”, las “relaciones sexuales antinaturales”, o la “renuncia a
la bendición de los hijos”. Una instrucción impartida por los obispos belgas en
1909 a propósito del “onanismo matrimonial” –“el perverso pecado de Onán que
cometen en Bélgica ricos y pobres, ciudadanos y campesinos– instruye a los
confesores del modo siguiente: “si alguien practica la anticoncepción por temor
a traer al mundo más hijos de los que podría alimentar, deberá animársele a
poner más confianza en la Providencia, que ya se ocupará de que ninguno muera
de hambre. Si un hombre practica la anticoncepción por temor a que el embarazo
y el alumbramiento pongan en peligro a su mujer, habrá que mitigar sus temores.
Pero si existe un peligro real, se recomendará una castidad heroica”.
- Los sacerdotes enfrentaban al pecado con la apología de la
familia numerosa desde el confesionario. Poco antes de la Primera Guerra
Mundial, los obispos alemanes condenaban todo método anticonceptivo; los
supuestos abusos del matrimonio “por puro placer” serían “pecados graves, muy
graves (...) No puede haber necesidad tan apremiante, ni beneficio tan grande,
ni instinto tan invencible que justifiquen semejante violación de la ley moral
natural de Dios”. Hasta la industria del ramo fue condenada por los pastores
como “nefanda” a causa de su “criminal complicidad”.
- Guerra al
condón pero no a la guerra
- Podían combatir la industria sexual pero nunca la
industria del armamento con igual energía. Nunca se les ocurriría tacharlas de
“criminal” y “nefanda”, los obispos no hablaban entonces de granadas, cañones y
gases. Preferían criticar los preservativos. Ellos justificaban las granadas,
los cañones y el genocidio, pero los preservativos, eran cosa del demonio.
Porque diezman a los consumidores y a quienes están destinados a ser
consumidos, a los usuarios y a quienes son carne de cañón; diezman el poder y
la gloria; ¡guerra a los preservativos! ¡Pero nunca guerra a la guerra!.
- Como demuestra la historia: desde las guerras de
Constantino, pasando por las carnicerías de los merovingios y los carolingios,
las cruzadas en norte, sur, este y oeste, las matanzas de hugonotes, herejes,
brujas y judíos y las grandes masacres religiosas del siglo XVII, hasta las dos
guerras mundiales y el baño de sangre en Vietnam. Esta Iglesia llama al
genocidio culto divino, pero a los profesionales de la medicina les prohíbe
distribuir anticonceptivos: mejor que uno coja la gonorrea o la sífilis.
- La simple venta de métodos
anticonceptivos “es una participación formal en el pecado del comprador” pero
no la venta y compra de granadas.
- Sobre el “atentado de los esposos”
- En 1930, Pío XI, el colaborador de Mussolini, Hitler y
Franco, impartía en su encíclica Casti connubii (“De la nobleza y la dignidad
del matrimonio cristiano”) la doctrina: “Puesto que el acto matrimonial, por su
propia naturaleza, está destinado a la generación de nueva vida, aquellos que,
al practicarlo, lo despojan a sabiendas de su fuerza natural, obran contra la
naturaleza y hacen algo reprobable e inmoral”. Al mismo tiempo, el Papa estaba
–pero sólo verbalmente– “muy conmovido por las quejas de los matrimonios que,
oprimidos por una extrema pobreza, apenas si saben cómo criarán a sus hijos”.
Aunque, pese a toda su conmoción, la “mala situación económica” no puede “ser
motivo para un error aún más funesto”.
- Para el Papa, todo lo que va contra el afán de dominación
divino de la curia es “pecaminoso”, “reprobable”, “inmoral”. La aversión a la
bendición de los hijos por evitar la carga por la pobreza, disfrutando empero
del placer, es de “criminales”, no puede haber placer sin carga y Pío XII fue
paladín de esa moral, nada debe oponerse a la generación de vida.
- Una Instrucción para el tratamiento de los abusos
matrimoniales en el confesonario, impartida por la vicaría general del obispado
de Münster, señala: “Se pide a la parte dócil una resistencia activa al acto,
lo mismo que frente a (...) la violación de un tercero; sólo puede doblegarse
ante la coacción física”. Además “la mujer no puede recurrir a los medios
anticonceptivos ni siquiera como “legítima defensa” ni para protegerse ante un
hombre que padece una enfermedad sexual (...); que, dejando a la mujer
embarazada, la pusiera en evidente peligro de muerte; que sólo pudiera
engendrar niños con graves deficiencias; que no se preocupara en modo alguno de
la alimentación y educación de sus hijos”.
- Se coacciona a las mujeres más sugestionables para que
eviten toda práctica anticonceptiva. “Si es el hombre el que recurre a ellas,
la mujer debe ofrecerle una seria resistencia, negarse y defenderse durante
todo el tiempo y por todos los medios que pueda; en todas las ocasiones, la
mujer debe hacer todo lo posible para evitar este tipo de relación sexual y
sólo la permitirá obligada por un acto de fuerza real que no pueda impedir
aunque lo intente”. “Queremos vivir cristianamente; no tenemos ningún derecho a
cometer excesos (!)”. Así, la mujer debe convencer al marido que quiera poner
impedimentos a la concepción. Así hay que entrometerse en el dormitorio.
- Se califica de exceso a lo que es razonable, se tacha de
pecado y crimen lo que es una obligación obvia de la pareja, los hijos y la
sociedad; y respecto a uno mismo. Se provoca el temor a los anticonceptivos,
presentándolos como causa de infecciones, incluso de cáncer, con una sarta de
mentiras: “la totalidad del sistema circulatorio funciona con dificultad; el
sistema nervioso, que debería relajarse, queda colapsado, y el hombre, en lugar
de liberarse de su instinto, queda esclavizado a él. Pero la mujer deja de ser
mujer desde el punto de vista espiritual, se entrega a la sensualidad, su
condición materna queda enterrada. Inconscientemente, se mata al alma por medio
del cuerpo”.
- La “beatificación” de Knaus-Ogino:
- Pío XII solo autorizó como moralmente justificado y el
único para el que encontró razones “serias”, la utilización de los días no
fértiles de la mujer o método “natural” de Knaus-Ogino. Toda una concesión para
la época, pero para un método muy inseguro, aunque subrayado como diferente a
los “antinaturales” o “artificiales” tan condenados. Cualquier otra medida
preventiva sigue siendo pecaminosa, inmoral: desde el coitus interruptus al
condón, desde el pesario a la píldora.
- En la historia de la farmacia, pocos preparados se
popularizaron con tanta rapidez, con tan buenos resultados: si con el uso de
condones el porcentaje de fracasos era de casi el 50%, con la píldora llegó por
debajo del 1%, con lo que se suprimió el miedo al embarazo que hasta entonces
fue razón decisiva para evitar o limitar las relaciones pre y
extramatrimoniales. Eso desató un pánico enorme. Aunque en 1966 algunos de los
gremios científicos más importantes del mundo (comisiones de expertos de la OMS
y del gobierno británico, autoridades sanitarias de los Estados Unidos, y
otros) destacaron por separado, la inocuidad de la píldora.
-
Concilio Vaticano II y
Pablo VI
- En el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia mantuvo su
línea antihumanística y antihedonística. Los “padres” seguían sin permitir que,
“en el control de la natalidad, los hijos de la Iglesia” recorrieran “caminos
que el magisterio, en aplicación de la ley divina, prohíbe”. En el texto
conciliar no existe la decisión libre de tener hijos o no tenerlos, o de tener
dos, tres o cuatro, el acto matrimonial siempre debe comportar una “voluntad de
reproducción”.
- Pablo VI en los años 60 reafirmaba las normas decretadas
por Pío XII al respecto. En 1968, la “encíclica de la píldora” dejaba claro
que, en este tema, las cosas seguían como siempre. Sólo se permitían los
métodos basados en los ciclos de fertilidad, circunstancia de la que los mismos
católicos se burlaban: “la beatificación de Knaus-Ogino”; Pablo VI también
prohibía todo lo que tratara de impedir la reproducción, “preventivamente,
durante el acto o con posterioridad al mismo” y ordenaba que todo acto sexual
de la pareja “debía ir encaminado, per se, a la reproducción de la vida
humana”, por más que “se estén alegando razones honestas y poderosas para otra
forma de proceder”. (Sólo si una monja está amenazada de violación puede usar
medios anticonceptivos con autorización curial). La circular papal Humanae
vitae mantiene inalterada la tradición teológico-moral de los últimos papas y
se basa en varios dictámenes de la comisión papal sobre la cuestión del control
de natalidad: un dictamen de la mayoría, otro de la minoría y una réplica de la
mayoría al dictamen de la minoría.
- El ultraconservador dictamen de la minoría, decisivo para
la elaboración de la encíclica, habla de la “maldad de la contracepción”, a la
que califica de pecado grave y antinatural, vicio condenable y “homicidio
anticipado”. Los autores del dictamen que se atribuían que “todos los
creyentes” aprobaban sus afirmaciones alegaban que una modificación de la
tradición suscitaría dudas de consideración acerca de la historia de la iglesia,
la autoridad del ministerio pastoral en cuestiones morales. Que si permitiera
el control de natalidad, la Iglesia se pondría en una situación difícil a sí
misma, no sólo negaría todo aquello que antes había exigido, lo que no
significaría gran cosa para unos jerarcas que siempre han sido esclavos de la oportunidad.
- Cólera y crítica de un teólogo
- Humanae vitae irritó a muchos, como pocas
encíclicas en el seno de la misma iglesia. Pues esta clase de escritos son
muestra de autoritarismo papal, expresión del supremo magisterio de los papas y
los creyentes deben acatarlo. Recibió una profunda réplica crítica del teólogo
católico Antón Antweiler, que ponía de relieve que no había ningún mandato de
Dios o de Cristo a propósito del matrimonio, que no había formado parte de la
doctrina católica hasta la edad moderna; que la teología moral no estaba guiada
por la psicología, la sociología, la genética o la medicina modernas, sino por
anticuadas ideas escolásticas; que la encíclica manifestaba un total
desconocimiento científico y antropológico, y en cambio era dura y cruel, y ni
aportaba una solución al problema, ni servía de ayuda a la mujer, la familia o
la sociedad; al contrario, el llamamiento al sacrificio y al idealismo debía
aparecer a las personas en dificultades como puro sarcasmo. El teólogo replicó
el documento de su jefe sistemáticamente, casi frase por frase e igualmente lo
redujo al absurdo con lógica y lucidez reconfortantes, con imponente serenidad
y, de cuando en cuando, cuando era inevitable, con esa sutil y mortal ironía
que corresponde al asunto tratado.
- Esclerotizados
e hipócritas
- Dos grupos numerosos de premios Nobel ya habían solicitado
a Pablo VI antes del documento papal “una revisión de la posición
católico-romana en el tema del control de natalidad”, pero después de la
publicación de aquél, más de dos mil científicos americanos aseguraron en una
carta de protesta: “No nos dejaremos influir más por llamamientos a la paz
mundial y a la compasión hacia los pobres de un hombre cuyos actos sólo
contribuyen a favorecer la guerra y a hacer inevitable la pobreza”.
- Pero este escrito encíclico del Papa es resultado del
sistema esclerosado que representaba antes que su propia posición. De una
institución catastrófica desde Pablo, y no solo desde Pablo VI.
- Un control consciente de natalidad es indispensable para
orientar la vida humana; su importancia difícilmente puede ser sobrevalorada.
Gracias a él podemos decidir el tamaño de la familia y el intervalo entre
nacimientos, impedir miseria material y el desgaste de la salud, así como
algunas crisis matrimoniales y traumas infantiles. Y es que el problema de una
existencia no deseada arrastra graves consecuencias.
- ¿Qué soluciones racionales
ofrece la Iglesia para los numerosos problemas relacionados con la reproducción
humana? ¿Qué propuestas practicables hace desde los puntos de vista individual
y social? ¿Qué hace para evitar el agotamiento físico y psíquico de los padres
de familias numerosas o para evitar la superpoblación y las hambrunas?; o bien
dosifica a sus pobres, a sus masas –el único placer que se pueden permitir,
sometido a la obligación de producir constantemente nuevos católicos– o bien, si
no se ama “según las reglas de la naturaleza”, exige un ascetismo estricto, “la
castidad perfecta”, “una vida como hermano y hermana, según el notable ejemplo
de la madre de Dios y San José”: una alternativa que sólo ha podido surgir de
los cerebros de unos celibatarios sádicos.
- Pero el control de natalidad se practica menos cuanto peor
es la educación y más baja la clase social. Las consecuencias son catastróficas
cuando nacen más de lo que se puede mantener decorosamente. Problemas de
conciencia, desavenencias, apuros económicos, huelgas, viviendas miserables, hambre
de masas, mayor mortalidad y desnutrición entre hijos de mujeres gran
multigestas, hacinamiento con maltrato infantil, habitaciones llenas de niños
hambrientos... que no le preocupan en nada al clero: “¡más valen diez en la
cuna que uno en la conciencia!”. El control de natalidad ha adquirido una
excepcional importancia, y no solo para el individuo.
- Malthus y
Weinhold
- A comienzos del siglo XIX, el clérigo anglicano Robert
Malthus había tratado de arreglar la superpoblación y la pobreza por medio de
la ascesis sexual, recomendando a la gente que se casara tarde y fuera casta.
Su teoría implicaba que el que no tiene dinero, en el fondo, no tiene derecho
al amor. Pues según la doctrina católica, la relación sexual presupone una
voluntad de reproducción; pero eso sólo se lo podían permitir los pudientes y
no los raquíticos y los tísicos que vivían en lúgubres tugurios, como Malthus
dio a entender. En Inglaterra, el “apologista del capitalismo” fue nombrado
profesor, en Francia y Alemania las academias le rindieron honores y la mayoría
de los economistas de Europa se declararon sus discípulos, aunque no se
adhirieran a todas sus tesis.
- Un engendro, llamado Kari August Weinhold, de Halle, antiguo
cirujano de campaña en Sajonia y catedrático de cirugía, se propuso la audaz
tarea de resolver desde un punto de vista médico el problema maltusiano de la
población. En su desdichado escrito “Sobre la reproducción mayoritaria del
capital humano frente al capital de explotación y el trabajo en los países
europeos civilizados junto a algunas propuestas médico-policiales para lograr
un equilibrio entre pobreza y bienestar” de 1828, sugirió que a los hombres
había que soldarles el miembro, al menos hasta cierta edad. Una cosa inofensiva,
que él mismo había experimentado con éxito en jóvenes onanistas, contando
solamente con un poco de metal, plomo, aguja, hilo y soplete. Eso sí, pretendía
que se exigiera la “soldadura y sellado metálico” sólo hasta la celebración del
matrimonio y sólo “a aquellos a quienes pudiera probarse que no poseían
suficientes bienes como para alimentar y educar hasta la mayoría de edad a los
hijos engendrados fuera del matrimonio. Aquellos que nunca obtuvieran una
posición que les permitiese alimentar y educar a una familia llevarían la
soldadura durante toda su vida”.
- Metodo de
control inhumano en las fábricas;
- La sociedad cristiana no aceptó ni las propuestas
maltusianas ni la infibulación a la Weinhold, pero en medio de la revolución
industrial lanzaron a sus hijos a las fábricas a precio barato; los niños eran
rentables por sus salarios miserables al trabajar para las empresas de las
grandes máquinas en el hilado del algodón. Se arrojaba a montones de
niños a estas hilanderías –en 1796, la familia Peel ya tenía empleados a más de
mil niños–, reclutándolos sobre todo en las Workhouses (casas de trabajo) con excusa
de darles una educación como 'aprendices'. Eran niños desde los cinco años, la
mayoría tenían entre siete y nueve, encerrados en estancias pequeñas y llenas
de humo; sus dedos se movían tratando de anudar de nuevo los hilos rotos para
completar, con la máxima atención, el monótono trabajo de la máquina. El amo
fijaba arbitrariamente la jornada de trabajo: catorce, hasta dieciséis horas al
día; incluida la pequeña pausa para disfrutar de un pobre refrigerio. Otros les
hacían trabajar ininterrumpidamente, día y noche, renovando la plantilla cada
doce horas. Otros fijaban una jomada de catorce horas o más y sólo concedían un
pequeño descanso a los más fatigados para que pudieran dormir. La larga fusta
del vigilante, mantenía despiertos a los pequeños cansados. Pero si los niños
sufrían deformaciones o se consumían físicamente, si se volvían definitivamente
inútiles para el trabajo o medio idiotas, la plutocracia no se sentía conmovida
para preocuparse por una cosa así. Así, la explotación de estos niños es doblemente
ventajosa, sacan un gran beneficio del trabajo barato y la explotación de niños
elimina una parte de la población, cuyo exceso podría llegar a ser peligroso.
- Sin
planificación el desastre, mezquindad de la iglesia:
- Sin planificación familiar, dentro de doscientos años
vivirían, con los actuales índices de crecimiento, cien mil millones de
personas y nuestro mundo sería una gigantesca ciudad, excluidos los mares, las
grandes montañas y los círculos polares. Por tanto, la limitación de la
natalidad se ha convertido en una obligación ética. Pero mientras nuestros
principales expertos en demografía alarman a la humanidad, el catolicismo
persiste inconmovible en su prohibición. Y lo hace con mayor fuerza en un
momento en que su crecimiento porcentual está por debajo del de la población
mundial y temen se reduzca su feligresía.
- Los Papas han iniciado desde
décadas, ofensivas diplomáticas secretas ante distintos gobiernos y organizaciones
internacionales –en especial, Estados Unidos y la ONU– para prohibir la
financiación y el apoyo de la planificación familiar. El mismo Vaticano ha
confirmado la existencia de una circular secreta sobre el control de natalidad enviada
a todas las representaciones vaticanas. Las consecuencias de esta política
quedan ilustradas por la respuesta que el teólogo holandés Jan Visser dio en la
televisión alemana a la pregunta de si la Iglesia se iba a cruzar de brazos
ante una superpoblación fatal de la Tierra: “Sí. Si está verdaderamente
convencida de que ésa es la ley de Dios, yo diría que sí. Aunque se hunda el
mundo, debe suceder lo que es justo”.
- El jesuita Gundiach interpretaba en 1959 la doctrina de
Pío XII sobre la guerra nuclear de modo similar: “El recurso a la guerra atómica
no es absolutamente inmoral”. Aun en el caso de que nuestro planeta fuera
destruido, escribe Gundiach, el hecho tendría poca importancia. “Primero,
porque tenemos la completa seguridad de que el mundo no durará eternamente y,
segundo, porque no somos responsables del fin del mundo. Así que podemos decir
que si el Señor, mediante su divina Providencia, nos ha conducido hasta esa
situación o ha permitido que llegáramos a ella, desde ese momento nosotros
debemos dar testimonio de fidelidad a Su Orden y asumir la responsabilidad”.
- Este discurso viene del mismo tipo de personas, gente que
alzan devotamente los ojos y pregonan: “¡más valen diez en la cuna que uno en
la conciencia!”.
- En la actualidad, el protestantismo de uno y otro lado del
Atlántico juzga la planificación familiar bastante más liberalmente. En la
conferencia de Lambeth de 1908 la iglesia anglicana había condenado “con
horror” cualquier medio anticonceptivo artificial, pero en 1958 declaró que la
reproducción no era la única finalidad del matrimonio y que era “completamente
falso que la relación sexual tuviera carácter pecaminoso cuando no se deseaba
expresamente tener hijos”. Y en 1960 el Committee on Moráis de la Iglesia de
Escocia constató con toda evidencia que “traer un hijo al mundo sólo por
satisfacer un deseo físico es menos moral que considerar la reproducción como
un acto de responsabilidad”.
- Todas las formas de control de natalidad que no conllevan
efectos secundarios negativos para la salud están permitidas: el preservativo,
el diafragma, el coitus interruptus, etcétera; por una parte, se puede acudir a
la biblia, que ignora tales prohibiciones, y por otra parte se sostiene el
criterio lógico de que, desde el punto de vista de los principios éticos,
aprovechar los días no fértiles es tan legítimo como usar medios mecánicos. El
consejo nacional de la Iglesia protestante de los EEUU y el primado anglicano y
arzobispo de Canterbury autorizaron la utilización de la píldora en 1961,
juzgándola como lícita y compatible con la moral cristiana.
- Pero el protestantismo coincide con el papado en rechazar
el control de natalidad practicado por puro placer y comodidad y, sobre todo,
en tanto que condena el aborto radical y decididamente.
- Ha sido en los últimos años cuando se ha empezado a
vislumbrar una tendencia humanitaria hacia la interrupción del embarazo en las
filas evangélicas, aunque de momento son opiniones muy aisladas. Así por
ejemplo, en 1967, Howard Moody, de la Judson Memorial Church de Nueva York,
fundó un Servicio Nacional de Asesoramiento Religioso para la Interrupción del
Embarazo que, desde entonces, ha hecho posible la realización de decenas de
miles de abortos; la convención baptista de 1968 también dijo que el aborto
debía dejarse “al libre criterio personal” hasta la duodécima semana de
gestación; y en 1971, un sínodo evangélico celebrado en Berlín-Oeste tuvo, al
menos, la suficiente honradez como para exigir una reforma en el tratamiento penal
del aborto y el fin de la “hipocresía que supone la práctica actual”. La
jerarquía católica se aferra a sus posiciones. El Concilio Vaticano Segundo
siguió calificando el aborto como “un crimen abominable”.
- La iglesia sigue abogando por el matrimonio casto y
fértil, y por la no anticoncepción. Los esposos no tienen decisión propia y
“deben ajustarse al plan de dios”, “el matrimonio no es una acto de amor si se
le priva de su fuerza reproductora” según Juan Pablo II, paladín recurrente de
esa causa. Para ello se remite a la encíclica Humanae Vitae (citada a menudo
por él para diversos temas). Incluso desaconseja los “métodos naturales”
autorizados por Pablo VI ya que esos días infértiles pueden ser “fuente de
abuso, si las parejas intentan evitar la reproducción por este medio sin
motivos justificados, manteniendo el número de hijos por debajo del consagrado
por la moral de sus familias”. El aborto es cosa del diablo, un crimen, un
“asesinato”, un hecho para el que “no hay palabras”. Nunca dejó de predicarlo
con profunda convicción, toda destrucción premeditada de una vida humana
mediante el aborto, cualesquiera que sean las razones por las que tenga lugar,
está en desacuerdo con la ley de dios, que no está permitida a ningún individuo
o grupo”.
- Pero no le importa restregarlo a los habitantes de zonas
superpobladas, enseñándoles “que la sabiduría de Dios anula los cálculos
humanos”. En Indonesia dice: “No temamos nunca que el reto sea demasiado grande
para nuestro pueblo; ellos han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo
y son su pueblo”, “que lo que es imposible para el hombre, es posible para dios
(...)”. En África, nunca predicó el control de la natalidad, al contrario. El
hambre no lo compadece nunca. En Onitsha dice “los medios anticonceptivos y el
aborto no han respetado a vuestro país”, en Kaduna (Nigeria) dice indignado:
“el aborto es un asesinato de niños inocentes (...) La lucha por la educación
católica de vuestros hijos merece un fuerte apoyo”; luego en otros lares, en
1982, en Madrid, condenaba el aborto como “un grave atentado contra el orden
moral. La muerte de un inocente no puede justificarse nunca (...)”...
- Lo dice el más alto jerarca de una institución que ha
despreciado la vida humana con más intensidad, durante más tiempo y más
espantosamente que cualquier otra institución del mundo, que ha torturado, que
ha masacrado, quemado, ahogado, despedazado, arrojado a los perros y
crucificado. ¿Pero cuándo se ha practicado esta santidad? ¿En la quema de
herejes y brujas? ¿En los casi dos mil años de progromos antijudíos? ¿En la
aniquilación de indios y negros, con millones de víctimas? ¿Durante las
Cruzadas, en alguna de las guerras mundiales, en la guerra del Vietnam?.
- Nadie ha sido más voraz para acaparar bienes materiales
que la Iglesia católica, que en la Edad Media poseía la tercera parte del suelo
de toda Europa y que en el Este retuvo un tercio del enorme imperio ruso hasta
1917, pero el Papa coloca a la sexualidad entre las drogas,
el alcohol y el vandalismo.
- La nueva hipocresía:
- Ronald Reagan, jugó en pared con Juan Pablo II contra el
aborto en los EEUU, donde desde una sentencia del Tribunal Supremo de 1973, la
interrupción del embarazo en los tres primeros meses de gestación es un derecho
constitucional de la mujer. En esta cruzada, Reagan tuvo una apretada pero
grave derrota en el Senado a mediados de septiembre de 1982. Y cuando, en la
Conferencia sobre la Población Mundial celebrada en México en agosto de 1984,
amplió su veredicto de dejar de subvencionar a las organizaciones que
favorecían el aborto, el Osservatore Romano vaticano aplaudió como “un paso
histórico en el camino de la confirmación del derecho de toda persona a la vida
desde el instante de la concepción”.
- En Irlanda aún es ilegal el aborto, y en 1983 –cuando
hasta la venta de medios anticonceptivos seguía siendo ilegal– adquirió rango
constitucional, en medio de una agresiva campaña de la Iglesia católica. Desde
entonces, las abortistas son en Irlanda enemigas de la Constitución: un enorme
triunfo de los obispos sobre el jefe del Gobierno, Garret Fitzgeraid, que vio
cómo sus propósitos liberalizadores se esfumaron ante los fanáticos. En 1986, cuando
se empezó a discutir sobre la prohibición constitucional del divorcio –Irlanda
era, junto a Malta, el único país europeo que lo prohibía–, el clero irlandés
volvió a lanzar sus ataques para oponerse. El cardenal Thomas 0'Fiaich, primado
irlandés, habló de “la plaga del divorcio”. Y el arzobispo de Dublín, McNamara,
comparó al divorcio con la catástrofe de Chernobyl, pues ambas “envenenan a
toda la sociedad” y llamó a la gente a rezar contra la “destrucción de los
fundamentos tradicionales”, (con todo, el Senado tuvo en Irlanda la facultad de
disolver los matrimonios entre 1922 y 1937). Una vez más, la campaña católica
tuvo éxito, los irlandeses se siguen casando para toda la vida y la política de
la República todavía está “determinada por la Iglesia católica”.
- La cifra de víctimas, por muy alta que sea, nunca ha
despertado la compasión de los papas. A Juan Pablo II los millones de muertos
de hambre le dejan frío. Tanto si habla en Fulda como si lo hace en Nueva
Guinea, siempre permanece frío y despiadado, consolando con citas bíblicas
vacías.