jueves, 18 de octubre de 2012

12.- LA IGLESIA Y EL ABORTO


LA IGLESIA Y EL ABORTO
                                                       Basado en "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Deschner

- “Aunque se vaya a morir de hambre después de veinticuatro horas de vida larval, o tenga una caducidad de un año por la epilepsia, de dos, por tuberculosis, o de seis, por sífilis hereditaria; aunque vaya a llevar los estigmas del alcoholismo paterno o de la desnutrición materna, o el baldón de una relación extramatrimonial... según el artículo 218, debe nacer ante todo que nazca: el ídolo lo exige”.   
                                                                                                                               GOTTFRIED BENN
- “Todos se preocupan de mí: las Iglesias, el Estado, los médicos y los jueces... Durante nueve meses. Pero después: allá me las apañe para seguir adelante. Durante cincuenta años nadie se va a preocupar de mí; nadie. En cambio, durante nueve meses se matan si alguien pretende matarme. ¿No son unos cuidados bastante peculiares?
                                                                                                                             KURT TUCHOLSKY
- “El clero protege la vida antes del nacimiento. Pero si cientos de miles de jóvenes son hechos pedazos, el clero no hace nada para impedirlo, sino que  bendice las banderas y los cañones”.                                                                                         
                                                                                                                                 ERNST KREUDER

- Los embarazos no deseados y los abortos son tan antiguos como la humanidad. Algunas de las grandes religiones no mencionan prohibición expresa del aborto: el Islam incluso llega a permitir la operación hasta el sexto mes. Entre los antiguos griegos y romanos también era normal; Platón y Aristóteles lo defendieron y la sociedad en que vivían, lo consideraba “bueno”: tal vez ésa fue la razón por la que ni el propio fanatismo de San Pablo, tocó el problema.
- La iglesia siempre se preocupó por “el no nacido”... teóricamente. Pero, en la práctica, ha habido pocos lugares donde el aborto fuera una práctica tan sistemática como en los conventos de monjas. A los “más pequeños” desde la Antigüedad a nuestros días se les ha impuesto el bautismo, porque es la mejor edad para obligarlos a hacer algo que en su adultez sería más difícil. El papa se erige fanático protector del embrión para que ya nacido, explotarlo desde la infancia: hubo niñas quemadas como brujas, hubo infanticidios en masa en sus cruzadas, se les utilizó en una cruzada de los niños en que terminaron masacrados o vendidos como esclavos, miles de niños fueron aniquilados por fanáticos católicos en Croacia en plena II Guerra mundial, los había en los campos de concentración en Lobor, en Jablanac, en Mlaka, en Brocice, en Ustice, en Sisak, en Gomja, en Rijeka... ante la pasividad del papa.

- Procrear soldados, conciencia de doble moral, primeros castigos al aborto:
- Desde el siglo II, los papas, han definido el aborto como un grandísimo crimen. Para San Agustín ,“Toda mujer, que hace algo para no traer al mundo tantos hijos como podría, es tan culpable de todos esos asesinatos como la que intenta lesionarse después del embarazo”. Las abortistas eran como homicidas y según el sínodo de Elvira del 306, debían someterse a penitencias públicas a perpetuidad, pero luego se redujeron las penas por sucesivos documentos eclesiásticos a diez años para las culpables y veinte años para los cómplices.
- Un intento de aborto se perseguía en la Edad Media como si fuese un asesinato; a veces la interrupción del embarazo debía ser expiada por doce años y el infanticidio con quince y, en caso de homicidio premeditado de un lactante, la culpable podía acabar sus días internada en un convento.
- La Iglesia aún no admite ni la indicación eugenésica (interrupción del embarazo por enfermedad mental de la madre u otras enfermedades heredables por el feto), ni la ética (interrupción de un embarazo producto de una violación), ni la social (pobreza, madre soltera o demasiado joven), e impone la excomunión a todos los implicados, incluida la mujer afectada. Pero ninguna conmoción ante las fosas comunes con miles de cuerpos de gente “que tenía derecho a nacer”. Un arcipreste castrense, dice: “¡las madres también deben defender Europa!” alumbrando carne de cañón. Hay que proteger al que está por nacer, sin importar que rápido se extinga luego.
- Para proteger al no nacido no se ahorran desde amenazas hasta buenos consejos. No matarás, “Quien mata a uno de estos seres es un asesino”, comete “un gravísimo hurto contra Dios”, según la fórmula que empleó el cardenal Faulhaber, quien ayudó a matar en ambas guerras mundiales a los que no fueron hurtados. Esto último no fue un robo a Dios; esto último agradó al Señor: fue un sacrificio que le complació. “Con Dios” decía en las cartucheras de millones de agonizantes caídos en algún lugar de los campos de batalla; “gustosamente”, afirma Faulhaber en su condición de capellán castrense; “bellamente”, dice otro eclesiástico, Pero sobre todo: bautizados.
- Pero los fetos muertos no han sido bautizados, pero tienen un “alma inmortal” desde el primer instante, desde la concepción, cosa que no siempre se ha sabido. Aunque según estimaron la mayoría de los padres, incluido Santo Tomás, el alma penetraba en el cuerpo de los niños a los cuarenta días, y en el de las niñas a los ochenta, otra discriminación.
- El brazo secular de la Iglesia actuó brutalmente contra el aborto y el infanticidio, a menudo castigados con muerte. Con frecuencia, las muchachas culpables eran insaculadas, es decir, metidas en un saco –a veces, junto a un perro, un gallo, un gato y una serpiente– y arrojadas al agua mientras se entonaba una canción adecuada a la situación. En el siglo XVIII, la cristiandad todavía eliminaba de ese modo a las jóvenes madres. En casi toda Europa, eran atormentadas con tenazas ardientes, enterradas en vida o empaladas. “Enterrad viva a la exterminadora de niños: una caña en la boca y una estaca en el corazón” establece, concisa y concluyentemente, la Instrucción de Brenngenborn de 1418.
- La Constitutio Criminalis Carolina, del devoto Carlos V –legislación penal que siguió vigente hasta el siglo XVIII, y en algunos estados alemanes hasta 1871– era algo más civilizada y humana: “si una mujer mata con premeditación, nocturnidad y alevosía a un hijo suyo vivo y ya formado, generalmente será enterrada viva y empalada. Pero, para evitar complicaciones en estos casos, pueden ser ahogadas cuando en el lugar del juicio hubiese disponibilidad de agua. Mas si tales crímenes suceden a menudo, para atemorizar a las tales malas mujeres, queremos autorizar el recurso al mencionado enterramiento y empalamiento, o que se desgarre a la malhechora con tenazas ardientes antes de ser ahogada, todo ello según el consejo de los expertos en derecho”.
- El aborto estuvo prohibido a lo largo de toda la era cristiana y fue legalizada en la Unión Soviética en 1920, quedando a cargo de los médicos de los hospitales públicos; y es que, antes, aproximadamente el 50% de las pacientes sufrían complicaciones septicémicas y el 4% morían como resultado de la operación. El aborto volvió a ser prohibido –con escasas excepciones– en la época de Stalin, pero en 1955 fue nuevamente legalizado.
- En Rusia se practican unos cinco millones de abortos legales al año y las extranjeras también pueden someterse a dicha operación. Igual en Polonia, Yugoslavia, Japón y, desde 1968, en Inglaterra, donde seguía castigándose a finales del siglo XIX con cadena perpetua. El respeto a la vida humana no ha disminuido en ninguno de esos estados.
- ¿Por qué Stalin y Hitler castigaban el aborto?. Los argumentos de ambos, son los mismos que la Iglesia esgrime en la actualidad.
- La legalización del aborto reduce considerablemente la mortalidad y la morbilidad. Un aborto realizado por especialistas tiene menos riesgos que un nacimiento normal. En todos los lugares en los que el aborto se hace bajo atención médica permitida, las conocidas consecuencias de las intervenciones ilegales –fiebre, infecciones, un cierto tipo de esterilidad– tienden a desaparecer de inmediato. En los estados del bloque oriental había a finales de los años cincuenta seis muertes por cada cien mil operaciones de este tipo; en Checoslovaquia la cifra se había reducido a 1,2 a comienzos de los sesenta y en Hungría era de 0,8 en 1968.
- Frente a dichas cifras, la mortalidad en los abortos ilegales practicados en occidente es diez veces superior. Así, millones de mujeres se han convertido en las víctimas de instituciones religiosas que siguen influyendo en nuestras leyes, que siguen predicando el dogma del pecado original, que siguen condenando el placer extramatrimonial, que siguen intentando sabotear la educación sexual de los jóvenes y alimentando la hipocresía, las neurosis y las agresiones.
- La doctrina cristiana sobre los vicios del siglo III, ya ponía la gula y la lujuria en lo más alto y San Agustín sistematizó el asco sexual para la teología. Agustín, según Theodor Heuss, “la fuente más pura .y… profunda” de la que surge el pensamiento católico, un personaje que fue amante de varias mujeres, y quizás también de algunos hombres, no controlaba sus propios problemas sexuales, que vacilaba entre el placer y la frustración, que rezaba: “¡concédeme la castidad (...), pero no ahora!”, que sólo se volvió religioso después de haberse cansado de fornicar, cuando su debilidad por las mujeres se transformó en lo contrario –como les ocurre a algunos hombres al envejecer– y se le presentaron diversos achaques de salud, molestos sobre todo para un retórico (los pulmones, el pecho), este Agustín fue el que creó la clásica doctrina patrística del pecado y de la batalla contra la concupiscencia, influyendo hasta hoy en la moral cristiana y en el destino de millones de occidentales sexualmente inhibidos y reprimidos. Para San Agustín, no hay más amor que el amor a Dios; el amor propiamente dicho es, en el fondo, asunto del Diablo.
- “Hay dos formas de amor: una es santa, la otra es profana”. “Cuando el amor crece, la concupiscencia disminuye”. “El amor se alimenta de lo mismo que debilita el anhelo sensual; lo que mata a éste, da plenitud a aquél”. Por tanto, el verdadero amor no puede ser sino casto. “El verdadero amor es casto y puro” , dice en Cassie de Dos Passos.
- El obispo de Hipona se indignaba y se escandalizaba de los coitos y de los orgasmos que había disfrutado en sus días vigorosos; ahora deploraba hasta las tentaciones del paladar y el placer era para él una cosa del diablo, “abominable”, “infernal”, una “inflamación irritante”, un “ardor horrible”, una “enfermedad”, una “putrefacción”, un “cieno asqueroso”, etcétera. Las palabras salen de él como de un bubón al reventar.
- El verdadero padre del dogma del pecado original –que no adquirió la categoría de artículo de fe hasta el siglo XVI– fue San Agustín, que creía que el pecado de Adán era un crimen de naturaleza múltiple y que a los niños no bautizados les esperaban las penas eternas del Infierno. Influido por el odio sexual de San Pablo y por las ideas maniqueas de maldad heredada, totalmente intoxicado por una cupiditas reprimida e incapaz de pensar naturalmente sobre lo natural, Agustín llegó a la conclusión de que la humanidad es un “conglomerado de corrupción” y una “masa condenada”, entrelazando pecado original y concupiscencia hasta tal punto que para él ambas cosas son casi idénticas: el mal se transmite mediante el acto de la generación.
- El odio sexual agustiniano se propagó de generación en generación. Todo lo corporal se convirtió en combustible del pecado, todo lo sexual era indecente y sucio, y colocaba a los seres humanos al nivel de los animales. Para los primeros escolásticos, el instinto sexual es el colmo de la depravación y toda sensación libidinosa es pecado. San Buenaventura califica el acto amoroso de “corrupto y en cierto modo apestoso”. Tomás de Aquino lo relega a “lo más vil”; habla de “suciedad obscena” y anuncia que la incontinencia “bestializa”. Y San Bernardo de Claraval, para quien todos hemos sido “concebidos por el deseo pecaminoso” y destruidos por “la comezón de la concupiscencia”, declara que el ser humano apesta más que el cerdo, por culpa del placer perverso.
- Pigmeos, bosquimanos y católicos. Coito interrumpido
- El control consciente de la natalidad o planificación familiar es un fenómeno muy antiguo de la vida humana antes que una novedad de la “degeneración” moderna, es un fenómeno de origen antiquísimo extendido por toda la Tierra. Apenas pocos grupos humanos –los cazadores y recolectores primitivos, los pigmeos, los bosquimanos, y ciertos católicos– suelen renunciar a los medios anticonceptivos o prescinden de ellos por completo.
- El procedimiento anticonceptivo más antiguo y usual, el coitus interruptus, ya aparece desde el Antiguo Testamento, pero hace cuatro mil años, las egipcias ya se aplicaban intravaginalmente unas bolas de lana y paño impregnadas de ciertos extractos, también se conoce de muy antiguo el uso de preservativos hechos de tripas de pescado o diversos animales, la ingestión de productos vegetales e incluso la abstinencia durante un período determinado del ciclo menstrual, prácticas ya descritas a comienzos del siglo II por el griego Sorano de Efeso, que vivía en Roma y uno de los ginecólogos más importantes de la Antigüedad. La cristiandad parece haber ignorado la gran mayoría de los medios contraceptivos hasta el siglo XVIII, para ellos la regla era casarse pronto y producir una descendencia tan amplia como fuera posible. Aunque Jesús o el Nuevo Testamento no tienen una doctrina explícita sobre el matrimonio o el control de natalidad pero la iglesia ha prohibido el uso de cualquier medio anticonceptivo, por simple que sea.
- Aún el coito interrumpido ha sido denostado pecaminoso por los teólogos, por ser causa de desencadenamiento del placer y que según San Agustín, degradaba a la mujer a la condición de prostituta. Se prohíbe toda anticoncepción, para que se multipliquen los feligreses y nutrir los cuadros clericales. Pero también como expresión de una envidia sexual y una malicia espiritual que pueden quedar de manifiesto en un breve papal de 1826 que condena el uso de preservativos “porque obstaculiza los designios de la Providencia, que quiso castigar a las criaturas por medio del miembro con el que pecan”: es decir, por ejemplo, por medio de la sífilis, que entonces era incurable.
- La iglesia y el condón
- Para la iglesia, la sífilis era más que una enfermedad, era una plaga de Dios, por el pecado de la lujuria y, sobre todo, la sodomía. En la Edad Media, las víctimas de enfermedades sexuales, “mujerzuelas disolutas y depravadas”, eran condenadas a llevar unos hábitos amarillos llamados “vestidos de canario”, un signo llamativo de su abyección. En el siglo XIX, las enfermedades de transmisión sexual seguían siendo consideradas pecaminosas y degradantes, y había que esconderlas.
- Estas cosas son resultado de una moral cuyos apóstoles siempre han prohibido la profilaxis sexual. A mediados del siglo XIX, cuando los mismos médicos eran apresados por recomendar medios anticonceptivos, el Vaticano decreta que “servirse de tal funda es una falta grave; es un pecado mortal”. Ante la pregunta: “¿debería una mujer entregarse al coito si sabe que su marido rodea su miembro con una 'capucha inglesa'?, el Papa y el colegio cardenalicio responden a mediados del siglo XIX: “No, pues sería cómplice de un crimen abominable y cometería pecado mortal”.
- Apología a la familia numerosa:
- A finales del siglo XIX, el control de natalidad estaba muy extendido en Europa y el clero, desde España hasta Alemania, atacaba el “abuso matrimonial”, las “relaciones sexuales antinaturales”, o la “renuncia a la bendición de los hijos”. Una instrucción impartida por los obispos belgas en 1909 a propósito del “onanismo matrimonial” –“el perverso pecado de Onán que cometen en Bélgica ricos y pobres, ciudadanos y campesinos– instruye a los confesores del modo siguiente: “si alguien practica la anticoncepción por temor a traer al mundo más hijos de los que podría alimentar, deberá animársele a poner más confianza en la Providencia, que ya se ocupará de que ninguno muera de hambre. Si un hombre practica la anticoncepción por temor a que el embarazo y el alumbramiento pongan en peligro a su mujer, habrá que mitigar sus temores. Pero si existe un peligro real, se recomendará una castidad heroica”.
- Los sacerdotes enfrentaban al pecado con la apología de la familia numerosa desde el confesionario. Poco antes de la Primera Guerra Mundial, los obispos alemanes condenaban todo método anticonceptivo; los supuestos abusos del matrimonio “por puro placer” serían “pecados graves, muy graves (...) No puede haber necesidad tan apremiante, ni beneficio tan grande, ni instinto tan invencible que justifiquen semejante violación de la ley moral natural de Dios”. Hasta la industria del ramo fue condenada por los pastores como “nefanda” a causa de su “criminal complicidad”.
- Guerra al condón pero no a la guerra
- Podían combatir la industria sexual pero nunca la industria del armamento con igual energía. Nunca se les ocurriría tacharlas de “criminal” y “nefanda”, los obispos no hablaban entonces de granadas, cañones y gases. Preferían criticar los preservativos. Ellos justificaban las granadas, los cañones y el genocidio, pero los preservativos, eran cosa del demonio. Porque diezman a los consumidores y a quienes están destinados a ser consumidos, a los usuarios y a quienes son carne de cañón; diezman el poder y la gloria; ¡guerra a los preservativos! ¡Pero nunca guerra a la guerra!.
- Como demuestra la historia: desde las guerras de Constantino, pasando por las carnicerías de los merovingios y los carolingios, las cruzadas en norte, sur, este y oeste, las matanzas de hugonotes, herejes, brujas y judíos y las grandes masacres religiosas del siglo XVII, hasta las dos guerras mundiales y el baño de sangre en Vietnam. Esta Iglesia llama al genocidio culto divino, pero a los profesionales de la medicina les prohíbe distribuir anticonceptivos: mejor que uno coja la gonorrea o la sífilis.
- La simple venta de métodos anticonceptivos “es una participación formal en el pecado del comprador” pero no la venta y compra de granadas.
- Sobre el “atentado de los esposos
- En 1930, Pío XI, el colaborador de Mussolini, Hitler y Franco, impartía en su encíclica Casti connubii (“De la nobleza y la dignidad del matrimonio cristiano”) la doctrina: “Puesto que el acto matrimonial, por su propia naturaleza, está destinado a la generación de nueva vida, aquellos que, al practicarlo, lo despojan a sabiendas de su fuerza natural, obran contra la naturaleza y hacen algo reprobable e inmoral”. Al mismo tiempo, el Papa estaba –pero sólo verbalmente– “muy conmovido por las quejas de los matrimonios que, oprimidos por una extrema pobreza, apenas si saben cómo criarán a sus hijos”. Aunque, pese a toda su conmoción, la “mala situación económica” no puede “ser motivo para un error aún más funesto”.
- Para el Papa, todo lo que va contra el afán de dominación divino de la curia es “pecaminoso”, “reprobable”, “inmoral”. La aversión a la bendición de los hijos por evitar la carga por la pobreza, disfrutando empero del placer, es de “criminales”, no puede haber placer sin carga y Pío XII fue paladín de esa moral, nada debe oponerse a la generación de vida.
- Una Instrucción para el tratamiento de los abusos matrimoniales en el confesonario, impartida por la vicaría general del obispado de Münster, señala: “Se pide a la parte dócil una resistencia activa al acto, lo mismo que frente a (...) la violación de un tercero; sólo puede doblegarse ante la coacción física”. Además “la mujer no puede recurrir a los medios anticonceptivos ni siquiera como “legítima defensa” ni para protegerse ante un hombre que padece una enfermedad sexual (...); que, dejando a la mujer embarazada, la pusiera en evidente peligro de muerte; que sólo pudiera engendrar niños con graves deficiencias; que no se preocupara en modo alguno de la alimentación y educación de sus hijos”.
- Se coacciona a las mujeres más sugestionables para que eviten toda práctica anticonceptiva. “Si es el hombre el que recurre a ellas, la mujer debe ofrecerle una seria resistencia, negarse y defenderse durante todo el tiempo y por todos los medios que pueda; en todas las ocasiones, la mujer debe hacer todo lo posible para evitar este tipo de relación sexual y sólo la permitirá obligada por un acto de fuerza real que no pueda impedir aunque lo intente”. “Queremos vivir cristianamente; no tenemos ningún derecho a cometer excesos (!)”. Así, la mujer debe convencer al marido que quiera poner impedimentos a la concepción. Así hay que entrometerse en el dormitorio.
- Se califica de exceso a lo que es razonable, se tacha de pecado y crimen lo que es una obligación obvia de la pareja, los hijos y la sociedad; y respecto a uno mismo. Se provoca el temor a los anticonceptivos, presentándolos como causa de infecciones, incluso de cáncer, con una sarta de mentiras: “la totalidad del sistema circulatorio funciona con dificultad; el sistema nervioso, que debería relajarse, queda colapsado, y el hombre, en lugar de liberarse de su instinto, queda esclavizado a él. Pero la mujer deja de ser mujer desde el punto de vista espiritual, se entrega a la sensualidad, su condición materna queda enterrada. Inconscientemente, se mata al alma por medio del cuerpo”.
- La “beatificación” de Knaus-Ogino:
- Pío XII solo autorizó como moralmente justificado y el único para el que encontró razones “serias”, la utilización de los días no fértiles de la mujer o método “natural” de Knaus-Ogino. Toda una concesión para la época, pero para un método muy inseguro, aunque subrayado como diferente a los “antinaturales” o “artificiales” tan condenados. Cualquier otra medida preventiva sigue siendo pecaminosa, inmoral: desde el coitus interruptus al condón, desde el pesario a la píldora.
- En la historia de la farmacia, pocos preparados se popularizaron con tanta rapidez, con tan buenos resultados: si con el uso de condones el porcentaje de fracasos era de casi el 50%, con la píldora llegó por debajo del 1%, con lo que se suprimió el miedo al embarazo que hasta entonces fue razón decisiva para evitar o limitar las relaciones pre y extramatrimoniales. Eso desató un pánico enorme. Aunque en 1966 algunos de los gremios científicos más importantes del mundo (comisiones de expertos de la OMS y del gobierno británico, autoridades sanitarias de los Estados Unidos, y otros) destacaron por separado, la inocuidad de la píldora.
- Concilio Vaticano II y Pablo VI
- En el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia mantuvo su línea antihumanística y antihedonística. Los “padres” seguían sin permitir que, “en el control de la natalidad, los hijos de la Iglesia” recorrieran “caminos que el magisterio, en aplicación de la ley divina, prohíbe”. En el texto conciliar no existe la decisión libre de tener hijos o no tenerlos, o de tener dos, tres o cuatro, el acto matrimonial siempre debe comportar una “voluntad de reproducción”.
- Pablo VI en los años 60 reafirmaba las normas decretadas por Pío XII al respecto. En 1968, la “encíclica de la píldora” dejaba claro que, en este tema, las cosas seguían como siempre. Sólo se permitían los métodos basados en los ciclos de fertilidad, circunstancia de la que los mismos católicos se burlaban: “la beatificación de Knaus-Ogino”; Pablo VI también prohibía todo lo que tratara de impedir la reproducción, “preventivamente, durante el acto o con posterioridad al mismo” y ordenaba que todo acto sexual de la pareja “debía ir encaminado, per se, a la reproducción de la vida humana”, por más que “se estén alegando razones honestas y poderosas para otra forma de proceder”. (Sólo si una monja está amenazada de violación puede usar medios anticonceptivos con autorización curial). La circular papal Humanae vitae mantiene inalterada la tradición teológico-moral de los últimos papas y se basa en varios dictámenes de la comisión papal sobre la cuestión del control de natalidad: un dictamen de la mayoría, otro de la minoría y una réplica de la mayoría al dictamen de la minoría.
- El ultraconservador dictamen de la minoría, decisivo para la elaboración de la encíclica, habla de la “maldad de la contracepción”, a la que califica de pecado grave y antinatural, vicio condenable y “homicidio anticipado”. Los autores del dictamen que se atribuían que “todos los creyentes” aprobaban sus afirmaciones alegaban que una modificación de la tradición suscitaría dudas de consideración acerca de la historia de la iglesia, la autoridad del ministerio pastoral en cuestiones morales. Que si permitiera el control de natalidad, la Iglesia se pondría en una situación difícil a sí misma, no sólo negaría todo aquello que antes había exigido, lo que no significaría gran cosa para unos jerarcas que siempre han sido esclavos de la oportunidad.
- Cólera y crítica de un teólogo
- Humanae vitae irritó a muchos, como pocas encíclicas en el seno de la misma iglesia. Pues esta clase de escritos son muestra de autoritarismo papal, expresión del supremo magisterio de los papas y los creyentes deben acatarlo. Recibió una profunda réplica crítica del teólogo católico Antón Antweiler, que ponía de relieve que no había ningún mandato de Dios o de Cristo a propósito del matrimonio, que no había formado parte de la doctrina católica hasta la edad moderna; que la teología moral no estaba guiada por la psicología, la sociología, la genética o la medicina modernas, sino por anticuadas ideas escolásticas; que la encíclica manifestaba un total desconocimiento científico y antropológico, y en cambio era dura y cruel, y ni aportaba una solución al problema, ni servía de ayuda a la mujer, la familia o la sociedad; al contrario, el llamamiento al sacrificio y al idealismo debía aparecer a las personas en dificultades como puro sarcasmo. El teólogo replicó el documento de su jefe sistemáticamente, casi frase por frase e igualmente lo redujo al absurdo con lógica y lucidez reconfortantes, con imponente serenidad y, de cuando en cuando, cuando era inevitable, con esa sutil y mortal ironía que corresponde al asunto tratado.
- Esclerotizados e hipócritas
- Dos grupos numerosos de premios Nobel ya habían solicitado a Pablo VI antes del documento papal “una revisión de la posición católico-romana en el tema del control de natalidad”, pero después de la publicación de aquél, más de dos mil científicos americanos aseguraron en una carta de protesta: “No nos dejaremos influir más por llamamientos a la paz mundial y a la compasión hacia los pobres de un hombre cuyos actos sólo contribuyen a favorecer la guerra y a hacer inevitable la pobreza”.
- Pero este escrito encíclico del Papa es resultado del sistema esclerosado que representaba antes que su propia posición. De una institución catastrófica desde Pablo, y no solo desde Pablo VI.
- Un control consciente de natalidad es indispensable para orientar la vida humana; su importancia difícilmente puede ser sobrevalorada. Gracias a él podemos decidir el tamaño de la familia y el intervalo entre nacimientos, impedir miseria material y el desgaste de la salud, así como algunas crisis matrimoniales y traumas infantiles. Y es que el problema de una existencia no deseada arrastra graves consecuencias.
- ¿Qué soluciones racionales ofrece la Iglesia para los numerosos problemas relacionados con la reproducción humana? ¿Qué propuestas practicables hace desde los puntos de vista individual y social? ¿Qué hace para evitar el agotamiento físico y psíquico de los padres de familias numerosas o para evitar la superpoblación y las hambrunas?; o bien dosifica a sus pobres, a sus masas –el único placer que se pueden permitir, sometido a la obligación de producir constantemente nuevos católicos– o bien, si no se ama “según las reglas de la naturaleza”, exige un ascetismo estricto, “la castidad perfecta”, “una vida como hermano y hermana, según el notable ejemplo de la madre de Dios y San José”: una alternativa que sólo ha podido surgir de los cerebros de unos celibatarios sádicos.
- Pero el control de natalidad se practica menos cuanto peor es la educación y más baja la clase social. Las consecuencias son catastróficas cuando nacen más de lo que se puede mantener decorosamente. Problemas de conciencia, desavenencias, apuros económicos, huelgas, viviendas miserables, hambre de masas, mayor mortalidad y desnutrición entre hijos de mujeres gran multigestas, hacinamiento con maltrato infantil, habitaciones llenas de niños hambrientos... que no le preocupan en nada al clero: “¡más valen diez en la cuna que uno en la conciencia!”. El control de natalidad ha adquirido una excepcional importancia, y no solo para el individuo.
- Malthus y Weinhold
- A comienzos del siglo XIX, el clérigo anglicano Robert Malthus había tratado de arreglar la superpoblación y la pobreza por medio de la ascesis sexual, recomendando a la gente que se casara tarde y fuera casta. Su teoría implicaba que el que no tiene dinero, en el fondo, no tiene derecho al amor. Pues según la doctrina católica, la relación sexual presupone una voluntad de reproducción; pero eso sólo se lo podían permitir los pudientes y no los raquíticos y los tísicos que vivían en lúgubres tugurios, como Malthus dio a entender. En Inglaterra, el “apologista del capitalismo” fue nombrado profesor, en Francia y Alemania las academias le rindieron honores y la mayoría de los economistas de Europa se declararon sus discípulos, aunque no se adhirieran a todas sus tesis.
- Un engendro, llamado Kari August Weinhold, de Halle, antiguo cirujano de campaña en Sajonia y catedrático de cirugía, se propuso la audaz tarea de resolver desde un punto de vista médico el problema maltusiano de la población. En su desdichado escrito “Sobre la reproducción mayoritaria del capital humano frente al capital de explotación y el trabajo en los países europeos civilizados junto a algunas propuestas médico-policiales para lograr un equilibrio entre pobreza y bienestar” de 1828, sugirió que a los hombres había que soldarles el miembro, al menos hasta cierta edad. Una cosa inofensiva, que él mismo había experimentado con éxito en jóvenes onanistas, contando solamente con un poco de metal, plomo, aguja, hilo y soplete. Eso sí, pretendía que se exigiera la “soldadura y sellado metálico” sólo hasta la celebración del matrimonio y sólo “a aquellos a quienes pudiera probarse que no poseían suficientes bienes como para alimentar y educar hasta la mayoría de edad a los hijos engendrados fuera del matrimonio. Aquellos que nunca obtuvieran una posición que les permitiese alimentar y educar a una familia llevarían la soldadura durante toda su vida”.
- Metodo de control inhumano en las fábricas;
- La sociedad cristiana no aceptó ni las propuestas maltusianas ni la infibulación a la Weinhold, pero en medio de la revolución industrial lanzaron a sus hijos a las fábricas a precio barato; los niños eran rentables por sus salarios miserables al trabajar para las empresas de las grandes máquinas en el hilado del algodón. Se arrojaba a montones de niños a estas hilanderías –en 1796, la familia Peel ya tenía empleados a más de mil niños–, reclutándolos sobre todo en las Workhouses (casas de trabajo) con excusa de darles una educación como 'aprendices'. Eran niños desde los cinco años, la mayoría tenían entre siete y nueve, encerrados en estancias pequeñas y llenas de humo; sus dedos se movían tratando de anudar de nuevo los hilos rotos para completar, con la máxima atención, el monótono trabajo de la máquina. El amo fijaba arbitrariamente la jornada de trabajo: catorce, hasta dieciséis horas al día; incluida la pequeña pausa para disfrutar de un pobre refrigerio. Otros les hacían trabajar ininterrumpidamente, día y noche, renovando la plantilla cada doce horas. Otros fijaban una jomada de catorce horas o más y sólo concedían un pequeño descanso a los más fatigados para que pudieran dormir. La larga fusta del vigilante, mantenía despiertos a los pequeños cansados. Pero si los niños sufrían deformaciones o se consumían físicamente, si se volvían definitivamente inútiles para el trabajo o medio idiotas, la plutocracia no se sentía conmovida para preocuparse por una cosa así. Así, la explotación de estos niños es doblemente ventajosa, sacan un gran beneficio del trabajo barato y la explotación de niños elimina una parte de la población, cuyo exceso podría llegar a ser peligroso.
- Sin planificación el desastre, mezquindad de la iglesia:
- Sin planificación familiar, dentro de doscientos años vivirían, con los actuales índices de crecimiento, cien mil millones de personas y nuestro mundo sería una gigantesca ciudad, excluidos los mares, las grandes montañas y los círculos polares. Por tanto, la limitación de la natalidad se ha convertido en una obligación ética. Pero mientras nuestros principales expertos en demografía alarman a la humanidad, el catolicismo persiste inconmovible en su prohibición. Y lo hace con mayor fuerza en un momento en que su crecimiento porcentual está por debajo del de la población mundial y temen se reduzca su feligresía.
- Los Papas han iniciado desde décadas, ofensivas diplomáticas secretas ante distintos gobiernos y organizaciones internacionales –en especial, Estados Unidos y la ONU– para prohibir la financiación y el apoyo de la planificación familiar. El mismo Vaticano ha confirmado la existencia de una circular secreta sobre el control de natalidad enviada a todas las representaciones vaticanas. Las consecuencias de esta política quedan ilustradas por la respuesta que el teólogo holandés Jan Visser dio en la televisión alemana a la pregunta de si la Iglesia se iba a cruzar de brazos ante una superpoblación fatal de la Tierra: “Sí. Si está verdaderamente convencida de que ésa es la ley de Dios, yo diría que sí. Aunque se hunda el mundo, debe suceder lo que es justo”.
- El jesuita Gundiach interpretaba en 1959 la doctrina de Pío XII sobre la guerra nuclear de modo similar: “El recurso a la guerra atómica no es absolutamente inmoral”. Aun en el caso de que nuestro planeta fuera destruido, escribe Gundiach, el hecho tendría poca importancia. “Primero, porque tenemos la completa seguridad de que el mundo no durará eternamente y, segundo, porque no somos responsables del fin del mundo. Así que podemos decir que si el Señor, mediante su divina Providencia, nos ha conducido hasta esa situación o ha permitido que llegáramos a ella, desde ese momento nosotros debemos dar testimonio de fidelidad a Su Orden y asumir la responsabilidad”.
- Este discurso viene del mismo tipo de personas, gente que alzan devotamente los ojos y pregonan: “¡más valen diez en la cuna que uno en la conciencia!”.
- En la actualidad, el protestantismo de uno y otro lado del Atlántico juzga la planificación familiar bastante más liberalmente. En la conferencia de Lambeth de 1908 la iglesia anglicana había condenado “con horror” cualquier medio anticonceptivo artificial, pero en 1958 declaró que la reproducción no era la única finalidad del matrimonio y que era “completamente falso que la relación sexual tuviera carácter pecaminoso cuando no se deseaba expresamente tener hijos”. Y en 1960 el Committee on Moráis de la Iglesia de Escocia constató con toda evidencia que “traer un hijo al mundo sólo por satisfacer un deseo físico es menos moral que considerar la reproducción como un acto de responsabilidad”.
- Todas las formas de control de natalidad que no conllevan efectos secundarios negativos para la salud están permitidas: el preservativo, el diafragma, el coitus interruptus, etcétera; por una parte, se puede acudir a la biblia, que ignora tales prohibiciones, y por otra parte se sostiene el criterio lógico de que, desde el punto de vista de los principios éticos, aprovechar los días no fértiles es tan legítimo como usar medios mecánicos. El consejo nacional de la Iglesia protestante de los EEUU y el primado anglicano y arzobispo de Canterbury autorizaron la utilización de la píldora en 1961, juzgándola como lícita y compatible con la moral cristiana.
- Pero el protestantismo coincide con el papado en rechazar el control de natalidad practicado por puro placer y comodidad y, sobre todo, en tanto que condena el aborto radical y decididamente.
- Ha sido en los últimos años cuando se ha empezado a vislumbrar una tendencia humanitaria hacia la interrupción del embarazo en las filas evangélicas, aunque de momento son opiniones muy aisladas. Así por ejemplo, en 1967, Howard Moody, de la Judson Memorial Church de Nueva York, fundó un Servicio Nacional de Asesoramiento Religioso para la Interrupción del Embarazo que, desde entonces, ha hecho posible la realización de decenas de miles de abortos; la convención baptista de 1968 también dijo que el aborto debía dejarse “al libre criterio personal” hasta la duodécima semana de gestación; y en 1971, un sínodo evangélico celebrado en Berlín-Oeste tuvo, al menos, la suficiente honradez como para exigir una reforma en el tratamiento penal del aborto y el fin de la “hipocresía que supone la práctica actual”. La jerarquía católica se aferra a sus posiciones. El Concilio Vaticano Segundo siguió calificando el aborto como “un crimen abominable”.
- La iglesia sigue abogando por el matrimonio casto y fértil, y por la no anticoncepción. Los esposos no tienen decisión propia y “deben ajustarse al plan de dios”, “el matrimonio no es una acto de amor si se le priva de su fuerza reproductora” según Juan Pablo II, paladín recurrente de esa causa. Para ello se remite a la encíclica Humanae Vitae (citada a menudo por él para diversos temas). Incluso desaconseja los “métodos naturales” autorizados por Pablo VI ya que esos días infértiles pueden ser “fuente de abuso, si las parejas intentan evitar la reproducción por este medio sin motivos justificados, manteniendo el número de hijos por debajo del consagrado por la moral de sus familias”. El aborto es cosa del diablo, un crimen, un “asesinato”, un hecho para el que “no hay palabras”. Nunca dejó de predicarlo con profunda convicción, toda destrucción premeditada de una vida humana mediante el aborto, cualesquiera que sean las razones por las que tenga lugar, está en desacuerdo con la ley de dios, que no está permitida a ningún individuo o grupo”.
- Pero no le importa restregarlo a los habitantes de zonas superpobladas, enseñándoles “que la sabiduría de Dios anula los cálculos humanos”. En Indonesia dice: “No temamos nunca que el reto sea demasiado grande para nuestro pueblo; ellos han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo y son su pueblo”, “que lo que es imposible para el hombre, es posible para dios (...)”. En África, nunca predicó el control de la natalidad, al contrario. El hambre no lo compadece nunca. En Onitsha dice “los medios anticonceptivos y el aborto no han respetado a vuestro país”, en Kaduna (Nigeria) dice indignado: “el aborto es un asesinato de niños inocentes (...) La lucha por la educación católica de vuestros hijos merece un fuerte apoyo”; luego en otros lares, en 1982, en Madrid, condenaba el aborto como “un grave atentado contra el orden moral. La muerte de un inocente no puede justificarse nunca (...)”...
- Lo dice el más alto jerarca de una institución que ha despreciado la vida humana con más intensidad, durante más tiempo y más espantosamente que cualquier otra institución del mundo, que ha torturado, que ha masacrado, quemado, ahogado, despedazado, arrojado a los perros y crucificado. ¿Pero cuándo se ha practicado esta santidad? ¿En la quema de herejes y brujas? ¿En los casi dos mil años de progromos antijudíos? ¿En la aniquilación de indios y negros, con millones de víctimas? ¿Durante las Cruzadas, en alguna de las guerras mundiales, en la guerra del Vietnam?.  
- Nadie ha sido más voraz para acaparar bienes materiales que la Iglesia católica, que en la Edad Media poseía la tercera parte del suelo de toda Europa y que en el Este retuvo un tercio del enorme imperio ruso hasta 1917, pero el Papa coloca a la sexualidad entre las drogas, el alcohol y el vandalismo.
- La nueva hipocresía:
- Ronald Reagan, jugó en pared con Juan Pablo II contra el aborto en los EEUU, donde desde una sentencia del Tribunal Supremo de 1973, la interrupción del embarazo en los tres primeros meses de gestación es un derecho constitucional de la mujer. En esta cruzada, Reagan tuvo una apretada pero grave derrota en el Senado a mediados de septiembre de 1982. Y cuando, en la Conferencia sobre la Población Mundial celebrada en México en agosto de 1984, amplió su veredicto de dejar de subvencionar a las organizaciones que favorecían el aborto, el Osservatore Romano vaticano aplaudió como “un paso histórico en el camino de la confirmación del derecho de toda persona a la vida desde el instante de la concepción”.
- En Irlanda aún es ilegal el aborto, y en 1983 –cuando hasta la venta de medios anticonceptivos seguía siendo ilegal– adquirió rango constitucional, en medio de una agresiva campaña de la Iglesia católica. Desde entonces, las abortistas son en Irlanda enemigas de la Constitución: un enorme triunfo de los obispos sobre el jefe del Gobierno, Garret Fitzgeraid, que vio cómo sus propósitos liberalizadores se esfumaron ante los fanáticos. En 1986, cuando se empezó a discutir sobre la prohibición constitucional del divorcio –Irlanda era, junto a Malta, el único país europeo que lo prohibía–, el clero irlandés volvió a lanzar sus ataques para oponerse. El cardenal Thomas 0'Fiaich, primado irlandés, habló de “la plaga del divorcio”. Y el arzobispo de Dublín, McNamara, comparó al divorcio con la catástrofe de Chernobyl, pues ambas “envenenan a toda la sociedad” y llamó a la gente a rezar contra la “destrucción de los fundamentos tradicionales”, (con todo, el Senado tuvo en Irlanda la facultad de disolver los matrimonios entre 1922 y 1937). Una vez más, la campaña católica tuvo éxito, los irlandeses se siguen casando para toda la vida y la política de la República todavía está “determinada por la Iglesia católica”.
- La cifra de víctimas, por muy alta que sea, nunca ha despertado la compasión de los papas. A Juan Pablo II los millones de muertos de hambre le dejan frío. Tanto si habla en Fulda como si lo hace en Nueva Guinea, siempre permanece frío y despiadado, consolando con citas bíblicas vacías.