- Ascetismo en los cultos mistéricos helénicos. Buscando
felicidad en la mortificación:
- La
religión de los griegos tempranos, implicó un culto a la alegría, sensualidad y
el optimismo –antes a miedos al más allá y al espiritismo–, lo que expresaron
en la religión de Homero. Pero también en ellos llegó una inevitable evolución
hacia la mortificación, el descontento, la renuncia,
pesimismo, ayunos, expiación, culpa, vida recatada u abnegada. Así empezaron
como pioneros del ascetismo extremista del cristianismo y se devaluó la
relación sexual con las mujeres, cuyo estatus social no dejó de descender. Ya
en época de Homero vivían los selloi, sacerdotes adivinos de Zeus en Dodona,
“que no se lavan los pies y duermen en el suelo”;
- Desde el siglo VIII hasta el VI AC, profetas
milagreros, sectarios que claman por el arrepentimiento, llamados bácidas –Abaris,
Aristeas o el más conocido, Epiménides–, predicaron la mortificación corporal
para favorecer al alma y reforzar el espíritu. Hasta el siglo V estuvieron en
segundo plano, despreciados por las gentes instruidas y apartado de los cultos
oficiales y apenas con influjo sobre la vida griega en pleno esplendor cultural.
Pero tras las desgracias de la guerra del Peloponeso, menudearon los
predicadores del arrepentimiento, beligerando contra todo lo sexual y
florecieron cultos ascéticos secretos, oscuros misterios y filosofías
rigoristas que condenaban al cuerpo por cuenta del alma.
- En el siglo VI surgió la primera religión
salvífica de Grecia: el orfismo, atribuida a Orfeo, el mítico cantor, y produjo
muchos “escritos sagrados”. Según creencias órficas, el alma es en el cuerpo un
prisionero, como el cadáver en la tumba y regresa a la tierra bajo formas de
personas y animales constantemente renovadas, hasta su liberación definitiva
mediante la negación del cuerpo, mediante la ascesis. Los órficos, se llamaban
a sí mismos los “Puros”, practicaban ya una especie de “indulgencias” (fórmulas
mágicas para liberar a vivos y muertos de las penas del más allá), como las
misas de difuntos, evitaban la carne, los huevos, legumbres y la lana en los
vestidos, aunque no confiaban en su propia fuerza, sino en la misericordia y la
salvación divinas.
- El orfismo parece copia de la doctrina de
Pitágoras (580-510 AC), quien fue casi divinizado en vida por su obra y a la
vez perseguido, descendió a los infiernos y resucitó finalmente de entre los
muertos, anticipando muchos de los elementos del Nuevo Testamento. Pitágoras
también rebaja a la mujer: “Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la
luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, la oscuridad y la
mujer”. Platón se influyó de la doctrina pitagórica del alma, se entregó a una
mística y una moral cada vez más nebulosas, veía al cuerpo como una cárcel, vecino
malvado del alma, el placer del diablo; la salvación no está en este mundo,
sino en el otro, con lo cual Platón se convirtió en el peor contradictor
moralista de Homero.
- Y Platón influyó también en el pesimismo
sexual de los estoicos y los neoplatónicos, enemigos del cuerpo y de la vida y que
han dejado su impronta en occidente y el cristianismo hasta hoy.
- Purificación
y blanqueo de almas en la antigüedad
- La castidad cúltica se conoció ya el mundo helenístico y judaico, y más
tarde, en el catolicismo, condujo al celibato. Se registraron las faltas como
base de una impureza que en un primer momento fue más ritual que moral. Se
calificó de impuro, lo relacionado con la muerte, el nacimiento o las relaciones
sexuales, como infestados por malos espíritus y se exigía la purificación ritual
de toda persona u objeto que estuviera impuro y se puso en el mismo plano a asesinos,
parturientas, abortadoras, asistentes a entierros, recién nacidos y todo aquello
relacionado con estos. Se recurrió como purificadores desinfectantes religiosos
del cuerpo, desde el agua corriente a barro, salvado, higos, lana, huevos,
sangre de animales o cachorros de perros, lo que copió en parte el cristianismo
primitivo.Y para la mancha del alma se crea la purificación mediante la
mortificación. Así nacía la moral occidental.
- Los misterios griegos, remarcaron las ideas
de purificación y prometían una vida bienaventurada después de la muerte. Había
que purificarse a la entrada del templo aseándose con agua, ofrecer una víctima
purificatoria o, como en el templo de Isis, evitando el consumo de carne y
vino. El ayuno reforzaba esto, se les prohibía comer carnes, pescados o licores
a los visitantes al templo. El 24 de marzo, día de la muerte del dios Atis –que
resucitaba el 26, al tercer día–, no se podía comer nada hecho de semillas. Los
iniciados de Eleusis –entre los que se contaron Sila, Cicerón, Augusto, Adriano
y Marco Aurelio–, se abstenían de ciertos platos durante la fiesta y en las
vísperas, además, ayunar un día entero, después de lo cual tomaban la bebida
sagrada, ya era todo un sacramento.
- Preludios
paganos del celibato, castración cúltica:
- Tratar con los dioses exigía la previa abstinencia
sexual por un número de días; las relaciones íntimas inhabilitaban –incluyendo
a laicos– para el culto y ofrendas. El templo de Pérgamo exigía un día de
purificación si la pareja estaba casada y dos en caso de relación
extramatrimonial. En la fiesta ática de las Tesmoforias las “mujeres
generadoras” que asistían al culto religioso, debían guardar abstinencia en los
tres días anteriores y nueve, en la fiesta chipriota correspondiente.
- El sacerdote estaba especialmente advertido
sobre el sexo; como intermediario ante los dioses debía no exponerse a los
demonios que merodeaban al coito, que escogían ese momento para penetrar en la
mujer por los orificios corporales y dirigirse a su destino. Por ello muchos cultos
se encomendaban a vírgenes: los de Hera, Artemis, Atenea, y también los de
Dionisos, Heracles, Poseidón, Zeus y Apolo. Comprensivamente, buscaban
preferentemente gente a quienes la abstinencia les fuese menos penosa: mujeres
mayores –de paso ya libres de la menstruación, que incapacitaba para el culto–,
o ancianos como en el templo de Heracles en Fócida. En las Leyes de Platón, los
sacerdotes debían tener más de sesenta años y algunos debían ser castos de por
vida como un templo de Tespia, o en el de Artemis en Orcomenos. Se podía
utilizar niños hasta llegada la pubertad.
- Incluso en la Roma pagana, que no apreciaba
al ascetismo, las virgines sacrae (seis, en época histórica) eran reverenciadas
y enclaustradas en el templo de Vesta y debían guardar estricta abstinencia, ellas
tenían que custodiar, al menos por treinta años, el fuego de la diosa, aunque a
veces prorrogaban sus servicios voluntariamente. La violación del voto de
castidad era castigada cruelmente –emparedada en vida, lo que sucedió unas doce
veces– en el canyus sceleratus (un rincón bajo tierra, con un lecho, una luz,
algo de agua, aceite y vino), y al profanador se le azotaba hasta la muerte. En
las culturas mejicanas e inca, las sacerdotisas también eran ejecutadas si
violaban el voto de virginidad.
- El grado extremo de represión, se vio entre los
sacerdotes de Cibeles, que se castraban ritualmente con un pedazo de vidrio o con
una piedra afilada –según Juvenal y Ovidio–, y el miembro amputado se ofrecía a
la divinidad para aumentar su fuerza.
-
Jesucristo y el ascetismo:
- El ascetismo cristiano no tiene en Jesús a
un representante radical. Jesús representa tibiamente el celibato, la
discriminación femenina y matrimonial, los ayunos y otras prácticas
penitenciales. Nunca tuvo reprimendas contra la líbido o lo sexual per se
contra Dios. Pese a haber vivido supuestamente en medio de un precristianismo
pecaminoso, no dudó relacionarse incluso con pecadores y prostitutas. La
leyenda de su nacimiento virginal no incluye algún comentario tomando el
ascetismo como virtud, no hay palabras contra la mujer y
el matrimonio, él se relacionó con las mujeres en completa libertad sin
rebajarlas, aunque no hubo mujeres entre sus apóstoles, esa elección parece ser
construcción simbólica tardía a los doce Patriarcas y a las doce Tribus de
Israel, pero entre sus seguidores quizás fueran más numerosas que los hombres. Su
forma de dirigirse a las mujeres era impensable en rabinos, y desconcertante
para los hombres de la época. Violó el sabbat por una mujer, curó mujeres, y
éstas se mantuvieron a su lado hasta la cruz, cuando sus discípulos, salvo José
de Arimatea se desentendieron por miedo. Tomó parte en una fiesta de bodas. Ni
siquiera condenó a una adúltera.
- Esos aspectos han recibido diversa
interpretación o se han prestado a reescrituras interesadas. Para Lutero
probablemente, el propio Jesús, junto a María Magdalena –considerada por los cataros
como su mujer o concubina– y otras personas, evitaron casarse para no privarse
de participar de la naturaleza humana. Como no consideraba a la mujer como una
cosa, tampoco consideró el adulterio como un delito contra la propiedad. No se
ha podido probar si estuvo casado aunque la especulación en ese sentido ha sido
tal. Y no puede encontrarse ninguna palabra suya contra el matrimonio. Los
propios hermanos de Jesús, que más tarde se sumaron a la comunidad, estaban
casados, así como sus primeros seguidores. Algunos incluso llevaron a sus
mujeres consigo en los viajes misionales, entre ellos el principal apóstol, Pedro,
quien según San Jerónimo, “lavó la suciedad del matrimonio” por medio de su
martirio. En cambio Pablo si fue enemigo del matrimonio exigiendo mitigar la libido
incluso dentro del matrimonio lo que se hizo luego exigencia de la iglesia.
- Jesús mismo no era ningún asceta. El relato
de su ayuno de cuarenta días es una mera parábola de la tentación que raya en
lo mítico y que tiene numerosos paralelismos en Heracles, Zarathustra o Buda. Combate
el ascetismo hipócrita de los fariseos, no evita el mundo, placeres o las
fiestas, y en cambio ayuna con sus apóstoles tan poco que sus enemigos le
tachan de “glotón y bebedor de vino”. A comienzo del siglo II aún se sabía que
Jesús no había predicado la mortificación, no recomendó auto azotes o ayunos
fanáticos. La reacción decisiva había comenzado con San Pablo, el verdadero
instaurador de la moralina cristiana.
- Pablo: El nacimiento de la
moral cristiana
- Se
describe de Pablo, que sufría crisis alucinatorias, tal
vez de origen epiléptico. Fue quien llenó –y en total contradicción con el
Evangelio– el cristianismo de cartas recomendando la mortificación, aniquilar
de los afectos, odiar al cuerpo, tomar la carne como asiento del pecado y
perdición del alma ante Dios. El buen cristiano debía contrarrestar al cuerpo
presa de instintos. Pablo –quizás impotente y hombre repleto de complejos
sexuales– combate la “lujuria” en toda manifestación, en el Nuevo Testamento,
para él, los pecados en relación a ello están por encima de la idolatría, la
hostilidad, la violencia, la desavenencia; entrega al pecador sexual al
infierno, y el amor es entregarlo todo y sufrirlo todo. Sus ataques al placer,
dieron nacimiento a la moral cristiana, superando en radicalidad a los judíos contemporáneos,
los cuales aunque también menosprecian a
la mujer al menos no atacaron tanto a la sexualidad.
- Pero para la misión, si las necesitaba. En teoría,
sus cartas las saludan como “colaboradoras” y “combatientes” y las pone al
nivel de los hombres como a los esclavos y señores por doctrina cristiana de
igualdad –algo que ya existía en el culto a Isis y en los misterios de Eleusis
y Andania–, pero en la práctica, Pablo priva a la mujer de la palabra en el
culto donde por principio deben callar y someterse, es última en la jerarquía,
deben usar velo en la oración y oficios divinos, como signo de vergüenza. Ni la
misma María le merece una sola mención. Al hombre lo pinta como imagen y
reflejo de Dios y la mujer, procede del hombre.
- Aunque no proscribe el matrimonio, desearía
que todos fuesen como él: solteros. No cree posible una comunidad espiritual,
emocional o social entre hombre y mujer; sólo la meramente sexual, y es recomendable
“no tocar a una mujer”, querría ver a todos libres del matrimonio para ser más
felices pues este debe admitirse por concesión a la carne como un mal necesario,
justificando su propia situación, aunque la exégesis católica lo explique
eufemísticamente o distorsione.
EL ASCETISMO EN EL ORIGEN DE LAS ORDENES REGULARES
- El ascetismo, que no fue ni enseñado ni practicado por Jesús, se hizo una
característica del cristianismo, aunque era, como muchas cosas de origen no
cristiano, en hecho mismo o concepto. El término griego que lo define: “askein”,
hacía referencia a practicar, hacer algo con cuidado, en el sentido de labor
técnica o artística, luego con Tucídides, Jenofonte o Platón, se refiere al
entrenamiento corporal. Finalmente, al pasar de la esfera artística y atlética
a la religiosa, el concepto se trastoca, con un desplazamiento de sentido, casi
a lo contrario: en lugar de fortalecimiento del cuerpo, a su “mortificación”;
en lugar de gloria “mundana” se anhela “la corona de la vida eterna”. Semejantes
mutaciones axiológicas no son raras y menos aun en el cristianismo. Llevaron al
ascetismo extremo a personas atormentadas que huían del mundo, con abstinencias
para librarse del principio “malo.”
- Los
modelos y primeros monacatos cristianos, los monjes:
- India tuvo sus propios modelos autóctonos
ascéticos, ya se ven instrucciones en el libro del Rigveda, como el tapas, un ritual
que pudo haber sido originalmente una técnica para conseguir aumentar la
temperatura del cuerpo en el invierno en la India septentrional, pero
paulatinamente la pura finalidad fisiológica se convirtió en místico-religiosa,
exigiendo un autodominio cada vez más estricto. Se ve en los Aranyakas o Libros
del Bosque, textos esenciales de los Vedas. La poligamia sigue estando
permitida. En cambio, los más antiguos Upanishadas, estrechamente relacionados
con los Aranyakas pero escépticos y pesimistas, proclaman la penitencia como
ideal. Lo mismo ocurrió en el brahmanismo.
- El
siglo VIII AC, el príncipe Parsva, fundó algunas órdenes masculinas y
femeninas, luego el eremitismo y el monacato se extendieron por la India y el
asceta fue tenido en gran consideración por sus supuestas fuerzas
sobrenaturales. Muchos de ellos, decepcionados de los placeres o de la mala
suerte, vivieron vestidos con taparrabos o desnudos, rapados y cubiertos de
ceniza, aislados en bosques, grutas o montañas. Otros mendigando y haciendo
penitencia. Los fanáticos se exponían entre cuatro fogatas, al sol abrasador,
se balanceaban cabeza abajo, colgados de los árboles, son semienterrados en
hormigueros hasta que los pájaros anidan en sus cabezas o se mutilan
horriblemente. Los virtuosos cristianos de la mortificación ofrecerán
espectáculos similares. El influjo ascético de la India sobre el cristianismo
antiguo, supuesto por mucho tiempo y negado la mayoría de las veces, ha sido
ampliamente probado.
- Doscientos cincuenta años después de Parsva,
el príncipe Mahavira –muerto por 477 AC– apareció en escena haciendo el papel
de mendigo desnudo y reformó las órdenes, que volvieron a ejercer un ascetismo
draconiano, desde ayunos hasta la muerte. Y el contemporáneo de Mahavira, Buda
(560-480 AC), se alimentó durante años con una dieta mínima, de modo que al
final ya exhausto rechazó el ascetismo extremo, como harían después Jesús o
Mahoma por su inutilidad. Pero, el monacato budista –un ideal del budismo que
surgió en aquel tiempo y que fue minoritario– estaba muy teñido de ascetismo y
misoginia, como ocurrió más tarde en el monacato.
- Antes de las órdenes católicas, existieron
los reclusi y reclusae del serapeum egipcio. El primer organizador del monacato
cristiano, el copto Pacomio, fue probablemente sacerdote de Serapis y su
primera sede fue un antiguo templo de Serapis y más adelante introdujo entre
sus monjes la tonsura, habitual en el culto a Serapis. Finalmente, también
contribuyeron a la formación del monacato cristiano: el neopitagorismo –donde
se practicó el asociacionismo, la comunidad de bienes y formas de abstinencia–,
el gnosticismo, en el que convivieron el libertinaje y una severa mortificación
y desde el siglo III, el ascetismo maniqueo, el cual diferenciaba entre
perfectos y prosélitos, prohibía el trato con mujeres y el consumo de carne y
vino, y exigía la reclusión, la pobreza absoluta y la extinción total del amor
a los padres y a los hijos.
- Mientras, los cristianos vivían
rigurosamente retirados, esperando la vuelta del Señor, no iban ni al teatro,
juegos, ni a las fiestas de dioses y emperadores. Por todas partes había
ascetas pasando hambre, y cuando a finales del siglo II, los prosélitos se
multiplicaron –especialmente en el catolicismo que estaba surgiendo por aquel
entonces–, los ascetas constituyeron el núcleo de la comunidad. Practicaban
completa abstinencia sexual, ayunaban y rezaban con frecuencia y formaron poco
a poco un estamento propio. Finalmente, abandonaron familia y sociedad y se
organizó una especie de éxodo; algunos permanecieron aún en las proximidades de
ciudades y pueblos, otros fueron al desierto.
- La palabra “monje”, aparece por primera vez
en el entorno cristiano hacia el año 180 DC–de la mano de un hereje, el
ebionita Símaco–, pero el monacato cristiano propiamente dicho aparece hasta el
umbral del siglo IV. Entonces, algunos cristianos empezaron a vivir solos o en
grupos, sin leyes ni prescripciones firmes. Hacia el 320 surgió en Tabennisi
(Egipto) un monasterio dirigido por Pacomio, antiguo soldado romano, quien
escribió la primera regla monacal, que imponía una disciplina militar y que
influyó en las reglas de Basilio, Casiano y Benito. En el siglo V, el monacato
cenobítico ya había crecido de tal modo que los ingresos fiscales del Estado se
hundieron, extendiéndose además por Siria, todo Oriente y, finalmente, por
Occidente.
- Sacramento
en niños:
- Así como intentaban bautizar a los niños lo
más pronto posible, también se apresuraban en llevarlos al monasterio. Muchas
niñas de diez años y más jóvenes aún, tomaron el hábito e hicieron voto
perpetuo de castidad. Aún en tiempos de Santa Teresa, a finales del siglo XVI,
se entregaba a niños de doce años. Teresa se explaya relatando cómo aceptaban a
las muchachas en el convento incluso contra la voluntad del padre, la madre y
el prometido, con qué rapidez se cerraban las puertas detrás de estas
criaturas, y hasta cómo habían estado acechándolas en la misma puerta de
entrada y sólo volvían a sus hogares alguna vez, en el mejor de los casos, por
orden real. “Dios puebla así de almas esta casa” decía la santa.