- En
la prehistoria, la mujer fue estimada como sacerdotisa, las culturas matriarcales apenas conocieron la misoginia. Ella fue
tomada como la portadora de la energía vital y de la fertilidad, y su mayor
sensibilidad y capacidad de sugestión la hacían más apropiada para el culto que
el hombre, se hizo sanadora y hechicera; a veces, incluso ascendió a las
principales dignidades religiosas. En la antigua China, las chamanes
desempeñaron un papel importante. El sacerdocio femenino estuvo extendido en el
sintoísmo japonés y, temporalmente en la religión védica. Los egipcios
denominaban a las sacerdotisas encargadas de los sacrificios “cantantes del
dios” y los sumerios, “damas del dios” o “mujeres del dios”. Las druidas eran
muy respetadas por los celtas y lo mismo ocurría con las videntes entre los
germanos, con la veleda de los brúcteros y con la gamma de los semnones, cuya
fama llegó hasta Roma. En Grecia había multitud de sacerdotisas, puesto que
toda la mántica estaba dirigida por ellas: la Pitia, Casandra, la Sibila... El
odio a la mujer apareció, seguramente, con el derrumbamiento de las sociedades
matriarcales, quizás a partir de la mala conciencia del hombre, de sus
complejos de inferioridad, de su miedo a una venganza de la mujer, de sus
temores ante sus funciones generativas. Pronto, las mujeres ganaron la
enemistad y envidia, ante todo, de los sacerdotes, quienes la desacreditaron,
tratándola de hechicera, condenándola como bruja o negociando su erradicación.
- Precisamente las grandes religiones convirtieron
la función sexual de la mujer en sospechosa y le arrebataron su función como
servidora de la divinidad: en el mazdeísmo persa, en el brahmanismo, en la
religión hebrea, en el Islam y, por supuesto, en el cristianismo, que llevó la
misoginia al paroxismo cumbre, lo que admiten los teólogos protestantes pero
niegan los católicos. Las tres divinidades del cristianismo pasan por ser
masculinas y su simbolismo teológico está dominado por la idea de lo masculino.
El Espíritu Santo fue el único ente a la que algunas sectas le atribuyeron
naturaleza femenina. Para la iglesia, la mujer fue el ser telúrico por excelencia,
donde de una forma especialmente malévola, tomaban cuerpo la seducción terrenal
y las tentaciones del pecado. El cielo aséptico, asexuado, eterno, el jardín
del paraíso fue arrebatado al ser humano por la malvada Eva. El primer
menosprecio de la mujer en el cristianismo procede de San Pablo que nunca pudo
hacer referencia a Jesús para respaldarlo, pero luego se ha invocado a Pablo,
que desarrolló su misoginia por medio de falsificaciones. También se ha querido
convertir después, a los discípulos de Jesús en propagandistas de la virginidad
y del odio a la mujer. De Pedro, primer papa y padre de familia, se afirmó más
tarde que huía de cualquier lugar donde hubiera mujeres, y se le hizo declarar
incluso que “las mujeres no merecen vivir”.
- Alguna vez en la antigua Italia, un romano
podía tratar a su esposa como si fuera un pedazo de carne, venderla o matarla.
Pero en el imperio se favoreció la emancipación femenina y permitió a la mujer
una notable autosuficiencia personal y social. Doscientos años antes de San
Agustín, la madre poseía los mismos derechos que el padre, la hija tenía el
mismo derecho a heredar que el hijo y ambos cónyuges podían separarse por
petición formal. La virginidad y la fidelidad matrimonial tenían ningún
significado relevante. Propercio, Horacio y Ovidio (cuyo Ars Amandi fue el
único poema de la Antigüedad incluido en el índice) ensalzaron el amor libre.
- Entre los germanos, el hombre era el
dominador y podía pegar y vender a la esposa y, si ésta cometía adulterio, podía
matarla impunemente. Pero su dominación era al mismo tiempo un protectorado,
pues la mujer germana nunca fue el infame “recipiente del pecado” sino un ser
que podía reclamar cuidados y respeto. El respeto por la mujer germana se
traduce en el derecho penal que, en la mayoría de los pueblos, reconoce mayores
indemnizaciones para la mujer que para el hombre. En el derecho del pueblo
alemán y bávaro el rescate de sangre de la mujer dobla al del hombre; entre los
francos, si la atacada estaba en edad fértil, la cantidad se triplicaba; en la
Edad Media cristiana se redujo a la mitad de la indemnización masculina. “El
clero, inclinado a observar a la mujer como ser impuro e inferior, basado en el
pecado original de Eva, no pudo aceptar la valoración positiva de los germanos
y, con el tiempo, consiguió que la mujer perdiera su estimación legal”. El
respeto de los germanos por la mujer era consecuencia de su religión y no debió
de ser tan fácil convertir a las mujeres germanas al cristianismo. Para ellas
no era fácil entender ideas como la de la creación secundaria de la mujer, su
función como cómplice del diablo en el pecado original y su difamación por
parte de los padres de la Iglesia, ideas que sirvieron de base para la
subordinación de la mujer en todas las esferas de la vida. La doctrina de la
virginidad como forma más sublime de existencia también debió de parecerles
nueva y extraña, y la imposibilidad de acceder a las dignidades religiosas o al
matrimonio sacerdotal, o el derecho canónico, que pretería los intereses de la
esposa y la hija en las herencias. La estimación de la que disfrutaba la mujer
entre los pueblos paganos al norte de los Alpes contrastaba abruptamente con el
menosprecio que los padres de la iglesia expresaban sin rodeo.
- Los sacerdotes cristianos lograron gran
poder e influencia, y su denigración constante a la mujer tuvo consecuencias
jurídicas, económicas, sociales y educativas. En la Edad Media, muchas veces
los príncipes seculares pesaban menos que los espirituales y sobre todo frente
al representante de Dios en la Tierra; el derecho canónico, era el derecho de
la mayor comunidad de occidente y como su ordenamiento jurídico más importante,
sobrepasaba el ámbito interno de la iglesia y los principios cristianos determinaban
también la política, educación y la ciencia. La misoginia de la iglesia católica
debió de reforzar el patriarcalismo tradicional.
- No solo en Italia la mujer descendió por
debajo del nivel alcanzado en el Imperio, viendo reducidos en la Edad Media sus
derechos de herencia y perdiendo –carente de capacidad jurídica– su relación de
protección y representación). En Alemania, las cosas también empeoraron en
cuanto a sus derechos pecuniarios. La legislación le impedía tener un
patrimonio digno de tal nombre y casi no le dejaron más elección que la del
matrimonio o el convento. Si se casaba, todos sus bienes muebles e inmuebles
pasaban a pertenecer al marido, quien los administraba con la titularidad legal
y era el único usufructuario, Si la mujer era repudiada –sea o no inocente– generalmente
renunciaría a cualquier pretensión de restitución de la dote.
LA DISCRIMINACIÓN DE LA MUJER EN LA VIDA RELIGIOSA
- La mujer tuvo papel importante, en la
expansión del cristianismo, tanto en los orígenes más primitivos como –y en
especial– entre la clase dirigente del imperio romano, donde su legalización se
debió en mucho a la mujer. Pero pronto son excluidas de las jerarquías – en
gran parte por obra del misógino San Pablo– y peor aún en la Edad Media se les
relegó hasta el desprecio, donde las mujeres no podían llevar la cabeza descubierta,
o sentarse entre religiosos en los banquetes, ni entrar en el coro, ni
acercarse al altar, ni tomar la eucaristía con la mano, aduciéndose a veces,
expresamente, la debilidad e impureza femeninas por “ensuciar los sacramentos”,
no podían bautizar, en algunos lugares no podían cantar dentro de la iglesia y
se llegaba a castrar muchachos para sustituir voces femeninas en coros de
catedrales. En la iglesia las menstruantes y embarazadas eran “impuras”. Sus
funciones fisiológicas femeninas (regla, embarazo, parto) fueron las que la
descalificaron en el cristianismo. San Jerónimo predicaba que “nada hay más
impuro que una mujer con el período; todo lo que toca lo convierte en impuro”.
En la Iglesia primitiva se castigara a las menstruantes que besaban la mano de
un sacerdote y quienes infringían eran castigados por siete años. Los
sacerdotes que les daban la eucaristía eran removidos, así en los siglos XVI y
XVII la cosa derivó en humillaciones públicas al dejarlas en la puerta de la
iglesia.
Hasta comienzos de la Edad Moderna se les
negaba la entrada a la casa del Señor y la comunión. Ni monjas menstruantes
podían entrar a la iglesia o recibir comunión por influencia de los teólogos,
hasta el siglo XV. Parturientas y comadronas ocasionales o de oficio eran
“impuras” y menospreciadas, cuando el paganismo antiguo les dio antes categoría
elevada. Todo lo concerniente al parto era discriminado: el participar en ella,
ser la parturienta o nacer mujer y requerían más días de purificación antes de
volver a participar en los misterios de la iglesia. Pese al alto porcentaje de
mortalidad materna perinatal, muchas moribundas no recibían o se les negaba
bautizo si no habían pasado el periodo de purificación post parto. Recién en el
siglo XII se les permitió el acceso a la iglesia a la parturienta reciente,
pero antes debían ser bendecidas para el perdón por el pecado del placer de concebir
y debían pagar “entregas” –óbolos que se disputaban párrocos y frailes– que
eran mayores por los partos extramatrimoniales y que en algunos lugares eran
graduados “según el pecado cometido”.
- El Concilio Vaticano Segundo tocó con
tibieza concisa la situación de la mujer y dio las recomendaciones eufemísticas
de siempre a favor de ellas en sus encíclicas sociales. Pese a que el rebaño
incluye a tantas mujeres como varones. La iglesia las sigue marginando y ellas
no participan en las grandes decisiones. El Codex Juris Canonici, el código
vigente de la Iglesia católica, rebosa de discriminaciones sexuales directas e
indirectas.
- El
menosprecio de la mujer por parte de los monjes y los primeros padres y
teólogos de la Iglesia:
- La mujer fue especialmente difamada,
evitada... y temida por los monjes. Algunos monjes no vieron a una mujer por
cuarenta años o más, y otros –aparentemente influidos por deseos incestuosos
reprimidos– rechazaron a sus parientes más próximas, consolándose a veces con
que las volverían a ver muy pronto en el Paraíso.
- Simeón el Estilita, por razones ascéticas,
no miró a su madre en lo que le quedó de vida. Teodoro, primero alumno
predilecto y después seguidor de Pacomio, declaró que, si Dios lo ordenara,
mataría incluso a su propia madre. San Fulgencio dice “Quien pueda despreciar
el dolor de su propia madre soportará con facilidad todo lo demás que se le imponga”.
- Para la Iglesia católica, la mujer apareció como
un obstáculo a la perfección, un sujeto carnal e inferior como la pecadora Eva
que seduce al hombre. Los teólogos hacen a la mujer, criada del hombre, ser que
engendra el pecado y la muerte, invocando la Biblia. Tertuliano, padre de la
Iglesia degrada a la mujer como “puerta de entrada para el diablo” y le culpa
de la muerte de Jesús, “las mujeres sólo pueden llevar trajes de luto y deben
cubrirse su peligrosísimo rostro” cuanto dejan de ser niñas, a riesgo de
renunciar a la vida eterna. San Agustín declara a la mujer, ser inferior que no
fue hecho por Dios a su imagen y semejanza, difamación, que se repite hasta los
siglos centrales de la Edad Media, en las compilaciones jurídicas de Ivo de
Chartres y Graciano y en una serie de importantes teólogos.
- Para todos ellos, sólo el hombre está hecho
a imagen de Dios; adjudicar esa cualidad a la mujer es un “absurdo”. Según San
Agustín, “el orden justo se da sólo cuando el hombre manda y la mujer obedece”.
Para San Juan Crisóstomo “las mujeres están hechas “esencialmente” para
satisfacer la lujuria de los hombres”. Y para otro doctor de la iglesia, San
Jerónimo, “Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace
culpable del mismo pecado que un hombre que no se somete a la que es su cabeza
(Cristo)”. Esta idea llegó a ser introducida en el derecho canónico por
Graciano.
- En el sínodo de Macón en 585, en pleno
debate sobre la cuestión de si, en el momento de la resurrección de la carne,
las mujeres que hubiesen hecho méritos suficientes deberían convertirse en
hombres antes de poder entrar en el Paraíso, un obispo declaró que las mujeres
no eran seres humanos.
- Tomás
de Aquino:
- Tomás de Aquino, la máxima autoridad
católica, muerto en 1274, príncipe de la escolástica, doctor communis y
angelicus, elevado por León XIII en 1879-80 como primer doctor de la Iglesia y
patrón de todas las facultades y escuelas católicas, cree que el valor esencial
de la mujer está en su capacidad reproductora y en su utilidad en las tareas
doméstica, la mujer debe estar subordinada al hombre, quien es su cabeza y más
perfecto que ella en cuerpo y en espíritu como antes del pecado original. La
subordinación de la mujer viene del derecho divino y del derecho natural, de la
misma naturaleza de la mujer, por lo que exige obediencia en la vida pública y
privada.
- La mujer es espiritual y corporalmente
inferior, y la inferioridad intelectual es el resultado de la corporal. La
mujer es un verdadero error de la naturaleza, una especie de “hombrecillo
defectuoso” “errado” “mutilado”. Este improperio viene desde Aristóteles, y lo repite Tomás y luego sus discípulos. Para
Tomás, como para su maestro Alberto, un hombre sólo debería engendrar hombres,
“porque el hombre es la perfecta realización de la especie humana”. Si, pese a
todo, nacen mujeres –Dios nos asista– ello se debe, bien a un defecto en el
esperma, a la sangre del útero o a los “vientos húmedos del sur” que, debido a
las precipitaciones que provocan, son la causa de hijos con alto contenido
acuoso, es decir, de niñas.
- “La mujer, sólo es necesaria para la
reproducción. Aparte de ello, atrapa el alma del hombre y la hace descender de
la sublime eminencia en que se encuentra, sometiendo a su cuerpo a una
esclavitud que es más amarga que cualquier otra”.
- Disparatadas
injurias en el barroco, adaptación moderna:
- En el siglo XVII, Johannes Berchmanns S.J.
enseña que “hay que huir de la mirada de las mujeres como de la mirada de los
basiliscos”, y los sermones cristianos están llenos de calumnias contra la
mujer. El chambelán bávaro Egidio Albertínus la llama “instrumento
particularísimo del diablo”, el eremita agustino Ignatius Ertí se pregunta:
“¿quién tiene la cabeza más estúpida y el corazón más débil que una mujer?” y
el muniqués Georg Stengel, tutor del príncipe y uno de los jesuitas más
relevantes de su tiempo, niega a las mujeres tanto la religiosidad como el
entendimiento, “puesto que tienen tanto cerebro como un espantapájaros” y
escribe que “la mujer tiene ventaja sobre todos los demás seres en la mentira y
el engaño”; el padre y doctor de la iglesia, San Juan Crisóstomo, tacha a la
mujer de “mal sobre mal”, “serpiente contra cuyo veneno no hay antídoto”, “una
tortura y un martirio”, San Ambrosio, pensaba que la mujer es “la puerta a
través de la cual el diablo llega hasta nosotros”.
- En los umbrales del siglo XVIII, Abraham de
Sancta Clara, un predicador de rotunda oratoria, recurría a la literatura
mundial desde Salomón hasta Petrarca a la hora de maldecir a la mujer. Y a
inicios del siglo XIX todavía aparecían escritos referidos a la infame disputa
escolástica ¿tiene alma la mujer?. Durante siglos fueron sobre todo mujeres quienes
sufrieron acusaciones y torturas y a quienes fueron enviadas a la hoguera,
incluso en los países protestantes, Lutero estaba de acuerdo con los papas en
lo referente a incinerar a las “rameras del Diablo”.
- En la edad moderna. En 1919, Benedicto XV, de quien cardenales sospechaban de
haber envenenado a un competidor, se pronunció en favor del voto femenino, pero
sólo porque creía que las mujeres eran conservadoras y clericales. En lo demás,
el clero se siguió mostrando contrario a su emancipación, siguió exigiéndoles
sumisión y la necesaria “desigualdad y jerarquía”.
- Se sigue enseñando que el deber “fundamental”
de la esposa es “ocuparse de la casa, sometiéndose al hombre”, sin admitir igualdad
de derechos. La mujer no es más competente en ninguna esfera en particular; al
hombre le corresponde “la última palabra en todas las cuestiones económicas y
domésticas”; ella tiene que estar “dispuesta a obedecer en todo aquello que sea
lícito”. Se dice “hay que rechazar las aspiraciones de esas feministas (en su
mayor parte, de inspiración socialista)”. Se remite a Efesios 5, 23; “el hombre
es cabeza de la familia”. Y el Osservatore Romano todavía anunciaba en 1965, que
la “primacía del hombre” ha sido querida por Dios.
- Y aún hoy, cuando el papel de la mujer
parece haber cambiado más que en los pasados mil años, la iglesia de la
seudoadaptación oportunista deja ver el viejo antifeminismo e insiste en
defenderlo como principio. Aunque los católicos con el morro que los
caracterizó siempre, celebran a la iglesia como liberadora de la mujer y se
consideran por encima de “todas las mezquindades y las vulgaridades que ha
dicho el paganismo antiguo y moderno sobre la naturaleza y posición de la
mujer”.
- Valoraciones positivas y negativas de la mujer entre
los herejes
- La antigua gnosis y el maniqueísmo reservaban
a la mujer una posición destacada. Las montanistas podían ser sacerdotes y
obispos. En el catarismo, la perfecta podía partir el pan, oír confesiones y
perdonar los pecados. Entre los bogomilitas búlgaros y los valdenses, la mujer
tenía acceso al círculo más estrecho de los perfectos. En estos casos, el
rechazo del matrimonio carnal no significaba ningún menosprecio para la mujer,
que estaba casi al mismo nivel que el hombre. En los círculos heréticos
italianos de costumbres más libertinas, además de desaparecer las diferencias
jerárquicas entre señora y criada, la mujer tuvo una posición igualitaria al
hombre. El protestantismo mantuvo la discriminación católica de la mujer. Como
cualquier padre de la iglesia, Lutero interpretó la historia del Pecado
Original en beneficio del hombre, al que corresponde el “mando”, mientras que
la mujer debe “humillarse”. El hombre es “mayor y mejor”, es el “custodio del
niño”; la mujer es un “medio niño”, un “animal salvaje”; “la mayor honra que le
cabe es que todos nosotros nacemos gracias a ellas”. En 1591, una serie de
teólogos luteranos discutieron en Wittenberg sobre si las mujeres eran seres
humanos. En 1672, apareció en la misma ciudad el escrito “Foemina non est homo”.
- El marido podía ir al burdel, podía hacer y
ordenar lo que quisiera, la mujer sólo podía amar cuando el marido quería, le
gustara o no. Ella tenía que guardarle una fidelidad sin contrapartidas. Por lo
general, eran las mujeres quienes sufrían la barbaridad de los “juicios de
Dios”, de las pruebas del agua y el fuego, por razones insignificantes. Los
hombres mataban a su mujer por sospecha de infidelidad, estrangulaban hijas por
casarse en secreto, mataban a hermanas que no se casaban según dictados del
tutor.
Si ellas hacen algo que disgusta al varón, de
inmediato, la soga, el puñal o el veneno.
- El cinturón de castidad, fue el ingenioso
instrumento que los cristianos colocaron a sus mujeres desde el siglo XIII para
ayudarlas a respetar la fidelidad conyugal y que, aunque permitía orinar y
defecar, impedía, en cambio, –o pretendía impedir– el acceso a las “puertas
demoníacas”. Sólo lo pretendía, porque mientras los hombres estaban de viaje o
luchaban en lejanas cruzadas– con la ayuda de muchas prostitutas–, las llaves
de entrada al “harén de los cristianos” circulaban de mano en mano. En occidente,
el artilugio se generalizó en los siglos XV y XVI. En la católica España, las
mujeres los llevaron hasta principios del siglo XIX
- En
la Edad Media se podía azotar a la esposa con respaldo canónico hasta 1918. El esposo era su juez y podía recurrir a los castigos más extremos;
pegarla, azotarla y aplicarle garfios. Ella, debía temerle, honrarle y amarle.
Incluso durante la era del amor cortés –que, si no mejoró la situación jurídica
de la mujer noble, al menos hizo más llevadera su suerte–, el caballero podía
zurrar a su esposa siempre que quería, con tal de que no le rompiera ningún
miembro.
- Un estatuto de la ciudad de Villefranche, en
el siglo XIII, permite las palizas, “siempre que ella no muera”. La justicia
profana intervenía normalmente de mala gana. Un código de Passau, de la baja
Edad Media, establece que “lo que un hombre tiene que tratar con su esposa no
es asunto de ningún tribunal secular y sólo comporta penas espirituales”. Y en
Bresiau, un marido que fue demandado por crueldad en el siglo XIV debió
prometer que “en lo sucesivo sólo pegaría y castigaría a su pareja con vara, lo
que es suficiente y corresponde a un hombre de bien, según la lealtad y la
fe”...
- Según Tomás de Aquino, el hombre sólo debía
acudir a los tribunales en caso de repudio o de homicidio. El Corpus Juris
Canonici, el código vigente en la Iglesia Católica hasta 1918, obligaba a la
mujer a seguir a su marido a todas partes; este último podía declarar nulas las
promesas de su mujer; también podía golpearla, encerrarla, atarla y obligarla a
ayunar.
- El poder del padre fue tan grande en la Edad
Media, que el derecho secular y la teología moral le permitían vender a sus
hijos en caso de necesidad. “Un hombre vende a su hijo con derecho si se ve obligado
a ello por la necesidad” admite el código suabo a fines del siglo XIII sobre la
base del código alemán. Incluso en caso de muerte del padre, el tutor de los
hijos debía seguir siendo un hombre, puesto que la madre, que permanecía
durante toda su vida bajo tutela, no podía representarlos ante la sociedad. El misógino
derecho romano, cerró el paso a una mayor influencia femenina –incipiente en el
derecho alemán tardío– y acabó con cualquier restricción del poder del padre
sobre la familia. Las hijas solteras o acababan en el convento o permanecían
hasta su muerte en casa del padre, sometidas a él, no podían emanciparse y toda
su vida sin derecho de disponer de patrimonio.
- A comienzos de la edad moderna, los derechos
de la mujer seguían siendo en muchos países, casi inexistentes. La Revolución
de 1789 no mejoró la situación. Ellas se rebelan, sobre todo en Francia, pero
inútilmente. Olympe des Gouges muere en el patíbulo. La condesa de Salm, Flora
Tristan o George Sand, continúan la lucha, apoyadas por los sansimonistas,
cuyos elementos más extremistas se declaran devotos de la Gran Madre; la
sociedad se burla de ellas, las persigue, las difama: la liberación femenina
fracasa. En Francia –donde el estadista e historiador Guillaume Guizot declara
que “la Providencia ha destinado a la mujer al hogar (la Providencia fueron San
Pablo y Lutero)–, todos los clubes femeninos son prohibidos en 1848. Y el
Código Napoleonico, código civil vigente desde 1804, impide su emancipación
durante el resto del siglo. La mujer carece de derechos políticos. Las francesas no consiguieron el derecho de voto
activo y pasivo hasta 1945.
- La situación en Inglaterra era, aún peor.
- Según el jurista William Blackstone (muerto
en 1780) a propósito de la Common Law: “Por medio del matrimonio, hombre y
mujer se convierten en una sola persona (!) ante la ley: es decir que, mientras
dura el matrimonio, la existencia legal de la mujer queda suprimida (!) o, al
menos, incorporada en la existencia del hombre y consolidada en ella (...) Ella
está por debajo y obra según el impulso de él”.
- Si ellas obraban por cuenta propia, eso no
aumentaba su cotización. A inicios del siglo XIX, un arrendatario anunció en un
diario londinense la pérdida de su caballo y, al día siguiente, anuncia la fuga
de su mujer; ofreció cinco guineas por el hallazgo del animal y... cuatro
chelines por la recuperación de ella. La venta de mujeres, por medio de la cual
la mujer se convertía en legítima esposa del comprador, fue legal en Inglaterra
hasta 1884. Según la Common Law vigente en el siglo XIX, la mujer anglosajona
se sometía a una “muerte civil” cuando se casaba, renunciando “en la práctica a
todos los derechos humanos, como el criminal cuando lo encierran"; ante la
ley estaba tan “muerta como los locos o los idiotas”. Kit Moual escribe que, en
ese momento, la inglesa estaba al nivel “de los criminales, enfermos mentales e
insolventes”, No podía participar en las elecciones, ejercer profesión liberal,
firmar papeles, atestiguar ante un tribunal; no podía controlar sus ingresos ni
administrar sus bienes. Todo lo que ganaba durante el matrimonio pasaba a ser
propiedad del hombre, al que la ley autorizaba expresamente a emplear la
“fuerza física” o el “poder” contra ella. Hasta 1923, la esposa no tenía
ninguna posibilidad de denunciar la infidelidad del marido, y hasta 1925, el
derecho de tutela del padre prevalecía sobre el de la madre. Hasta entonces, la
independencia legal de la mujer inglesa estuvo peor garantizada que la de la
mujer babilonia en el Código de Hammurabi, de 1700 AC.
- El Occidente cristiano resultó aun más
catastrófico para las mujeres de las clases inferiores. Durante toda la Edad Media, los siervos fueron
vendidos, cambiados y regalados por sus señores a voluntad. Los azotes eran una
cosa cotidiana. Según la Lex Sálica, anotada por los monjes en el siglo VI, los
golpes que podía recibir una ancilla iban entre ciento veinte y doscientos
cuarenta. En los serrallos de los conventos, las muchachas tenían que realizar
toda clase de trabajos, desde esquilar ovejas y segar el lino hasta limpiar los
establos, fregar, moler el grano o cultivar el campo. “Eran el capital de su Señor,
como las cabezas de ganado o las propiedades, y su trabajo representaba parte
de la renta de la que el Señor vivía”.
- En la edad moderna, muchas veces lo único
que recibieron estas mujeres como pago fue una alimentación paupérrima. En
adelante, su retribución siempre estuvo muy por debajo de la del hombre,
también de por sí, mal pagado. A menudo, estas mujeres también eran siervas
desde un punto de vista sexual. En las cortes cristianas de los primeros siglos
de la Edad Media, su libertad era tan limitada como en un harén musulmán. El
serrallo de las grandes cortes señoriales servía a la vez como burdel para el
señor, camaradas e invitados. Luego muchas sirvientas dejaron los latifundios,
formando el grupo social de las mujeres ambulantes, las putas proscritas de la
Edad Media. Finalmente, las mujeres no libres sufrieron la vejación del jus
primae noctis, que, a cambio del permiso matrimonial, daba al señor el derecho
al primer coito con la novia. Muchos burgueses de la edad moderna siguieron
llamando a sus sirvientas como los “orinales del amo" porque estar a su
disposición durante toda la noche, como el orinal. Muchas francesas llamaban a
sus doncellas “les pissepots de nos maris”. En la ciudad, las jóvenes de las clases
bajas sólo podían sobrevivir de tres formas: el servicio doméstico, la
prostitución y el convento. Pero ninguna ofrecía una vida soportable. Había una
cuarta eventualidad: el trabajo en el taller, que, por lo demás, entraba muy
pocas veces en consideración y no estaba bien visto, sobre todo por la Iglesia.
- Después de la Reforma, las mujeres son
expulsadas de los oficios urbanos, pero en el primer capitalismo volvieron a
ser explotadas con dureza. Su trabajo se contabilizó como aportación
“adicional” a los ingresos familiares. En el siglo XIX, hubo muchos
industriales que incluso prefirieron emplear energías femeninas por ser “más
celosas en su trabajo y cobran menos sueldo”. De ahí que murieran más jóvenes.
La mitad de las trabajadoras de la seda enfermaban de tisis antes de acabar la
etapa de aprendizaje. En 1831, estas mujeres bregaban durante diecisiete horas
al día. En los talleres de pasamanería de Lyon, algunas trabajaban “con las
manos y con los pies al mismo tiempo, prácticamente colgadas de las correas”. Esta
servidumbre fémina trajo la caída de los salarios masculinos. Con frecuencia,
las mujeres expulsaban a los hombres del trabajo, de modo que ellos se quedaban
en casa sentados mientras que ellas se dirigían a la fábrica para hacer lo
mismo por menos dinero.
- En Inglaterra, muchas veces las mujeres
estaban sometidas a una explotación peor que la de la esclavitud antigua. Explotadas
hasta la debilitación o muerte, las gestantes tenían que mantener el mismo
ritmo de trabajo casi hasta el parto y habitualmente, volver a trabajar a pleno
rendimiento ocho días después. El niño se queda en un cuarto sucio, sin espacio
ni aire, languideciente a causa de una alimentación pobre y completamente
inadecuada, adormilado por el aguardiente o el opio. Muchos hijos de
trabajadores se perdían en los primeros años. Algunos fabricantes empleaban
exclusivamente mujeres casadas en sus talleres mecánicos, sobre todo a las que
dejan en casa una familia cuyo mantenimiento depende de ellas, por suponerlas
más cuidadosas y dóciles que las solteras y esforzadas hasta el límite para procurarse
el necesario sustento. Muchas veces no se dudaba en recurrir a niños, que aun
eran mucho más baratos y que a menudo morían extenuados. Las mujeres pagadas
miserablemente, debían sucumbir a la ruina física y espiritual o dedicarse a la
prostitución.
- Mujer
y educación:
- Obviamente, en las cortes se educaba mejor a
las muchachas; las chicas de la élite social aprendían a leer y escribir; pero
incluso éstas –que, encima, solían acabar como simples monjas– leían apenas
oraciones, catecismos y leyendas bíblicas, se les formaba sólo desde el punto
de vista religioso y moral . La mayoría restante se dedicaba a cuidar ocas o a
trabajar en casa o en el campo, y morían siendo analfabetas.
- Francisco Barberino, se pregunta en tiempos
de Felipe el Hermoso si será conveniente instruir a las hijas en la lectura y
la escritura, y se responde con un rotundo “no”. Y Lutero, defensor decidido
del confinamiento de las mujeres en el hogar, opina que con una hora de clase
al día es suficiente. Hubo que esperar al Renacimiento, con la resurreción de
la Antigüedad clásica y el reconocimiento de la personalidad, para que la
situación de las mujeres se acercara a la de los hombres, sobre todo en Italia;
entonces pudieron empezar a estudiar y, eventualmente, a enseñar.
- Hasta el siglo XIX, la mujer estuvo excluida
de la vida cultural y política. En el siglo XX, algunos países occidentales las
excluían de los centros de enseñanza superior. La primera doctora en medicina
de Nueva York obtuvo el título en 1849. Inglaterra, Suecia, Holanda, Rusia y
Suiza no admitieron a las mujeres en la carrera de medicina hasta los años
setenta –y entonces sólo con la oportuna autorización–; en Alemania ocurrió en
1889, previo permiso especial del ministro de Cultura, el rector y profesores.
Hasta 1920, Oxford siguió otorgando títulos diferentes a hombres y mujeres. Y
en 1960 todavía había en Alemania 2.328 catedráticos frente a sólo trece
catedráticas.
- Mujer
y medicina:
- La difamación cristiana de la mujer y de su
cuerpo también repercutió sobre las ciencias naturales, y la medicina,
obstaculizando la investigación sobre el cuerpo femenino y causó innumerables
víctimas, teniendo en cuenta que la salud de la mujer –por razones
comprensibles– era más endeble que la del hombre. En la Edad Media era
considerado “indecoroso” que un hombre asistiera en el parto a una mujer. La
praxis correspondiente estaba en manos de las comadronas, aunque los libros que
éstas empleaban habían sido escritos por hombres. Así que, por culpa del
sentido cristiano de la vergüenza, la teoría y la práctica estuvieron separadas
hasta el siglo XVII.
- Sólo entonces se difundieron las escuelas
para comadronas, creándose también algunas cátedras de obstetricia. La época de
la Ilustración aportó la moderna asistencia sanitaria estatal, la higiene
individual y la mejora de la posición social de la mujer, por lo que se la ha
podido denominar, con toda justicia, como “el siglo de la mujer”. La
ginecología lo aprovechó y se estudió con más detenimiento la anato-fisiología
de la mujer, cuando se realizan las primeras investigaciones fundamentales
sobre las diferencias entre el cuerpo masculino y el femenino y John Hunter
acuña el concepto de caracteres sexuales secundarios. No obstante, siguió
habiendo disparates de impronta religiosa muchas veces, hasta médicos creían
que la esterilidad era causada por elementos mágicos. Linneo –hijo de un
predicador– omitió los órganos sexuales femeninos en su “Tratado sobre la
Naturaleza” por considerarlos “algo horrible”; en todo ello subsiste algo del
asco sexual de San Agustín. En la Inglaterra victoriana, el reconocimiento
riguroso de una mujer estaba poco menos que descartado. Las pacientes señalaban
la localización de sus propios dolores gracias a unas muñecas que había en las
consultas.
- El médico, en todo caso, podía palpar
después los lugares correspondientes a través de la blusa, en presencia del
marido o la madre. En 1891, el inglés William Goodell describe su lucha contra
la tradición de no operar a las mujeres menstruantes –puesto que desde tiempos
inmemoriales se enseñaba y se creía que la presencia de estas mujeres “manchaba
las fiestas religiosas y podía agriar la leche, interrumpir la fermentación del
vino y acarrear mucha desgracia por doquier”–. Y si en los siglos pasados ser
un enfermo sexual era ya de por sí una tragedia en un hombre, en una mujer era
un crimen.
- Comienzos
de la liberación femenina:
- Entretanto, Johann Jakob Bachofen
(1815-1887) había descubierto el matriarcado. La primacía, hasta entonces casi
indiscutida, del orden patriarcal, empezó a quebrarse, lo que influyó en la
investigación sociológica. La sociedad fue cada vez más consciente de la
situación de la mujer, la apreció en sí misma y con el tiempo se produjo un
cambio profundo, multiplicándose sus derechos políticos, sociales, económicos y
sexuales; y todo en un momento en que el poder de la Iglesia disminuía. Pero bajo el fascismo, con su inequívoco machismo,
esta tendencia cambió de sentido. La emancipación de la mujer fue frenada y la
propia mujer fue puesta al servicio, a la vez, del poder político y del marido,
“aspirando a un reencuentro con la iglesia, por el viejo respeto a la familia y
siguiendo una larga tradición de esclavitud femenina”. La política sexual de
los nazis, que hacían responsables al comunismo y al judaísmo de la “libertad
sexual” en la República de Weimar, estuvo en armonía con las máximas de la
moral cristiana.
- La mujer fue de nuevo relegada al hogar, se
le prohibió ejercer como juez y, en 1936, fue excluida de cualquier función en
la administración de justicia; apartada del Reichstag, y rebajada. Tanto la
expulsión de la vida pública y la verborreica propaganda en favor de la
maternidad, prolongaban la análoga idealización mística de la iglesia: una máquina
de parir. El comunismo –que sigue siendo para la iglesia el movimiento
anticlerical más odioso del siglo XX– concedió a la mujer, al menos, igualdad
económica: en Rusia, recibió el mismo salario que el hombre. Pero la moral
sexual soviética es en mucho tan pacata como la católica. Está claro que hay
afinidades en ambos sistemas y que, de hecho, no existe igualdad sexual ni allí
ni en ninguna parte.
- La antigua categoría de la mujer como bien
mueble sigue estando en el hecho de que pierda el nombre al casarse o que tenga
que adoptar el domicilio del hombre. Hasta mediados del siglo XX, en España y
Portugal, la mujer no puede, sin permiso de su marido, participar en causas
civiles, ni adquirir nada, aunque sea gratis. En España, la hija no podía dejar
el domicilio paterno antes de los veinticinco años salvo para ingresar al
convento o casarse, con lo que la Iglesia y el marido son sus señores
absolutos. En las sociedades de muchos países, la mujer siguió ocupando una
categoría inferior en economía, la política y religión. Jefas de gobierno han
sido una excepción, incluso en la Europa democrática. En el mercado de trabajo,
la mujer siguió estando, en la mayoría de los casos, menos pagada.
- Los pocos países que han tenido o siguen
teniendo jefas de gobierno son no cristianos: India, Ceilán, Israel. En la
Iglesia, la mujer cuenta aun menos que en la economía y la política. No tiene
ninguna forma de acceder a la jerarquía.
- El arte clerical quiso hacer olvidar que
María apenas desempeñó papel en el Nuevo Testamento; que la biblia habló de
ella escasísimas veces y sin veneración especial; que San Pablo, el primer
autor cristiano, la nombra pocas veces, lo mismo que el evangelio más antiguo;
que la ignoran el evangelio de San Juan, la Carta a los Hebreos y los Hechos de
los Apóstoles; que los escritos que la mencionan están plagados de
contradicciones; que el mismo Jesús guarda un completo silencio sobre su
concepción por el Espíritu Santo y sobre la maternidad de la Virgen y, nunca
llama madre a María ni habla de amor maternal, y hasta la increpa duramente
cuando ella le toma por loco; que antes del siglo III ningún padre de la
Iglesia toma en consideración la virginidad permanente de María y hasta el
siglo VI nadie sabe nada de su ascensión a los cielos en cuerpo y alma; que la
fe en la Inmaculada Concepción, luego hecha dogma, fue combatida como
supersticiosa por las mayores lumbreras de la Iglesia: sus doctores Bernardo,
Buenaventura, Alberto Magno y Tomás de Aquino, todos los cuales invocaron a San
Agustín; y que lo mismo ocurrió, en mucho mayor grado, con otros tantos rasgos
marianos. Lo único importante es que, a través de todas estas omisiones y de
invenciones aun más burdas, se tuvo finalmente una criatura asexuada hasta el
extremo, que pudo ser presentada al mundo como ideal y en la que tomó cuerpo,
no la idea esencial, sino la caricatura de toda mujer.
- EN
HONOR DE MARIA:
- Si Ishtar, la diosa del amor, fue escogida
como deidad guerrera, “juez de batallas” y “señora de las armas”, si la virgen
Atenea fue diosa de la guerra y la virgen Artemisa, diosa de la caza, María no
es sólo la dulce Señora, pura, casta, triunfadora sobre los instintos, es
también la gran diosa cristiana de la sangre y la guerra. Nuestra Señora del
Campo de Batalla y del Genocidio. Ella siempre sabe “con toda seguridad donde
está el enemigo”, forma “constantemente la primera línea del Imperio de Dios”.
Y para recordar las más sangrientas carnicerías de nuestra historia, las
iglesias de las victorias de María cubren toda la Europa católica: desde Santa
Maria da Vitoria en Fátima a María de Victoria en Ingolstadt, de la
Maria-Sieg-Kirche de Viena a “Santa María de la Victoria”, la iglesia
conmemorativa situada en el campo de batalla de la Montaña Blanca de Praga.
Asesinar con María era una antigua costumbre cristiana.
- Cuando Constantinopla estaba en guerra, unas
supuestas “reliquias de la Madre de Dios” eran paseadas por la ciudad,
sumergidas en el mar y llevadas al campo de batalla. Las imágenes de Nuestra
Señora adornaban la proa de las naves de guerra del emperador Heraclio y los
pabellones guerreros del emperador Constantino Pogonato, del rey Alfonso de
Castilla, del emperador Femando II, del emperador Maximiliano de Baviera,
etcétera.
- Muchos de los más importantes jefes de
ejército cristianos fueron también grandes devotos de María: el fanático
perseguidor de paganos Justiniano I, marido de la virtuosa Teodora, Clodoveo,
el genocida, Carlos Martel, el “Martillo de Dios”, que mató en el año 732 junto
a Tours a trescientos mil sarracenos con asistencia mariana, o Carlomagno, el
exterminador de sajones. María se convirtió en el grito de guerra del caballero
cristiano, que a menudo llevaba la imagen de la Asunción en su escudo y recibía
el espaldarazo con las palabras: “por el honor de Dios y de María, recibe esta
espada y sólo ésta”.
- El movimiento de las Cruzadas también estuvo
“impulsado por fuertes energías marianas”. “Cuando San Bernardo predicó su
inspirado sermón de las cruzadas en la catedral de Espira, las masas le
respondieron con el maravilloso himno del Salve Regina, que resonó en las
bóvedas de la catedral. Querían suplicar la bendición de aquélla, ponerse bajo
su protección. Con su ayuda, poco después entraron en Jerusalén”; y mataron a
continuación entre sesenta y setenta mil musulmanes, cuya sangre llegaba hasta
los tobillos o hasta las rodillas de los caballos.
- En total, la “dinámica mariana” de las
Cruzadas sacrificó a veintidós millones de personas, según cálculos prudentes.
“(...). El rey Alfonso de Castilla agitó un estandarte de María en 1212, en la
batalla de las Navas de Tolosa, el día de la fiesta del Carmen; más de cien mil
moros mordieron el polvo: otro de “los grandes días de Nuestra Señora”. En 1456
son exterminados ochenta mil turcos junto a Belgrado con la ayuda de María; bajo
su protección, fueron abordadas, hundidas o quemadas ciento sesenta y siete
galeras en Lepanto. En 1935 se enviaron unas imágenes “milagrosas” de María a
África para la expedición fascista de rapiña y gaseamiento en Abisinia; y de
allí llegaron unas postales en las que la Virgen, dulce, casta, coronada de
estrellas y acompañada del Niño Jesús, se sentaba en su trono sobre la torre de
un tanque rodeado por las nubes de humo de las granadas enemigas.
- La leyenda del Ave María. Pío XII, fomentó
decisivamente la mariología y fue un gran promotor del fascismo en Italia,
España, Alemania y Yugoslavia y de los mayores culpables de las matanzas de la
II Guerra Mundial. Dado el cinismo tradicional de Roma, su elevación a los
altares parece lógica.
-
Damas cristianas:
1.- La emperatriz Teodora: (muerta en el año
548), antes de su matrimonio con Justiniano –el tristemente famoso perseguidor
de paganos–, era una hetaira notoria que después de su boda sirvió “en cuerpo y
alma a las doctrinas de la virtud”. Ahora velaba fanáticamente por la moral y
en cierta ocasión juntó a quinientas prostitutas de Constantinopla y las metió
en una “casa de penitencia” en donde, al parecer, la mayoría de ellas se
arrojaron desesperadas al mar. De la misma manera que antes disfrutaba
fornicando, ahora disfrutaba haciendo torturar a la gente. Entraba en la cámara
de tormentos y observaba ansiosamente las torturas. “Si no ejecutas mis
órdenes” rezaba su dicho favorito, “te juro por lo más alto que te haré
desollar a latigazos”.
2.- Catalina de Medicis: (muerta en 1589),
contemporánea de la católica María Tudor (Bloody Mary), cambió finalmente una
vida sexual atrofiada por una incontrolable sed de sangre. Crecida bajo la
protección de su tío el papa Clemente VII, se convirtió en una de las mujeres
más malvadas y sádicas de la historia moderna: responsable de la Noche de San
Bartolomé, los “sangrientos esponsales parisinos”, con entre quince y veinte
mil víctimas en una sola noche. Y el papa Pío V, que mandó dinero y tropas a
Catalina, advirtiendo que “de ningún modo y por ningún motivo hay que ser
indulgente con los enemigos de Dios” exhortaba a la guerra “hasta que todos sea
masacrados”, fue dominico y Gran Inquisidor y siguió siendo como papa, un
asceta estricto y juez de costumbres, que llevaba el hábito monacal de crin
bajo las vestiduras pontificales y hacía y deshacía de acuerdo con esa mentalidad;
quería convertir Roma en un monasterio.
- Ngo Dinh Nhu, política sudvietnamita, cuñada
del presidente Diem, liquidado en 1963. Por un lado estaba la ferviente
católica, militante y despiadada. “El poder es maravilloso y el poder ilimitado
absolutamente maravilloso” solía decir. Como comandante del ejército femenino,
reclutado por ella, persiguió con celo a los budistas, les dio caza (aún habría
querido abatir “diez veces más”) y era feliz con “cada monje asado”. Para un
golpe de mano contra los budistas, su familia pensó en el 24 de agosto,
¡aniversario de la masacre de la Noche de San Bartolomé! Y, de hecho, en agosto
de 1963 se desencadenó bajo su liderazgo una auténtica guerra religiosa.
- El
matrimonio denigrado
- Cristo no criticó el matrimonio. Sus
hermanos y sus primeros discípulos estaban casados. El Nuevo Testamento subraya
que “nadie aborreció jamás su propia carne” y que las mujeres “se salvarán por
su maternidad” y ordena que “las jóvenes se casen, tengan hijos y administren
su casa”. Por supuesto que la biblia, tan llena de contradicciones, también
elogia a aquel que “no se mancha con las mujeres”. La denigración comenzó con
San Pablo y se alimentó después con numerosas referencias a su doctrina o con
falsificaciones que utilizaron su nombre. En algunos apócrifos tardíos, el
propio Jesús ordena que “el soltero no contraiga matrimonio” y anuncia que ha
venido para “deshacer la obra de la mujer”. Dentro
de la Iglesia oficial también se combatió el matrimonio. A la hora de la
conversión, se consideraba imprescindible que los esposos se separaran y
vivieran castamente; los casados eran menospreciados y se les negaba la
esperanza de la salvación.
- Aunque el clero intervino contra los
extremistas y en ocasiones, incluso dejó escapar algunas expresiones de
admiración hacia el matrimonio; pero la tendencia general eclipsó todo ello.
Lutero dice que “ninguno de los Padres ha escrito nada destacable en favor del
estado matrimonial”, lo que se explica como concesión al “espíritu de la
época”; una fórmula que permite disculparlo todo: matanzas de paganos,
persecución de judíos, cruzadas. Inquisición, procesos por brujería,
colaboración con el fascismo, etcétera. Los padres de la Iglesia elogian la
virginidad y ninguno escribe una apología del matrimonio; sino tratan de
convertir a los casados al ascetismo e inventan historietas edificantes de
personas que, antes de la noche de bodas, se juran mutuamente mantenerse castos
el resto de sus vidas; que no se reprochan que los padres vendieran a sus hijos
–con el consentimiento de éstos– para poder ingresar en un convento. La Iglesia
ha canonizado legiones de vírgenes y viudas pero, no hay una sola santa –ni
solo santo– que lo sea en virtud de su “vida matrimonial”. En el Vaticano II,
en 1964, sólo se admitió como comparsa laica a solteras y viudas. Igualmente, Tertuliano elogia a aquellos “que
se ofrecen como eunucos por amor al reino de Dios”; también compara el
matrimonio con la prostitución y ensalza a quienes prescinden de las mujeres.
- Clemente de Alejandría es el primer
cristiano que dice de la fabricación de niños, un deber patriótico –como lo
hicieron siglos después algunos dictadores–, pero aspira a una reproducción
libre de placer, a la que seguiría una abstinencia permanente, hasta ve en el
coito una enfermedad perniciosa, una “pequeña epilepsia”. El sucesor de
Clemente, Orígenes “el primer teólogo católico en todo el sentido de la palabra”,
el “precursor de la escolástica”, califica a todo lo sexual de “deshonesto”,
incluyendo la oración de la pareja en el dormitorio matrimonial. Una
prescripción eclesiástica prohibió construir capillas debajo de dichos
dormitorios. Orígenes enseña que el Espíritu Santo se esfuma durante el
contacto sexual; en fin, este hombre que se emasculó él mismo para poder ser
casto es el responsable de una gradación que sigue presente en los misales: 1.
mártires; 2. vírgenes; 3. viudas; 4, casados.
- Para San Jerónimo, la relación sexual
inhabilita para la oración. “O bien rezamos constantemente y somos vírgenes, o
bien dejamos de rezar para hacer vida matrimonial”. Por lo único que este santo
aprecia a los casados es porque engendran vírgenes; los casados viven “al modo
de las bestias”; las personas, cuando yacen con mujeres, “no se diferencian en
nada de los cerdos y los animales irracionales”.
- San Agustín, es el inspirador de la opinión
medieval en que la cópula es un impedimento para la comunión, “la castidad de
los solteros es mejor que la de los casados”; “una madre, puesto que estuvo
casada, ocupará en el cielo un puesto inferior al de su hija que fue virgen”;
“sólo los matrimonios que mantienen una completa abstinencia son verdaderos
matrimonios” y “los casados que renuncian a la relación camal forman una pareja
tanto más santa”; y añade que preferiría que los hijos fueran “sembrados a
mano, como el cereal”. Con todo. San Agustín es “el teólogo del matrimonio
cristiano”.
- Para San Ambrosio, “el matrimonio es
honroso, pero la continencia lo es más; pues si quien entrega su virginidad en
el matrimonio obra bien, quien no la entrega obra mejor”, “(...) No prohibimos
un segundo matrimonio, pero no lo aconsejamos”. En fin, el matrimonio sería una
“carga”, una “servidumbre”, una “turbación de la carne”. Aunque teólogos
modernos defienden a estos con el pretexto de tomarlos en su contexto temporal
- Los romanos ya desaprobaban las segundas
nupcias y las viudas que las evitaban eran tenidas en gran estima y, no pocas
veces, eran recordadas en sus lápidas con títulos honoríficos. Hacia 180, había
voces católicas que se oponían radicalmente a un segundo matrimonio. En la
Iglesia de la Antigüedad, el segundo o tercer matrimonio tras la muerte del
cónyuge nunca se vio con buenos ojos y terminó por ser severamente castigado,
convirtiéndose en una “boda de bigamos”. “¿Para qué quieres volver a hacer lo
que ya te perjudicó?” argumenta San Jerónimo contra una viuda. “El perro vuelve
a su escupitajo y la puerca, tras el baño, se revuelca de nuevo en el lodo”.
Durante más de un milenio, en muchos lugares se les negó a los segundos
matrimonios la bendición sacerdotal, En 1957, Pío XII declaraba que no era
deseable que el cónyuge superviviente se volviera a casar. Pero la Iglesia,
además de poner dificultades a las segundas nupcias tras la muerte de uno de
los cónyuges, se opuso incluso a las relaciones sexuales dentro del matrimonio.