miércoles, 12 de diciembre de 2012

05.- MATRIMONIO SACERDOTAL Y CELIBATO

                                              Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

EL CELIBATO
- Penitencias en un lecho compartido:
- La consecuencia de las prácticas ascéticas del celibato, pronto llevó a un curioso y duradero modelo de relaciones plenamente institucionalizado: el llamado “matrimonio de José”; el emparejamiento de un hombre soltero –muchas veces un clérigo o un monje, con una religiosa, una “esposa espiritual” –. Dicha institución, extendida en los siglos III y IV, ofrecía posibilidad de unión a los devotos ascetas que incluía compartir el lecho sin sexo. Pero pronto se buscó la burla al asunto. El obispo Pablo, metropolitano de Antioquía por siete años, había “abandonado a una mujer, probablemente, para cambiarla por dos florecientes muchachas de hermosos cuerpos”, con las que vivía e incluso llevaba a sus viajes pastorales. En el sínodo de Antioquía (en 268) corría el rumor de que eran muchos los que cedían a la tentación reprimida con amantes. Como las vírgenes añosas, y las damas de la nobleza, las que ignoraban a sus maridos con pretexto de la continencia, y retozaban con gente del pueblo y hasta con esclavos. Había demasiados monjes que sólo tenían de ascetas el hábito. Desenmascarar a estos santos no siempre era sencillo, porque lo negaban todo, “a menos que los traicionara el berrido de sus hijos”, como dice Tertuliano. No se podía probar la santidad ni con el examen físico del varón y el obispo Cipriano (muerto en 258) exigía la intervención de la comadrona en las fulanas, haciendo la salvedad de que también se pecaba con partes del cuerpo que no podían ser objeto de comprobación.
- San Jerónimo y San Crisóstomo renegaban de lo que llegaron a convertirse las mujeres en esa penitencia: “esposas sin matrimonio”, “concubinas”, “rameras”, o “peste”. La Iglesia necesitó de al menos veinte decretos sinodales y mucha paciencia para acabar con esta práctica. En el año 594, el papa Gregorio I todavía tuvo que renovar las anteriores prohibiciones.
- El celibato a la vista:
- Desgraciadamente para los jóvenes impetuosos que abrazan papel religioso activo, los cargos jerárquicos rectores lo ocuparon luego hombres mayores, quienes pese a que en su juventud no se privaron de placeres o hasta hicieron propaganda al matrimonio de clérigos, llegada la edad de la impotencia, cansancio y sadismo, exigieron egoístamente, el celibato aludiendo la “impureza” de la vida matrimonial, en ánimo de revancha ante el declive de ellos en su capacidad de producir placer. Eneas Silvio de Piccolomini, en el concilio de Basilea recordó a los papas casados, y a Pedro –príncipe de los apostóles, también casado–, y opinaba que “aunque el matrimonio de los religiosos se ha prohibido por buenas razones, se debería volver a autorizar por razones aún mejores”, pero al ser Eneas convertido en Pío II, lo incluyó en el índice los Erótica, compuesto por él mismo, y cuando un sacerdote amigo pidió su dispensa para casarse, le hizo una llamada a la continencia, aconsejándole que “rehuyera de la mujer como a la peste y considerara a toda mujer como un diablo”. Aunque muy distinto hablaba antes sobre las mujeres con este mismo amigo en juventud.
- Matrimonios sacerdotales, tiempos aquellos:
- El papado toleró durante mucho tiempo el matrimonio de los sacerdotes. En tiempos de San Patricio (372-461) –enviado a evangelizar Irlanda y luego santo nacional de ese país– los religiosos casados aparecían muy normales. En el periodo merovingio tampoco tuvieron la obligación de disolver el matrimonio y la mayoría mantenía relaciones sin ocultarlo. Ni siquiera los sínodos de España –donde surgió el primer decreto de celibato– mencionan la abstinencia del clero en el matrimonio hasta comienzos del siglo VI. En Alemania, el gran concilio de Aquisgrán, en el 816, autoriza la ordenación sacerdotal de los casados; y todavía en 1019, obstaculizar el ministerio de los religiosos casados es castigado por el sínodo de Goslar con la excomunión.
- En Roma, hubo hijos de sacerdotes que se fueron papas hasta el siglo X: Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I, Adriano II, Martín II, Bonifacio VI y otros. Varios de ellos fueron canonizados: San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Hubo papas que fueron hijos de papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o Juan XI, hijo de Sergio III. En el siglo XI, todos los religiosos del sur de Italia seguían casándose abiertamente. En el norte, Guido de Ferrara, un testigo ocular, escribe: “en toda Emilia y en Liguria, diáconos y presbíteros metían a mujeres en sus casas, celebraban bodas, casaban a sus hijas, unían a sus hijos con esposas ricas y distinguidas”. Muchos de los sacerdotes concubinati vivían a mediados del siglo XI en Roma. En Inglaterra, el celibato comenzó a introducirse aún más tardíamente. Allí, en los siglos VIII y IX incluso el matrimonio de los obispos era habitual; los sínodos toleraron el matrimonio de los clérigos rurales hasta la alta Edad Media; y después, un prelado británico se consolaba así: “se podrá quitar las mujeres a los sacerdotes, pero no los sacerdotes a las mujeres”.
- La supresión del matrimonio sacerdotal:
- Los sacerdotes pudieron aún casarse por tiempo más, pero el giro decisivo había empezado en el año 306 con el sínodo de Elvira, en España, donde se aprobó el primer decreto sobre el celibato como continencia con sus mujeres so pena de suspensión. Esa prohibición fue determinante para toda la evolución posterior en occidente, pero sólo afectó primero a una parte de la Iglesia española, en otras partes la presión que se ejercía sobre el clero buscaba más que asegurar su continencia matrimonial, antes que evitar las relaciones extramatrimoniales y otros “crímenes” análogos.
­- En el siglo V, la norma de Elvira fue asumida por los papas Siricio e Inocencio I y difundida  en occidente. Pero no se exigía la soltería, como principio, ni la disolución de los matrimonios previos, sino “sólo” la finalización de las relaciones sexuales. Por mucho tiempo se permitió a diáconos, sacerdotes y obispos mantener sus respectivas esposas, a las que los sínodos siguieron refiriéndose como “la señora del diácono”, “la señora del sacerdote”, o “la señora del obispo”. Si los esposos prometían que, en adelante, tendrían “a sus mujeres como si no las tuvieran”  podían llegar a ser sacerdotes o seguir siéndolo, lo que incitó a una vida de hipocresía y fingimiento entre éstos. Además, los decretos diferían entre sí, eran confusos, se modificaban y adaptaban a las circunstancias, se suavizaban o extremaban y, llegado el caso, se ignoraban.
- Vigilancia y restricciones al sacerdote:
- Repetidamente, se prohibió que los clérigos compartieran casa con mujeres extrañas, posibilidad que el papado combatió mucho tiempo, con celo y escasos resultados, y esto  se denegó incluso, a los sacerdotes castrados. El sínodo de Elvira autorizó a los religiosos a vivir sólo con sus mujeres, así como con sus hermanas e hijas consagradas a Dios, pero no permitía la presencia de la mujer extraña que la mayoría de las veces se ocupaba de llevar la casa y que fue en un primer momento el principal objeto de las prevenciones sinodales. Luego se llegó a impedir la entrada a la casa del sacerdote a todas: esclavas y libres, y también se prohibió a los religiosos visitar a mujeres, sobre todo por la tarde o por la noche, salvo en casos imprescindibles y siempre en compañía de un clérigo como testigo. Incluso se le negó a la mujer del sacerdote el acceso al dormitorio del marido.
- Pero era difícil cumplir los decretos. Lo que más costó a los clérigos fue separarse del lecho común. El sínodo de Tours  de 567 fue otro pilar de ese tipo de órdenes e intromisiones, se volvió a privar a los sacerdotes de visitas extrañas, se impidió a los religiosos del entorno del obispo todo contacto con las esclavas de su mujer, la episcopa –a la que el obispo debía ver como una hermana y bajo vigilancia–; ante la sospecha que muchos arciprestes, diáconos y subdiáconos mantenían relaciones con sus mujeres, se ordenó que el arcipreste debía tener siempre a su lado a un clérigo que le acompañe a todas partes y tenga el lecho en la misma celda que él. Siete subdiáconos que se iban turnando cada semana tenían que vigilar al arcipreste, y recibirían una paliza si se negaban. Más tarde, también mandaron vigilantes a algunos obispos. Y en el año 675, el sínodo de Braga prohibió que un clérigo sin vigilante de confianza acompañara a una mujer, salvo su madre. Antes, aún se había tolerado la compañía de hermanas, hijas e incluso sobrinas y El sínodo de Macón, en 581, extendió tal autorización hasta la abuela. Los padres conciliares recelaban de todo el mundo y quedó prohibida la estancia en la casa del sacerdote, de nietas, sobrinas, hijas, hermanas y madres –al principio, sólo en la Europa del sur, luego en Alemania y Francia, y en Inglaterra–, debido a que los religiosos se enfrascaban con su propia familia, como reconoció el concilio de Maguncia en 888. Además, había el peligro de que llegaran otras mujeres acompañando a la familia, como reflexionaba el obispo de Soissons en 889.
- Esclavización de la mujer del sacerdote:
- A mediados del siglo XI, León XI convirtió en esclavas de su palacio a todas las mujeres que vivían con religiosos en Roma.
- El sínodo de Meifi (1089), presidido por Urbano II –el promotor de la primera cruzada, que culminó con la matanza de 70.000 sarracenos en Jerusalén y declarado santo en 1881– ordenó, en caso de que el sacerdote no acabara con su matrimonio, la venta de la esposa como esclava, por el poder temporal, al que involucró así en la cuestión del celibato.
- El arzobispo Manases II autorizó en 1099 al conde Roberto de Flandes a capturar a las mujeres de los clérigos excomulgados de todas sus diócesis. En Hungría y otros lugares fue igual. En todas partes, particularmente en Franconia, hubo escenas crueles y el fanatismo de los monjes mostró su rostro; a los religiosos que no fueron capaces de abandonar a sus mujeres e hijos sólo les quedó la vida. La Iglesia, desde España hasta Hungría e Inglaterra, siguió ordenando que las mujeres de los sacerdotes fueran vendidas, esclavizadas, traspasadas a los obispos junto con todas sus propiedades, o desheredadas. Además, hasta la época moderna, impuso a las “concubinas notorias” el destierro, la privación de los sacramentos, el afeitado de cabeza “públicamente, en la iglesia, un domingo o día festivo, en presencia del pueblo”, como dispone el sínodo de Rúan, de 1231; la iglesia amenazaba a la mujer del sacerdote con negarle el entierro, con arrojar su cuerpo al estercolero o, muchas veces, con entregarla al estado, lo que con frecuencia acababa en destierro o prisión. En el siglo XVII, el obispo de Bamberg, Gottfried von Aschhausen, todavía apelaba al “poder temporal” “para que entre en las parroquias, encuentre a las concubinas, las azote públicamente y las arreste”.
- Hubo casos célebres de víctimas de la prohibición católica. El teólogo Abelardo, se enamoró y se casó con Eloísa, la sobrina del abad Fulberto, a la que conoció durante las clases que daba en París, luego fue castrado por los parientes de ella, a instigación del abad. Nicolás Copérnico. Había recibido la ordenación sacerdotal y una canonjía en la catedral de Frauenburg. Su obispo y amigo de juventud, Dantiscus, le ordenó cuando el genio rondaba los 60 años, que se separara de una pariente lejana, Anna Schilling, con la que había vivido mucho tiempo, Copérnico asintió y prometió dejarla con pesar, pero Copérnico siguió reuniéndose en secreto con Anna, hasta que, de nuevo bajo la presión del obispo, renunció también a estos encuentros, muriendo, solo y abandonado, cuatro años más tarde. El caso del subdiácono Bochard es estremecedor. Era chantre en Lyon y canónigo en Tournai, y tenía dos hijos de una noble, hermana de la condesa Juana de Flandes. Inocencio III –responsable de la masacre de los albigenses–, que consideraba el matrimonio de los clérigos “un lodazal”, excomulgó a Bochard y ordenó al arzobispo de Reims que renovara el anatema cada domingo con repique de campanas y cirios encendidos, suspendiendo los oficios divinos donde quiera que estuviese Bochard hasta que abandonara a la mujer e hiciera penitencia. Bochard se sometió al castigo y pasó un año en Oriente peleando contra los “infieles”. Pero cuando volvió vio a su mujer y a sus hijos y renaciendo su instinto familiar volvió con ellos. Poco después fue capturado en Gante y decapitado y su cabeza paseada por todas las ciudades de Flandes y Henaut.
- Según el cisterciense Cesáreo de Heisterbach, en el siglo XIII la gran mayoría de los religiosos hacía vida matrimonial legítima o “en concubinato”. Eran responsables de familias con esposa e hijos. Sólo los remordimientos de conciencia atizados por los fanáticos sembraron la discordia.
- Desde fines de la Antigüedad, las mujeres, hijos e hijas de los clérigos, fueron perdiendo sus derechos y tratados cada vez peor. En 655, el noveno sínodo de Toledo dictó que todos los hijos de sacerdotes “no deben heredar de sus padres o sus madres, y pasarán a ser esclavos de por vida de la iglesia en la que los padres que los engendraron tan deshonrosamente prestaban sus servicios”. Así que en territorio visigodo, todo descendiente de religioso carecía de derechos sobre la herencia de sus padres y se convertía de por vida en un siervo de la Iglesia, sea su madre libre o no.
- En el siglo XI, el gran sínodo de Pavía hizo esclavizar de por vida a todos los hijos de sacerdotes, “hayan nacido de libres o siervas, de esposas o de concubinas”. El concilio, dirigido por Benedicto VIII, tomó la misma decisión: “Anatema para quien declare libres a los hijos de tales clérigos –que son esclavos de la Iglesia– sólo porque hayan nacido de mujeres libres; porque quien lo haga roba a la Iglesia. Ningún siervo de una iglesia, sea clérigo o laico, puede adquirir algo en nombre o por mediación de un hombre libre. Si lo hace, será azotado y encerrado hasta que la iglesia recupere los documentos de la transacción. El hombre libre que le haya ayudado tendrá que indemnizar completamente a la iglesia o ser maldito como un ladrón de iglesia. El juez o notario que haya extendido la escritura, será anatematizado”.
- En aquel tiempo la mayoría del bajo clero descendía de esclavos y no tenía propiedades ni podía hacer testamento. Cualquier cosa que esas personas adquirieran o ahorraran pertenecía al obispo, quien por ello, tenía gran interés en la nulidad de los matrimonios de los sacerdotes y en la incapacidad de los hijos para heredar. A los descendientes de esclavas de iglesia se les privó siempre del derecho a heredar y estaban a completa disposición de los prelados que, por tanto, no veían con malos ojos que un clérigo se uniera a una esclava. Pero, ésta era la regla, debido a que la servidumbre era condición generalizada. Y, por tanto, los hijos se atribuían a la “peor parte”, a la mujer esclava, convirtiéndose así, en esclavos. Pero, si un religioso que no era hombre libre se casaba con una mujer libre, sus hijos eran considerados libres, con capacidad de poseer propiedades y de heredar, y quedaban protegidos por las leyes seculares, lo que no convenía a la iglesia.
- El papa Benedicto lamenta que “incluso los clérigos que pertenecen a la servidumbre de la Iglesia –si es que se les puede llamar clérigos–, como quiera que se ven privados por las leyes del derecho a tener mujer, engendran hijos de mujeres libres y evitan a las esclavas de las iglesias con el único propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la mujer libre también puedan ser libres, de alguna manera”. Los veía como enemigos de la iglesia dispuestos a perseguir a la Iglesia y a Cristo. “Mientras los hijos de siervos conserven su libertad, como falazmente pretenden, la Iglesia perderá ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia, antaño tan rica, se ha empobrecido”. El peor enemigo del papa es que quien reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza poder, el poder, dominio feudal, y el dominio feudal lo es todo. Después de comparar a los clérigos desobedientes con los caballos y los cerdos de Epicuro, y de aducir, como prueba de la peor de las corrupciones, que su desenfreno no era discreto sino público, el Vicario de Cristo dispone: “todos los hijos e hijas de clérigos, hayan sido engendrados por una esclava o por una mujer libre, por la esposa o por la concubina, serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad”. Las decisiones de Pavía fueron declaradas vinculantes también para Alemania en el sínodo de Goslar, en 1019, cuando el piadoso emperador Enrique II –coronado por el Papa (y a quien todavía hoy se venera en Bamberg)– las elevó a leyes imperiales. Los jueces que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían privados de  patrimonio y desterrados de por vida, las madres de esos hijos azotadas en el mercado y también desterradas, los notarios que levantaran un acta de libre nacimiento o algún documento similar perderían su mano derecha... ¡Enrique el Santo!.
- Por el contrario, una ley siciliana de Federico II, el gran librepensador y rival del papa, reconocía a los hijos de los sacerdotes el derecho a heredar. Y en España, desde el siglo IX, en que se extendía el concubinato –la barraganería– entre el clero, paralelamente al florecimiento de la cultura árabe, los hijos de esta clase de uniones estables fueron, en general, considerados como libres hasta el siglo XIII. Podían heredar de sus padres y acceder al mismo empleo eclesiástico que hubiera tenido su progenitor.
- En España hubo una reacción desde el quinto concilio lateranense, en 1215, cuando aumentaba el centralismo papal y la Reconquista progresaba. En 1228, el primer sínodo de Valladolid, bajo la dirección de un legado papal, declaró que ningún hijo de clérigo nacido luego del quinto concilio lateranense podría heredar de su padre, quedando también excluido del estado religioso. Durante toda la Edad Media se siguió atacando a los hijos de los sacerdotes, sin importar su origen legítimo o ilegítimo, y el derecho civil incluyó a sus nietos y perjudicó a toda su descendencia. En cambio, en Suecia, al mismo tiempo se negaba a la Iglesia el derecho a heredar, suscitando las quejas de Roma a propósito de la “salvaje brutalidad del pueblo sueco” como decía Honorio III, aquel infatigable promotor de cruzadas.
- La iglesia llegó a impedir toda relación familiar y humana entre los clérigos y sus hijos. Prohibió que hijos e hijas permanecieran al lado de su padre y fueran educados en el hogar, prohibió a los religiosos participar en la elección de cónyuge, en la boda o en el entierro de sus hijos y nietos, que una de sus hijas pudiera casarse con otro sacerdote o con uno de los hijos de éste. Y tampoco le estaba permitido a ningún laico casarse con la hija de un clérigo.
- A mediados del siglo XVI, el concilio de Trento declaró que el hijo de un sacerdote no podía acceder a la prebenda de su padre y que la renuncia de éste en beneficio de su hijo era nula. En 1567 se ordenó poner fin a la costumbre de enterrar en el mismo lugar a los sacerdotes y a sus hijos; asimismo, en las tumbas de los clérigos se eliminaría cualquier referencia a sus hijos. En el siglo XVII el sínodo de Turnau ordenó la humillación pública de los hijos e hijas de sacerdotes y el encarcelamiento de estos últimos.
- La esquizofrenia celibataria llegó a Milán. En 1063, el papa Alejandro II dio la señal de inicio de la “guerra civil declarada”; el populacho enardecido, junto a hatajos de frailes iracundos, expulsó a los religiosos casados de sus iglesias. Los buscaron en los mismos altares, los apalearon o los mataron, junto con sus mujeres e hijos, destruyeron el palacio arzobispal, y el arzobispo Guido escapó a duras penas en paños menores luego de su respectiva paliza. Hubo asaltos y asesinatos a diario, hasta los más inocentes fueron desplumados cuando Eriembaldo –acuchillado en 1075 en una calle de Milán– dio permiso a su ejército de obreros y parias codiciosos para que se incautara de los bienes de todo clérigo que no jurara continencia sobre unos evangelios y ante doce testigos. Por la noche y en secreto, escondían vestidos de mujer en las casas de los sacerdotes, luego las asaltaban y exhibían las ropas encontradas como prueba de la cohabitación. Bastaba esto para justificar el expolio.
- Hubo enfrentamientos civiles, homicidios, perjurios indescriptibles, niños hijos de sacerdotes sin bautizar estrangulados, muchos de cuyos restos no fueron encontrados hasta mucho después, durante la limpieza de un depósito de agua. La guerra civil asoló Milán hasta 1075. Y todavía bajo el papado de Alejandro II, el sínodo de Gerona, celebrado en 1068, decidió que “desde el subdiácono hasta el sacerdote, quien tenga mujer o concubina dejará de ser clérigo, perderá todos sus beneficios eclesiásticos y en la iglesia estará por debajo de los laicos. Si desobedecen, ningún cristiano les saludará, ni comerá con ellos, ni rezará con ellos en la iglesia; si enferman, no serán visitados, y si mueren sin penitencia ni comunión, no serán enterrados”.
- Gregorio VII, institucionalización del celibato:
- El sucesor de Alejandro II, fue Gregorio VII (1073-1085), llamado Hildebrando –a quien Lutero llamó “Hollebrand” (hoguera del infierno), y el mismo Damián, “San Satanás”–, que tuvo papel principal en la discusión sobre el celibato. Aunque, expresamente, no declaró nulos los matrimonios de los sacerdotes, prohibió en 1074 que los religiosos tuvieran esposa o vivieran en compañía de alguna mujer, amenazándoles, si desobedecían, con la privación ab officio y ab beneficio y negando a los “incontinentes” hasta la entrada en la iglesia.
- No aportó nada nuevo ni en los temas, ni en los castigos, pero los potenció con gran dureza para poner en vigor leyes que ya existentes pero usualmente burladas; también enfatizó la intolerancia con la que arruinó la imagen de los sacerdotes casados, convirtiéndolos a todos en “concubinarios”. No se detenía ante nada. Condenaba todo lo que no se ajustaba a su modo de pensar, conjuraba a individuos o a pueblos enteros, escribía a parroquias, príncipes, obispos y abades. Enviaba a todas partes a sus legados, bien provistos de suspensiones y anatemas; y en ese momento la excomunión era, precisamente, el castigo más temido, porque suponía excluir a la persona de la vida terrenal y de la vida celestial, arrojándola directamente al infierno, lo que alcanzaba al que ayude al excomulgado. Como, a menudo, el Papa no se sentía seguro de sus propios prelados –algunos obispos, como el de Reims y el de Bamberg, fueron destituidos–, no solo puso en pie de guerra a los gobernantes, sino que como agitador amotinó a las masas, de las que esperaba un “efecto saludable”. Liberándolas de toda obediencia, declaró que la bendición de un clérigo casado se convertía en maldición y su oración en pecado, con lo cual la chusma dejó de asistir a las misas de los “servidores del diablo y de los ídolos”, se negaban a recibir sus sacramentos, sustituían los óleos y el crisma por cera de oídos, bautizaban ellos mismos a sus hijos, derramaban por el suelo la “Sangre del Señor”, pisoteaban su “Cuerpo” y ni siquiera querían dejarse sepultar por semejantes “paganos”.
- Entonces el clero se rebeló. Creía que las órdenes hildebrandenses eran contrarias a la biblia y a la tradición, las calificaban de necias, peligrosas e innecesarias: una herejía, en una palabra, que abría las puertas de par en par al perjurio y al adulterio. “Sólo un mentecato puede obligar a las personas a vivir como ángeles”, escribió Lamberto de Hersfeid. Y el escolástico Wenrich de Tréveris informaba al mismo Gregorio VII: “Cada vez que anuncio vuestras órdenes, dicen que esa ley ha sido escupida por el infierno, que la estupidez la ha difundido y que la locura intenta consolidarla”.
- La polémica no se limitó a la literatura. El obispo Enrique de Chur, el arzobispo Juan de Rúan y Sigfrido de Maguncia, y diversos emisarios papales, estuvieron a punto de ser linchados por los religiosos. El obispo Aitmann, al que hubieran querido “despedazar con sus propias manos”, debió huir de Passau para siempre, y parece que un emisario gregoriano fue quemado vivo en Cambrai en 1077. Las excesos de los apóstoles del celibato fueron mayores. El obispo de Gembloux informó “Los clérigos son expuestos al escarnio público en medio de la calle; en el lugar de la exhibición les recibe un griterío salvaje, les atacan incluso. Algunos han perdido todos sus bienes. Otros han sido mutilados (...) A otros les han degollado después de larga tortura, y su sangre clama venganza al Cielo”.
- Se volvió a la lucha armada, se luchó en las mismas iglesias. Hubo religiosos que fueron asesinados mientras oficiaban y sus mujeres fueron violadas sobre los altares. En Cremona, en Pavía o en Padua ocurrió como en Milán; igual en Alemania, Francia y España. Hubo tal caos que la gente esperaba el fin del mundo. Las crónicas cuentan que en torno a, 1212 el obispo de Estrasburgo hizo quemar a cerca de un centenar de personas del partido contrario al celibato.
- El sínodo pisano de 1135 dio un paso crítico en la institucionalización del celibato. Con presencia del papa Inocencio II y de muchos obispos y abades de Italia, España, Francia y Alemania, declaró nulos los matrimonios contraídos por sacerdotes. Antes se intentó la disuasión, pero nunca se había puesto en duda la validez de los matrimonios. Luego, el segundo concilio lateranense, celebrado en 1139 con Inocencio III, proclamó que todos los matrimonios contraídos por clérigos eran nulos y los hijos nacidos de ellos serian considerados naturales e ilegítimos. Con ello se reforzaba o se consumaba la ley gregoriana del celibato. El decreto conciliar fue confirmado por los papas Alejandro III (en 1180) y Celestino III (en 1198). Desde allí, obligación del religioso ya no era la continencia en el matrimonio, sino la soltería.
- Los reformadores criticaron duramente la práctica del “canon prostitucional”. Para Zwinglio era escandaloso prohibir casarse a los curas y, en cambio, venderles el permiso de tener mancebas. Se pagaba multas y había tarifas por cada hijo de sacerdote, por concubinas, por acostarse con muchachas puras, monjas, por bautizar a un bastardo o legitimarlo, lo que aportaba jugosas rentas al obispado en Alemania.  
- Los protestantes rechazaron el celibato desde el primer momento, adoptando posturas personales consecuentes. Zwinglio se casó por primera vez en 1524, Lutero en 1525 y, finalmente, Calvino que, pese a no ser ni sacerdote ni monje, era el más mojigato.
- Lutero, el radical que consideraba el matrimonio como un paraíso, por mucha miseria que padecieran los casados, empleó su vehemencia en dinamitar la prohibición del matrimonio sacerdotal: “apenas hay en el mundo algo más abominable que lo que llamamos celibato”, “ni los prostíbulos, ni cualquier otra forma de provocar a los sentidos, nada hay más dañino que estos mandamientos y votos ideados por el Diablo”.
- Pese a la ola de críticas de adentro y afuera, el catolicismo fue firme en su posición favorable al celibato y a la profesión de los votos.
- Los siglos XIII y XIV vieron batallas de reacción contra el celibato, y vinieron los concilios de Constanza (1414-1418) y Basilea (1431-1439), donde y con el apoyo del emperador Segismundo, se intentó en vano que se autorizara, al menos, el matrimonio de los clérigos seculares, se redoblaron los esfuerzos en él concilio de Trente, esfuerzos que, aunque favorecidos por algunos soberanos, fueron estériles. Tras largas deliberaciones, el 11 de noviembre de 1563 se votó finalmente contra el matrimonio sacerdotal, anatematizando a todo aquel que lo defendiera. El matrimonio de los clérigos fue declarado “abominable” y las transmisiones hereditarias a sus descendientes fueron consideradas una “gran impiedad” y un “gran crimen”, por lo que se siguieron repitiendo las amenazas de excomunión y privación de enterramiento eclesiástico para los religiosos que contravinieran las normas. Se renovó la negativa a que los sacerdotes vivieran con sus queridas o con otras damas sospechosas, encomendándose a los prelados la tarea de castigar las infracciones sin juicio alguno. Si era un obispo el infractor, primero debía ser amonestado por un sínodo provincial; si no se enmendaba, sería suspendido, y sólo si continuaba fornicando debía ser denunciado ante el santo padre, el cual, dependiendo del grado de culpabilidad, podía castigarle, en caso necesario, con la pérdida de las prebendas. Así, mientras a un religioso común y corriente se le liquidaba “sin juicio alguno”; llama la atención el miramiento con el que se trataba a los altos prelados, a quienes, en el peor de los casos y después de toda clase de amonestaciones, se castigaba económicamente... “en caso necesario”.
- Después del Concilio de Trento, el emperador Femando I, el conde Alberto de Baviera y, finalmente, el hijo de Fernando, Maximiliano II, abogaron por que se dispensara a los clérigos seculares de la prohibición de contraer matrimonio. Pero el papado se mantuvo implacable, tanto en ese momento como más adelante, en los siglos XVII y XVIII, cuando los ataques vinieron de fuera, de los círculos ilustrados; Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos de 1832, los calificó de esos “depravadísimos filósofos”, queriendo definir así a algunos de los pensadores más destacados, cuando, en realidad, no se definía más que a sí mismo...
- El 13 de febrero de 1790 la Asamblea Nacional francesa disolvió las órdenes religiosas, prohibió los hábitos y declaró que los votos eran irracionales y las personas libres. La legislación sobre celibato dejó de estar vigente en Francia al ser derogada por el código napoleónico. Debido a la cantidad de clérigos que se apresuraron a contraer matrimonio –alrededor de dos mil (y quinientas monjas)–, Pío VII reconoció estos enlaces en 1801, concesión como las que ya antes habían hecho Julio III –respecto a los religiosos ingleses, a quienes se había otorgado la dispensa de su voto– e incluso Inocencio III, en plena Edad Media –respecto al clero oriental–. Siempre que es necesario, la oportunidad se convierte en la ley suprema de Roma.
- Bajo el influjo de Francia, la batalla en favor del matrimonio sacerdotal se reanudó en Alemania a comienzos del siglo XIX. El vicario general de Constanza, Von Wessenberg (1774-1860), fuertemente influido por la Ilustración, concedió a numerosos clérigos la dispensa del voto de castidad; aunque llegó a ser proclamado obispo, el Papa no le reconoció como tal y, finalmente lo excomulgó. En Friburgo, un grupo de abogados, jueces y profesores, entre ellos, el teólogo Reichlin-Meldegg, redactó un memorial para la abolición del celibato enviado al arzobispo en demanda de solidaridad, quien muy cucufato, solicitó al gran duque la separación de Reichlin de su cátedra. Se formaron asociaciones contra el celibato en otras muchas diócesis alemanas, aunque fueron suprimidas bajo la acusación de “antieclesiásticas” o “perturbadoras y revolucionarias"; incluso se recomendó a “estos lascivos camaradas” que se pasaran al protestantismo. Sólo la Iglesia de los Católicos Viejos, que renegó de Roma después del primer concilio Vaticano, autorizó el matrimonio de sus sacerdotes.
- Pero incluso la virginidad misma en sí, no tenía valor intrínseco. Para San Agustín, Tomás de Aquino y la moderna teología, lo que se alaba en las vírgenes es “que sean vírgenes consagradas a Dios”. Juan Crisóstomo dijo de la virginidad que sólo era buena entre los católicos, mientras que entre los judíos y los herejes era ¡”peor que el mismo adulterio”!. La moderna teología moral, condena el suicidio, pero se permite que una mujer se arroje al vacío “para no caer en manos de un depravado que quiera atraparla y forzarla” y puede matarlo mientras su pene no haya llegado hasta su vagina, pero luego, el homicidio por venganza está prohibido. Así que generaciones de locos se han mortificado hasta prácticamente hoy en día por causa de una castidad que, en lo fundamental, ni importaba ni importa; con lo cual, sus acciones han sido casi siempre de naturaleza ascético-sexual.
- En ese momento, la oposición al celibato encontró su más relevante expresión literaria en el libro de los hermanos Johann Antón y Augustin Theiner: “La introducción del celibato forzoso de los religiosos cristianos y sus consecuencias”, obra en tres volúmenes, consistente en una enumeración de hechos, cuya influencia se extiende hasta hoy. La Iglesia católica ha querido acaparar la mayoría de los ejemplares y destruirlos. A Antón Theiner se le separó de su cátedra y ejerció de párroco rural hasta que, medio muerto de hambre terminó como secretario de la universidad de Bresiau. Su hermano menor, Augustin (“he pasado más de treinta años, la mejor época de mi vida, al servicio de Roma y de su curia. Los jesuitas! no se arredran ante ningún acto de fuerza, ante ninguna violencia”), se reconcilió con la Iglesia, fue prefecto del Archivo Vaticano, pero durante el primer Concilio Vaticano, hubo sospecha de que proporcionaba materiales históricos a algunos obispos levantiscos, entonces perdió su puesto e incluso se tapió la puerta que comunicaba su vivienda con el archivo.
- A finales del siglo pasado hubo algunas corrientes contrarias al celibato implantadas, sobre todo, en Francia y en Sudamérica.
- A comienzos del siglo XX, el clero de Bohemia se rebeló. El libelo de Vogrinec “Nostra máxima culpa” fue prohibido por los obispos. En el sur de Alemania circuló el escrito de Merten “La esclavitud de los religiosos católicos”. En 1959, el dominico Spiazzi provocó un escándalo cuando cerca al inminente Concilio Vaticano II, criticó el celibato –“con extrema prudencia”–. Poco después, Juan XXIII proclamó que el tema estaba fuera de discusión. Durante el Concilio, se dio instrucción expresa de evitar un debate oficial sobre el celibato, pero hubo varios pronunciamientos en favor de mantenerlo. En 1965, Pablo VI no dejó dudas en reafirmarlo: “no sólo conservar esta antigua y santa ley con todas nuestras fuerzas, sino reforzar su sentido”.
- En 1967, Pablo VI volvía a confirmar en su encíclica “Sacerdotalis coelibatus” la posición tradicional; pese a la “preocupante falta” de sacerdotes. Hubo una oleada mundial de protestas. Miles de sacerdotes dejaron de oficiar o colgaron los hábitos, pese a las discriminaciones públicas y a las fuertes presiones psicológicas que una decisión de esta clase acarrea. Renombrados teólogos se rebelaron. En Holanda, algunos seminaristas le negaron al “obispo de Roma” el derecho a ocuparse de asuntos ajenos a su diócesis. Incluso en la católica Baviera dos tercios de los ciudadanos están a favor de la abolición del celibato, porcentaje que se eleva a los cuatro quintos en el resto del territorio federal. La “crisis del celibato” tan traída y llevada en la actualidad, es una crisis del catolicismo, una crisis del cristianismo, lisa y llanamente, de ese cristianismo que hace ya tanto tiempo que perdió toda credibilidad. El celibato fue de gran provecho a la iglesia católica a costa de inmensos sacrificios humanos, pero también la ha perjudicado. Contribuyó a la escisión de la iglesia oriental y del protestantismo, que permanecieron favorables al matrimonio de los sacerdotes. Y hoy en día, las desventajas de la prohibición son casi tan grandes como sus ventajas.