miércoles, 12 de diciembre de 2012

06.- MORAL EN LA CURIA MEDIEVAL

                                               Basado en el libro "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Destchner

- También los sacerdotes hacían las misas en estado de embriaguez. San Agustín deplora los excesos que se cometen a diario en las eucaristías, el alcoholismo y las comilonas. Hasta el siglo XVII, los concilios censuran la afición a la bebida de los sacerdotes; Muchos compensaban lo que se perdían desde el punto de vista sexual.  
- En Romanía mujer del margrave de Toscana consiguió que su amante, Juan, fuera ascendido primero a arzobispo y luego a papa (Juan X, 914-928). Este murió en la cárcel por instigación de la hermana, Marozia, que se lió con el papa Sergio III y promovió al fruto de estos amores a la condición de Vicario de Cristo: Juan XI, papa cori veinticinco años, fue, no obstante, rápidamente encarcelado y liquidado. Juan XII, que ya era papa a los dieciocho, se acostaba con sus propias hermanas y llegó a dirigir un negocio de trata de blancas sin igual, hasta que, en el año 964, murió en pleno adulterio”.
- El papa Bonifacio VII, que había ordenado estrangular a su predecesor Benedicto VI, y que fue él mismo asesinado en el año 985, tenía fama de ser un bicho de la peor especie, cuyas bajezas excedían a las del resto de los mortales,
- Benedicto IX (1032-1045) –que llegó a la cátedra de San Pedro a los quince años por medio de sobornos, la perdió después por el mismo procedimiento y probablemente fue también el envenenador del papa Clemente II– debió de acariciar la idea de casarse o, tal vez, según otras fuentes, lo acabó haciendo.
- Un harén para compensar el matrimonio perdido:
- De hecho es frecuente leer historias de religiosos que tienen varias concubinas al mismo tiempo o que tienen hijos de cuatro o cinco mujeres distintas, que por el día se pasean con porte piadoso y por la noche fornican bajo los pulpitos, que mantienen relaciones con abadesas y monjas, relaciones de las que nacen hijas con las que, luego, engendran otros hijos.
- También se menciona a menudo que el clero condenaba como herejes a las mujeres que se resistían a sus deseos, un método utilizado, sobre todo por los propios cazadores de herejes. El tristemente famoso inquisidor Robert le Bougre (siglo XIII) amenazaba con la hoguera a las mujeres que no se sometían a él. Por su parte, el inquisidor Foulques de Saint-George hacía encarcelar a las más tercas como herejes con tal de conseguir sus propósitos. La literatura de la Edad Media plena y tardía está repleta de sacerdotes y monjes ávidos de jovencitas y de prioras y monjas no menos ávidas de hombres. La mayoría de las veces eran los clérigos los que actuaban de seductores y el sitio preferido para el comienzo de sus amoríos era la iglesia, donde intentaban doblegar la voluntad del objeto de deseo con regalos y monedas. Incluidos los frailes mendicantes. Tal vez esto pudo contribuir a que los religiosos fueran valorados –y hasta preferidos– como amantes; por supuesto, también se estimaba la discreción, mantenida en interés propio.
- Religiosos medievales y depravación:
- En el mismo siglo, Gregorio X (1271-1276) –un papa que inspiró al espíritu santo en un cónclave, privando de alimento a los cardenales electores– envió al obispo Enrique de Lüttlich el siguiente escrito admonitorio: “Hemos sabido, no sin gran pesadumbre de nuestro ánimo, que incurres en simonía, fornicaciones y otros crímenes, que te entregas completamente al placer y a la concupiscencia de la carne, que después de tu elevación a la dignidad episcopal has tenido varios hijos e hijas. También has tomado públicamente como concubina a una abadesa de la orden de San Benito y, en medio de un banquete, has reconocido desvergonzadamente ante todos los presentes que habías tenido catorce hijos en un lapso de veintidós meses (...) Para hacer más irremisible tu perdición, has recluido bajo vigilancia en un jardín a una monja de San Benito, a la que han seguido otras mujeres (...) Cuando, tras la muerte de la abadesa de un convento de tu jurisdicción, procedieron a la elección de la sustituta, la has anulado y has puesto como abadesa (...) a la hija de un noble con la que habías cometido incesto y que hace poco habrá dado a luz un hijo tuyo para escándalo de toda la región (...) Además todavía tienes a los tres hijos varones que has engendrado con esta misma monja (...) También tienes a una de las dos hijas que has engendrado con esa monja (...)” Etcétera, etcétera.
- “Es bastante frecuente que los obispos tengan hijos, muchos o pocos” dice el misionero franciscano Bertoldo de Ratisbona. Un tal Enrique, obispo de Basilea, dejó a su muerte veinte vástagos; el obispo de Lüttiich, que fue destituido y llegó a la cifra de sesenta y uno.  Las asambleas de la Iglesia tenían razones suficientes para denunciar la forma de vida del clero secular y regular. Había que corregir la corrupción, el desenfreno, la opulencia y la ociosidad.
- En el siglo XIII, el papa Inocencio III dice que los sacerdotes son “más inmorales que los laicos”; Honorio III asegura que “están corrompidos y conducen a la perdición a los pueblos”; Alejandro IV afirma “que la gente, en lugar de ser corregida por los religiosos, es corrompida por ellos”. Los clérigos se pudren “como ganado en el estiércol” otra preciosa sentencia papal del siglo XIII.
- En 1403, después de vivir medio año en Roma, Mateo de Cracovia, profesor de teología y obispo de Worms, escribe un tratado bastante ácido: “De la suciedad de la curia romana”.
- En 1410 fue promovido al papado con el nombre de Juan XXIII, el delegado cardenalicio Baldassare Cossa, quien, además de mantener una apasionada relación con la mujer de su hermano, tenía fama de haberse acostado, cuando estaba en Bolonia, con doscientas viudas y doncellas. En el concilio de Constanza (1415) –donde fue depuesto, aunque se permitió que siguiera actuando como cardenal–, la lectura de la crónica de su” días de papado quedó reducida a cincuenta hazañas, “por respeto a los oyentes”, aunque los oídos de los prelados estaban curados de espanto.
- Al gran concilio que mandó a la hoguera a Hus asistieron –además del Papa, más de trescientos obispos y el espíritu santo– setecientas meretrices, sin contar las que acompañaron a los clérigos.
- Sixto IV, un antiguo general de los franciscanos que como papa construyó la Capilla Sixtina e instituyó la fiesta de la Inmaculada Concepción en 1476 –aparte de respaldar la actuación de Torquemada como inquisidor–, se entregaba a excesos casi inauditos. Su sobrino el cardenal Pietro Riario, titular de cuatro obispados en un patriarcado, anduvo literalmente, de cama en cama hasta su muerte. El sucesor de Sixto, Inocencio VIII (1484-1492), que llegó al Vaticano acompañado de dos hijos, reprendió abiertamente a un vicario papal que había dado la orden de que todos los clérigos debían abandonar a sus concubinas. El sucesor de Inocencio, Alejandro VI (1492-1503), llegó al Vaticano con cuatro hijos y, una vez allí, mostró su gran afición a las orgías celebradas en el círculo familiar. En cierta ocasión, después de un banquete, organizó un baile con cincuenta meretrices, que primero danzaron vestidas y después desnudas, a continuación tuvieron que arrastrase a cuatro patas, contoneándose lo más insinuantemente posible, y, para finalizar, copularon con la servidumbre a la vista de Su Santidad, su hijo y su hija; incluso se fijó un premio para aquel que “conociera carnalmente” a más muchachas, premio que fue formalmente entregado al ganador.
- El Papa, que consideró la posibilidad de hacer del estado eclesiástico una monarquía hereditaria, mantuvo relaciones con su hija Lucrecia, que también se acostaba con su hermano y que, siendo todavía una adolescente, tuvo un niño que Alejandro, en una bula, hizo pasar por suyo, para atribuírselo después, en una segunda bula, a su hijo César.
- Son bien conocidas las relaciones de Alberto II de Maguncia (1514-1545), cardenal e infatigable negociante de indulgencias, con sus dos concubinas, Káthe Stolzenfeis y Ernestine Mehandel, las cuales son inmortalizadas por Durero como las hijas de Lot. Hubo más jerarcas que hicieron pintar a sus queridas como vírgenes, colgando los retratos en las iglesias; el arzobispo Alberto de Magdeburgo metió a una cortesana en un edículo y organizó una procesión para pasearla como una “santa en vida”. El bajo clero no tenía a genios que perpetuaran a sus queridas, pero sí tenía mujeres. Y a menudo sacaba a la palestra sus incontables obscenidades. Se apostaba entre clérigos y laicos sobre el tamaño de los miembros de unos y otros.
- Después de las reformas trentinas, los clérigos siguieron copulando infatigablemente, incluso en las regiones más religiosas. En 1569, el arzobispo de Salzburgo confiesa que las leyes sobre el celibato habían dado “resultado muy raramente (...), de modo que el clero, está sumido en el lodo del nefando deleite, que se ha trastocado para ellos en costumbre ”. El protocolo de la visita del obispo de Brixen a la “fidelísima tierra tirolesa” informa en 1578 que, en unos sesenta parroquias, había más de cien concubinarios: “canónigos, capellanes, párrocos, vicarios”. A finales del siglo XVI y en el siglo XVII, los religiosos “contratan” a jóvenes a quienes denominan “cocineras” o “amas”, o las hacen pasar por parientes. Pero hay otros muchos que viven con sus mujeres sin tapujo alguno y que quieren que se las trate de acuerdo con su dignidad, como “canónigas”, “decanas” y títulos parecidos. En muchas diócesis alemanas –desde Breslau a Estrasburgo– el matrimonio concubinario era práctica habitual; en el obispado de Constanza, casi todos los clérigos tenían su concubina, lo mismo que en Renania. El obispado de Osnabrück comprobó en 1624-25 que la mayor parte del clero vivía en pareja. En los informes de los visitadores de Bamberg se informa de lo mismo.
- El obispo de Bamberg ordena que las mujeres sean azotadas públicamente y encerradas en prisión. Por cierto que “la mayoría de los otros dignatarios hacían la vista gorda, porque ellos mismos fornicaban aun más frenéticamente”. El obispo de Basilea se permitía mantener a concubinas e hijos, el arzobispo de Salzburgo vivía con la hermosa Salome Alt, “probablemente en matrimonio de conciencia”, pero se vanagloriaba de sus quince hijos. Y en 1613, casi todos los párrocos y capellanes de la archidiócesis tenían concubina e hijos. Con la madre, la hermana o la hija. Pese a condenarla, la Iglesia no pudo impedir la incontinencia del clero. Al contrario. Los religiosos se aficionaron a las especialidades sexuales más inusuales, como las relaciones íntimas con familiares más cercanos. Por esa misma razón, el sínodo de Metz ordena en el año 753 que “si un religioso se entrega a la lujuria con una monja, o con su madre, su hermana, etcétera, será desposeído de su dignidad eclesiástica, en caso de que la tenga, o apaleado, si pertenece al clero inferior”.
- En 888, un sínodo celebrado en Maguncia reconoce que se han cometido “muchísimos crímenes”, pues ciertos “sacerdotes han yacido con sus propias hermanas y han tenido hijos con ellas”. En 1208, Golo, legado ambulante en Francia, reconoce que. “por tentación del diablo”, hay religiosos que “frecuentan a sus madres y a otros familiares”. Y los sínodos de la edad moderna hacen afirmaciones análogas. Lo mismo se puede decir de la jerarquía eclesiástica, de Juan XXII, o de Alejandro VI, de los arzobispos de Auxerre y Besancon en tiempos de Inocencio III. Y mucho antes, Lanfredo, un obispo alemán, fornicaba con su jovencísima hija.
- Homosexualismo clerical:
- Otro hecho frecuente ha sido la afición de los sacerdotes hacia los de su propia acera, hombres y mozalbetes; la homosexualidad siempre fue “común y corriente”. Comenzó en la Antigüedad y no ha desaparecido en ningún momento. Los libros penitenciales medievales hablan continuamente de la “sodomía” de los religiosos y les amenazan con penitencias de años y hasta décadas de duración. En 1513, hablando ante León X y el Concilio Lateranense, el conde Della Mirándola remarca –inútilmente– que se educaba para la carrera eclesiástica a jóvenes que ya habían sufrido violaciones contra natura y que incluso habían sido adiestrados por sus padres como “prostitutas” hasta que, al final, una vez ordenados sacerdotes, se entregaban a la “prostitución homosexual”.
- Los escribanos, ujieres y cocineros de la Curia –a quienes se pagaba con beneficios eclesiásticos– a menudo también eran “cortesanos”. Un obispo de Tréveris al que se le preguntó qué significaba dicha palabra dio la siguiente definición: “un cortesano es un mancebo y una cortesana una manceba; lo sé muy bien, porque yo mismo fui uno de ellos en Roma”. Siendo así, puede que la carrera de alguno se debiera más a un trasero atractivo que a una cabeza brillante. Tal vez fuera el caso de Inozenzo del Monte, cuidador de los monos de Julio III, que se convirtió en cardenal a los diecisiete años. El obispo Juan de Orleans era el favorito del arzobispo de Tours. La historia se cantaba en las calles y el mismo Juan se sumó al coro.
- Cuando el caso llegaba a ser de dominio público con el clero inferior, casi nunca se tenía compasión. “El sábado 2 de marzo de 1409, cuatro sacerdotes, Jórg Wattenlech, Ulrich von Frey, Jakob der Kiss y Hans, párroco de Gersthofen, fueron encadenados por sodomía en una jaula junto a la torre de Perlach; el viernes siguiente todavía vivían; murieron de hambre algún tiempo después”. Un laico implicado en los hechos, el curtidor Hans Gossenioher, fue quemado vivo.
- Intimidades con animales:
- Es sobre todo en los libros penitenciales de la Edad Media donde encontramos amenazas referidas a este asunto.
- Si un obispo fornica con un animal de cuatro patas: una penitencia de doce años; si es un sacerdote, diez, y si es un monje, siete; con tres años a pan y agua, en todos los casos. Además, el obispo y el sacerdote debían ser suspendidos. En el año 791, el papa Adriano I, alardeando sin duda de las estrictas costumbres de su Iglesia, informaba a Carlomagno de que, antes de ser consagrado en Roma, cada obispo era interrogado no sólo acerca de su fe, sus relaciones con mujeres casadas o con muchachos, sino también sobre si fornicaba con bestias. Por consiguiente, a los clérigos les estaba vedado todo: desde la pariente hasta la pobre monja, pasando por la gata doméstica o la vaca. En el este de Europa, los popes estaban completamente desacreditados a causa de su sodomía. Nada menos que Pedro el Grande –que, dirigió el santo sínodo, como supremo pastor y Juez de la iglesia rusa– fue visto más de una vez en “desconcertante intimidad” con su perra preferida, Finette .
- Homosexualismo y zoofilia en monasterios:
- Los sacrificados monjes no tenían las facilidades del ciudadano común para encontrar una pareja cariñosa, entonces recurrían a otros tipos de contactos, aunque se tomaron precauciones para evitar que caigan en tentación. En el monacato más antiguo ningún monje podía hablar con otro en la oscuridad, agarrarle de la mano, lavarlo o enjabonarlo; debían caminar o pararse separados, no podían montar el mismo caballo a la vez. Se prefería no durmieran en celdas individuales. En el pabellón, cada cual tenía que permanecer vestido en su propia cama, generalmente uno más anciano dormía entre dos jóvenes, y el dormitorio debía estar iluminado toda la noche hasta el amanecer; un grupo reducido velaba por turnos. Pero por más celo que hubo, los monasterios, como las cárceles, siempre fueron centros de cariño homosexual, relación que los monjes fueron los primeros en difundir.
- La Antigüedad vio eso más abiertamente y comunidades religiosas enteras fueron invadidas por la pederastía y amor homoerótico. Y la lejanía de las mujeres empujó a muchos a un consuelo.
- A inicios del siglo IX, ante tantos escándalos, se suprimieron los monasterios mixtos que quedaban aún en Europa oriental. Pero los monjes siempre encontraban una alternativa y el abad Platón, con admirable coherencia, expulsó también del área de su monasterio a todos los animales hembras. En el siglo XIV el gran maestre de la Orden Teutónica, Conrado de Jungingen, volvió a prohibir “cualquier clase de animal hembra en la casa de la Orden en Marienburg”.
- Un peculiar intento de satisfacción sexual era el castigo corporal, que se practicaba en los conventos desde siempre y que servía, entre otras cosas, para expiar los pecados sexuales. Muchas veces era por orden del castigado (a) que de paso obtenía una fuente de placer sádico o masoquista llegando a la eyaculación u orgasmo, ante la falta de oportunidades y de pan.
- La creatividad de los penitentes era admirable, muchos conventos plantaban ortigas con fines afrodisíacos que servían para aplicarse y provocarse placer. Las mujeres francesas se masturbaron por mucho tiempo con ortigas y, todavía en el siglo XVIII, los burdeles dedicados a la flagelación siempre estaban provistos de matas recién cenadas, destinadas a las prácticas sadomasoquistas.
- Las mujeres de la aristocracia no se salvaban de la disciplina femenina; esto fue todo un juego de sociedad, especialmente entre los jesuitas, ya que según los estatutos, era un deber “imitar la pureza de los ángeles mediante la radiante limpieza de cuerpo y espíritu”, así, fustigaban a sus alumnos y a las muchachas que se confesaban, para poder verlas desnudas. El padre Gersen S.J. fue un adicto de esta práctica, que solía atacar a las jóvenes aldeanas en el campo. En Holanda, los jesuitas fundaron una hermandad, formada entre las mujeres ricas y nobles, cuyos miembros se hacían azotar una vez a la semana, y había una variante llamada “disciplina española” consistente en azotes en los genitales, piernas, muslos y trasero. Las damas holandesas disfrutaron mucho en aquella época con este tipo de castigo y animaron a los padres a “proseguir con su paternal disciplina”. En España las penitencias corporales de las mujeres después de la confesión fueron habituales. Los jesuitas hacían con ellas las delicias de damas de la corte, princesas extranjeras o esposas e hijas de ministros, que las recibían desnudas en la misma antecámara de la reina. Jesuitas y dominicos, quienes como confesores eran asiduos e imprescindibles visitantes de toda casa distinguida, practicaban multitud de cosas parecidas y, avisados de antemano, asistían, unas veces ocultos y otras no, a las disciplinas prescritas, en particular en los conventos donde se solía encerrar a mujeres rebeldes o frívolas, muchachas enamoradas y otras tales. Cuando la dama era especialmente atractiva, dirigían la ejecución ellos mismos.
- Costumbres en Rusia:
- Las religiosas rusas y las occidentales estaban sometidas, por lo general, a situaciones idénticas. El zar Iván III tuvo que decretar en torno a 1503  la separación de los monasterios de hombres y de mujeres. E Iván IV –que formó un tribunal laico para la vigilancia de la moral de los sacerdotes– constataba en 1552: “Los monjes mantienen sirvientes y son tan desvergonzados que llevan mujerzuelas al monasterio para derrochar los bienes de éste en vicios y entregarse a la lujuria general y a la sodomía”. En el siglo XVIII –cuando un viajero alemán llegado de Rusia informa de que “la principal ocupación de los sacerdotes y monjas rusos es el comercio con la superstición, el crimen y la inmoralidad”–, la zarina Isabel, que era muy devota, escogió con toda intención los monasterios como residencias de paso y allí, con cínicos arrebatos religiosos que debieron de servir de ejemplo para la mayor parte del clero, promovió verdaderas apoteosis de la carne, por las que su confesor Dubiansky –la persona “más importante” de la corte– tenía que absolverla de vez en cuando, sobre el terreno.
- El historiador que retrataba con fidelidad estas farsas religiosas y eróticas a un ritmo frenético, parece un fiel copista de la obra de un Sade. Como en las más demenciales escenas descritas por este diabólico genio, se representa en los monasterios de la Rusia de Isabel los dramas eróticos más terribles y sangrientos, con orgías al pie de los altares, ofrendas a la más refinada lujuria, con las imágenes sagradas en las manos. La gula y los excesos extienden enfermedades contagiosas por todo el estado ruso, eclesiástico y monacal. Un archimandrita (arzobispo) “viola a una muchacha en plena calle”... impunemente, y las monjas –que, en la Rusia de aquel tiempo, no ocultaban ni a sus amantes ni a sus hijos, a los cuales educaban ellas mismas y que, por lo general, se convertían a su vez en monjas y monjes– no les iban a la zaga a los frailes.