- La bebida como compensación. Papas amantes:
- También los sacerdotes hacían las misas en
estado de embriaguez. San Agustín deplora los excesos que se cometen a diario
en las eucaristías, el alcoholismo y las comilonas. Hasta el siglo XVII, los
concilios censuran la afición a la bebida de los sacerdotes; Muchos compensaban
lo que se perdían desde el punto de vista sexual.
- En Romanía mujer del margrave de Toscana
consiguió que su amante, Juan, fuera ascendido primero a arzobispo y luego a
papa (Juan X, 914-928). Este murió en la cárcel por instigación de la hermana,
Marozia, que se lió con el papa Sergio III y promovió al fruto de estos amores
a la condición de Vicario de Cristo: Juan XI, papa cori veinticinco años, fue,
no obstante, rápidamente encarcelado y liquidado. Juan XII, que ya era papa a
los dieciocho, se acostaba con sus propias hermanas y llegó a dirigir un
negocio de trata de blancas sin igual, hasta que, en el año 964, murió en pleno
adulterio”.
- El papa Bonifacio VII, que había ordenado
estrangular a su predecesor Benedicto VI, y que fue él mismo asesinado en el
año 985, tenía fama de ser un bicho de la peor especie, cuyas bajezas excedían
a las del resto de los mortales,
- Benedicto IX (1032-1045) –que llegó a la
cátedra de San Pedro a los quince años por medio de sobornos, la perdió después
por el mismo procedimiento y probablemente fue también el envenenador del papa
Clemente II– debió de acariciar la idea de casarse o, tal vez, según otras
fuentes, lo acabó haciendo.
- Un harén para compensar el matrimonio perdido:
- De hecho es frecuente leer historias de
religiosos que tienen varias concubinas al mismo tiempo o que tienen hijos de
cuatro o cinco mujeres distintas, que por el día se pasean con porte piadoso y por
la noche fornican bajo los pulpitos, que mantienen relaciones con abadesas y
monjas, relaciones de las que nacen hijas con las que, luego, engendran otros
hijos.
- También se menciona a menudo que el clero
condenaba como herejes a las mujeres que se resistían a sus deseos, un método
utilizado, sobre todo por los propios cazadores de herejes. El tristemente
famoso inquisidor Robert le Bougre (siglo XIII) amenazaba con la hoguera a las
mujeres que no se sometían a él. Por su parte, el inquisidor Foulques de
Saint-George hacía encarcelar a las más tercas como herejes con tal de
conseguir sus propósitos. La literatura de la Edad Media plena y tardía está
repleta de sacerdotes y monjes ávidos de jovencitas y de prioras y monjas no
menos ávidas de hombres. La mayoría de las veces eran
los clérigos los que actuaban de seductores y el sitio preferido para el
comienzo de sus amoríos era la iglesia, donde intentaban doblegar la voluntad
del objeto de deseo con regalos y monedas. Incluidos los frailes mendicantes. Tal
vez esto pudo contribuir a que los religiosos fueran valorados –y hasta
preferidos– como amantes; por supuesto, también se estimaba la discreción,
mantenida en interés propio.
-
Religiosos medievales y depravación:
- En el mismo siglo, Gregorio X (1271-1276) –un
papa que inspiró al espíritu santo en un cónclave, privando de alimento a los
cardenales electores– envió al obispo Enrique de Lüttlich el siguiente escrito
admonitorio: “Hemos sabido, no sin gran pesadumbre de nuestro ánimo, que
incurres en simonía, fornicaciones y otros crímenes, que te entregas
completamente al placer y a la concupiscencia de la carne, que después de tu
elevación a la dignidad episcopal has tenido varios hijos e hijas. También has
tomado públicamente como concubina a una abadesa de la orden de San Benito y,
en medio de un banquete, has reconocido desvergonzadamente ante todos los
presentes que habías tenido catorce hijos en un lapso de veintidós meses (...)
Para hacer más irremisible tu perdición, has recluido bajo vigilancia en un
jardín a una monja de San Benito, a la que han seguido otras mujeres (...)
Cuando, tras la muerte de la abadesa de un convento de tu jurisdicción,
procedieron a la elección de la sustituta, la has anulado y has puesto como
abadesa (...) a la hija de un noble con la que habías cometido incesto y que
hace poco habrá dado a luz un hijo tuyo para escándalo de toda la región (...)
Además todavía tienes a los tres hijos varones que has engendrado con esta
misma monja (...) También tienes a una de las dos hijas que has engendrado con
esa monja (...)” Etcétera, etcétera.
- “Es bastante frecuente que los obispos
tengan hijos, muchos o pocos” dice el misionero franciscano Bertoldo de
Ratisbona. Un tal Enrique, obispo de Basilea, dejó a su muerte veinte vástagos;
el obispo de Lüttiich, que fue destituido y llegó a la cifra de sesenta y
uno. Las asambleas de la Iglesia tenían
razones suficientes para denunciar la forma de vida del clero secular y
regular. Había que corregir la corrupción, el desenfreno, la opulencia y la ociosidad.
- En el siglo XIII, el papa Inocencio III dice
que los sacerdotes son “más inmorales que los laicos”; Honorio III asegura que
“están corrompidos y conducen a la perdición a los pueblos”; Alejandro IV
afirma “que la gente, en lugar de ser corregida por los religiosos, es
corrompida por ellos”. Los clérigos se pudren “como ganado en el estiércol”
otra preciosa sentencia papal del siglo XIII.
- En 1403, después de vivir medio año en Roma,
Mateo de Cracovia, profesor de teología y obispo de Worms, escribe un tratado
bastante ácido: “De la suciedad de la curia romana”.
- En 1410 fue promovido al papado con el
nombre de Juan XXIII, el delegado cardenalicio Baldassare Cossa, quien, además
de mantener una apasionada relación con la mujer de su hermano, tenía fama de
haberse acostado, cuando estaba en Bolonia, con doscientas viudas y doncellas.
En el concilio de Constanza (1415) –donde fue depuesto, aunque se permitió que siguiera
actuando como cardenal–, la lectura de la crónica de su” días de papado quedó
reducida a cincuenta hazañas, “por respeto a los oyentes”, aunque los oídos de
los prelados estaban curados de espanto.
- Al gran concilio que mandó a la hoguera a
Hus asistieron –además del Papa, más de trescientos obispos y el espíritu santo–
setecientas meretrices, sin contar las que acompañaron a los clérigos.
- Sixto IV, un antiguo general de los
franciscanos que como papa construyó la Capilla Sixtina e instituyó la fiesta
de la Inmaculada Concepción en 1476 –aparte de respaldar la actuación de
Torquemada como inquisidor–, se entregaba a excesos casi inauditos. Su sobrino
el cardenal Pietro Riario, titular de cuatro obispados en un patriarcado, anduvo
literalmente, de cama en cama hasta su muerte. El sucesor de Sixto, Inocencio
VIII (1484-1492), que llegó al Vaticano acompañado de dos hijos, reprendió
abiertamente a un vicario papal que había dado la orden de que todos los
clérigos debían abandonar a sus concubinas. El sucesor de Inocencio, Alejandro
VI (1492-1503), llegó al Vaticano con cuatro hijos y, una vez allí, mostró su
gran afición a las orgías celebradas en el círculo familiar. En cierta ocasión,
después de un banquete, organizó un baile con cincuenta meretrices, que primero
danzaron vestidas y después desnudas, a continuación tuvieron que arrastrase a
cuatro patas, contoneándose lo más insinuantemente posible, y, para finalizar,
copularon con la servidumbre a la vista de Su Santidad, su hijo y su hija;
incluso se fijó un premio para aquel que “conociera carnalmente” a más
muchachas, premio que fue formalmente entregado al ganador.
- El Papa, que consideró la posibilidad de
hacer del estado eclesiástico una monarquía hereditaria, mantuvo relaciones con
su hija Lucrecia, que también se acostaba con su hermano y que, siendo todavía
una adolescente, tuvo un niño que Alejandro, en una bula, hizo pasar por suyo,
para atribuírselo después, en una segunda bula, a su hijo César.
- Son bien conocidas las relaciones de Alberto II de Maguncia
(1514-1545), cardenal e infatigable negociante de indulgencias, con sus dos
concubinas, Káthe Stolzenfeis y Ernestine Mehandel, las cuales son
inmortalizadas por Durero como las hijas de Lot. Hubo más jerarcas que hicieron
pintar a sus queridas como vírgenes, colgando los retratos en las iglesias; el
arzobispo Alberto de Magdeburgo metió a una cortesana en un edículo y organizó
una procesión para pasearla como una “santa en vida”. El bajo clero no tenía a
genios que perpetuaran a sus queridas, pero sí tenía mujeres. Y a menudo sacaba
a la palestra sus incontables obscenidades. Se apostaba entre clérigos y laicos
sobre el tamaño de los miembros de unos y otros.
- Después de las reformas trentinas, los
clérigos siguieron copulando infatigablemente, incluso en las regiones más
religiosas. En 1569, el arzobispo de Salzburgo confiesa que las leyes sobre el
celibato habían dado “resultado muy raramente (...), de modo que el clero, está
sumido en el lodo del nefando deleite, que se ha trastocado para ellos en
costumbre ”. El protocolo de la visita del obispo de Brixen a la “fidelísima
tierra tirolesa” informa en 1578 que, en unos sesenta parroquias, había más de
cien concubinarios: “canónigos, capellanes, párrocos, vicarios”. A finales del
siglo XVI y en el siglo XVII, los religiosos “contratan” a jóvenes a quienes
denominan “cocineras” o “amas”, o las hacen pasar por parientes. Pero hay otros
muchos que viven con sus mujeres sin tapujo alguno y que quieren que se las
trate de acuerdo con su dignidad, como “canónigas”, “decanas” y títulos
parecidos. En muchas diócesis alemanas –desde Breslau a Estrasburgo– el
matrimonio concubinario era práctica habitual; en el obispado de Constanza,
casi todos los clérigos tenían su concubina, lo mismo que en Renania.
El obispado de Osnabrück comprobó en 1624-25 que la mayor parte del clero vivía
en pareja. En los informes de los visitadores de Bamberg se informa de lo mismo.
- El obispo de Bamberg ordena que las mujeres
sean azotadas públicamente y encerradas en prisión. Por cierto que “la mayoría
de los otros dignatarios hacían la vista gorda, porque ellos mismos fornicaban
aun más frenéticamente”. El obispo de Basilea se permitía mantener a concubinas
e hijos, el arzobispo de Salzburgo vivía con la hermosa Salome
Alt, “probablemente en matrimonio de conciencia”, pero se vanagloriaba de sus
quince hijos. Y en 1613, casi todos los párrocos y capellanes de la archidiócesis
tenían concubina e hijos. Con la madre, la hermana o la
hija. Pese a condenarla, la Iglesia no pudo impedir la incontinencia del
clero. Al contrario. Los religiosos se aficionaron a las especialidades sexuales
más inusuales, como las relaciones íntimas con familiares más cercanos. Por esa
misma razón, el sínodo de Metz ordena en el año 753 que “si un religioso se
entrega a la lujuria con una monja, o con su madre, su hermana, etcétera, será
desposeído de su dignidad eclesiástica, en caso de que la tenga, o apaleado, si
pertenece al clero inferior”.
- En 888, un sínodo celebrado en Maguncia
reconoce que se han cometido “muchísimos crímenes”, pues ciertos “sacerdotes
han yacido con sus propias hermanas y han tenido hijos con ellas”. En 1208,
Golo, legado ambulante en Francia, reconoce que. “por tentación del diablo”,
hay religiosos que “frecuentan a sus madres y a otros familiares”. Y los
sínodos de la edad moderna hacen afirmaciones análogas. Lo mismo se puede decir
de la jerarquía eclesiástica, de Juan XXII, o de Alejandro VI, de los
arzobispos de Auxerre y Besancon en tiempos de Inocencio III. Y mucho antes,
Lanfredo, un obispo alemán, fornicaba con su jovencísima hija.
- Homosexualismo
clerical:
- Otro hecho frecuente ha sido la afición de
los sacerdotes hacia los de su propia acera, hombres y mozalbetes; la
homosexualidad siempre fue “común y corriente”. Comenzó en la Antigüedad y no
ha desaparecido en ningún momento. Los libros penitenciales medievales hablan
continuamente de la “sodomía” de los religiosos y les amenazan con penitencias
de años y hasta décadas de duración. En 1513, hablando ante León X y el
Concilio Lateranense, el conde Della Mirándola remarca –inútilmente– que se
educaba para la carrera eclesiástica a jóvenes que ya habían sufrido
violaciones contra natura y que incluso habían sido adiestrados por sus padres
como “prostitutas” hasta que, al final, una vez ordenados sacerdotes, se
entregaban a la “prostitución homosexual”.
- Los escribanos, ujieres y cocineros de la
Curia –a quienes se pagaba con beneficios eclesiásticos– a menudo también eran
“cortesanos”. Un obispo de Tréveris al que se le preguntó qué significaba dicha
palabra dio la siguiente definición: “un cortesano es un mancebo y una
cortesana una manceba; lo sé muy bien, porque yo mismo fui uno de ellos en
Roma”. Siendo así, puede que la carrera de alguno se debiera más a un trasero
atractivo que a una cabeza brillante. Tal vez fuera el caso de Inozenzo del
Monte, cuidador de los monos de Julio III, que se convirtió en cardenal a los diecisiete
años. El obispo Juan de Orleans era el favorito del arzobispo de Tours. La
historia se cantaba en las calles y el mismo Juan se sumó al coro.
- Cuando el caso llegaba a ser de dominio
público con el clero inferior, casi nunca se tenía compasión. “El sábado 2 de
marzo de 1409, cuatro sacerdotes, Jórg Wattenlech, Ulrich von Frey, Jakob der
Kiss y Hans, párroco de Gersthofen, fueron encadenados por sodomía en una jaula
junto a la torre de Perlach; el viernes siguiente todavía vivían; murieron de
hambre algún tiempo después”. Un laico implicado en los hechos, el curtidor
Hans Gossenioher, fue quemado vivo.
- Intimidades con animales:
- Es sobre todo en los libros penitenciales de
la Edad Media donde encontramos amenazas referidas a este asunto.
- Si un obispo fornica con un animal de cuatro
patas: una penitencia de doce años; si es un sacerdote, diez, y si es un monje,
siete; con tres años a pan y agua, en todos los casos. Además, el obispo y el
sacerdote debían ser suspendidos. En el año 791, el papa Adriano I, alardeando
sin duda de las estrictas costumbres de su Iglesia, informaba a Carlomagno de
que, antes de ser consagrado en Roma, cada obispo era interrogado no
sólo acerca de su fe, sus relaciones con mujeres casadas o con muchachos, sino
también sobre si fornicaba con bestias. Por consiguiente, a los clérigos les
estaba vedado todo: desde la pariente hasta la pobre monja, pasando por la gata
doméstica o la vaca. En el este de Europa, los popes estaban completamente
desacreditados a causa de su sodomía. Nada menos que Pedro el Grande –que,
dirigió el santo sínodo, como supremo pastor y Juez de la iglesia rusa– fue
visto más de una vez en “desconcertante intimidad” con su perra preferida,
Finette .
- Homosexualismo
y zoofilia en monasterios:
- Los sacrificados monjes no tenían las
facilidades del ciudadano común para encontrar una pareja cariñosa, entonces
recurrían a otros tipos de contactos, aunque se tomaron precauciones para
evitar que caigan en tentación. En el monacato más antiguo ningún monje podía
hablar con otro en la oscuridad, agarrarle de la mano, lavarlo o enjabonarlo;
debían caminar o pararse separados, no podían montar el mismo caballo a la vez.
Se prefería no durmieran en celdas individuales. En el pabellón, cada cual
tenía que permanecer vestido en su propia cama, generalmente uno más anciano
dormía entre dos jóvenes, y el dormitorio debía estar iluminado toda la noche
hasta el amanecer; un grupo reducido velaba por turnos. Pero por más celo que
hubo, los monasterios, como las cárceles, siempre fueron centros de cariño
homosexual, relación que los monjes fueron los primeros en difundir.
- La Antigüedad vio eso más abiertamente y
comunidades religiosas enteras fueron invadidas por la pederastía y amor
homoerótico. Y la lejanía de las mujeres empujó a muchos a un consuelo.
- A inicios del siglo IX, ante tantos
escándalos, se suprimieron los monasterios mixtos que quedaban aún en Europa
oriental. Pero los monjes siempre encontraban una alternativa y el abad Platón,
con admirable coherencia, expulsó también del área de su monasterio a todos los
animales hembras. En el siglo XIV el gran maestre de la Orden Teutónica,
Conrado de Jungingen, volvió a prohibir “cualquier clase de animal hembra en la
casa de la Orden en Marienburg”.
- Un peculiar intento de satisfacción sexual
era el castigo corporal, que se practicaba en los conventos desde siempre y que
servía, entre otras cosas, para expiar los pecados sexuales. Muchas veces era
por orden del castigado (a) que de paso obtenía una fuente de placer sádico o
masoquista llegando a la eyaculación u orgasmo, ante la falta de oportunidades
y de pan.
- La creatividad de los penitentes era
admirable, muchos conventos plantaban ortigas con fines afrodisíacos que
servían para aplicarse y provocarse placer. Las mujeres francesas se
masturbaron por mucho tiempo con ortigas y, todavía en el siglo XVIII, los
burdeles dedicados a la flagelación siempre estaban provistos de matas recién
cenadas, destinadas a las prácticas sadomasoquistas.
- Las mujeres de la aristocracia no se
salvaban de la disciplina femenina; esto fue todo un juego de sociedad,
especialmente entre los jesuitas, ya que según los estatutos, era un deber “imitar
la pureza de los ángeles mediante la radiante limpieza de cuerpo y espíritu”,
así, fustigaban a sus alumnos y a las muchachas que se confesaban, para poder
verlas desnudas. El padre Gersen S.J. fue un adicto de esta práctica, que solía
atacar a las jóvenes aldeanas en el campo. En Holanda, los jesuitas fundaron
una hermandad, formada entre las mujeres ricas y nobles, cuyos miembros se hacían
azotar una vez a la semana, y había una variante llamada “disciplina española”
consistente en azotes en los genitales, piernas, muslos y trasero. Las damas
holandesas disfrutaron mucho en aquella época con este tipo de castigo y
animaron a los padres a “proseguir con su paternal disciplina”. En España las
penitencias corporales de las mujeres después de la confesión fueron habituales.
Los jesuitas hacían con ellas las delicias de damas de la corte, princesas
extranjeras o esposas e hijas de ministros, que las recibían desnudas en la
misma antecámara de la reina. Jesuitas y dominicos, quienes como confesores
eran asiduos e imprescindibles visitantes de toda casa distinguida, practicaban
multitud de cosas parecidas y, avisados de antemano, asistían, unas veces
ocultos y otras no, a las disciplinas prescritas, en particular en los
conventos donde se solía encerrar a mujeres rebeldes o frívolas, muchachas
enamoradas y otras tales. Cuando la dama era especialmente atractiva, dirigían
la ejecución ellos mismos.
-
Costumbres en Rusia:
- Las religiosas rusas y las occidentales
estaban sometidas, por lo general, a situaciones idénticas. El zar Iván III tuvo
que decretar en torno a 1503 la
separación de los monasterios de hombres y de mujeres. E Iván IV –que formó un
tribunal laico para la vigilancia de la moral de los sacerdotes– constataba en
1552: “Los monjes mantienen sirvientes y son tan desvergonzados que llevan
mujerzuelas al monasterio para derrochar los bienes de éste en vicios y
entregarse a la lujuria general y a la sodomía”. En el siglo XVIII –cuando un
viajero alemán llegado de Rusia informa de que “la principal ocupación de los
sacerdotes y monjas rusos es el comercio con la superstición, el crimen y la
inmoralidad”–, la zarina Isabel, que era muy devota, escogió con toda intención
los monasterios como residencias de paso y allí, con cínicos arrebatos
religiosos que debieron de servir de ejemplo para la mayor parte del clero,
promovió verdaderas apoteosis de la carne, por las que su confesor Dubiansky
–la persona “más importante” de la corte– tenía que absolverla de vez en
cuando, sobre el terreno.
- El historiador que retrataba con fidelidad
estas farsas religiosas y eróticas a un ritmo frenético, parece un fiel copista
de la obra de un Sade. Como en las más demenciales escenas descritas por este
diabólico genio, se representa en los monasterios de la Rusia de Isabel los
dramas eróticos más terribles y sangrientos, con orgías al pie de los altares, ofrendas
a la más refinada lujuria, con las imágenes sagradas en las manos. La gula y
los excesos extienden enfermedades contagiosas por todo el estado ruso,
eclesiástico y monacal. Un archimandrita (arzobispo) “viola a una muchacha en
plena calle”... impunemente, y las monjas –que, en la Rusia de aquel tiempo, no
ocultaban ni a sus amantes ni a sus hijos, a los cuales educaban ellas mismas y
que, por lo general, se convertían a su vez en monjas y monjes– no les iban a
la zaga a los frailes.