miércoles, 12 de diciembre de 2012

07.- CRITICA A LA MODA. LOS VICIOS ARISTOCRÁTICOS Y PROSTITUCIÓN E IGLESIA

                                                Basado en el libro "Historia sexual del cristianismo" de Karlnheinz Destchner

- Crítica al maquillaje:
- El muy “tolerante” Clemente de Alejandría, “literato y bohemio” y gentleman entre los padres de la iglesia, ya condenaba en su época, los recursos cosméticos que casi todas las mujeres han empleado después. Una mujer que se tiñe el pelo, se empolva el rostro, se aplica sombra de ojos y recurre a otros artificios impíos, le recuerdan a Clemente, a una prostituta y adúltera, a un mono maquillado y serpiente pérfida. San Cipriano teme que el Señor, en el día de la Resurrección, no reconozca a las que se adornan y se pintan. Tertuliano conjetura que la mano que se adorna con anillos no valorará las cadenas del martirio y que un cuello ataviado con perlas no estará muy dispuesto a entregarse al hacha. En la Edad Media, Odón de Sheriton opina que mejorar la obra de Dios es un delito contra Dios. El franciscano Bertoldo de Ratisbona, celebrado en su tiempo como el demagogo más virulento de Alemania, dice desde el pulpito que “las que se pintan y se tiñen se avergüenzan de su rostro, hecho a imagen de Dios, ¡y Dios se avergonzará de ellas y las arrojará al abismo de los infiernos!”. Los religiosos también dirigían sus imprecaciones a las que se arreglaban el cabello, cuyos trenzados tenían más colas que Satanás, y se horrorizaban porque esas cabelleras podían proceder de personas muertas, incluso de inquilinos del Infierno o de pobres almas del Purgatorio.
- Hoy en día los moralistas hacen determinadas concesiones: las mujeres, “en caso de que sea costumbre entre las mujeres decentes (!), pueden recurrir a medios artificiales (lápices de labios y maquillaje, pelucas, etcétera)”. Pero, la cosa no debe pasar “de los límites acordes con su estado y su origen”; la mujer no puede agradar a otros hombres, sino sólo a su marido, a la joven sólo se le permite preocuparse por favorecer el “casamiento”. Cualquier detalle “vistoso o extravagante” causa “fácilmente escándalo”, cualquier “indecencia en la moda es un pecado grave”.
- En la Edad Media, las iglesias eran centros de reunión social, donde se intercambiaban últimas noticias, se cerraban acuerdos y se coqueteaba. Un teólogo católico subraya que si la lujuria “se extendía enormemente (...) entre los laicos” y “los pecados más graves y horrendos no constituían ninguna rareza” “los religiosos no andaban a la zaga de sus camaradas del siglo en punto alguno”.
- En el año 756, San Bonifacio acusa al rey Etelbaldo de darse la gran vida, “incluso cometiendo adulterios con monjas” y, además, escribe que “casi todos los nobles del Reino (...) viven en pecaminoso concubinato con mujeres adúlteras”. Carlomagno, que fue canonizado por un antipapa, además de sus concubinas, disfruto y repudio a cinco esposas, una de ellas de trece años y tuvo a varios hijos extramatrimoniales. El sínodo de París declaró en el año 829 que todos los males que padecían la Iglesia y el Estado eran el castigo por la lujuria de la población, la pederastía, el bestialismo y las incansables fornicaciones de los creyentes, hasta con animales.
- Costumbres galas:
- Los cortejos amorosos de la nobleza francesa finalizaban a menudo en orgías a las que se entregaban sin el menor reparo mujeres enmascaradas de todas las edades. Gobernantes como el emperador Federico II, tenían un harén donde no faltaban ni eunucos. El caballero Ulrico de Berneck mantenía a doce hermosas jóvenes “para hacer su viudedad más llevadera”. Cualquier hombre podía acostarse con su doncella (no libre) siempre que quisiera. En pleno apogeo de la época caballeresca, el derecho de guerra permitía a un noble violar a las mujeres y los niños de una ciudad conquistada, los que muchas veces terminaban muertos.
- El concubinato, siguió durante toda la Edad Media. Los ricos tenían esposas y concubinas al mismo tiempo y los únicos monógamos eran los pobres, por necesidad. Las damas, por su parte, no eran en absoluto tan frágiles y tan inactivas. El “Román de la Rose”, gran poema épico-amoroso de la Francia del siglo XIII, afirma que una mujer decente es tan rara como un cisne negro. Las mujeres practicaban en los castillos y los palacios una hospitalidad amistosa, ayudando a los huéspedes a desvestirse y echándoles una mano en la cama. Claro que el adulterio acarreaba una venganza cruel, pero era tan frecuente como hoy.
- “Noches de prueba” y “vicios aristocráticos”:
- Hombres y mujeres de las aldeas también compartían camas con bastante desenfado, para lo cual las mujeres tenían especial apego además de a caballeros y escuderos, a los religiosos del lugar.
- Desde el siglo XIII se introdujo la costumbre de las “noches de prueba”: los novios dormían juntos por la noche hasta que se convencían de la aptitud de él para el matrimonio. En Baviera, durante mucho tiempo no hubo separación alguna ente los dormitorios de mozos y los de las criadas; pese a la severidad de los castigos, el número de hijos extramatrimoniales era alto. Los mismos religiosos podían ir a examinar la aptitud de alguna muchacha apetecible en nombre de un mozo casadero de fuera del lugar o un vecino de la finca y realizaban la “prueba” a conciencia. La mayoría de las veces eran perfectamente capaces de detectar si se trataba de una virgo intacta.
- La homosexualidad estaba muy extendida en la Edad Media, sobre todo entre las clases altas. En Francia se conocía como el vicio aristocrático. Los muchachos eran mantenidos públicamente y recibían lucrativos empleos. Felipe I otorgó el obispado de Orléans a su mancebo Juan. Los británicos eran aun más aficionados a esas relaciones. Los italianos se entregaban a dichas prácticas hasta en las iglesias. Aunque cada domingo se imponía la excomunión a todos los homosexuales, con ello sólo se conseguía estimular el “pecado” que se propagó, sobre todo, a causa de las cruzadas.
- Los baños femeninos de Oriente eran atendidos sólo por mujeres, y los baños masculinos, sólo por hombres y adolescentes, lo que propiciaba contactos exclusivamente homosexuales. Y los cruzados, después de haber disfrutado de la vida amorosa entre sus batallas lejos de casa, buscaron los mismos placeres en casa. De modo que los sirvientes de los baños se especializaron rápidamente en toda clase de masajes, hasta tal punto que, en 1486, los únicos baños de hombres autorizados en Bresiau debían estar atendidos por mujeres.
- Las creencias traídas de las cruzadas iban más allá y se extendió la creencia árabe de que el coito podía desviar los humores peligrosos del hombre y sanar su cuerpo. Los moralistas prohibieron este remedio, aunque al mismísimo arzobispo de Maguncia, Matthias von Bucheck, le colaron una mujer en la cama por razones sanitarias.
-Avanzaba la Edad Media y la vida sexual se desenvolvía cada vez con mayor libertad. Enrique de Berg opina en el siglo XIV que “la mayor parte de la gente se ha vuelto sucia y lujuriosa, dentro y fuera del matrimonio, curas y laicos, monjas y frailes, casi no queda nadie que no esté manchado o ensuciado de alguna forma”.  El griego Francisco Filelfo, profesor en Italia, se queja en el siglo XV de que “el género humano apesta (...) La casa del Señor está abatida y es una taberna de criminales”.
- Las prostitutas de Viena recibieron como Dios las trajo al mundo a los emperadores Segismundo y Alberto II, al rey Ladislao Postumo y a otros personajes. A su llegada a París en 1461, Luis XI fue recibido por jóvenes completamente desnudas que le recitaron unos versos y lo mismo le ocurrió a Carlos el Temerario en Lille en 1468; el propio Carlos V, un católico estricto, recibió en 1520 la bienvenida de las desvestidas damas de los burdeles del puerto de Ámberes, lo que Durero describe como testigo presencial. Las calles de Ulm fueron festivamente alumbradas en 1434 cuando el emperador se dirigió al burdel acompañado de su cortejo; Berna puso su mancebía a disposición de la corte por tres días, y el consistorio corrió con los gastos. Durante la visita de los nobles von Quitzow a Berlín en 1410, la ciudad les ofreció “como pasatiempo a algunas hermosas mujerzuelas”.
- En Ulm hubo que ordenar al prostíbulo que dejara de admitir la entrada de chavales de doce a catorce años. En Francfort del Oder, los jóvenes patricios iban al burdel un día sí y otro también; en 1476 las burguesas de Lübeck entraron, con el rostro cubierto, en las mancebías; y en 1527 las mujeres casadas de Ulm se mezclaron entre las prostitutas a la vista de todo el mundo. El negocio de las alcahuetas nocturnas florecía, aunque había fuertes castigos para el caso de que ofrecieran sus servicios a mujeres casadas: picota, piedras al cuello, destierro de la ciudad, enterramiento en vida, hoguera. La alcahueta abandonaba su escondrijo y llamaba a las puertas de los conventos de frailes y monjas, las cortes, los burdeles y todas las tabernas. Luego iba a buscar a una monja; luego a un fraile. A éste le proporciona una prostituta; a aquél, una viuda. A uno, una mujer casada; al otro, una virgen. Contenta a los sirvientes con las criadas de sus señores. El noble consigue una mujer indulgente que le consuele.
- Prostitución:
- La prostitución se conocía desde mucho antes de la época cristiana cuando no era considerada indigna y, a menudo, incluso se trataba de una profesión sagrada que era ejercida en los templos por miles de jóvenes. La llegada del cristianismo despreció a las prostitutas aunque, su moral ascética necesitase alguna válvula de escape y a partir de esa, creció. A medida que la sociedad se “alineaba” con la moral de los teólogos y de la iglesia, “el número de las prostitutas iba en aumento”. Los clérigos, que condenaban cada vez con más furia los placeres que ellos mismos disfrutaban ardientemente, presionaron para que aquella institución se mantuviera.
- San Agustín, el más importante de los Doctores de la Iglesia, dice: “reprimid la prostitución pública y la fuerza de las pasiones acabará con todo”. Tomás de Aquino –o el teólogo que se apropia de su nombre– piensa que la prostitución “es a la sociedad lo que las cloacas al palacio más señorial; sin ellas, éste acabaría por ser un edificio sucio y maloliente”. Y el papa Pío II asegura al rey de Bohemia, Jorge de Podiebrad, que la iglesia no puede existir sin una red de burdeles bien dispuesta. Este oficio sólo estaba prohibido a las casadas y a monjas. En realidad, una sociedad que no se permite disfrutar de la vida con libertad, una sociedad frustrada, tiene necesidad de las libertinas.
- Las primeras prostitutas itinerantes de Europa:
- Jerusalén, el principal lugar de peregrinación del cristianismo, estaba en la Antigüedad ligada a esa actividad. Penitentes y monjas que se desplazaban a Roma, sucumbiendo durante el viaje a toda clase de necesidades y placeres y sentaron las bases de la prostitución ambulante en Occidente. La mala fama de las peregrinaciones se mantuvo por siglos. San Bonifacio apeló insistentemente al arzobispo de Canterbury para que limite a las peregrinaciones o las regulara, ya que, en el camino a Roma, eran muy pocas las ciudades donde no había peregrinos ingleses públicamente amancebados con “mujeres veladas”. Carlomagno, y uno de sus sucesores, ordenaron arrojar al agua a las prostitutas y prohibieron que se les ayudara, pero inútilmente. Tampoco pudieron, la picota, los azotes o los cortes de pelo. El oficio cobró nueva vida precisamente en las Cruzadas.
- Una legión de rameras en todas las cruzadas:
- Los peregrinos armados siempre iban a Oriente acompañados de un montón de vagabundas. El conde Guillermo IX, que fue el primer trovador y tenía más riquezas y poder que el rey de Francia, iba rodeado durante su pía marcha por tal tropel de fulanas que el cronista Geoffroy de Vigeois atribuyó el fracaso de la expedición a las diversiones del rijoso caballero. Se cuenta que los franceses fueron acompañados en 1180 por más de mil trotonas de vida alegre. En el campamento de Luis IX el Santo (1226-1270), los burdeles se levantaban junto a la tienda del rey. Los templarios, que eran los contables de los cruzados, pretenden que un año tuvieron a trece mil cortesanas en sus filas. Los cristianos también fornicaban en las cortes árabes y con tanto empeño que los musulmanes debieron llamarles la atención.
- Las “liebres lascivas” eran necesarias en batallas menos sacrales. Cuando Carlos el Temerario cercó Neuss en unión del arzobispo Ruprecht de Colonia, en 1474-75, el ejército contaba con mil colchones de campaña. Posteriormente, el genocida duque de Alba que, con la bendición papal, liquidó ciudades enteras sin perdonar siquiera a los niños, llevó a los Países Bajos a cuatrocientas prostitutas a caballo y ochocientas a pie, que acompañaron a sus tropas “divididas en compañías y alineadas en columnas tras sus respectivos estandartes”.
- Las “doncellas” itinerantes no faltaban en ceremonias oficiales y grandes asambleas eclesiásticas. A las cortes de Francfort de 1394, acudieron ochocientas y a los concilios de Basilea y Constanza se calcula que unas quinientas. Los funcionarios viajeros también podían incluir sus visitas a los burdeles en la cuenta de gastos. Hasta los estrictos caballeros teutones, que estaban al servicio exclusivo de su “Celestial Señora la Virgen María” y que tenían que pronunciar un juramento que comenzaba: “prometo y hago voto de que mi cuerpo se mantendrá casto (...)”, llevaban un libro detallado en Konigsberg en el que figuraban las cantidades que habían dado a las serviciales “doncellas”.
- Las ciudades papales siempre estuvieron atestadas de prostitutas. Según Petrarca, Avignon y por bastante tiempo, Roma fueron famosas por el gran número de casas públicas que albergaban. Una estadística acredita que en 1490 había en Roma seis mil ochocientas mujeres públicas... para menos de cien mil habitantes; una de cada siete romanas era prostituta. Incluso es posible que las cortesanas modernas surgieran en la corte papal de Avignon. Allí había una gran cantidad de mujeres hermosas y una mujer del entorno de un señor eclesiástico sólo podía ser su concubina, como ocurriría después en Roma.
- Los burdeles al lado de las iglesias y tutoría religiosa:
- Las primeras casas públicas aparecieron a comienzos del siglo XIII y en el siglo XIV se multiplicaron en todas partes. Sus calles llevaban nombres femeninos: Rosenhag, Rosental; y sus denominaciones alemanas podrían traducirse como casas de mujeres, casas de hijas, casas comunes, públicas o libres, cortes de vírgenes, y a sus empleadas se las llamaba “hijas libres”, “señoritas de placer”, “muchachas públicas”, “pelanduscas”, “niñas monas” y otras tantas. En la Baja Edad Media casi todas las ciudades contaban con su burdel y, significativamente, la mayoría de las veces se encontraba en una bocacalle cercana a la iglesia.
- Los duques Ernesto y Guillermo, regalaron en 1433 a la capital de Baviera “una casa de mujeres” con “muchachas públicas” para que se “promueva la castidad y la honestidad de hombres y mujeres en nuestra ciudad de Munich (...)”. El duque Segismundo puso en 1468 la primera piedra de la actual catedral de Nuestra Señora. probablemente con las mismas intenciones. En Würzburg, las dueñas de los burdeles prestaban un triple juramento de fidelidad: al consistorio, al obispo y al capítulo de la catedral.
- Promovían la Inmaculada Concepción y construían burdeles. El clero también se apresuró a aprovechar la prostitución económicamente. Muchas veces ambas esferas estuvieron conectadas administrativa y financieramente, por lo que hubo conflictos de competencias entre las ciudades y la nobleza. Todos querían poner a las rameras bajo sus órdenes, cobrándoles elevados impuestos que muchas veces eran en la parte más significativa de los ingresos, como en Augsburgo a finales del siglo XIV. La ciudad papal de Avignon también tenía una casa de placer pública.
- En Roma abrieron burdeles algunos vicarios de Cristo, como Sixto IV (1471-1484) –constructor de la capilla sixtina y promotor de la festividad de la Inmaculada Concepción– o Julio II (1503-1513); Sixto, que se entregaba a los excesos sexuales más frenéticos, percibía por sus rameras impuestos por veinte mil ducados al año. Clemente VII exigió que la mitad de la fortuna de todas las prostitutas se dedicara a la construcción del convento de Santa María della Penitenza y, probablemente, la propia basílica de San Pedro fue parcialmente financiada con esta clase de ingresos.
- Un cardenal inglés adquirió un burdel; un obispo de Estrasburgo construyó otro; el arzobispo de Maguncia se quejaba de que las mancebías municipales competían con sus propias empresas. Como pastor de todos, también quería gobernar a todas las prostitutas... “íntegramente”. Y es que, según razonaba, la moral discurre por los cauces correctos sólo cuando el negocio está “en manos dignas”. La Inquisición, aunque en general se hacía la vista gorda con los burdeles, perseguía a las prostitutas  independientes. Abades y superioras de reputados conventos mantenían casas de placer y, además, tenían “casas de la Magdalena” para pecadoras arrepentidas. La superiora del  convento vienes de San Jerónimo para “mujeres descarriadas”, Juliana Kleeberger, se casó en la época de la Reforma con su capellán Laubinger, y además, acabó dedicándose a la prostitución. Es algo cómico que la moderna teología moral califique a la prostitución –que tantos servicios ha prestado a papas, obispos, conventos, cruzados, soldados cristianos y a toda la iglesia– como “la más indigna y escandalosa forma de fornicación” y que subraye que la culpa y la vergüenza no sólo recaen en las prostitutas, sino “asimismo en quienes las utilizan”.
- El hombre medieval obligaba a las prostitutas a mantener relaciones, y también a algunos ejercicios espirituales. En una abadía de Avignon conocida como el “silo del amor” no podían perderse ningún oficio divino. Las “delincuentes profesionales” fueron incorporadas a la vida religiosa. Se sentaban en la iglesia ante el altar penitencial, donde también se reclinaba el verdugo, y tenían su propia patrona: Santa María Magdalena, aunque veneraban también a la Virgen María, en cuyos cepillos ponían todas las semanas algo de dinero, entonces, el clero invocaba las palabras de Jesús a los fariseos: “los publícanos y las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”. En el imperio de los zares, los burdeles estaban repletos de reliquias e iconos. Cada fulana tenía colgado en su habitación a un santo protector al que rezaba antes del acto y lo cubría después y lo destapaba al terminar para volver a darle las gracias y ofrecerle un cirio o un poco de dinero. En la católica España, las mujeres de la calle debían rezar frente a la iglesia antes de iniciar la jornada.
- Pastores de almas en el burdel y sífilis
- También las prostitutas entraban directamente al servicio de la moral cristiana. Como  en Venecia, tenían que reclinarse junto a una ventana abierta con el pecho descubierto o salir a la calle para impedir los contactos sexuales entre hombres y adolescentes. En ningún caso les estaba permitido acostarse con judíos, gitanos, turcos y paganos. Tampoco con sacerdotes ni éstos con ellas.
- Clérigos y los monjes frecuentaban los burdeles, se supone que para convertir a sus inquilinas en “arrepentidas”. Algunos incluso sacrificaban el sueño para conseguirlo. En 1472, la ciudad de Nordlingen les prohibió pasar la noche entera en los burdeles y en 1522 la ciudad de Schaffhausen concedió al alguacil el derecho de embargar las ropas de los sacerdotes sorprendidos en la mancebía. Casi nadie siguió los consejos de la Iglesia para que las “perdidas” se salven mediante el matrimonio.
- La sífilis fue un agregado de esa vida, la “plaga del placer”, la “enfermedad del santo Job”, asoló Europa desde finales del siglo XV hasta mediados del XVI, afectando sobre todo al clero –no por casualidad–, que la extendió cada vez más. Decenas de miles de personas murieron; prelados y los más altos dignatarios eclesiásticos fueron contaminados, entre otros el papa Julio II, un antiguo franciscano, padre de tres hijas productos de sus aventuras.