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Crítica al maquillaje:
- El muy “tolerante” Clemente de Alejandría,
“literato y bohemio” y gentleman entre los padres de la iglesia, ya condenaba
en su época, los recursos cosméticos que casi todas las mujeres han empleado
después. Una mujer que se tiñe el pelo, se empolva el rostro, se aplica sombra
de ojos y recurre a otros artificios impíos, le recuerdan a Clemente, a una
prostituta y adúltera, a un mono maquillado y serpiente pérfida. San Cipriano
teme que el Señor, en el día de la Resurrección, no reconozca a las que se
adornan y se pintan. Tertuliano conjetura que la mano que se adorna con anillos
no valorará las cadenas del martirio y que un cuello ataviado con perlas no
estará muy dispuesto a entregarse al hacha. En la Edad Media, Odón de Sheriton opina
que mejorar la obra de Dios es un delito contra Dios. El franciscano Bertoldo
de Ratisbona, celebrado en su tiempo como el demagogo más virulento de
Alemania, dice desde el pulpito que “las que se pintan y se tiñen se
avergüenzan de su rostro, hecho a imagen de Dios, ¡y Dios se avergonzará de
ellas y las arrojará al abismo de los infiernos!”. Los religiosos también
dirigían sus imprecaciones a las que se arreglaban el cabello, cuyos trenzados
tenían más colas que Satanás, y se horrorizaban porque esas cabelleras podían
proceder de personas muertas, incluso de inquilinos del Infierno o de pobres
almas del Purgatorio.
- Hoy en día los moralistas hacen determinadas
concesiones: las mujeres, “en caso de que sea costumbre entre las mujeres
decentes (!), pueden recurrir a medios artificiales (lápices de labios y
maquillaje, pelucas, etcétera)”. Pero, la cosa no debe pasar “de los límites
acordes con su estado y su origen”; la mujer no puede agradar a otros hombres,
sino sólo a su marido, a la joven sólo se le permite preocuparse por favorecer
el “casamiento”. Cualquier detalle “vistoso o extravagante” causa “fácilmente
escándalo”, cualquier “indecencia en la moda es un pecado grave”.
- En la Edad Media, las iglesias eran centros
de reunión social, donde se intercambiaban últimas noticias, se cerraban
acuerdos y se coqueteaba. Un teólogo católico subraya que si la lujuria “se
extendía enormemente (...) entre los laicos” y “los pecados más graves y
horrendos no constituían ninguna rareza” “los religiosos no andaban a la zaga
de sus camaradas del siglo en punto alguno”.
- En el año 756, San Bonifacio acusa al rey
Etelbaldo de darse la gran vida, “incluso cometiendo adulterios con monjas” y,
además, escribe que “casi todos los nobles del Reino (...) viven en pecaminoso
concubinato con mujeres adúlteras”. Carlomagno, que fue canonizado por un antipapa,
además de sus concubinas, disfruto y repudio a cinco esposas, una de ellas de
trece años y tuvo a varios hijos extramatrimoniales. El sínodo de París declaró
en el año 829 que todos los males que padecían la Iglesia y el Estado eran el
castigo por la lujuria de la población, la pederastía, el bestialismo y las
incansables fornicaciones de los creyentes, hasta con animales.
-
Costumbres galas:
- Los cortejos amorosos de la nobleza francesa
finalizaban a menudo en orgías a las que se entregaban sin el menor reparo
mujeres enmascaradas de todas las edades. Gobernantes como el emperador Federico
II, tenían un harén donde no faltaban ni eunucos. El caballero Ulrico de Berneck
mantenía a doce hermosas jóvenes “para hacer su viudedad más llevadera”.
Cualquier hombre podía acostarse con su doncella (no libre) siempre que
quisiera. En pleno apogeo de la época caballeresca, el derecho de guerra
permitía a un noble violar a las mujeres y los niños de una ciudad conquistada,
los que muchas veces terminaban muertos.
- El concubinato, siguió durante toda la Edad
Media. Los ricos tenían esposas y concubinas al mismo tiempo y los únicos
monógamos eran los pobres, por necesidad. Las damas, por su parte, no eran en
absoluto tan frágiles y tan inactivas. El “Román de la Rose”, gran poema
épico-amoroso de la Francia del siglo XIII, afirma que una mujer decente es tan
rara como un cisne negro. Las mujeres practicaban en los castillos y los palacios
una hospitalidad amistosa, ayudando a los huéspedes a desvestirse y echándoles
una mano en la cama. Claro que el adulterio acarreaba una venganza cruel, pero
era tan frecuente como hoy.
- “Noches de prueba” y “vicios aristocráticos”:
- Hombres y mujeres de las aldeas también
compartían camas con bastante desenfado, para lo cual las mujeres tenían
especial apego además de a caballeros y escuderos, a los religiosos del lugar.
- Desde el siglo XIII se introdujo la
costumbre de las “noches de prueba”: los novios dormían juntos por la noche
hasta que se convencían de la aptitud de él para el matrimonio. En Baviera,
durante mucho tiempo no hubo separación alguna ente los dormitorios de mozos y
los de las criadas; pese a la severidad de los castigos, el número de hijos
extramatrimoniales era alto. Los mismos religiosos podían ir a examinar la
aptitud de alguna muchacha apetecible en nombre de un mozo casadero de fuera
del lugar o un vecino de la finca y realizaban la “prueba” a conciencia. La
mayoría de las veces eran perfectamente capaces de detectar si se trataba de
una virgo intacta.
- La homosexualidad estaba muy extendida en la
Edad Media, sobre todo entre las clases altas. En Francia se conocía como el
vicio aristocrático. Los muchachos eran mantenidos públicamente y recibían
lucrativos empleos. Felipe I otorgó el obispado de Orléans a su mancebo Juan.
Los británicos eran aun más aficionados a esas relaciones. Los italianos se
entregaban a dichas prácticas hasta en las iglesias. Aunque cada domingo se imponía
la excomunión a todos los homosexuales, con ello sólo se conseguía estimular el
“pecado” que se propagó, sobre todo, a causa de las cruzadas.
- Los baños femeninos de Oriente eran
atendidos sólo por mujeres, y los baños masculinos, sólo por hombres y
adolescentes, lo que propiciaba contactos exclusivamente homosexuales. Y los
cruzados, después de haber disfrutado de la vida amorosa entre sus batallas
lejos de casa, buscaron los mismos placeres en casa. De modo que los sirvientes
de los baños se especializaron rápidamente en toda clase de masajes, hasta tal
punto que, en 1486, los únicos baños de hombres autorizados en Bresiau debían
estar atendidos por mujeres.
- Las creencias traídas de las cruzadas iban
más allá y se extendió la creencia árabe de que el coito podía desviar los
humores peligrosos del hombre y sanar su cuerpo. Los moralistas prohibieron
este remedio, aunque al mismísimo arzobispo de Maguncia, Matthias von Bucheck,
le colaron una mujer en la cama por razones sanitarias.
-Avanzaba la Edad Media y la vida sexual se
desenvolvía cada vez con mayor libertad. Enrique de Berg opina en el siglo XIV
que “la mayor parte de la gente se ha vuelto sucia y lujuriosa, dentro y fuera
del matrimonio, curas y laicos, monjas y frailes, casi no queda nadie que no
esté manchado o ensuciado de alguna forma”.
El griego Francisco Filelfo, profesor en Italia, se queja en el siglo XV
de que “el género humano apesta (...) La casa del Señor está abatida y es una
taberna de criminales”.
- Las prostitutas de Viena recibieron como Dios
las trajo al mundo a los emperadores Segismundo y Alberto II, al rey Ladislao
Postumo y a otros personajes. A su llegada a París en 1461, Luis XI fue
recibido por jóvenes completamente desnudas que le recitaron unos versos y lo
mismo le ocurrió a Carlos el Temerario en Lille en 1468; el propio Carlos V, un
católico estricto, recibió en 1520 la bienvenida de las desvestidas damas de
los burdeles del puerto de Ámberes, lo que Durero describe como testigo
presencial. Las calles de Ulm fueron festivamente alumbradas en 1434 cuando el
emperador se dirigió al burdel acompañado de su cortejo; Berna puso su mancebía
a disposición de la corte por tres días, y el consistorio corrió con los
gastos. Durante la visita de los nobles von Quitzow a Berlín en 1410, la ciudad
les ofreció “como pasatiempo a algunas hermosas mujerzuelas”.
- En Ulm hubo que ordenar al prostíbulo que
dejara de admitir la entrada de chavales de doce a catorce años. En Francfort
del Oder, los jóvenes patricios iban al burdel un día sí y otro también; en
1476 las burguesas de Lübeck entraron, con el rostro cubierto, en las
mancebías; y en 1527 las mujeres casadas de Ulm se mezclaron entre las
prostitutas a la vista de todo el mundo. El negocio de las alcahuetas nocturnas
florecía, aunque había fuertes castigos para el caso de que ofrecieran sus
servicios a mujeres casadas: picota, piedras al cuello, destierro de la ciudad,
enterramiento en vida, hoguera. La alcahueta abandonaba su escondrijo y llamaba
a las puertas de los conventos de frailes y monjas, las cortes, los burdeles y
todas las tabernas. Luego iba a buscar a una monja; luego a un fraile. A éste
le proporciona una prostituta; a aquél, una viuda. A uno, una mujer casada; al
otro, una virgen. Contenta a los sirvientes con las criadas de sus señores. El
noble consigue una mujer indulgente que le consuele.
- Prostitución:
- La prostitución se conocía desde mucho antes
de la época cristiana cuando no era considerada indigna y, a menudo, incluso se
trataba de una profesión sagrada que era ejercida en los templos por miles de
jóvenes. La llegada del cristianismo despreció a las prostitutas aunque, su
moral ascética necesitase alguna válvula de escape y a partir de esa, creció. A
medida que la sociedad se “alineaba” con la moral de los teólogos y de la iglesia,
“el número de las prostitutas iba en aumento”. Los clérigos, que condenaban
cada vez con más furia los placeres que ellos mismos disfrutaban ardientemente,
presionaron para que aquella institución se mantuviera.
- San Agustín, el más importante de los
Doctores de la Iglesia, dice: “reprimid la prostitución pública y la fuerza de
las pasiones acabará con todo”. Tomás de Aquino –o el teólogo que se apropia de
su nombre– piensa que la prostitución “es a la sociedad lo que las cloacas al
palacio más señorial; sin ellas, éste acabaría por ser un edificio sucio y
maloliente”. Y el papa Pío II asegura al rey de Bohemia, Jorge de Podiebrad,
que la iglesia no puede existir sin una red de burdeles bien dispuesta. Este
oficio sólo estaba prohibido a las casadas y a monjas. En realidad, una
sociedad que no se permite disfrutar de la vida con libertad, una sociedad
frustrada, tiene necesidad de las libertinas.
- Las primeras prostitutas itinerantes de Europa:
- Jerusalén, el principal lugar de
peregrinación del cristianismo, estaba en la Antigüedad ligada a esa actividad.
Penitentes y monjas que se desplazaban a Roma, sucumbiendo durante el viaje a
toda clase de necesidades y placeres y sentaron las bases de la prostitución
ambulante en Occidente. La mala fama de las peregrinaciones se mantuvo por
siglos. San Bonifacio apeló insistentemente al arzobispo de Canterbury para que
limite a las peregrinaciones o las regulara, ya que, en el camino a Roma, eran
muy pocas las ciudades donde no había peregrinos ingleses públicamente
amancebados con “mujeres veladas”. Carlomagno, y uno de sus sucesores,
ordenaron arrojar al agua a las prostitutas y prohibieron que se les ayudara,
pero inútilmente. Tampoco pudieron, la picota, los azotes o los cortes de pelo.
El oficio cobró nueva vida precisamente en las Cruzadas.
- Una legión de rameras en todas las cruzadas:
- Los peregrinos armados siempre iban a
Oriente acompañados de un montón de vagabundas. El conde Guillermo IX, que fue
el primer trovador y tenía más riquezas y poder que el rey de Francia, iba
rodeado durante su pía marcha por tal tropel de fulanas que el cronista
Geoffroy de Vigeois atribuyó el fracaso de la expedición a las diversiones del
rijoso caballero. Se cuenta que los franceses fueron acompañados en 1180 por más
de mil trotonas de vida alegre. En el campamento de Luis IX el Santo (1226-1270),
los burdeles se levantaban junto a la tienda del rey. Los templarios, que eran
los contables de los cruzados, pretenden que un año tuvieron a trece mil
cortesanas en sus filas. Los cristianos también fornicaban en las cortes árabes
y con tanto empeño que los musulmanes debieron llamarles la atención.
- Las “liebres lascivas” eran necesarias en
batallas menos sacrales. Cuando Carlos el Temerario cercó Neuss en unión del
arzobispo Ruprecht de Colonia, en 1474-75, el ejército contaba con mil
colchones de campaña. Posteriormente, el genocida duque de Alba que, con la
bendición papal, liquidó ciudades enteras sin perdonar siquiera a los niños,
llevó a los Países Bajos a cuatrocientas prostitutas a caballo y ochocientas a
pie, que acompañaron a sus tropas “divididas en compañías y alineadas en
columnas tras sus respectivos estandartes”.
- Las “doncellas” itinerantes no faltaban en
ceremonias oficiales y grandes asambleas eclesiásticas. A las cortes de
Francfort de 1394, acudieron ochocientas y a los concilios de Basilea y
Constanza se calcula que unas quinientas. Los funcionarios viajeros también
podían incluir sus visitas a los burdeles en la cuenta de gastos. Hasta los
estrictos caballeros teutones, que estaban al servicio exclusivo de su
“Celestial Señora la Virgen María” y que tenían que pronunciar un juramento que
comenzaba: “prometo y hago voto de que mi cuerpo se mantendrá casto (...)”,
llevaban un libro detallado en Konigsberg en el que figuraban las cantidades
que habían dado a las serviciales “doncellas”.
- Las ciudades papales siempre estuvieron atestadas
de prostitutas. Según Petrarca, Avignon y por bastante tiempo, Roma fueron
famosas por el gran número de casas públicas que albergaban. Una estadística acredita
que en 1490 había en Roma seis mil ochocientas mujeres públicas... para menos
de cien mil habitantes; una de cada siete romanas era prostituta. Incluso es
posible que las cortesanas modernas surgieran en la corte papal de Avignon.
Allí había una gran cantidad de mujeres hermosas y una mujer del entorno de un
señor eclesiástico sólo podía ser su concubina, como ocurriría después en Roma.
- Los burdeles al lado de las iglesias y tutoría religiosa:
- Las primeras casas públicas aparecieron a
comienzos del siglo XIII y en el siglo XIV se multiplicaron en todas partes.
Sus calles llevaban nombres femeninos: Rosenhag, Rosental; y sus denominaciones
alemanas podrían traducirse como casas de mujeres, casas de hijas, casas
comunes, públicas o libres, cortes de vírgenes, y a sus empleadas se las
llamaba “hijas libres”, “señoritas de placer”, “muchachas públicas”,
“pelanduscas”, “niñas monas” y otras tantas. En la Baja Edad Media casi todas
las ciudades contaban con su burdel y, significativamente, la mayoría de las
veces se encontraba en una bocacalle cercana a la iglesia.
- Los duques Ernesto y Guillermo, regalaron en
1433 a la capital de Baviera “una casa de mujeres” con “muchachas públicas”
para que se “promueva la castidad y la honestidad de hombres y mujeres en
nuestra ciudad de Munich (...)”. El duque Segismundo puso en 1468 la primera
piedra de la actual catedral de Nuestra Señora. probablemente con las mismas
intenciones. En Würzburg, las dueñas de los burdeles prestaban un triple
juramento de fidelidad: al consistorio, al obispo y al capítulo de la catedral.
- Promovían la
Inmaculada Concepción y construían burdeles. El clero
también se apresuró a aprovechar la prostitución económicamente. Muchas veces ambas
esferas estuvieron conectadas administrativa y financieramente, por lo que hubo
conflictos de competencias entre las ciudades y la nobleza. Todos querían poner
a las rameras bajo sus órdenes, cobrándoles elevados impuestos que muchas veces
eran en la parte más significativa de los ingresos, como en Augsburgo a finales
del siglo XIV. La ciudad papal de Avignon también tenía una casa de placer pública.
- En Roma abrieron burdeles algunos vicarios
de Cristo, como Sixto IV (1471-1484) –constructor de la capilla sixtina y
promotor de la festividad de la Inmaculada Concepción– o Julio II (1503-1513);
Sixto, que se entregaba a los excesos sexuales más frenéticos, percibía por sus
rameras impuestos por veinte mil ducados al año. Clemente VII exigió que la
mitad de la fortuna de todas las prostitutas se dedicara a la construcción del
convento de Santa María della Penitenza y, probablemente, la propia basílica de
San Pedro fue parcialmente financiada con esta clase de ingresos.
- Un cardenal inglés adquirió un burdel; un
obispo de Estrasburgo construyó otro; el arzobispo de Maguncia se quejaba de que
las mancebías municipales competían con sus propias empresas. Como pastor de
todos, también quería gobernar a todas las prostitutas... “íntegramente”. Y es
que, según razonaba, la moral discurre por los cauces correctos sólo cuando el
negocio está “en manos dignas”. La Inquisición, aunque en general se hacía la
vista gorda con los burdeles, perseguía a las prostitutas independientes. Abades y superioras de
reputados conventos mantenían casas de placer y, además, tenían “casas de la
Magdalena” para pecadoras arrepentidas. La superiora del convento vienes de San Jerónimo para “mujeres
descarriadas”, Juliana Kleeberger, se casó en la época de la Reforma con su
capellán Laubinger, y además, acabó dedicándose a la prostitución. Es algo
cómico que la moderna teología moral califique a la prostitución –que tantos servicios
ha prestado a papas, obispos, conventos, cruzados, soldados cristianos y a toda
la iglesia– como “la más indigna y escandalosa forma de fornicación” y que
subraye que la culpa y la vergüenza no sólo recaen en las prostitutas, sino
“asimismo en quienes las utilizan”.
- El hombre medieval obligaba a las prostitutas
a mantener relaciones, y también a algunos ejercicios espirituales. En una
abadía de Avignon conocida como el “silo del amor” no podían perderse ningún
oficio divino. Las “delincuentes profesionales” fueron incorporadas a la vida
religiosa. Se sentaban en la iglesia ante el altar penitencial, donde también
se reclinaba el verdugo, y tenían su propia patrona: Santa María Magdalena,
aunque veneraban también a la Virgen María, en cuyos cepillos ponían todas las
semanas algo de dinero, entonces, el clero invocaba las palabras de Jesús a los
fariseos: “los publícanos y las prostitutas os precederán en el Reino de los
Cielos”. En el imperio de los zares, los burdeles estaban repletos de reliquias
e iconos. Cada fulana tenía colgado en su habitación a un santo protector al que
rezaba antes del acto y lo cubría después y lo destapaba al terminar para
volver a darle las gracias y ofrecerle un cirio o un poco de dinero. En la
católica España, las mujeres de la calle debían rezar frente a la iglesia antes
de iniciar la jornada.
- Pastores de almas en el burdel y sífilis
- También las prostitutas entraban
directamente al servicio de la moral cristiana. Como en Venecia, tenían que reclinarse junto a una
ventana abierta con el pecho descubierto o salir a la calle para impedir los
contactos sexuales entre hombres y adolescentes. En ningún caso les estaba
permitido acostarse con judíos, gitanos, turcos y paganos. Tampoco con
sacerdotes ni éstos con ellas.
- Clérigos y los monjes frecuentaban los
burdeles, se supone que para convertir a sus inquilinas en “arrepentidas”.
Algunos incluso sacrificaban el sueño para conseguirlo. En 1472, la ciudad de
Nordlingen les prohibió pasar la noche entera en los burdeles y en 1522 la
ciudad de Schaffhausen concedió al alguacil el derecho de embargar las ropas de
los sacerdotes sorprendidos en la mancebía. Casi nadie siguió los consejos de
la Iglesia para que las “perdidas” se salven mediante el matrimonio.
- La sífilis fue un agregado de esa vida, la
“plaga del placer”, la “enfermedad del santo Job”, asoló Europa desde finales
del siglo XV hasta mediados del XVI, afectando sobre todo al clero –no por
casualidad–, que la extendió cada vez más. Decenas de miles de personas murieron;
prelados y los más altos dignatarios eclesiásticos fueron contaminados, entre
otros el papa Julio II, un antiguo franciscano, padre de tres hijas productos de
sus aventuras.