Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner
- Penitencias en un lecho compartido:
- La
consecuencia de las prácticas ascéticas del celibato, pronto llevó a un curioso
y duradero modelo de relaciones plenamente institucionalizado: el llamado
“matrimonio de José”; el emparejamiento de un hombre soltero –muchas veces un
clérigo o un monje, con una religiosa, una “esposa espiritual” –. Dicha
institución, extendida en los siglos III y IV, ofrecía posibilidad de unión a
los devotos ascetas que incluía compartir el lecho sin sexo. Pero pronto se
buscó la burla al asunto. El obispo Pablo, metropolitano de Antioquía por siete
años, había “abandonado a una mujer, probablemente, para cambiarla por dos
florecientes muchachas de hermosos cuerpos”, con las que vivía e incluso
llevaba a sus viajes pastorales. En el sínodo de Antioquía (en 268) corría el
rumor de que eran muchos los que cedían a la tentación reprimida con amantes.
Como las vírgenes añosas, y las damas de la nobleza, las que ignoraban a sus
maridos con pretexto de la continencia, y retozaban con gente del pueblo y
hasta con esclavos. Había demasiados monjes que sólo tenían de ascetas el
hábito. Desenmascarar a estos santos no siempre era sencillo, porque lo negaban
todo, “a menos que los traicionara el berrido de sus hijos”, como dice Tertuliano.
No se podía probar la santidad ni con el examen físico del varón y el obispo
Cipriano (muerto en 258) exigía la intervención de la comadrona en las fulanas,
haciendo la salvedad de que también se pecaba con partes del cuerpo que no
podían ser objeto de comprobación.
- San
Jerónimo y San Crisóstomo renegaban de lo que llegaron a convertirse las
mujeres en esa penitencia: “esposas sin matrimonio”, “concubinas”, “rameras”, o
“peste”. La Iglesia necesitó de al menos veinte decretos sinodales y mucha paciencia
para acabar con esta práctica. En el año 594, el papa Gregorio I todavía tuvo
que renovar las anteriores prohibiciones.
- El celibato a la vista:
-
Desgraciadamente para los jóvenes impetuosos que abrazan papel religioso
activo, los cargos jerárquicos rectores lo ocuparon luego hombres mayores,
quienes pese a que en su juventud no se privaron de placeres o hasta hicieron
propaganda al matrimonio de clérigos, llegada la edad de la impotencia,
cansancio y sadismo, exigieron egoístamente, el celibato aludiendo la
“impureza” de la vida matrimonial, en ánimo de revancha ante el declive de ellos en su capacidad de
producir placer. Eneas Silvio de Piccolomini, en el
concilio de Basilea recordó a los papas casados, y a Pedro –príncipe de los
apostóles, también casado–, y opinaba que “aunque el matrimonio de los
religiosos se ha prohibido por buenas razones, se debería volver a autorizar
por razones aún mejores”, pero al ser Eneas convertido en Pío II, lo incluyó en
el índice los Erótica, compuesto por él mismo, y cuando un sacerdote amigo
pidió su dispensa para casarse, le hizo una llamada a la continencia,
aconsejándole que “rehuyera de la mujer como a la peste y considerara a toda
mujer como un diablo”. Aunque muy distinto hablaba antes sobre las mujeres con este
mismo amigo en juventud.
- Matrimonios
sacerdotales, tiempos aquellos:
- El papado toleró durante mucho tiempo el
matrimonio de los sacerdotes. En tiempos de San
Patricio (372-461) –enviado a evangelizar Irlanda y luego santo nacional de ese
país– los religiosos casados aparecían muy normales. En el periodo merovingio
tampoco tuvieron la obligación de disolver el matrimonio y la mayoría mantenía
relaciones sin ocultarlo. Ni siquiera los sínodos de España –donde surgió el
primer decreto de celibato– mencionan la abstinencia del clero en el matrimonio
hasta comienzos del siglo VI. En Alemania, el gran concilio de Aquisgrán, en el
816, autoriza la ordenación sacerdotal de los casados; y todavía en 1019,
obstaculizar el ministerio de los religiosos casados es castigado por el sínodo
de Goslar con la excomunión.
- En Roma, hubo hijos de sacerdotes que se
fueron papas hasta el siglo X: Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I,
Adriano II, Martín II, Bonifacio VI y otros. Varios de ellos fueron canonizados:
San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Hubo papas que fueron hijos de
papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o Juan XI, hijo de Sergio
III. En el siglo XI, todos los religiosos del sur de Italia seguían casándose abiertamente.
En el norte, Guido de Ferrara, un testigo ocular, escribe: “en toda Emilia y en
Liguria, diáconos y presbíteros metían a mujeres en sus casas, celebraban
bodas, casaban a sus hijas, unían a sus hijos con esposas ricas y distinguidas”.
Muchos de los sacerdotes concubinati vivían a mediados del siglo XI en Roma. En
Inglaterra, el celibato comenzó a introducirse aún más tardíamente. Allí, en
los siglos VIII y IX incluso el matrimonio de los obispos era habitual; los
sínodos toleraron el matrimonio de los clérigos rurales hasta la alta Edad
Media; y después, un prelado británico se consolaba así: “se podrá quitar las
mujeres a los sacerdotes, pero no los sacerdotes a las mujeres”.
- La supresión del matrimonio sacerdotal:
- Los sacerdotes pudieron aún casarse por
tiempo más, pero el giro decisivo había empezado en el año 306 con el sínodo de
Elvira, en España, donde se aprobó el primer decreto sobre el celibato como
continencia con sus mujeres so pena de suspensión. Esa prohibición fue determinante
para toda la evolución posterior en occidente, pero sólo afectó primero a una
parte de la Iglesia española, en otras partes la presión que se ejercía sobre
el clero buscaba más que asegurar su continencia matrimonial, antes que evitar
las relaciones extramatrimoniales y otros “crímenes” análogos.
- En el siglo V, la norma de Elvira fue
asumida por los papas Siricio e Inocencio I y difundida en occidente. Pero no se exigía la soltería,
como principio, ni la disolución de los matrimonios previos, sino “sólo” la
finalización de las relaciones sexuales. Por mucho tiempo se permitió a
diáconos, sacerdotes y obispos mantener sus respectivas esposas, a las que los
sínodos siguieron refiriéndose como “la señora del diácono”, “la señora del
sacerdote”, o “la señora del obispo”. Si los esposos prometían que, en adelante,
tendrían “a sus mujeres como si no las tuvieran” podían llegar a ser sacerdotes o seguir
siéndolo, lo que incitó a una vida de hipocresía y fingimiento entre éstos.
Además, los decretos diferían entre sí, eran confusos, se modificaban y
adaptaban a las circunstancias, se suavizaban o extremaban y, llegado el caso,
se ignoraban.
- Vigilancia y restricciones al sacerdote:
- Repetidamente, se prohibió que los clérigos
compartieran casa con mujeres extrañas, posibilidad que el papado combatió
mucho tiempo, con celo y escasos resultados, y esto se denegó incluso, a los sacerdotes castrados.
El sínodo de Elvira autorizó a los religiosos a vivir sólo con sus mujeres, así
como con sus hermanas e hijas consagradas a Dios, pero no permitía la presencia
de la mujer extraña que la mayoría de las veces se ocupaba de llevar la casa y
que fue en un primer momento el principal objeto de las prevenciones sinodales.
Luego se llegó a impedir la entrada a la casa del sacerdote a todas: esclavas y
libres, y también se prohibió a los religiosos visitar a mujeres, sobre todo
por la tarde o por la noche, salvo en casos imprescindibles y siempre en
compañía de un clérigo como testigo. Incluso se le negó a la mujer del
sacerdote el acceso al dormitorio del marido.
- Pero era difícil cumplir los decretos. Lo
que más costó a los clérigos fue separarse del lecho común. El sínodo de
Tours de 567 fue otro pilar de ese tipo
de órdenes e intromisiones, se volvió a privar a los sacerdotes de visitas extrañas,
se impidió a los religiosos del entorno del obispo todo contacto con las
esclavas de su mujer, la episcopa –a la que el obispo debía ver como una
hermana y bajo vigilancia–; ante la sospecha que muchos arciprestes, diáconos y
subdiáconos mantenían relaciones con sus mujeres, se ordenó que el arcipreste
debía tener siempre a su lado a un clérigo que le acompañe a todas partes y
tenga el lecho en la misma celda que él. Siete subdiáconos que se iban turnando
cada semana tenían que vigilar al arcipreste, y recibirían una paliza si se negaban.
Más tarde, también mandaron vigilantes a algunos obispos. Y en el año 675, el
sínodo de Braga prohibió que un clérigo sin vigilante de confianza acompañara a
una mujer, salvo su madre. Antes, aún se había tolerado la compañía de
hermanas, hijas e incluso sobrinas y El sínodo de Macón, en 581, extendió tal
autorización hasta la abuela. Los padres conciliares recelaban de todo el mundo
y quedó prohibida la estancia en la casa del sacerdote, de nietas, sobrinas,
hijas, hermanas y madres –al principio, sólo en la Europa del sur, luego en
Alemania y Francia, y en Inglaterra–, debido a que los religiosos se
enfrascaban con su propia familia, como reconoció el concilio de Maguncia en
888. Además, había el peligro de que llegaran otras mujeres acompañando a la
familia, como reflexionaba el obispo de Soissons en 889.
-
Esclavización de la mujer del sacerdote:
- A mediados del siglo XI, León XI convirtió
en esclavas de su palacio a todas las mujeres que vivían con religiosos en
Roma.
- El sínodo de Meifi (1089), presidido por Urbano
II –el promotor de la primera cruzada, que culminó con la matanza de 70.000
sarracenos en Jerusalén y declarado santo en 1881– ordenó, en caso de que el
sacerdote no acabara con su matrimonio, la venta de la esposa como esclava, por
el poder temporal, al que involucró así en la cuestión del celibato.
- El arzobispo Manases II autorizó en 1099 al
conde Roberto de Flandes a capturar a las mujeres de los clérigos excomulgados
de todas sus diócesis. En Hungría y otros lugares fue igual. En todas partes,
particularmente en Franconia, hubo escenas crueles y el fanatismo de los monjes
mostró su rostro; a los religiosos que no fueron capaces de abandonar a sus
mujeres e hijos sólo les quedó la vida. La Iglesia, desde España hasta Hungría
e Inglaterra, siguió ordenando que las mujeres de los sacerdotes fueran
vendidas, esclavizadas, traspasadas a los obispos junto con todas sus
propiedades, o desheredadas. Además, hasta la época moderna, impuso a las
“concubinas notorias” el destierro, la privación de los sacramentos, el
afeitado de cabeza “públicamente, en la iglesia, un domingo o día festivo, en
presencia del pueblo”, como dispone el sínodo de Rúan, de 1231; la iglesia
amenazaba a la mujer del sacerdote con negarle el entierro, con arrojar su
cuerpo al estercolero o, muchas veces, con entregarla al estado, lo que con
frecuencia acababa en destierro o prisión. En el siglo XVII, el obispo de
Bamberg, Gottfried von Aschhausen, todavía apelaba al “poder temporal” “para que
entre en las parroquias, encuentre a las concubinas, las azote públicamente y
las arreste”.
- Hubo casos célebres de víctimas de la
prohibición católica. El teólogo Abelardo, se enamoró y se casó con Eloísa, la
sobrina del abad Fulberto, a la que conoció durante las clases que daba en
París, luego fue castrado por los parientes de ella, a instigación del abad.
Nicolás Copérnico. Había recibido la ordenación sacerdotal y una canonjía en la
catedral de Frauenburg. Su obispo y amigo de juventud, Dantiscus, le ordenó cuando
el genio rondaba los 60 años, que se separara de una pariente lejana, Anna
Schilling, con la que había vivido mucho tiempo, Copérnico asintió y prometió
dejarla con pesar, pero Copérnico siguió reuniéndose en secreto con Anna, hasta
que, de nuevo bajo la presión del obispo, renunció también a estos encuentros,
muriendo, solo y abandonado, cuatro años más tarde. El caso del subdiácono
Bochard es estremecedor. Era chantre en Lyon y canónigo en Tournai, y tenía dos
hijos de una noble, hermana de la condesa Juana de Flandes. Inocencio III –responsable
de la masacre de los albigenses–, que consideraba el matrimonio de los clérigos
“un lodazal”, excomulgó a Bochard y ordenó al arzobispo de Reims que renovara
el anatema cada domingo con repique de campanas y cirios encendidos,
suspendiendo los oficios divinos donde quiera que estuviese Bochard hasta que
abandonara a la mujer e hiciera penitencia. Bochard se sometió al castigo y
pasó un año en Oriente peleando contra los “infieles”. Pero cuando volvió vio a
su mujer y a sus hijos y renaciendo su instinto familiar volvió con ellos. Poco
después fue capturado en Gante y decapitado y su cabeza paseada por todas las
ciudades de Flandes y Henaut.
- Según el cisterciense Cesáreo de
Heisterbach, en el siglo XIII la gran mayoría de los religiosos hacía vida
matrimonial legítima o “en concubinato”. Eran responsables de familias con
esposa e hijos. Sólo los remordimientos de conciencia atizados por los fanáticos
sembraron la discordia.
- Desde fines de la Antigüedad, las mujeres, hijos
e hijas de los clérigos, fueron perdiendo sus derechos y tratados cada vez
peor. En 655, el noveno sínodo de Toledo dictó que todos los hijos de sacerdotes
“no deben heredar de sus padres o sus madres, y pasarán a ser esclavos de por
vida de la iglesia en la que los padres que los engendraron tan deshonrosamente
prestaban sus servicios”. Así que en territorio visigodo, todo descendiente de
religioso carecía de derechos sobre la herencia de sus padres y se convertía de
por vida en un siervo de la Iglesia, sea su madre libre o no.
- En el siglo XI, el gran sínodo de Pavía hizo
esclavizar de por vida a todos los hijos de sacerdotes, “hayan nacido de libres
o siervas, de esposas o de concubinas”. El concilio, dirigido por Benedicto VIII,
tomó la misma decisión: “Anatema para quien declare libres a los hijos de tales
clérigos –que son esclavos de la Iglesia– sólo porque hayan nacido de mujeres
libres; porque quien lo haga roba a la Iglesia. Ningún siervo de una iglesia,
sea clérigo o laico, puede adquirir algo en nombre o por mediación de un hombre
libre. Si lo hace, será azotado y encerrado hasta que la iglesia recupere los
documentos de la transacción. El hombre libre que le haya ayudado tendrá que
indemnizar completamente a la iglesia o ser maldito como un ladrón de iglesia.
El juez o notario que haya extendido la escritura, será anatematizado”.
- En aquel tiempo la mayoría del bajo clero
descendía de esclavos y no tenía propiedades ni podía hacer testamento.
Cualquier cosa que esas personas adquirieran o ahorraran pertenecía al obispo,
quien por ello, tenía gran interés en la nulidad de los matrimonios de los
sacerdotes y en la incapacidad de los hijos para heredar. A los descendientes
de esclavas de iglesia se les privó siempre del derecho a heredar y estaban a completa
disposición de los prelados que, por tanto, no veían con malos ojos que un
clérigo se uniera a una esclava. Pero, ésta era la regla, debido a que la
servidumbre era condición generalizada. Y, por tanto, los hijos se atribuían a
la “peor parte”, a la mujer esclava, convirtiéndose así, en esclavos. Pero, si
un religioso que no era hombre libre se casaba con una mujer libre, sus hijos
eran considerados libres, con capacidad de poseer propiedades y de heredar, y
quedaban protegidos por las leyes seculares, lo que no convenía a la iglesia.
- El papa Benedicto lamenta que “incluso los
clérigos que pertenecen a la servidumbre de la Iglesia –si es que se les puede
llamar clérigos–, como quiera que se ven privados por las leyes del derecho a
tener mujer, engendran hijos de mujeres libres y evitan a las esclavas de las
iglesias con el único propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la
mujer libre también puedan ser libres, de alguna manera”. Los veía como
enemigos de la iglesia dispuestos a perseguir a la Iglesia y a Cristo. “Mientras
los hijos de siervos conserven su libertad, como falazmente pretenden, la
Iglesia perderá ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia,
antaño tan rica, se ha empobrecido”. El peor enemigo del papa es que quien
reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza poder, el poder, dominio
feudal, y el dominio feudal lo es todo. Después de comparar a los clérigos
desobedientes con los caballos y los cerdos de Epicuro, y de aducir, como
prueba de la peor de las corrupciones, que su desenfreno no era discreto sino
público, el Vicario de Cristo dispone: “todos los hijos e hijas de clérigos,
hayan sido engendrados por una esclava o por una mujer libre, por la esposa o
por la concubina, serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad”. Las
decisiones de Pavía fueron declaradas vinculantes también para Alemania en el
sínodo de Goslar, en 1019, cuando el piadoso emperador Enrique II –coronado por
el Papa (y a quien todavía hoy se venera en Bamberg)– las elevó a leyes
imperiales. Los jueces que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían
privados de patrimonio y desterrados de
por vida, las madres de esos hijos azotadas en el mercado y también
desterradas, los notarios que levantaran un acta de libre nacimiento o algún
documento similar perderían su mano derecha... ¡Enrique el Santo!.
- Por el contrario, una ley siciliana de
Federico II, el gran librepensador y rival del papa, reconocía a los hijos de
los sacerdotes el derecho a heredar. Y en España, desde el siglo IX, en que se
extendía el concubinato –la barraganería– entre el clero, paralelamente al
florecimiento de la cultura árabe, los hijos de esta clase de uniones estables
fueron, en general, considerados como libres hasta el siglo XIII. Podían
heredar de sus padres y acceder al mismo empleo eclesiástico que hubiera tenido
su progenitor.
- En España hubo una reacción desde el quinto
concilio lateranense, en 1215, cuando aumentaba el centralismo papal y la
Reconquista progresaba. En 1228, el primer sínodo de Valladolid, bajo la
dirección de un legado papal, declaró que ningún hijo de clérigo nacido luego
del quinto concilio lateranense podría heredar de su padre, quedando también
excluido del estado religioso. Durante toda la Edad Media se siguió atacando a
los hijos de los sacerdotes, sin importar su origen legítimo o ilegítimo, y el
derecho civil incluyó a sus nietos y perjudicó a toda su descendencia. En
cambio, en Suecia, al mismo tiempo se negaba a la Iglesia el derecho a heredar,
suscitando las quejas de Roma a propósito de la “salvaje brutalidad del pueblo
sueco” como decía Honorio III, aquel infatigable promotor de cruzadas.
- La iglesia llegó a impedir toda relación
familiar y humana entre los clérigos y sus hijos. Prohibió que hijos e hijas
permanecieran al lado de su padre y fueran educados en el hogar, prohibió a los
religiosos participar en la elección de cónyuge, en la boda o en el entierro de
sus hijos y nietos, que una de sus hijas pudiera casarse con otro sacerdote o
con uno de los hijos de éste. Y tampoco le estaba permitido a ningún laico
casarse con la hija de un clérigo.
- A mediados del siglo XVI, el concilio de
Trento declaró que el hijo de un sacerdote no podía acceder a la prebenda de su
padre y que la renuncia de éste en beneficio de su hijo era nula. En 1567 se
ordenó poner fin a la costumbre de enterrar en el mismo lugar a los sacerdotes
y a sus hijos; asimismo, en las tumbas de los clérigos se eliminaría cualquier
referencia a sus hijos. En el siglo XVII el sínodo de Turnau ordenó la
humillación pública de los hijos e hijas de sacerdotes y el encarcelamiento de
estos últimos.
- La esquizofrenia celibataria llegó a Milán. En
1063, el papa Alejandro II dio la señal de inicio de la “guerra civil
declarada”; el populacho enardecido, junto a hatajos de frailes iracundos,
expulsó a los religiosos casados de sus iglesias. Los buscaron en los mismos
altares, los apalearon o los mataron, junto con sus mujeres e hijos, destruyeron
el palacio arzobispal, y el arzobispo Guido escapó a duras penas en paños
menores luego de su respectiva paliza. Hubo asaltos y asesinatos a diario, hasta
los más inocentes fueron desplumados cuando Eriembaldo –acuchillado en 1075 en
una calle de Milán– dio permiso a su ejército de obreros y parias codiciosos
para que se incautara de los bienes de todo clérigo que no jurara continencia
sobre unos evangelios y ante doce testigos. Por la noche y en secreto,
escondían vestidos de mujer en las casas de los sacerdotes, luego las asaltaban
y exhibían las ropas encontradas como prueba de la cohabitación. Bastaba esto
para justificar el expolio.
- Hubo enfrentamientos civiles, homicidios,
perjurios indescriptibles, niños hijos de sacerdotes sin bautizar
estrangulados, muchos de cuyos restos no fueron encontrados hasta mucho después,
durante la limpieza de un depósito de agua. La guerra civil asoló Milán hasta
1075. Y todavía bajo el papado de Alejandro II, el sínodo de Gerona, celebrado
en 1068, decidió que “desde el subdiácono hasta el sacerdote, quien tenga mujer
o concubina dejará de ser clérigo, perderá todos sus beneficios eclesiásticos y
en la iglesia estará por debajo de los laicos. Si desobedecen, ningún cristiano
les saludará, ni comerá con ellos, ni rezará con ellos en la iglesia; si
enferman, no serán visitados, y si mueren sin penitencia ni comunión, no serán
enterrados”.
- El sucesor de Alejandro II, fue Gregorio VII
(1073-1085), llamado Hildebrando –a quien Lutero llamó “Hollebrand” (hoguera
del infierno), y el mismo Damián, “San Satanás”–, que tuvo papel principal en
la discusión sobre el celibato. Aunque, expresamente, no declaró nulos los
matrimonios de los sacerdotes, prohibió en 1074 que los religiosos tuvieran
esposa o vivieran en compañía de alguna mujer, amenazándoles, si desobedecían,
con la privación ab officio y ab beneficio y negando a los “incontinentes”
hasta la entrada en la iglesia.
- No aportó nada nuevo ni en los temas, ni en
los castigos, pero los potenció con gran dureza para poner en vigor leyes que
ya existentes pero usualmente burladas; también enfatizó la intolerancia con la
que arruinó la imagen de los sacerdotes casados, convirtiéndolos a todos en
“concubinarios”. No se detenía ante nada. Condenaba todo lo que no se ajustaba
a su modo de pensar, conjuraba a individuos o a pueblos enteros, escribía a
parroquias, príncipes, obispos y abades. Enviaba a todas partes a sus legados,
bien provistos de suspensiones y anatemas; y en ese momento la excomunión era,
precisamente, el castigo más temido, porque suponía excluir a la persona de la
vida terrenal y de la vida celestial, arrojándola directamente al infierno, lo
que alcanzaba al que ayude al excomulgado. Como, a menudo, el Papa no se sentía
seguro de sus propios prelados –algunos obispos, como el de Reims y el de
Bamberg, fueron destituidos–, no solo puso en pie de guerra a los gobernantes,
sino que como agitador amotinó a las masas, de las que esperaba un “efecto
saludable”. Liberándolas de toda obediencia, declaró que la bendición de un
clérigo casado se convertía en maldición y su oración en pecado, con lo cual la
chusma dejó de asistir a las misas de los “servidores del diablo y de los
ídolos”, se negaban a recibir sus sacramentos, sustituían los óleos y el crisma
por cera de oídos, bautizaban ellos mismos a sus hijos, derramaban por el suelo
la “Sangre del Señor”, pisoteaban su “Cuerpo” y ni siquiera querían dejarse
sepultar por semejantes “paganos”.
- Entonces el clero se rebeló. Creía que las órdenes hildebrandenses
eran contrarias a la biblia y a la tradición, las calificaban de necias,
peligrosas e innecesarias: una herejía, en una palabra, que abría las puertas
de par en par al perjurio y al adulterio. “Sólo un mentecato puede obligar a
las personas a vivir como ángeles”, escribió Lamberto de Hersfeid. Y el
escolástico Wenrich de Tréveris informaba al mismo Gregorio VII: “Cada vez que
anuncio vuestras órdenes, dicen que esa ley ha sido escupida por el infierno,
que la estupidez la ha difundido y que la locura intenta consolidarla”.
- La polémica no se limitó a la literatura. El
obispo Enrique de Chur, el arzobispo Juan de Rúan y Sigfrido de Maguncia, y
diversos emisarios papales, estuvieron a punto de ser linchados por los
religiosos. El obispo Aitmann, al que hubieran querido “despedazar con sus
propias manos”, debió huir de Passau para siempre, y parece que un emisario
gregoriano fue quemado vivo en Cambrai en 1077. Las excesos de los apóstoles
del celibato fueron mayores. El obispo de Gembloux informó “Los clérigos son
expuestos al escarnio público en medio de la calle; en el lugar de la
exhibición les recibe un griterío salvaje, les atacan incluso. Algunos han
perdido todos sus bienes. Otros han sido mutilados (...) A otros les han
degollado después de larga tortura, y su sangre clama venganza al Cielo”.
- Se volvió a la lucha armada, se luchó en las
mismas iglesias. Hubo religiosos que fueron asesinados mientras oficiaban y sus
mujeres fueron violadas sobre los altares. En Cremona, en Pavía o en Padua
ocurrió como en Milán; igual en Alemania, Francia y España. Hubo tal caos que
la gente esperaba el fin del mundo. Las crónicas cuentan que en torno a, 1212
el obispo de Estrasburgo hizo quemar a cerca de un centenar de personas del
partido contrario al celibato.
- El sínodo pisano de 1135 dio un paso crítico
en la institucionalización del celibato. Con presencia del papa Inocencio II y
de muchos obispos y abades de Italia, España, Francia y Alemania, declaró nulos
los matrimonios contraídos por sacerdotes. Antes se intentó la disuasión, pero
nunca se había puesto en duda la validez de los matrimonios. Luego, el segundo
concilio lateranense, celebrado en 1139 con Inocencio III, proclamó que todos
los matrimonios contraídos por clérigos eran nulos y los hijos nacidos de ellos
serian considerados naturales e ilegítimos. Con ello se reforzaba o se
consumaba la ley gregoriana del celibato. El decreto conciliar fue confirmado
por los papas Alejandro III (en 1180) y Celestino III (en 1198). Desde allí,
obligación del religioso ya no era la continencia en el matrimonio, sino la
soltería.
- Los reformadores criticaron duramente la
práctica del “canon prostitucional”. Para Zwinglio era escandaloso prohibir
casarse a los curas y, en cambio, venderles el permiso de tener mancebas. Se
pagaba multas y había tarifas por cada hijo de sacerdote, por concubinas, por
acostarse con muchachas puras, monjas, por bautizar a un bastardo o
legitimarlo, lo que aportaba jugosas rentas al obispado en Alemania.
- Los protestantes rechazaron el celibato desde
el primer momento, adoptando posturas personales consecuentes. Zwinglio se casó
por primera vez en 1524, Lutero en 1525 y, finalmente, Calvino que, pese a no
ser ni sacerdote ni monje, era el más mojigato.
- Lutero, el radical que consideraba el
matrimonio como un paraíso, por mucha miseria que padecieran los casados,
empleó su vehemencia en dinamitar la prohibición del matrimonio sacerdotal:
“apenas hay en el mundo algo más abominable que lo que llamamos celibato”, “ni
los prostíbulos, ni cualquier otra forma de provocar a los sentidos, nada hay
más dañino que estos mandamientos y votos ideados por el Diablo”.
- Pese a la ola de críticas de adentro y
afuera, el catolicismo fue firme en su posición favorable al celibato y a la
profesión de los votos.
- Los siglos XIII y XIV vieron batallas de
reacción contra el celibato, y vinieron los concilios de Constanza (1414-1418)
y Basilea (1431-1439), donde y con el apoyo del emperador Segismundo, se
intentó en vano que se autorizara, al menos, el matrimonio de los clérigos
seculares, se redoblaron los esfuerzos en él concilio de Trente, esfuerzos que,
aunque favorecidos por algunos soberanos, fueron estériles. Tras largas
deliberaciones, el 11 de noviembre de 1563 se votó finalmente contra el matrimonio
sacerdotal, anatematizando a todo aquel que lo defendiera. El matrimonio de los
clérigos fue declarado “abominable” y las transmisiones hereditarias a sus
descendientes fueron consideradas una “gran impiedad” y un “gran crimen”, por
lo que se siguieron repitiendo las amenazas de excomunión y privación de
enterramiento eclesiástico para los religiosos que contravinieran las normas. Se
renovó la negativa a que los sacerdotes vivieran con sus queridas o con otras
damas sospechosas, encomendándose a los prelados la tarea de castigar las
infracciones sin juicio alguno. Si era un obispo el infractor, primero debía
ser amonestado por un sínodo provincial; si no se enmendaba, sería suspendido,
y sólo si continuaba fornicando debía ser denunciado ante el santo padre, el
cual, dependiendo del grado de culpabilidad, podía castigarle, en caso
necesario, con la pérdida de las prebendas. Así, mientras a un religioso común
y corriente se le liquidaba “sin juicio alguno”; llama la atención el
miramiento con el que se trataba a los altos prelados, a quienes, en el peor de
los casos y después de toda clase de amonestaciones, se castigaba
económicamente... “en caso necesario”.
- Después del Concilio de Trento, el emperador
Femando I, el conde Alberto de Baviera y, finalmente, el hijo de Fernando,
Maximiliano II, abogaron por que se dispensara a los clérigos seculares de la
prohibición de contraer matrimonio. Pero el papado se mantuvo implacable, tanto
en ese momento como más adelante, en los siglos XVII y XVIII, cuando los
ataques vinieron de fuera, de los círculos ilustrados; Gregorio XVI en su
encíclica Mirari vos de 1832, los calificó de esos “depravadísimos filósofos”,
queriendo definir así a algunos de los pensadores más destacados, cuando, en
realidad, no se definía más que a sí mismo...
- El 13 de febrero de 1790 la Asamblea
Nacional francesa disolvió las órdenes religiosas, prohibió los hábitos y
declaró que los votos eran irracionales y las personas libres. La legislación
sobre celibato dejó de estar vigente en Francia al ser derogada por el código
napoleónico. Debido a la cantidad de clérigos que se apresuraron a contraer
matrimonio –alrededor de dos mil (y quinientas monjas)–, Pío VII reconoció
estos enlaces en 1801, concesión como las que ya antes habían hecho Julio III –respecto
a los religiosos ingleses, a quienes se había otorgado la dispensa de su voto–
e incluso Inocencio III, en plena Edad Media –respecto al clero oriental–.
Siempre que es necesario, la oportunidad se convierte en la ley suprema de Roma.
- Bajo el influjo de Francia, la batalla en
favor del matrimonio sacerdotal se reanudó en Alemania a comienzos del siglo
XIX. El vicario general de Constanza, Von Wessenberg (1774-1860), fuertemente
influido por la Ilustración, concedió a numerosos clérigos la dispensa del voto
de castidad; aunque llegó a ser proclamado obispo, el Papa no le reconoció como
tal y, finalmente lo excomulgó. En Friburgo, un grupo de abogados, jueces y
profesores, entre ellos, el teólogo Reichlin-Meldegg, redactó un memorial para
la abolición del celibato enviado al arzobispo en demanda de solidaridad, quien
muy cucufato, solicitó al gran duque la separación de Reichlin de su cátedra. Se
formaron asociaciones contra el celibato en otras muchas diócesis alemanas,
aunque fueron suprimidas bajo la acusación de “antieclesiásticas” o
“perturbadoras y revolucionarias"; incluso se recomendó a “estos lascivos
camaradas” que se pasaran al protestantismo. Sólo la Iglesia de los Católicos
Viejos, que renegó de Roma después del primer concilio Vaticano, autorizó el matrimonio
de sus sacerdotes.
- Pero incluso la virginidad misma en sí, no
tenía valor intrínseco. Para San Agustín, Tomás de Aquino y la moderna
teología, lo que se alaba en las vírgenes es “que sean vírgenes consagradas a
Dios”. Juan Crisóstomo dijo de la virginidad que sólo era buena entre los
católicos, mientras que entre los judíos y los herejes era ¡”peor que el mismo
adulterio”!. La moderna teología moral, condena el suicidio, pero se permite que
una mujer se arroje al vacío “para no caer en manos de un depravado que quiera
atraparla y forzarla” y puede matarlo mientras su pene no haya llegado hasta su
vagina, pero luego, el homicidio por venganza está prohibido. Así que
generaciones de locos se han mortificado hasta prácticamente hoy en día por
causa de una castidad que, en lo fundamental, ni importaba ni importa; con lo
cual, sus acciones han sido casi siempre de naturaleza ascético-sexual.
- En ese momento, la oposición al celibato
encontró su más relevante expresión literaria en el libro de los hermanos Johann
Antón y Augustin Theiner: “La introducción del celibato forzoso de los
religiosos cristianos y sus consecuencias”, obra en tres volúmenes,
consistente en una enumeración de hechos, cuya influencia se extiende hasta hoy.
La Iglesia católica ha querido acaparar la mayoría de los ejemplares y
destruirlos. A Antón Theiner se le separó de su cátedra y ejerció de párroco
rural hasta que, medio muerto de hambre terminó como secretario de la
universidad de Bresiau. Su hermano menor, Augustin (“he pasado más de treinta
años, la mejor época de mi vida, al servicio de Roma y de su curia. Los jesuitas!
no se arredran ante ningún acto de fuerza, ante ninguna violencia”), se
reconcilió con la Iglesia, fue prefecto del Archivo Vaticano, pero durante el
primer Concilio Vaticano, hubo sospecha de que proporcionaba materiales
históricos a algunos obispos levantiscos, entonces perdió su puesto e incluso
se tapió la puerta que comunicaba su vivienda con el archivo.
- A finales del siglo pasado hubo
algunas corrientes contrarias al celibato implantadas, sobre todo, en Francia y
en Sudamérica.
- A comienzos del siglo XX, el clero de
Bohemia se rebeló. El libelo de Vogrinec “Nostra máxima culpa” fue
prohibido por los obispos. En el sur de Alemania circuló el escrito de Merten “La
esclavitud de los religiosos católicos”. En 1959, el dominico Spiazzi
provocó un escándalo cuando cerca al inminente Concilio Vaticano II, criticó el
celibato –“con extrema prudencia”–. Poco después, Juan XXIII proclamó que el
tema estaba fuera de discusión. Durante el Concilio, se dio instrucción expresa
de evitar un debate oficial sobre el celibato, pero hubo varios
pronunciamientos en favor de mantenerlo. En 1965, Pablo VI no dejó dudas en
reafirmarlo: “no sólo conservar esta antigua y santa ley con todas nuestras fuerzas,
sino reforzar su sentido”.
- En 1967, Pablo VI volvía a confirmar en su
encíclica “Sacerdotalis coelibatus” la posición tradicional; pese a la
“preocupante falta” de sacerdotes. Hubo una oleada mundial de protestas. Miles
de sacerdotes dejaron de oficiar o colgaron los hábitos, pese a las
discriminaciones públicas y a las fuertes presiones psicológicas que una
decisión de esta clase acarrea. Renombrados teólogos se rebelaron. En Holanda,
algunos seminaristas le negaron al “obispo de Roma” el derecho a ocuparse de
asuntos ajenos a su diócesis. Incluso en la católica Baviera dos tercios de los
ciudadanos están a favor de la abolición del celibato, porcentaje que se eleva
a los cuatro quintos en el resto del territorio federal.
La “crisis del celibato” tan traída y llevada en la actualidad, es una
crisis del catolicismo, una crisis del cristianismo, lisa y llanamente, de ese
cristianismo que hace ya tanto tiempo que perdió toda credibilidad. El celibato
fue de gran provecho a la iglesia católica a costa de inmensos sacrificios
humanos, pero también la ha perjudicado. Contribuyó a la escisión de la iglesia
oriental y del protestantismo, que permanecieron favorables al matrimonio de
los sacerdotes. Y hoy en día, las desventajas de la prohibición son casi tan
grandes como sus ventajas.