miércoles, 12 de diciembre de 2012

01.- REPRESIÓN SEXUAL EN EL CRISTIANISMO

                                           Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

REPRESION SEXUAL DEL CRISTIANISMO
- Es bastante sensato y realista, según lo observado en la vida cotidiana, el hecho de que la represión del instinto sexual se canaliza hacia sentimientos de culpa y destructividad agresiva. Esa actitud se observa desde en animales inferiores hasta en el ser humano, donde la satisfacción sexual es inversamente proporcional a su agresividad. Se puede comprender los rasgos de crueldad en los estados de insatisfacción sexual crónica, con ejemplos en viejas vírgenes hurañas y en ascetas moralistas, de paso llama la atención, por el contrario, la dulzura y bondad de las personas genitalmente satisfechas. Siempre tomando en cuenta las raras excepciones al caso, es consecuente revisar la influencia de la moral represiva cristiana en su esfera de influencia.
- Comportamiento de algunos pueblos en función de su sexualidad:
- Las indagaciones etnológicas nos acercan a esa conclusión. Los pueblos con menos inhibiciones sensuales tienen menores tasas de taras personales y sociales, que los pueblos con una actitud negativa hacia la sexualidad. Los polinesios del siglo XVIII no conocían ninguna forma de neurosis, en su sociedad el amor y erotismo eran completamente libres. Los esquimales de Groenlandia, eran tan  naturales que no tenían diferencias sociales, conflictos generacionales o psicosis; eran extremadamente amistosos, sin violencia, tal que su lengua no contenía insultos o términos de guerra y no había entre ellos hipocresías o represión sexual, llegaban hasta el incesto e intercambio de mujeres y la hospitalidad más abierta en que las esposas se ofrecían a los invitados para pasar la noche, desde Groenlandia hasta Alaska. Después de su cristianización, los esquimales se convirtieron en seres tan moralistas, celosos, alborotadores y pendencieros como el resto del mundo cristiano y aprendieron todas las formas de comportamiento asocial.
- Otras sociedades satisfechas en sus instintos, sexualmente inalteradas, como  samoanos, indios sirionos y los papúes de las islas Trobriand mantenían en las primeras décadas del siglo XX, un carácter bondadoso, dulce, tranquilo y no mostraban signos de desorden sexual. Los trobriandos, desconocían la represión, los secretismos y eran educados de forma completamente natural, satisfaciendo sus instintos según la edad de cada cual, sin “perversiones”, enfermedades mentales funcionales, neurosis o crímenes sexuales. No sabían de robos. Estas sociedades observan patrones diversos de convivencia, con uniones monógamas que se pueden romper libremente (islas Trobriand) o comunismo sexual (Ghotul, los Muria de India occidental).
- En otro extremo, hay cofradías primitivas entre los Galla y otras comunidades de Etiopía, Nueva Guinea, formadas por hombres que viven separados de sus mujeres, que destacan en su belicosidad y crueldad, dedicados a cazadores de cabezas y de testículos, donde el hombre es considerado para el matrimonio cuando presenta los genitales cortados de un enemigo; entre los malayos y los asmats, es casadero cuando exhibe como trofeo una cabeza. En Melanesia, Indonesia y Sudamérica hay tribus de cazadores de cabezas cuya religión manda la abstinencia sexual antes de una expedición guerrera o de pillaje. Cuando llegaron tiempos de la supresión de la caza de cabezas, hubo un desborde del número de adulterios. Los habitantes del Hindukush, entre Afganistán y Pakistán, observaban la continencia mientras estaban en guerra esperanzados en la conexión entre belicosidad y represión sexual, entre agresividad y ascetismo. Los legendarios guerreros espartanos, vivían en cuarteles desde los siete hasta los sesenta años y hasta pasan allí su noche de bodas.
- Evidentemente puede parecer aventurado hacer conclusiones absolutas, pero de hecho que hay un sustento muy pertinente –incluso fisiológico– apoyando la relación entre represión sexual y agresividad.

- La reingeniería desde el cristianismo:
- La religión cristiana escindió al ser humano de su propio ser, lo enfrascó en una lucha contra de su esencia contra la cultura impuesta, donde la emoción se trunca desde la niñez, se mutila lo sexual con estigmas de perverso. Si bien no es la primera religión en hacerlo, es la más traumática en las consecuencias de su obra. La “renuncia” ascética a su instinto, altera la historia natural de un ente biológico, instalando en él, sentimientos de vergüenza, culpa y revancha, llegando a la irritabilidad patológica, disposición a la belicosidad y persecución, desesperación y despotismo. La sexualidad insatisfecha no conduce a la dicha natural o al comportamiento pacífico, reprimir el propio deseo a menudo con violencia contra sí mismo ayuda a la intolerancia e inhumanidad hacia los demás y el impulso en la dirección equivocada busca salidas y aparecen toda una serie de conflictos sociales que van desde la insolidaridad a las vilezas de todo género.
- La represión sexual permanente, alejándonos del ser más vegetativo y animal –que, por supuesto, no excluye un alto nivel intelectual– que exigió y promovió el clero, se convirtió al final en inhumanidad, la moral del amor primigenia se hizo la moral del odio que, con frecuencia fue un equivalente embriagador a cambio de los placeres que faltan, del gozo del que uno se ha visto privado.
- La moral cristiana detrás de la violencia sexual:
- Los numerosos maltratos practicados en la Edad Media cristiana tuvieron una medida y brutalidad nuevas: aplastamiento de pulgares, descoyuntamientos, bota española, doncella de hierro, liebres mechadas, devanadera, balanza de inmersión, escama, descuartizamiento mediante caballos, instilación de plomo fundido en boca, nariz, ano o vagina, etcétera, y tenían casi siempre una componente sexual y sádica. La crueldad se concentró a menudo en la genitalidad, los tormentos preferidos se aplicaron sobre vagina y falo: arrancar el vello púbico, patear los testículos, golpear a la mujer.
- El Ku-Klux-Klan, en tiempos modernos puso lo suyo; esta secta que entre otras cosas, luchaba por la castidad prematrimonial y la fidelidad conyugal, al hombre de color que decían, ha molestado a una blanca, primero lo castran, le obligan a comerse sus propios genitales y luego lo embrean, lo empluman y lo linchan.
- Era el instinto reprimido disfrutando su válvula de escape mediante la perversión, en un reflejo distorsionado de la moral cristiana. El sentido “moral” de toda crueldad reside exclusivamente en esto. Entre la moral de una sociedad y sus criminales existe, como es sabido, una estrecha relación; en especial son numerosos en los homicidios sexuales que hay que atribuir a la represión cristiana de los instintos. Los crímenes sexuales sirven para liberar un excedente de instintos retenidos. En cierta medida, el criminal recurre así en tiempo de paz a un sustitutivo que la sociedad emplea colectivamente en la guerra.
- En este sentido hay que cargar muchos homicidios sexuales en la cuenta de la moral cristiana. En esos casos, la última responsabilidad, la verdadera culpa, recae en la moral que está detrás del homicidio, cuyo producto indirecto es a menudo el criminal sexual.
- La consecuencia más terrible de la moral cristiana es que frustración y conflicto tienen estrecha relación. El insatisfecho es una bomba de tiempo. La represión sexual sistemática, la anulación de la capacidad de gozo y un excesivo grado de autoexigencia provocan una mayor disposición a la guerra. La persona moralmente oprimida y maltratada por coacciones antinaturales ve su liberación en la situación excepcional de la guerra y está de acuerdo con ella en secreto. Hay una moral que le predispone hacia ciertos “caudillos”. Vive en la guerra aquello a lo que renuncia en la paz. Es así, lógico que el mundo cristiano –fundamentalmente determinado por el ascetismo y condena lo dionisíaco–, se haya visto envuelto en muchas más crueles matanzas que cualquier otra religión, siendo muchas veces los propios clérigos sus mayores instigadores: desde las Cruzadas hasta la guerra de Vietnam.
- La abstinencia os hará mejores soldados:
- Quien ya no soporta su penitencia, tormentos y renuncias, tiende a desahogar su entumecimiento e inquietud sexual en el caos de la matanza, como en una borrachera. La cristiandad tiene una lejana tradición que recuerda las costumbres de los cazadores de cabezas antes mencionados: la abstinencia sexual de los israelitas antes de una guerra, pues en época predavídica, los judíos ya hacían su típica “guerra santa” que la mayoría de las veces terminaba con la proscripción del enemigo y aniquilación total, pero que había comenzado con bendiciones religiosas y abstinencia sexual. En el Antiguo Testamento, el rey Saúl promete a David como esposa a su hija Mikal con la condición de que David ataque a los filisteos y le traiga cien de sus prepucios como prueba de su victoria. “Entonces David se levantó, partió con sus hombres y mató a doscientos filisteos. Y trajo David sus prepucios que fueron entregados cumplidamente al rey”.
- Durante las Cruzadas se declaró oficialmente que la lucha por el cristianismo era un acto de guerra espiritual y se equiparó el derramamiento de sangre a las obras ascéticas. La relación entre penitencias espirituales y sadismo bélico es especialmente llamativa en la orden de los templarios. Estos piadosos caballeros prometen castidad y pobreza, duermen con la camisa y calzones puestos, evitan el teatro, los bufones y juglares –como destaca Bernardo de Claraval, uno de sus defensores más poderosos– para así entregarse con mayor vehemencia a la lucha contra los enemigos de la cristiandad. Según Tomás de Aguino, los hombres permanecen vírgenes no sólo por algún trabajo espiritual o vida contemplativa, sino también “para poder dedicarse mejor al servicio de las armas”. Porque el espíritu casto está dispuesto a cualquier sacrificio, incluso a la “heroicidad del martirio”, como siguen diciendo en el siglo XX algunos fanáticos. Hay quien elogia la manía de los flagelantes y los cruzados, calificándola como “vigorosa” y escribiendo que podían “entregarse a una vida de castidad (...) con esa intensidad que sólo encontramos en la Edad Media”. Por el contrario –como opinan en la actualidad los capellanes castrenses católicos –el sexo “paraliza la voluntad de defensa, aniquila los ejércitos y las naciones, como hizo antaño con Sansón, y es más peligroso que “el posible enemigo militar del exterior””.
- La crueldad de los ascetas y religiosos:
- El significado de la palabra “ascetismo” y su misma esencia también están relacionados con la guerra. El ascetismo era practicado tanto por el atleta de la Antigüedad como por el guerrero. Y la vida del cristiano “ideal”, sobre todo del clérigo y más aún del monje, debe ser una lucha permanente, un estado de guerra constante. El individuo que se mortifica se convierte en un combatiente; primero contra sí mismo y luego contra los demás.
- Shenute de Atripe, fue un patriarca monacal que ayunó y se mortificó muchas veces hasta el límite, pero estaba lo bastante fuerte como para apalear bárbaramente a sus monjes, matando a uno de ellos en su celo religioso. Los monjes de las montañas de Nitria, que se sometían a terribles penitencias, atacaron por sorpresa a la hermosa Hipatia, la última gran filósofa del neoplatonismo, la arrastraron hasta una iglesia, la desnudaron y desgarraron su cuerpo con pedazos de vidrio.  Y los inquisidores, maestros en monstruosidades de un sadismo sin igual, también eran muchas veces ascetas, que luchaban violentamente contra su propia sexualidad. En el siglo XV, el rey Matías de Hungría se queja de los prelados:  “no evitan la cólera, pues se irritan contra sus sirvientes, se muestran crueles, los azotan y los hacen asesinar; y a todo esto lo llaman “sano rigor”. Me da vergüenza hablar de la sed de sangre y la crueldad inhumana de algunos obispos”.

02.- ORIGEN DE MONACATOS

                                           Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

- Ascetismo en los cultos mistéricos helénicos. Buscando felicidad en la mortificación:
- La religión de los griegos tempranos, implicó un culto a la alegría, sensualidad y el optimismo –antes a miedos al más allá y al espiritismo–, lo que expresaron en la religión de Homero. Pero también en ellos llegó una inevitable evolución hacia la mortificación, el descontento, la renuncia, pesimismo, ayunos, expiación, culpa, vida recatada u abnegada. Así empezaron como pioneros del ascetismo extremista del cristianismo y se devaluó la relación sexual con las mujeres, cuyo estatus social no dejó de descender. Ya en época de Homero vivían los selloi, sacerdotes adivinos de Zeus en Dodona, “que no se lavan los pies y duermen en el suelo”;
- Desde el siglo VIII hasta el VI AC, profetas milagreros, sectarios que claman por el arrepentimiento, llamados bácidas –Abaris, Aristeas o el más conocido, Epiménides–, predicaron la mortificación corporal para favorecer al alma y reforzar el espíritu. Hasta el siglo V estuvieron en segundo plano, despreciados por las gentes instruidas y apartado de los cultos oficiales y apenas con influjo sobre la vida griega en pleno esplendor cultural. Pero tras las desgracias de la guerra del Peloponeso, menudearon los predicadores del arrepentimiento, beligerando contra todo lo sexual y florecieron cultos ascéticos secretos, oscuros misterios y filosofías rigoristas que condenaban al cuerpo por cuenta del alma.
- En el siglo VI surgió la primera religión salvífica de Grecia: el orfismo, atribuida a Orfeo, el mítico cantor, y produjo muchos “escritos sagrados”. Según creencias órficas, el alma es en el cuerpo un prisionero, como el cadáver en la tumba y regresa a la tierra bajo formas de personas y animales constantemente renovadas, hasta su liberación definitiva mediante la negación del cuerpo, mediante la ascesis. Los órficos, se llamaban a sí mismos los “Puros”, practicaban ya una especie de “indulgencias” (fórmulas mágicas para liberar a vivos y muertos de las penas del más allá), como las misas de difuntos, evitaban la carne, los huevos, legumbres y la lana en los vestidos, aunque no confiaban en su propia fuerza, sino en la misericordia y la salvación divinas.
- El orfismo parece copia de la doctrina de Pitágoras (580-510 AC), quien fue casi divinizado en vida por su obra y a la vez perseguido, descendió a los infiernos y resucitó finalmente de entre los muertos, anticipando muchos de los elementos del Nuevo Testamento. Pitágoras también rebaja a la mujer: “Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, la oscuridad y la mujer”. Platón se influyó de la doctrina pitagórica del alma, se entregó a una mística y una moral cada vez más nebulosas, veía al cuerpo como una cárcel, vecino malvado del alma, el placer del diablo; la salvación no está en este mundo, sino en el otro, con lo cual Platón se convirtió en el peor contradictor moralista de Homero.
- Y Platón influyó también en el pesimismo sexual de los estoicos y los neoplatónicos, enemigos del cuerpo y de la vida y que han dejado su impronta en occidente y el cristianismo hasta hoy.
- Purificación y blanqueo de almas en la antigüedad
- La castidad cúltica se conoció ya el mundo helenístico y judaico, y más tarde, en el catolicismo, condujo al celibato. Se registraron las faltas como base de una impureza que en un primer momento fue más ritual que moral. Se calificó de impuro, lo relacionado con la muerte, el nacimiento o las relaciones sexuales, como infestados por malos espíritus y se exigía la purificación ritual de toda persona u objeto que estuviera impuro y se puso en el mismo plano a asesinos, parturientas, abortadoras, asistentes a entierros, recién nacidos y todo aquello relacionado con estos. Se recurrió como purificadores desinfectantes religiosos del cuerpo, desde el agua corriente a barro, salvado, higos, lana, huevos, sangre de animales o cachorros de perros, lo que copió en parte el cristianismo primitivo.Y para la mancha del alma se crea la purificación mediante la mortificación. Así nacía la moral occidental.
- Los misterios griegos, remarcaron las ideas de purificación y prometían una vida bienaventurada después de la muerte. Había que purificarse a la entrada del templo aseándose con agua, ofrecer una víctima purificatoria o, como en el templo de Isis, evitando el consumo de carne y vino. El ayuno reforzaba esto, se les prohibía comer carnes, pescados o licores a los visitantes al templo. El 24 de marzo, día de la muerte del dios Atis –que resucitaba el 26, al tercer día–, no se podía comer nada hecho de semillas. Los iniciados de Eleusis –entre los que se contaron Sila, Cicerón, Augusto, Adriano y Marco Aurelio–, se abstenían de ciertos platos durante la fiesta y en las vísperas, además, ayunar un día entero, después de lo cual tomaban la bebida sagrada, ya era todo un sacramento.
- Preludios paganos del celibato, castración cúltica:
- Tratar con los dioses exigía la previa abstinencia sexual por un número de días; las relaciones íntimas inhabilitaban –incluyendo a laicos– para el culto y ofrendas. El templo de Pérgamo exigía un día de purificación si la pareja estaba casada y dos en caso de relación extramatrimonial. En la fiesta ática de las Tesmoforias las “mujeres generadoras” que asistían al culto religioso, debían guardar abstinencia en los tres días anteriores y nueve, en la fiesta chipriota correspondiente.
- El sacerdote estaba especialmente advertido sobre el sexo; como intermediario ante los dioses debía no exponerse a los demonios que merodeaban al coito, que escogían ese momento para penetrar en la mujer por los orificios corporales y dirigirse a su destino. Por ello muchos cultos se encomendaban a vírgenes: los de Hera, Artemis, Atenea, y también los de Dionisos, Heracles, Poseidón, Zeus y Apolo. Comprensivamente, buscaban preferentemente gente a quienes la abstinencia les fuese menos penosa: mujeres mayores –de paso ya libres de la menstruación, que incapacitaba para el culto–, o ancianos como en el templo de Heracles en Fócida. En las Leyes de Platón, los sacerdotes debían tener más de sesenta años y algunos debían ser castos de por vida como un templo de Tespia, o en el de Artemis en Orcomenos. Se podía utilizar niños hasta llegada la pubertad.
- Incluso en la Roma pagana, que no apreciaba al ascetismo, las virgines sacrae (seis, en época histórica) eran reverenciadas y enclaustradas en el templo de Vesta y debían guardar estricta abstinencia, ellas tenían que custodiar, al menos por treinta años, el fuego de la diosa, aunque a veces prorrogaban sus servicios voluntariamente. La violación del voto de castidad era castigada cruelmente –emparedada en vida, lo que sucedió unas doce veces– en el canyus sceleratus (un rincón bajo tierra, con un lecho, una luz, algo de agua, aceite y vino), y al profanador se le azotaba hasta la muerte. En las culturas mejicanas e inca, las sacerdotisas también eran ejecutadas si violaban el voto de virginidad.
- El grado extremo de represión, se vio entre los sacerdotes de Cibeles, que se castraban ritualmente con un pedazo de vidrio o con una piedra afilada –según Juvenal y Ovidio–, y el miembro amputado se ofrecía a la divinidad para aumentar su fuerza.
- Jesucristo y el ascetismo:
- El ascetismo cristiano no tiene en Jesús a un representante radical. Jesús representa tibiamente el celibato, la discriminación femenina y matrimonial, los ayunos y otras prácticas penitenciales. Nunca tuvo reprimendas contra la líbido o lo sexual per se contra Dios. Pese a haber vivido supuestamente en medio de un precristianismo pecaminoso, no dudó relacionarse incluso con pecadores y prostitutas. La leyenda de su nacimiento virginal no incluye algún comentario tomando el ascetismo como virtud, no hay palabras contra la mujer y el matrimonio, él se relacionó con las mujeres en completa libertad sin rebajarlas, aunque no hubo mujeres entre sus apóstoles, esa elección parece ser construcción simbólica tardía a los doce Patriarcas y a las doce Tribus de Israel, pero entre sus seguidores quizás fueran más numerosas que los hombres. Su forma de dirigirse a las mujeres era impensable en rabinos, y desconcertante para los hombres de la época. Violó el sabbat por una mujer, curó mujeres, y éstas se mantuvieron a su lado hasta la cruz, cuando sus discípulos, salvo José de Arimatea se desentendieron por miedo. Tomó parte en una fiesta de bodas. Ni siquiera condenó a una adúltera.
- Esos aspectos han recibido diversa interpretación o se han prestado a reescrituras interesadas. Para Lutero probablemente, el propio Jesús, junto a María Magdalena –considerada por los cataros como su mujer o concubina– y otras personas, evitaron casarse para no privarse de participar de la naturaleza humana. Como no consideraba a la mujer como una cosa, tampoco consideró el adulterio como un delito contra la propiedad. No se ha podido probar si estuvo casado aunque la especulación en ese sentido ha sido tal. Y no puede encontrarse ninguna palabra suya contra el matrimonio. Los propios hermanos de Jesús, que más tarde se sumaron a la comunidad, estaban casados, así como sus primeros seguidores. Algunos incluso llevaron a sus mujeres consigo en los viajes misionales, entre ellos el principal apóstol, Pedro, quien según San Jerónimo, “lavó la suciedad del matrimonio” por medio de su martirio. En cambio Pablo si fue enemigo del matrimonio exigiendo mitigar la libido incluso dentro del matrimonio lo que se hizo luego exigencia de la iglesia.
- Jesús mismo no era ningún asceta. El relato de su ayuno de cuarenta días es una mera parábola de la tentación que raya en lo mítico y que tiene numerosos paralelismos en Heracles, Zarathustra o Buda. Combate el ascetismo hipócrita de los fariseos, no evita el mundo, placeres o las fiestas, y en cambio ayuna con sus apóstoles tan poco que sus enemigos le tachan de “glotón y bebedor de vino”. A comienzo del siglo II aún se sabía que Jesús no había predicado la mortificación, no recomendó auto azotes o ayunos fanáticos. La reacción decisiva había comenzado con San Pablo, el verdadero instaurador de la moralina cristiana.
- Pablo: El nacimiento de la moral cristiana
- Se describe de Pablo, que sufría crisis alucinatorias, tal vez de origen epiléptico. Fue quien llenó –y en total contradicción con el Evangelio– el cristianismo de cartas recomendando la mortificación, aniquilar de los afectos, odiar al cuerpo, tomar la carne como asiento del pecado y perdición del alma ante Dios. El buen cristiano debía contrarrestar al cuerpo presa de instintos. Pablo –quizás impotente y hombre repleto de complejos sexuales– combate la “lujuria” en toda manifestación, en el Nuevo Testamento, para él, los pecados en relación a ello están por encima de la idolatría, la hostilidad, la violencia, la desavenencia; entrega al pecador sexual al infierno, y el amor es entregarlo todo y sufrirlo todo. Sus ataques al placer, dieron nacimiento a la moral cristiana, superando en radicalidad a los judíos contemporáneos, los cuales aunque  también menosprecian a la mujer al menos no atacaron tanto a la sexualidad.
- Pero para la misión, si las necesitaba. En teoría, sus cartas las saludan como “colaboradoras” y “combatientes” y las pone al nivel de los hombres como a los esclavos y señores por doctrina cristiana de igualdad –algo que ya existía en el culto a Isis y en los misterios de Eleusis y Andania–, pero en la práctica, Pablo priva a la mujer de la palabra en el culto donde por principio deben callar y someterse, es última en la jerarquía, deben usar velo en la oración y oficios divinos, como signo de vergüenza. Ni la misma María le merece una sola mención. Al hombre lo pinta como imagen y reflejo de Dios y la mujer, procede del hombre.
- Aunque no proscribe el matrimonio, desearía que todos fuesen como él: solteros. No cree posible una comunidad espiritual, emocional o social entre hombre y mujer; sólo la meramente sexual, y es recomendable “no tocar a una mujer”, querría ver a todos libres del matrimonio para ser más felices pues este debe admitirse por concesión a la carne como un mal necesario, justificando su propia situación, aunque la exégesis católica lo explique eufemísticamente o distorsione.

EL ASCETISMO EN EL ORIGEN DE LAS ORDENES REGULARES
- El ascetismo, que no fue ni enseñado ni practicado por Jesús, se hizo una característica del cristianismo, aunque era, como muchas cosas de origen no cristiano, en hecho mismo o concepto. El término griego que lo define: “askein”, hacía referencia a practicar, hacer algo con cuidado, en el sentido de labor técnica o artística, luego con Tucídides, Jenofonte o Platón, se refiere al entrenamiento corporal. Finalmente, al pasar de la esfera artística y atlética a la religiosa, el concepto se trastoca, con un desplazamiento de sentido, casi a lo contrario: en lugar de fortalecimiento del cuerpo, a su “mortificación”; en lugar de gloria “mundana” se anhela “la corona de la vida eterna”. Semejantes mutaciones axiológicas no son raras y menos aun en el cristianismo. Llevaron al ascetismo extremo a personas atormentadas que huían del mundo, con abstinencias para librarse del principio “malo.”
- Los modelos y primeros monacatos cristianos, los monjes:
- India tuvo sus propios modelos autóctonos ascéticos, ya se ven instrucciones en el libro del Rigveda, como el tapas, un ritual que pudo haber sido originalmente una técnica para conseguir aumentar la temperatura del cuerpo en el invierno en la India septentrional, pero paulatinamente la pura finalidad fisiológica se convirtió en místico-religiosa, exigiendo un autodominio cada vez más estricto. Se ve en los Aranyakas o Libros del Bosque, textos esenciales de los Vedas. La poligamia sigue estando permitida. En cambio, los más antiguos Upanishadas, estrechamente relacionados con los Aranyakas pero escépticos y pesimistas, proclaman la penitencia como ideal. Lo mismo ocurrió en el brahmanismo.
 - El siglo VIII AC, el príncipe Parsva, fundó algunas órdenes masculinas y femeninas, luego el eremitismo y el monacato se extendieron por la India y el asceta fue tenido en gran consideración por sus supuestas fuerzas sobrenaturales. Muchos de ellos, decepcionados de los placeres o de la mala suerte, vivieron vestidos con taparrabos o desnudos, rapados y cubiertos de ceniza, aislados en bosques, grutas o montañas. Otros mendigando y haciendo penitencia. Los fanáticos se exponían entre cuatro fogatas, al sol abrasador, se balanceaban cabeza abajo, colgados de los árboles, son semienterrados en hormigueros hasta que los pájaros anidan en sus cabezas o se mutilan horriblemente. Los virtuosos cristianos de la mortificación ofrecerán espectáculos similares. El influjo ascético de la India sobre el cristianismo antiguo, supuesto por mucho tiempo y negado la mayoría de las veces, ha sido ampliamente probado.
- Doscientos cincuenta años después de Parsva, el príncipe Mahavira –muerto por 477 AC– apareció en escena haciendo el papel de mendigo desnudo y reformó las órdenes, que volvieron a ejercer un ascetismo draconiano, desde ayunos hasta la muerte. Y el contemporáneo de Mahavira, Buda (560-480 AC), se alimentó durante años con una dieta mínima, de modo que al final ya exhausto rechazó el ascetismo extremo, como harían después Jesús o Mahoma por su inutilidad. Pero, el monacato budista –un ideal del budismo que surgió en aquel tiempo y que fue minoritario– estaba muy teñido de ascetismo y misoginia, como ocurrió más tarde en el monacato.
- Antes de las órdenes católicas, existieron los reclusi y reclusae del serapeum egipcio. El primer organizador del monacato cristiano, el copto Pacomio, fue probablemente sacerdote de Serapis y su primera sede fue un antiguo templo de Serapis y más adelante introdujo entre sus monjes la tonsura, habitual en el culto a Serapis. Finalmente, también contribuyeron a la formación del monacato cristiano: el neopitagorismo –donde se practicó el asociacionismo, la comunidad de bienes y formas de abstinencia–, el gnosticismo, en el que convivieron el libertinaje y una severa mortificación y desde el siglo III, el ascetismo maniqueo, el cual diferenciaba entre perfectos y prosélitos, prohibía el trato con mujeres y el consumo de carne y vino, y exigía la reclusión, la pobreza absoluta y la extinción total del amor a los padres y a los hijos.
- Mientras, los cristianos vivían rigurosamente retirados, esperando la vuelta del Señor, no iban ni al teatro, juegos, ni a las fiestas de dioses y emperadores. Por todas partes había ascetas pasando hambre, y cuando a finales del siglo II, los prosélitos se multiplicaron –especialmente en el catolicismo que estaba surgiendo por aquel entonces–, los ascetas constituyeron el núcleo de la comunidad. Practicaban completa abstinencia sexual, ayunaban y rezaban con frecuencia y formaron poco a poco un estamento propio. Finalmente, abandonaron familia y sociedad y se organizó una especie de éxodo; algunos permanecieron aún en las proximidades de ciudades y pueblos, otros fueron al desierto.
- La palabra “monje”, aparece por primera vez en el entorno cristiano hacia el año 180 DC–de la mano de un hereje, el ebionita Símaco–, pero el monacato cristiano propiamente dicho aparece hasta el umbral del siglo IV. Entonces, algunos cristianos empezaron a vivir solos o en grupos, sin leyes ni prescripciones firmes. Hacia el 320 surgió en Tabennisi (Egipto) un monasterio dirigido por Pacomio, antiguo soldado romano, quien escribió la primera regla monacal, que imponía una disciplina militar y que influyó en las reglas de Basilio, Casiano y Benito. En el siglo V, el monacato cenobítico ya había crecido de tal modo que los ingresos fiscales del Estado se hundieron, extendiéndose además por Siria, todo Oriente y, finalmente, por Occidente.
- Sacramento en niños:
- Así como intentaban bautizar a los niños lo más pronto posible, también se apresuraban en llevarlos al monasterio. Muchas niñas de diez años y más jóvenes aún, tomaron el hábito e hicieron voto perpetuo de castidad. Aún en tiempos de Santa Teresa, a finales del siglo XVI, se entregaba a niños de doce años. Teresa se explaya relatando cómo aceptaban a las muchachas en el convento incluso contra la voluntad del padre, la madre y el prometido, con qué rapidez se cerraban las puertas detrás de estas criaturas, y hasta cómo habían estado acechándolas en la misma puerta de entrada y sólo volvían a sus hogares alguna vez, en el mejor de los casos, por orden real. “Dios puebla así de almas esta casa” decía la santa.

03.- ASCETISMO CRISTIANO

                                       Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

- El ascetismo cristiano
- El ascetismo fue celebrado como ejemplarmente enérgico y heroico... Desde el principio lo abrazaron naturalezas apáticas, minusválidas, personas frígidas, gente con una sensibilidad deteriorada, a las que la disciplina penitencial les era fácil. El tipo humano casto y penitente, glorificado por el clero es una persona débil, ideológicamente embaucada, un subordinado que no quiere ser casto por propia iniciativa, sino porque se lo han sugerido y se lo han inculcado formalmente desde pequeño. Un hombre así se convierte en fanático por dependencia, por debilidad antes que por autarquía. Nietzsche califica al fanatismo como la única “fuerza de la voluntad” a la que el débil puede ser atraído, y a los ascetas como “simples burros robustos” y “lo absolutamente contrario a un espíritu fuerte”.
- Aunque hay toda clase de formas de cristianismo, incluso alegres, gozosos, activos. Pero la iglesia exaltó especialmente a los ascetas, a los que lastró con la mortificación para poder tutelarlos mejor, enseñando el más extremo menosprecio de la vida.
- Clemente de Alejandría fue el primero que llama ascetas a los cristianos entregados a la abstinencia radical y proscribe el maquillaje, adornos y el baile, recomienda renunciar a la carne y el vino hasta la vejez. Su sucesor Orígenes exige una vida de constante penitencia y lacrimógenas meditaciones sobre el Juicio Final. El obispo Basilio, santo y doctor de la Iglesia –el más elevado título en la Iglesia católica; que sólo lo tienen dos papas entre doscientos sesenta y dos–, prohíbe a los cristianos toda diversión, hasta la risa. Gregorio de Nisa compara la existencia con un “asqueroso excremento”; para Zenón de Verona la mayor gloria de la virtud cristiana es “pisotear la naturaleza”. San Antonio, el primer monje cristiano conocido, ordena “permanecer iguales a los animales”; mandamiento que también recogió Benito de Nursia en su regla y que Juan Clímaco varió así en el siglo VII: “el monje debe ser un animal obediente dotado de razón”, lo que un religioso moderno celebra como una formulación clásica.
- Justificando esta necedad por amor que se predicaba por entonces, se invocaba a San Pablo y su sentencia: “lo que es necio ante el mundo, Dios lo ha escogido para confundir a los sabios”; “pero si alguno se cree sabio según este mundo, hágase necio para llegar a ser sabio”. Muchos cristianos creían justamente eso, e interpretaron con todos los medios a su alcance el papel de locos hasta bien entrada la edad moderna. En el siglo XIV el beato Juan Colombini se convirtió en fundador de su propia hermandad de “santos locos”, los jesuatos, con la divisa: “En la medida de vuestras fuerzas, fingios locos por amor a Cristo, y seréis los sabios”. Sus discípulos iban a horcajadas de un borrico, con el rabo de éste en la mano y un ramo de olivo ciñendo sus cabezas, mientras Juan mismo les seguía cantando: “¡vivat, vivat Jesús Christi!”.
- Los que vivían alegremente eran una minoría entre los ascetas, que sólo en los desiertos de Egipto eran, a fines del siglo IV, unos veinticuatro mil. Vegetaban en tumbas, en pequeñas celdas y jaulas, en guaridas de fieras, en árboles huecos o sobre columnas.
- Desprecio de la alegría y de la felicidad, sublevación contra la existencia, antipatía, mortificación total: éste es el cristianismo clásico, el cristianismo de los mejores, de los ascetas que vivieron su vida como una vida de “crucificados”, como una “enclavación vital a la cruz de Cristo”, como una muerte a todas las palabras y hechos que pertenecen al orden de este mundo. Durante siglos, la autotortura fue la principal medida de la perfección cristiana.
- Fanatismo ascético
- Los ascetas debían llorar sus pecados incesantemente, pensando que era el “único camino” y muchos gemían noche y día. El doctor de la Iglesia Efrén, un fanático antisemita, lloraba con tanta naturalidad como otros respiran, que se decía que “nadie le ha visto nunca con los ojos secos”. Shenute, un santo copto que apaleaba a sus frailes hasta que sus gritos podían oírse en toda la aldea, derramaba unas lágrimas tan fructíferas que la tierra bajo él se convertía en fiemo.
- San Arsenio, llenaba su celda de hedor para ahorrarse el olor pestífero del Infierno, hasta se le cayeron los párpados de tanto llorar y llevaba un babero para sus torrentes lacrimógenos.
- Muchos héroes cristianos tocaban pocas veces el agua. Los “luchadores de Cristo” estaban sumidos en la porquería. San Antón prescindió del baño durante toda su larga vida eremítica y no se lavó los pies ni una sola vez: la orden de los antonianos, así llamada por él, obtuvo el privilegio de la cría de cerdos y Antón ascendió a patrón de los animales domésticos. Luego, el baño fue drásticamente limitado en los monasterios, como en Monte Casino, a dos o tres veces al año. Al respecto, los sucios ascetas cristianos se remitían a San Jerónimo, doctor de la Iglesia, quien proclamó que un exterior mugriento era signo de pureza interior.
- Otros devotos cristianos sólo comen hierba. Pacen del suelo, como vacas. Un grupo de tales boskoi o “comedores de hierba” vegetaba sin techo –cantando y rezando constantemente “conforme a la regla eclesiástica”– en las montañas cerca de Nisibis, en Mesopotamia. Los omófagos egipcios vivían sólo de hierba, plantas y cereales crudos. Y en Etiopía, en la región de Chimezana, los eremitas consumían el pasto de forma que a las vacas ya no les quedaba nada y por ello los campesinos los ahuyentaron hasta sus grutas, donde murieron de hambre. La “edad de oro” de los “rumiantes” fue hasta el siglo VI, cuando a los cristianos les parecía completamente natural pasarse la vida comiendo hierba y pastar se convirtió en un oficio. En aquel tiempo, el apa Sofronio vivió paciendo completamente desnudo durante setenta años junto al Mar Muerto.
- Los ascetas sirios, de los que hablaba el obispo Teodoreto, comían sólo alimentos podridos u hortalizas crudas y habitaban en celdas en las que no podían estar de pie ni echados. El arborícela David de Tesalónica permaneció durante tres años subido al almendro del patio de un monasterio. En la Escitia, una conocida colonia de monjes egipcia, estaba exactamente regulado cuántos pasos se podían dar o cuántas gotas de agua se podían beber. Los buscadores cristianos de la salvación se cubrían de hierros afilados de todo tipo que les traspasaban la carne o, siguiendo el dicho inauténtico de Jesús “quien no tome su cruz consigo...”, iban arrastrando pesadas cruces sobre sus hombros. Otros vivían a cielo descubierto –en verano y en invierno– o se hacían emparedar durante años de manera que el sol cayera inmisericordemente sobre ellos. Otros se sumergían en agua helada. Algunos, para salvar su alma, llegaban a arrojarse por un precipicio o de ahorcarse. Había quienes se paseaban completamente desnudos, y el prior Macario –muerto en 391– un fundador de la mística cristiana, explicaba que quien no alcanzara esta capacidad extrema de renuncia debería permanecer en su celda y llorar sus pecados.
- Muchos monjes recurrieron a la infibulación para preservar su castidad. Cuanto más pesado era el anillo que llevaban en su miembro –alguno tenía seis pulgadas de diámetro y pesaba un cuarto de libra–, mayor era su orgullo. Otros se anudaban gruesos hierros en el pene y se volvían poco a poco como eunucos. Pero nada tan radical y expeditivo para ser “puro” como la castración, que según relata San Epifanio, fue practicada con frecuencia. Muchas autoridades de la Iglesia de la Antigüedad ensalzaron a los “eunucos por amor del reino de Dios”.
- El cristiano Sexto hacía aún recomendaciones en ese sentido por el año 200, en una antología de sentencias. El sacerdote Leoncio de Antioquía, que se había convertido en sospechoso a causa de su “matrimonio de José” (forma de matrimonio casto), se castró él mismo y, aunque perdió su oficio sacerdotal en un primer momento, luego ascendió a obispo. Orígenes, el teólogo más importante de los primeros tres siglos, que vituperaba a las mujeres como hijas de Satanás, se emasculó él mismo por razones ascéticas.
- Pero cuando se propagó la epidemia de esta locura, se puso coto. En un sínodo del año 249, fueron condenados los valesianos, quienes no sólo castraban a sus propios secuaces sino también a todo el que tenía la desgracia de caer en su poder.

04.- ASCETISMO FANATICO

                                             Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

- Locura medieval con el ascetismo y moralidad:
- La Edad Media cristiana consideró como el más elevado ideal, aquella existencia hostil al cuerpo y a los instintos, de los ascetas histéricos. Para el hombre medieval, casi todo lo referente al sexo es pecaminoso, y lo patológicamente casto es santo. El placer es condenado y la castidad elevada al Cielo. Todos los excesos masoquistas de la Antigüedad regresan, las depresiones crónicas y también los torrentes de lágrimas, la suciedad, el ayuno, las vigilias, la flagelación; y se suman nuevas monstruosidades. Si bien, nunca se consiguió imponer las prohibiciones sexuales, las conciencias estaban tan gravadas que de ello resultaron los más diversos trastornos mentales. Europa medieval se parecía bastante a una gran casa de locos. Los predicadores difaman al cuerpo como “foso de estiércol”, “vasija de la putrefacción”, “todo él lleno de suciedad y monstruosidad”.
- Penitencias e higiene:
- Así, hubo innumerables monjes, además de San Francisco, que dejaban que su cuerpo se pudriera, por ejemplo, no bañándose nunca; como San Benito de Aniano, renovador de los conventos benedictinos en Francia y consejero de Luis el Piadoso. Algunos de los más eminentes príncipes de la Iglesia tampoco se bañaban: San Bruno, arzobispo de Colonia, en el siglo X; el arzobispo Adalberto de Bremen, en el siglo XI. Era ser consecuente con el ideal ascético: quien menospreciaba el cuerpo tenía que descuidarlo. La higiene era vista como sensual. La primera medida cristiana tras la expulsión de los moros fue la clausura de los baños públicos, de los que sólo Córdoba tenía doscientos setenta.
- En el siglo XX la actitud hacia el baño en círculos clericales todavía dejaba que desear; en 1968 había que recalcar que “la observancia de la higiene, expresamente, está no sólo permitida, sino recomendada”. Por supuesto que hubo monjes limpios, sobre todo después de las poluciones y de tener contacto con una mujer, era imperativo limpiarse en el primer baño. El abad Vandrilo, nacido en Verdún a finales del siglo VI, se levantaba inmediatamente después de una “contingencia” nocturna y saltaba lleno de dolor al río; incluso en invierno, cantaba los salmos en medio del agua helada y hacía las genuflexiones usuales hincando la rodilla en el fondo.
- Los santos obispos Wilfredo de York y Adelmo de Sherborne, el rey Erik el Santo de Suecia y otros santos, también se zambullían por razones profilácticas, incluso en la época más fría. Bernardo de Claraval, el “gran médico y guía de almas”, “el genio religioso de su siglo” –al que, como Lutero sabia, “le olía, le hedía el aliento de tal modo que nadie podía permanecer junto a él, por supuesto a causa de las penitencias”– corrió a arrojarse a un estanque después de haber estado observando a una mujer con excesiva complacencia.
- Otros consideraron a la mujer como una grave hipoteca, al mundo como un valle de lágrimas y a la vida como una carga; festejaron la tristeza y derramaron lágrimas por torrentes. Más adelante también se practicó el silencio, que se relacionaba con el miedo a pecar y estaba ya en uso entre los antiguos indios y chinos. Algunos eremitas sólo hablaban en domingo; otros hablaban durante cien días y ni uno más; los cartujos, los camaldulenses y sobre todo los trapenses guardaban un silencio tan estricto que algunos se volvían locos.
- Flagelación como virtud:
- La gente volvió a cubrirse de cadenas y corazas, llevaba cilicios con bolas de plomo, púas sobre la carne desnuda y unas ligas penitenciales con dientes de hierro para desgarrarse las piernas. En aquel tiempo, azotarse o dejarse azotar se hizo una verdadera moda. Tres mil azotes (o tres mil salmos) correspondían a un año de expiación. Como campeón de esta especial manera de salvar almas consta cierto dominico del monasterio de Fontavellano, quien, además de haber estado metido en una coraza de hierro durante quince años, lo que le valió el título de Loricatus el Acorazado, logró absolver en pocas semanas cientos de años de expiación. La flagelación fue introducida en casi todas partes y promovida por la Iglesia. Si una disciplina de cincuenta azotes está permitida y es buena, en ese caso, concluye San Pedro Damián, cardenal y Doctor de la Iglesia, con mayor razón lo será, naturalmente, una disciplina de sesenta, de cien, de doscientos golpes, por qué no de mil. Como ulterior profilaxis, el santo recomendaba huir de la mirada de las mujeres, comulgar frecuentemente y beber agua, relatando, para concluir, cómo un monje domeñaba a su miembro mediante un hierro ardiente.
- Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los dominicos (1215), se azotaba a menudo hasta perder el sentido. Y en realidad, parece que los dominicos se apaleaban “como si fuesen perros”. El dominico Heinrich Seuse (muerto en 1366), alumno aventajado del maestro dominico Eckhart, se flagelaba diariamente y llevó a sus espaldas durante ocho años, día y noche, una cruz mechada con treinta clavos que al mínimo roce le torturaba. Así que, por lo visto, Seuse solía andar salpicado de heridas supurantes que nunca se limpiaba.
- Flagelación y santidad:
- La castidad de San Luis Gonzaga destaca con luz propia. Este jesuita, muerto a los veintitrés años, cuyos atributos son un tallo de azucena, una cruz, un látigo y una calavera, enrojecía de vergüenza en cuanto se quedaba solo con su madre. Durante su primera confesión, perdió el sentido; decía un avemaria a cada peldaño de una escalera, rezaba ante un crucifijo, de bruces, a menudo por horas, y sollozaba hasta humedecer su habitación. Ayunaba como mínimo tres días a la semana a base de pan y agua y se disciplinaba horriblemente al menos tres veces. Sus camisas estaban todas ensangrentadas a causa de los castigos. Pero según un jesuita moderno, era “una persona contenta de vivir, saludable”. Posteriormente, En el Siglo de las Luces, fue ascendido a patrón de la juventud estudiosa. El jesuita belga Johannes Berchmanns, otro canonizado que murió muy joven (en 1621, a los veintidós años), huía de la mirada de las mujeres y de la de los hombres. Se arrastraba por la tierra sobre sus rodillas desnudas mientras rezaba, suspiraba, gemía y besaba con fervor una imagen de la santísima Virgen María a la que siempre estaba dando los nombres más hermosos. Y al ir a la cama distribuía previamente los distintos lugares de ésta entre diversos santos, los guardianes de su castidad, depositando a los pies al Cristo crucificado. También se flagelaba entre tres y cuatro veces por semana y los días de fiesta llevaba un cilicio. Gentes, tan contentas de vivir que morían tan jóvenes.
- Un clérigo murió en París, en 1727, a los veintisiete años, a causa de las penitencias (después de lo cual se desencadenó alrededor de su tumba una salvaje epidemia convulsiva, con consumo de excrementos, libación de llagas podridas y similares), seguramente no fue la última víctima de la locura ascética clerical. La autoflagelación fue virtud de muchos canonizados. En el siglo XX, es de suponer que no solo los jesuitas eran los únicos que se obsequian con fustas y puntas de acero.
- Las pobres monjas de clausura no escapaban a la epidemia. Ellas, que muchas veces se tenían que dejar castigar por otros, se castigaban, como los monjes, incluso “por los pecados pasados, por los que algún día se cometerían, además de por sus semejantes todavía vivos, por las ánimas del purgatorio, a la mayor honra de Dios y por otras mil razones”. Las monjas contemporáneas siguen estando poseídas por el ansia de flagelarse y de hacer enmudecer a la carne siguiendo el sabio consejo de diferentes santas. Marie du Bourg reconocía que, si el dolor se vendiera en el mercado, “acudiría allí corriendo a comprarlo”. Las carmelitas descalzas soportaban obedientemente la disciplina durante los cuarenta días de Cuaresma, el tiempo de Adviento, y cada lunes, miércoles y viernes. Los viernes, además, tenían que azotarse “por la propagación de la fe, por sus benefactores, por las almas del purgatorio” y por otras tantas cosas.
- Esquizofrenia flagelante diseminada
- Al ingresar a muchas órdenes, las novicias recibían un flagelo, con la advertencia de usarlo con diligencia. Si una monja moría, las restantes se tenían que desgarrar las carnes por la muerta durante semanas. Unas se castigaban dos veces al día, otras se golpeaban a sí mismas durante la noche, a algunas les gustaba, pues las prácticas masoquistas más diversas se basan precisamente en la transformación del dolor en placer, del disgusto en gozo. Cuantos ascetas disfrutaron de la tortura y la autotortura; cuántos piadosos héroes de la inmersión acaso eran simples fetichistas del frío, narcisistas del erotismo epidérmico. También hay quien, no siendo asceta se arroja sobre los zarzales o los alfileteros o se hace golpear y maltratar, quien disfruta cuando le clavan herraduras ardientes en las plantas de los pies, le chamuscan el falo, le cauterizan el prepucio o le rajan la piel de la barriga; y se contenta (o no) con ello. Santa María Magdalena dei Pazzi (1566-1607), una carmelita de Florencia, una de las “más eminentes místicas de su orden”, se revolcaba entre espinas, dejaba caer la cera ardiendo sobre su piel, se hacía insultar, patear la cara, azotar, y todo ello la llevaba al más evidente y extremo y lo hacía, como priora, en presencia de todas las demás. Mientras aquello duraba, gemía de dicha. “El ejemplo clásico de una flagelante ascética sexualmente pervertida”.'
- La salesiana francesa Marguerite Marie Alacoque (1647-1690) se grabó a cuchillo en el pecho un monograma de Jesús y luego, cuando la herida empezó a cerrarse demasiado pronto, la rehizo a fuego con una vela. Algunas temporadas sólo bebía agua de lavar, comía pan enmohecido y fruta podrida, una vez limpió el esputo de un paciente lamiéndolo y en su autobiografía nos describe la dicha que sintió cuando llenó su boca con los excrementos de un hombre que padecía de diarrea. Por tal demostración de fetichismo obtuvo permiso para besar durante toda la noche el corazón de una imagen de Jesús mientras la sostenía con sus propias manos. Pió IX, la proclamó santa en 1864. La orden del Corazón de Jesús, la devoción del Corazón de Jesús y la fiesta del Corazón de Jesús se remontan a las “revelaciones” de esta monja.
- Catalina de Genova (1447-1510) masticaba la porquería de los harapos de los pobres, tragándose el barro y los piojos. Fue canonizada en 1737. Santa Ángela de Foligno (1248-1309) consumía el agua de baño de los leprosos. “Nunca había bebido con tanto deleite” reconoce, “Un trozo de costra de las heridas de los leprosos se quedó atravesado en mi garganta. En lugar de escupirlo, hice un gran esfuerzo por terminar de tragarlo, y lo conseguí. Era como si hubiese comulgado, ni más ni menos. Nunca seré capaz de expresar el deleite que me sobrevino”. La monja Catalina de Cardona huyó de la corte española a un lugar despoblado, habitando durante ocho años en una gruta y durmiendo, incluso en invierno, sobre el suelo desnudo. Llevaba un cilicio penitencial, además de cubrir su cuerpo con cadenas y de tratarse, a menudo durante dos o tres horas, con los más variados instrumentos de tortura. Finalmente se volvió rumiante. Se doblaba sobre la tierra y comía hierba como un animal.
- Puesto que el cristianismo predicaba la castidad desde San Pablo, que se convertía a los ascetas en ídolos y se les ascendía a santos, a grandes modelos para cualquier persona, la negación de la naturaleza, permanentemente propagada tenía que salir de los claustros y las grutas y atrapar también a los laicos. Alcanzó hasta a los príncipes y princesas, quienes, desde luego, siempre fueron los primeros a los que se trató de mantener bajo control. El emperador Enrique III, uno de los más poderosos soberanos de la Edad Media, nunca llevaba las insignias de su dignidad si no se había flagelado previamente. San Luis no descuidaba “la disciplina” durante su confesión semanal. Así, se torturaban Margarita de Hungría, Isabel de Turingia, la condesa polaca Eduvigis, de la que Lorenzo Surio informa: “ya no quedaba nada más que hueso bajo su piel sucia y pálida, la cual, por los incesantes latigazos, había adquirido un color completamente original, y siempre estaba cubierta de moratones y heridas”.
- Esto degeneró finalmente “en excesos enfermizos y, propagándose contagiosamente, en el desenfreno de las sociedades de flagelantes o fustigadores”.
- Castración y canibalismo de los skopzi:
- La castración floreció también en la Edad Contemporánea, aunque sólo en el cristianismo oriental, en la secta rusa de los skopzi (“castrados”), los ortodoxos, como en cierta ocasión los llama Dostoievsky. Éstos rechazaban la Iglesia y el Estado –a los que consideraban el imperio del Anticristo–, los popes y los obispos –servidores de Satanás–, y aunque admitían a Jesús pero como precursor del segundo y más importante hijo de Dios, su fundador Selivanov (muerto en 1832), que se había sometido a un “bautismo de fuego” que consistía en eliminar su miembro mediante un hierro al rojo. Su doctrina de que el pecado original es el acto sexual y que sólo mediante la muerte del falo la humanidad es salvada y se abren las puertas del Paraíso a los fieles, convenció miles de personas.
- Crearon dos grados de “pureza”: la del pequeño sello (rango angélico), la clase inferior que “sólo” exigía la extirpación de los testículos, y la del gran sello o sello imperial, en el que el miembro caía como ofrenda. Sus cirujanos debieron de realizar trabajos sobresalientes con el más sencillo instrumental: un cuchillo y una servilleta, pero los fanáticos afrontaban el trámite por sí solos (a veces de un hachazo). Un hierro al rojo restañaba la sangre. Entre las mujeres había, igualmente, dos grados de devoción, una primera y una segunda “pureza”: una, por ejemplo, se deshacía los dos pezones con hierros o a luego: otra. Por ejemplo, se extirpaba ambos senos: o bien se deshacía los órganos sexuales, castrándose el ciítoris o los labios menores.
- Para aumentar su secta, los skopzi, sólo se hacían emascular después de tener hijos. Algunos permitían a sus mujeres que tuvieran relaciones con otros hombres, y el retoño que surgía de ellas también era castrado. Por lo demás, enviaban a cuadrillas de agentes a comprar prosélitos y niños. Pues, aun reinando una pobreza abrumadora, muchos skopzi eran comerciantes de buena posición, joyeros o cambistas que normalmente gastaban todo su patrimonio en conseguir nuevos fieles, la secta prosperaba, pero eso sí, se perseguía sin ningún miramiento a desertores y traidores, incluso en el extranjero, y a lodos aquellos que acudían por curiosidad a sus conventículos, los atrapaban, los ataban a una cruz y los castraban por la fuerza.
- Una skopiza que –de forma prodigiosa– quedaba embarazada, tenía que representar el papel de la santa virgen; su hijo era tenido por un hijo de Dios y tenía que morir martirizado. Al octavo día después de su nacimiento sacaban el corazón al niño, bebían su sangre como comunión y transformaban su cuerpo secado en panecillos, que servían para la comunión pascual. “Entre estos bárbaros, la virgen, a la que se declara bogorodiza o madre de Dios, es saludada desde el momento de su consagración, con estas palabras: 'Bendita tú entre las mujeres; tú parirás un salvador'. Luego la desnudan, la ponen sobre un altar y se entregan a un culto infame con su cuerpo desnudo: los fanáticos se agolpan para besuquearlo en todas partes. Se pide que el espíritu santo tenga a bien hacerle un cristito a la santa virgen a fin de que, en ese año, les sea concedido a los fíeles comulgar del cuerpo sagrado”. Si el cristito llegaba, lo sajaban de nuevo para consumirlo en la comunión, o bien sacrificaban a la misma bogorodiza.
- Castración al servicio de los coros:
- En Occidente la emasculación fue cultivada por razones artísticas, para evitar el cambio de voz de los cantantes de las capillas de los príncipes y papas; era una costumbre italiana, aun en boga en el siglo XVIII. Italia abasteció de cantantes eunucos a toda Europa, apareciendo como enclave de esta industria del bel canto la villa de Nórica, en el estado papal. (El mismo Joseph Haydn, corista en la catedral vienesa de San Esteban, podría haber sido puesto ante la navaja y, como se decía entonces, “sopranizado” en aras de la “estética”. Sólo la enérgica protesta de su padre le libró de ello). Los castrados siguieron entonando sus cánticos en la Capilla Sixtina –erigida por el papa Sixto IV, el proxeneta constructor también de un burdel– durante siglos, hasta 1920.
- No menos de treinta y dos “Santos Padres” (comenzando con Pió V, un antiguo monje e inquisidor, que, a su vez, ordenó la pena de muerte para el incesto, el proxenetismo, el aborto y el adulterio) tuvieron la misma falta de escrúpulos a la hora de hacer mutilar a los jóvenes; de paso se evitaba la presencia de mujeres en los coros.
- Libertinaje en monasterios:
- San Agustín, pese a sus elogios a los monjes, ya enseñaba, sin embargo, que “no conocía a gente peor que esos que acababan en los monasterios”. Salviano, otro Padre de la Iglesia, se quejaba en el siglo V de los que “se entregan a los vicios del mundo bajo el manto de una orden”. Lo mismo ocurrió en todas las regiones infestadas por la dogmática romana y la hipocresía. En la alta Edad Media, el abad cluniacense. En la Edad Media tardía, Nicolás de Clemanges, secretario personal del papa Benedicto XIII, reconoce que los frailes eran justo lo contrario de lo que debían ser, pues la celda y el convento, la lectura y la oración, la regla y la religión, eran para ellos lo más aborrecible que había.
- La Iglesia tomó todas sus medidas de prevención. En tiempo de Pacomio, las mujeres no debían “ni entrar ni salir del convento”. Si una mujer dirigía la palabra a unos monjes al pasar junto a ellos, “el más anciano (...) tenía que responderle con los ojos cerrados”. Los benedictinos también se regían por una estricta clausura. Los cluniacenses no dejaban establecerse a las mujeres ni siquiera en las proximidades de sus monasterios en un círculo de dos millas. La segunda regla de los franciscanos, decía debían “tener cuidado con ellas y ninguno debe conversar o simplemente andar con ellas o comer de su mismo plato en la mesa”. Y, en una tercera regla, san Francisco prohibió “enérgicamente a todos los hermanos entablar relaciones o consultas sospechosas con mujeres y entrar en conventos femeninos”. El sínodo de París de 1212 dispuso trancar todas las puertas que parezcan sospechosas en las estancias religiosas. El mejor sistema de vigilancia fue siempre hacer que los monjes se confesaran constantemente: en los monasterios irlandeses de la primera época, no menos de dos veces al día.
- Las infracciones se castigaban duramente. Los libros penitenciales de comienzos de la Edad Media fijaban penitencia de tres años para el monje que se acostaba con una muchacha; si lo hacía con una monja le caían siete años; si cometía adulterio, diez años de penitencia, seis de ellos a pan y agua; si la relación era incestuosa, doce años, seis de ellos a pan y agua. En el caso de que dos religiosos se casaran, el papa Siricio, en las primeras decretales llegadas hasta nosotros, ya exigía como expiación que fueran “encerrados en sus habitaciones” a perpetuidad . Con motivo de una apelación, el papa Zacarías –conocido “sobre todo, por su misericordia”– ordenó en 747 que se arrojara a una mazmorra a los monjes y monjas que hubiesen roto los votos, y que permanecieran allí, en penitencia, hasta su muerte. Pero las precauciones, castigos y apaleamientos fueron inútiles; el libertinaje de los frailes era tan proverbial y el refinamiento de su inmoralidad tan extremado que algunos caballeros se enfundaban el hábito antes de irse a la aventura. Más aún, el aislamiento de los conventos, la protección de la clausura y la ociosidad, estimulaban más el desenfreno.
- En las iglesias se bailaba y se cantaban coplas. Las tabernas vivían de los monjes, compañeros de bufones y prostitutas. En Jutlandia los religiosos fueron expulsados o desterrados a perpetuidad por su libertinaje; en Halle se pegaban revolcones con las jovencitas en una zona del monasterio convenientemente apartada; en Magdeburgo, los monjes mendicantes se beneficiaban a unas mujeres llamadas Martas. En Estrasburgo, los dominicos disfrazados bailaban y fornicaban con las monjas de Saint Marx, Santa Catalina y San Nicolás. En Salamanca, los carmelitas descalzos “iban de una mujer a otra”. En Farfa, junto a Roma, los benedictinos vivían públicamente amancebados. En un convento de la archidiócesis de Arlas, los ascetas que quedaban convivían con mujeres como en un burdel. Los religiosos del arzobispado de Narbona tenían mancebas; entre ellas, algunas mujeres que habían arrebatado a sus maridos. Para convencer más fácilmente a las mujeres, los padres les contaban que dormir con un fraile en ausencia del marido era un medio para prevenir distintas enfermedades. Muchas veces les arrancaban favores sexuales afirmando que el pecado con ellos era mucho más leve, cien veces menor que con un extraño. En la región de los calmucos las mujeres preferían fornicar con monjes justamente por razones religiosas. Por lo visto, les hicieron creer que, después, participarían de su santidad.
- Tras escuchar sus confesiones, los monjes mendicantes abusaban de las mujeres de nobles, comerciantes y campesinos, mientras sus maridos estaban en la guerra, en sus negocios o en sus campos. Los prelados poseían a monjas y viudas. Pero los abades como Bemharius, del monasterio de Hersfeid, con frecuencia “superaban a todos con los peores ejemplos”.
- Tenían hijos a montones: el abad Clarembaldo de San Agustín, en Canterbury, tuvo diecisiete en una aldea; o se apareaban con sus parientes más cercanos, como el abad de Nervesa, Brandolino Waldemarino, que hizo asesinar a su hermano y se acostaba con su hermana.
- Aun a finales del siglo XVIII, los superiores de algunos monasterios –como el abad Trauttmannsdorff de Tepl, en Bohemia– no pisaban el convento o el coro en años y acudían a la iglesia generalmente sólo en las grandes festividades, pero daban espléndidas fiestas y bailes en el monasterio, servidos por lacayos, derrochando grandes patrimonios. Lo mismo hacían, órdenes mendicantes como la de los franciscanos irlandeses, los llamados hiberneses de Praga. En la celda de su guardián se bailaba y se cantaba hasta la medianoche; daban banquetes en la sacristía, junto al altar mayor, y mientras los hermanos mayores golpeaban brutalmente a los jóvenes, los padres retozaban con las mujeres entre los viñedos.
- Los caballeros al servicio de María:
- Los caballeros de la Orden Teutónica mostraron asimismo una espléndida vitalidad. Grandes exterminadores de Europa oriental, hacían votos de castidad consagrando su vida “sólo al servicio de nuestra señora celestial María” pero eran grandes amantes de casadas, vírgenes, muchachas y, como podemos sospechar no sin fundamento, incluso animales hembras. En el enclave de Marienburg los maridos apenas salían por las noches de sus casas por miedo a que arrastraran a sus mujeres hasta la fortaleza y abusaran de ellas. Una parte de la explanada del castillo se llamó durante bastante tiempo “el suelo de las doncellas”, en recuerdo de las pasiones sexuales de los caballeros espirituales. “Como resultado del sumario sobre la casa de la Orden en Marienburg ha quedado probado que, con el subterfugio de las confesiones, fueron sistemáticamente seducidas doncellas y casadas, habiendo capellanes de la orden que llegaron al extremo de raptar a niñas de nueve años”.

05.- MATRIMONIO SACERDOTAL Y CELIBATO

                                              Basado en el libro "Historia sexual del Cristianismo" de Karlnheinz Destchner

EL CELIBATO
- Penitencias en un lecho compartido:
- La consecuencia de las prácticas ascéticas del celibato, pronto llevó a un curioso y duradero modelo de relaciones plenamente institucionalizado: el llamado “matrimonio de José”; el emparejamiento de un hombre soltero –muchas veces un clérigo o un monje, con una religiosa, una “esposa espiritual” –. Dicha institución, extendida en los siglos III y IV, ofrecía posibilidad de unión a los devotos ascetas que incluía compartir el lecho sin sexo. Pero pronto se buscó la burla al asunto. El obispo Pablo, metropolitano de Antioquía por siete años, había “abandonado a una mujer, probablemente, para cambiarla por dos florecientes muchachas de hermosos cuerpos”, con las que vivía e incluso llevaba a sus viajes pastorales. En el sínodo de Antioquía (en 268) corría el rumor de que eran muchos los que cedían a la tentación reprimida con amantes. Como las vírgenes añosas, y las damas de la nobleza, las que ignoraban a sus maridos con pretexto de la continencia, y retozaban con gente del pueblo y hasta con esclavos. Había demasiados monjes que sólo tenían de ascetas el hábito. Desenmascarar a estos santos no siempre era sencillo, porque lo negaban todo, “a menos que los traicionara el berrido de sus hijos”, como dice Tertuliano. No se podía probar la santidad ni con el examen físico del varón y el obispo Cipriano (muerto en 258) exigía la intervención de la comadrona en las fulanas, haciendo la salvedad de que también se pecaba con partes del cuerpo que no podían ser objeto de comprobación.
- San Jerónimo y San Crisóstomo renegaban de lo que llegaron a convertirse las mujeres en esa penitencia: “esposas sin matrimonio”, “concubinas”, “rameras”, o “peste”. La Iglesia necesitó de al menos veinte decretos sinodales y mucha paciencia para acabar con esta práctica. En el año 594, el papa Gregorio I todavía tuvo que renovar las anteriores prohibiciones.
- El celibato a la vista:
- Desgraciadamente para los jóvenes impetuosos que abrazan papel religioso activo, los cargos jerárquicos rectores lo ocuparon luego hombres mayores, quienes pese a que en su juventud no se privaron de placeres o hasta hicieron propaganda al matrimonio de clérigos, llegada la edad de la impotencia, cansancio y sadismo, exigieron egoístamente, el celibato aludiendo la “impureza” de la vida matrimonial, en ánimo de revancha ante el declive de ellos en su capacidad de producir placer. Eneas Silvio de Piccolomini, en el concilio de Basilea recordó a los papas casados, y a Pedro –príncipe de los apostóles, también casado–, y opinaba que “aunque el matrimonio de los religiosos se ha prohibido por buenas razones, se debería volver a autorizar por razones aún mejores”, pero al ser Eneas convertido en Pío II, lo incluyó en el índice los Erótica, compuesto por él mismo, y cuando un sacerdote amigo pidió su dispensa para casarse, le hizo una llamada a la continencia, aconsejándole que “rehuyera de la mujer como a la peste y considerara a toda mujer como un diablo”. Aunque muy distinto hablaba antes sobre las mujeres con este mismo amigo en juventud.
- Matrimonios sacerdotales, tiempos aquellos:
- El papado toleró durante mucho tiempo el matrimonio de los sacerdotes. En tiempos de San Patricio (372-461) –enviado a evangelizar Irlanda y luego santo nacional de ese país– los religiosos casados aparecían muy normales. En el periodo merovingio tampoco tuvieron la obligación de disolver el matrimonio y la mayoría mantenía relaciones sin ocultarlo. Ni siquiera los sínodos de España –donde surgió el primer decreto de celibato– mencionan la abstinencia del clero en el matrimonio hasta comienzos del siglo VI. En Alemania, el gran concilio de Aquisgrán, en el 816, autoriza la ordenación sacerdotal de los casados; y todavía en 1019, obstaculizar el ministerio de los religiosos casados es castigado por el sínodo de Goslar con la excomunión.
- En Roma, hubo hijos de sacerdotes que se fueron papas hasta el siglo X: Bonifacio I, Félix III, Agapito I, Teodoro I, Adriano II, Martín II, Bonifacio VI y otros. Varios de ellos fueron canonizados: San Bonifacio I, San Silverio y San Diosdado. Hubo papas que fueron hijos de papas, como Silverio, el hijo del papa Hormisdas, o Juan XI, hijo de Sergio III. En el siglo XI, todos los religiosos del sur de Italia seguían casándose abiertamente. En el norte, Guido de Ferrara, un testigo ocular, escribe: “en toda Emilia y en Liguria, diáconos y presbíteros metían a mujeres en sus casas, celebraban bodas, casaban a sus hijas, unían a sus hijos con esposas ricas y distinguidas”. Muchos de los sacerdotes concubinati vivían a mediados del siglo XI en Roma. En Inglaterra, el celibato comenzó a introducirse aún más tardíamente. Allí, en los siglos VIII y IX incluso el matrimonio de los obispos era habitual; los sínodos toleraron el matrimonio de los clérigos rurales hasta la alta Edad Media; y después, un prelado británico se consolaba así: “se podrá quitar las mujeres a los sacerdotes, pero no los sacerdotes a las mujeres”.
- La supresión del matrimonio sacerdotal:
- Los sacerdotes pudieron aún casarse por tiempo más, pero el giro decisivo había empezado en el año 306 con el sínodo de Elvira, en España, donde se aprobó el primer decreto sobre el celibato como continencia con sus mujeres so pena de suspensión. Esa prohibición fue determinante para toda la evolución posterior en occidente, pero sólo afectó primero a una parte de la Iglesia española, en otras partes la presión que se ejercía sobre el clero buscaba más que asegurar su continencia matrimonial, antes que evitar las relaciones extramatrimoniales y otros “crímenes” análogos.
­- En el siglo V, la norma de Elvira fue asumida por los papas Siricio e Inocencio I y difundida  en occidente. Pero no se exigía la soltería, como principio, ni la disolución de los matrimonios previos, sino “sólo” la finalización de las relaciones sexuales. Por mucho tiempo se permitió a diáconos, sacerdotes y obispos mantener sus respectivas esposas, a las que los sínodos siguieron refiriéndose como “la señora del diácono”, “la señora del sacerdote”, o “la señora del obispo”. Si los esposos prometían que, en adelante, tendrían “a sus mujeres como si no las tuvieran”  podían llegar a ser sacerdotes o seguir siéndolo, lo que incitó a una vida de hipocresía y fingimiento entre éstos. Además, los decretos diferían entre sí, eran confusos, se modificaban y adaptaban a las circunstancias, se suavizaban o extremaban y, llegado el caso, se ignoraban.
- Vigilancia y restricciones al sacerdote:
- Repetidamente, se prohibió que los clérigos compartieran casa con mujeres extrañas, posibilidad que el papado combatió mucho tiempo, con celo y escasos resultados, y esto  se denegó incluso, a los sacerdotes castrados. El sínodo de Elvira autorizó a los religiosos a vivir sólo con sus mujeres, así como con sus hermanas e hijas consagradas a Dios, pero no permitía la presencia de la mujer extraña que la mayoría de las veces se ocupaba de llevar la casa y que fue en un primer momento el principal objeto de las prevenciones sinodales. Luego se llegó a impedir la entrada a la casa del sacerdote a todas: esclavas y libres, y también se prohibió a los religiosos visitar a mujeres, sobre todo por la tarde o por la noche, salvo en casos imprescindibles y siempre en compañía de un clérigo como testigo. Incluso se le negó a la mujer del sacerdote el acceso al dormitorio del marido.
- Pero era difícil cumplir los decretos. Lo que más costó a los clérigos fue separarse del lecho común. El sínodo de Tours  de 567 fue otro pilar de ese tipo de órdenes e intromisiones, se volvió a privar a los sacerdotes de visitas extrañas, se impidió a los religiosos del entorno del obispo todo contacto con las esclavas de su mujer, la episcopa –a la que el obispo debía ver como una hermana y bajo vigilancia–; ante la sospecha que muchos arciprestes, diáconos y subdiáconos mantenían relaciones con sus mujeres, se ordenó que el arcipreste debía tener siempre a su lado a un clérigo que le acompañe a todas partes y tenga el lecho en la misma celda que él. Siete subdiáconos que se iban turnando cada semana tenían que vigilar al arcipreste, y recibirían una paliza si se negaban. Más tarde, también mandaron vigilantes a algunos obispos. Y en el año 675, el sínodo de Braga prohibió que un clérigo sin vigilante de confianza acompañara a una mujer, salvo su madre. Antes, aún se había tolerado la compañía de hermanas, hijas e incluso sobrinas y El sínodo de Macón, en 581, extendió tal autorización hasta la abuela. Los padres conciliares recelaban de todo el mundo y quedó prohibida la estancia en la casa del sacerdote, de nietas, sobrinas, hijas, hermanas y madres –al principio, sólo en la Europa del sur, luego en Alemania y Francia, y en Inglaterra–, debido a que los religiosos se enfrascaban con su propia familia, como reconoció el concilio de Maguncia en 888. Además, había el peligro de que llegaran otras mujeres acompañando a la familia, como reflexionaba el obispo de Soissons en 889.
- Esclavización de la mujer del sacerdote:
- A mediados del siglo XI, León XI convirtió en esclavas de su palacio a todas las mujeres que vivían con religiosos en Roma.
- El sínodo de Meifi (1089), presidido por Urbano II –el promotor de la primera cruzada, que culminó con la matanza de 70.000 sarracenos en Jerusalén y declarado santo en 1881– ordenó, en caso de que el sacerdote no acabara con su matrimonio, la venta de la esposa como esclava, por el poder temporal, al que involucró así en la cuestión del celibato.
- El arzobispo Manases II autorizó en 1099 al conde Roberto de Flandes a capturar a las mujeres de los clérigos excomulgados de todas sus diócesis. En Hungría y otros lugares fue igual. En todas partes, particularmente en Franconia, hubo escenas crueles y el fanatismo de los monjes mostró su rostro; a los religiosos que no fueron capaces de abandonar a sus mujeres e hijos sólo les quedó la vida. La Iglesia, desde España hasta Hungría e Inglaterra, siguió ordenando que las mujeres de los sacerdotes fueran vendidas, esclavizadas, traspasadas a los obispos junto con todas sus propiedades, o desheredadas. Además, hasta la época moderna, impuso a las “concubinas notorias” el destierro, la privación de los sacramentos, el afeitado de cabeza “públicamente, en la iglesia, un domingo o día festivo, en presencia del pueblo”, como dispone el sínodo de Rúan, de 1231; la iglesia amenazaba a la mujer del sacerdote con negarle el entierro, con arrojar su cuerpo al estercolero o, muchas veces, con entregarla al estado, lo que con frecuencia acababa en destierro o prisión. En el siglo XVII, el obispo de Bamberg, Gottfried von Aschhausen, todavía apelaba al “poder temporal” “para que entre en las parroquias, encuentre a las concubinas, las azote públicamente y las arreste”.
- Hubo casos célebres de víctimas de la prohibición católica. El teólogo Abelardo, se enamoró y se casó con Eloísa, la sobrina del abad Fulberto, a la que conoció durante las clases que daba en París, luego fue castrado por los parientes de ella, a instigación del abad. Nicolás Copérnico. Había recibido la ordenación sacerdotal y una canonjía en la catedral de Frauenburg. Su obispo y amigo de juventud, Dantiscus, le ordenó cuando el genio rondaba los 60 años, que se separara de una pariente lejana, Anna Schilling, con la que había vivido mucho tiempo, Copérnico asintió y prometió dejarla con pesar, pero Copérnico siguió reuniéndose en secreto con Anna, hasta que, de nuevo bajo la presión del obispo, renunció también a estos encuentros, muriendo, solo y abandonado, cuatro años más tarde. El caso del subdiácono Bochard es estremecedor. Era chantre en Lyon y canónigo en Tournai, y tenía dos hijos de una noble, hermana de la condesa Juana de Flandes. Inocencio III –responsable de la masacre de los albigenses–, que consideraba el matrimonio de los clérigos “un lodazal”, excomulgó a Bochard y ordenó al arzobispo de Reims que renovara el anatema cada domingo con repique de campanas y cirios encendidos, suspendiendo los oficios divinos donde quiera que estuviese Bochard hasta que abandonara a la mujer e hiciera penitencia. Bochard se sometió al castigo y pasó un año en Oriente peleando contra los “infieles”. Pero cuando volvió vio a su mujer y a sus hijos y renaciendo su instinto familiar volvió con ellos. Poco después fue capturado en Gante y decapitado y su cabeza paseada por todas las ciudades de Flandes y Henaut.
- Según el cisterciense Cesáreo de Heisterbach, en el siglo XIII la gran mayoría de los religiosos hacía vida matrimonial legítima o “en concubinato”. Eran responsables de familias con esposa e hijos. Sólo los remordimientos de conciencia atizados por los fanáticos sembraron la discordia.
- Desde fines de la Antigüedad, las mujeres, hijos e hijas de los clérigos, fueron perdiendo sus derechos y tratados cada vez peor. En 655, el noveno sínodo de Toledo dictó que todos los hijos de sacerdotes “no deben heredar de sus padres o sus madres, y pasarán a ser esclavos de por vida de la iglesia en la que los padres que los engendraron tan deshonrosamente prestaban sus servicios”. Así que en territorio visigodo, todo descendiente de religioso carecía de derechos sobre la herencia de sus padres y se convertía de por vida en un siervo de la Iglesia, sea su madre libre o no.
- En el siglo XI, el gran sínodo de Pavía hizo esclavizar de por vida a todos los hijos de sacerdotes, “hayan nacido de libres o siervas, de esposas o de concubinas”. El concilio, dirigido por Benedicto VIII, tomó la misma decisión: “Anatema para quien declare libres a los hijos de tales clérigos –que son esclavos de la Iglesia– sólo porque hayan nacido de mujeres libres; porque quien lo haga roba a la Iglesia. Ningún siervo de una iglesia, sea clérigo o laico, puede adquirir algo en nombre o por mediación de un hombre libre. Si lo hace, será azotado y encerrado hasta que la iglesia recupere los documentos de la transacción. El hombre libre que le haya ayudado tendrá que indemnizar completamente a la iglesia o ser maldito como un ladrón de iglesia. El juez o notario que haya extendido la escritura, será anatematizado”.
- En aquel tiempo la mayoría del bajo clero descendía de esclavos y no tenía propiedades ni podía hacer testamento. Cualquier cosa que esas personas adquirieran o ahorraran pertenecía al obispo, quien por ello, tenía gran interés en la nulidad de los matrimonios de los sacerdotes y en la incapacidad de los hijos para heredar. A los descendientes de esclavas de iglesia se les privó siempre del derecho a heredar y estaban a completa disposición de los prelados que, por tanto, no veían con malos ojos que un clérigo se uniera a una esclava. Pero, ésta era la regla, debido a que la servidumbre era condición generalizada. Y, por tanto, los hijos se atribuían a la “peor parte”, a la mujer esclava, convirtiéndose así, en esclavos. Pero, si un religioso que no era hombre libre se casaba con una mujer libre, sus hijos eran considerados libres, con capacidad de poseer propiedades y de heredar, y quedaban protegidos por las leyes seculares, lo que no convenía a la iglesia.
- El papa Benedicto lamenta que “incluso los clérigos que pertenecen a la servidumbre de la Iglesia –si es que se les puede llamar clérigos–, como quiera que se ven privados por las leyes del derecho a tener mujer, engendran hijos de mujeres libres y evitan a las esclavas de las iglesias con el único propósito fraudulento de que los hijos engendrados de la mujer libre también puedan ser libres, de alguna manera”. Los veía como enemigos de la iglesia dispuestos a perseguir a la Iglesia y a Cristo. “Mientras los hijos de siervos conserven su libertad, como falazmente pretenden, la Iglesia perderá ambas cosas, los siervos y los bienes. Así es como la Iglesia, antaño tan rica, se ha empobrecido”. El peor enemigo del papa es que quien reduce su patrimonio. Pues el patrimonio garantiza poder, el poder, dominio feudal, y el dominio feudal lo es todo. Después de comparar a los clérigos desobedientes con los caballos y los cerdos de Epicuro, y de aducir, como prueba de la peor de las corrupciones, que su desenfreno no era discreto sino público, el Vicario de Cristo dispone: “todos los hijos e hijas de clérigos, hayan sido engendrados por una esclava o por una mujer libre, por la esposa o por la concubina, serán esclavos de la Iglesia por toda la eternidad”. Las decisiones de Pavía fueron declaradas vinculantes también para Alemania en el sínodo de Goslar, en 1019, cuando el piadoso emperador Enrique II –coronado por el Papa (y a quien todavía hoy se venera en Bamberg)– las elevó a leyes imperiales. Los jueces que declararan libres a los hijos de sacerdotes serían privados de  patrimonio y desterrados de por vida, las madres de esos hijos azotadas en el mercado y también desterradas, los notarios que levantaran un acta de libre nacimiento o algún documento similar perderían su mano derecha... ¡Enrique el Santo!.
- Por el contrario, una ley siciliana de Federico II, el gran librepensador y rival del papa, reconocía a los hijos de los sacerdotes el derecho a heredar. Y en España, desde el siglo IX, en que se extendía el concubinato –la barraganería– entre el clero, paralelamente al florecimiento de la cultura árabe, los hijos de esta clase de uniones estables fueron, en general, considerados como libres hasta el siglo XIII. Podían heredar de sus padres y acceder al mismo empleo eclesiástico que hubiera tenido su progenitor.
- En España hubo una reacción desde el quinto concilio lateranense, en 1215, cuando aumentaba el centralismo papal y la Reconquista progresaba. En 1228, el primer sínodo de Valladolid, bajo la dirección de un legado papal, declaró que ningún hijo de clérigo nacido luego del quinto concilio lateranense podría heredar de su padre, quedando también excluido del estado religioso. Durante toda la Edad Media se siguió atacando a los hijos de los sacerdotes, sin importar su origen legítimo o ilegítimo, y el derecho civil incluyó a sus nietos y perjudicó a toda su descendencia. En cambio, en Suecia, al mismo tiempo se negaba a la Iglesia el derecho a heredar, suscitando las quejas de Roma a propósito de la “salvaje brutalidad del pueblo sueco” como decía Honorio III, aquel infatigable promotor de cruzadas.
- La iglesia llegó a impedir toda relación familiar y humana entre los clérigos y sus hijos. Prohibió que hijos e hijas permanecieran al lado de su padre y fueran educados en el hogar, prohibió a los religiosos participar en la elección de cónyuge, en la boda o en el entierro de sus hijos y nietos, que una de sus hijas pudiera casarse con otro sacerdote o con uno de los hijos de éste. Y tampoco le estaba permitido a ningún laico casarse con la hija de un clérigo.
- A mediados del siglo XVI, el concilio de Trento declaró que el hijo de un sacerdote no podía acceder a la prebenda de su padre y que la renuncia de éste en beneficio de su hijo era nula. En 1567 se ordenó poner fin a la costumbre de enterrar en el mismo lugar a los sacerdotes y a sus hijos; asimismo, en las tumbas de los clérigos se eliminaría cualquier referencia a sus hijos. En el siglo XVII el sínodo de Turnau ordenó la humillación pública de los hijos e hijas de sacerdotes y el encarcelamiento de estos últimos.
- La esquizofrenia celibataria llegó a Milán. En 1063, el papa Alejandro II dio la señal de inicio de la “guerra civil declarada”; el populacho enardecido, junto a hatajos de frailes iracundos, expulsó a los religiosos casados de sus iglesias. Los buscaron en los mismos altares, los apalearon o los mataron, junto con sus mujeres e hijos, destruyeron el palacio arzobispal, y el arzobispo Guido escapó a duras penas en paños menores luego de su respectiva paliza. Hubo asaltos y asesinatos a diario, hasta los más inocentes fueron desplumados cuando Eriembaldo –acuchillado en 1075 en una calle de Milán– dio permiso a su ejército de obreros y parias codiciosos para que se incautara de los bienes de todo clérigo que no jurara continencia sobre unos evangelios y ante doce testigos. Por la noche y en secreto, escondían vestidos de mujer en las casas de los sacerdotes, luego las asaltaban y exhibían las ropas encontradas como prueba de la cohabitación. Bastaba esto para justificar el expolio.
- Hubo enfrentamientos civiles, homicidios, perjurios indescriptibles, niños hijos de sacerdotes sin bautizar estrangulados, muchos de cuyos restos no fueron encontrados hasta mucho después, durante la limpieza de un depósito de agua. La guerra civil asoló Milán hasta 1075. Y todavía bajo el papado de Alejandro II, el sínodo de Gerona, celebrado en 1068, decidió que “desde el subdiácono hasta el sacerdote, quien tenga mujer o concubina dejará de ser clérigo, perderá todos sus beneficios eclesiásticos y en la iglesia estará por debajo de los laicos. Si desobedecen, ningún cristiano les saludará, ni comerá con ellos, ni rezará con ellos en la iglesia; si enferman, no serán visitados, y si mueren sin penitencia ni comunión, no serán enterrados”.
- Gregorio VII, institucionalización del celibato:
- El sucesor de Alejandro II, fue Gregorio VII (1073-1085), llamado Hildebrando –a quien Lutero llamó “Hollebrand” (hoguera del infierno), y el mismo Damián, “San Satanás”–, que tuvo papel principal en la discusión sobre el celibato. Aunque, expresamente, no declaró nulos los matrimonios de los sacerdotes, prohibió en 1074 que los religiosos tuvieran esposa o vivieran en compañía de alguna mujer, amenazándoles, si desobedecían, con la privación ab officio y ab beneficio y negando a los “incontinentes” hasta la entrada en la iglesia.
- No aportó nada nuevo ni en los temas, ni en los castigos, pero los potenció con gran dureza para poner en vigor leyes que ya existentes pero usualmente burladas; también enfatizó la intolerancia con la que arruinó la imagen de los sacerdotes casados, convirtiéndolos a todos en “concubinarios”. No se detenía ante nada. Condenaba todo lo que no se ajustaba a su modo de pensar, conjuraba a individuos o a pueblos enteros, escribía a parroquias, príncipes, obispos y abades. Enviaba a todas partes a sus legados, bien provistos de suspensiones y anatemas; y en ese momento la excomunión era, precisamente, el castigo más temido, porque suponía excluir a la persona de la vida terrenal y de la vida celestial, arrojándola directamente al infierno, lo que alcanzaba al que ayude al excomulgado. Como, a menudo, el Papa no se sentía seguro de sus propios prelados –algunos obispos, como el de Reims y el de Bamberg, fueron destituidos–, no solo puso en pie de guerra a los gobernantes, sino que como agitador amotinó a las masas, de las que esperaba un “efecto saludable”. Liberándolas de toda obediencia, declaró que la bendición de un clérigo casado se convertía en maldición y su oración en pecado, con lo cual la chusma dejó de asistir a las misas de los “servidores del diablo y de los ídolos”, se negaban a recibir sus sacramentos, sustituían los óleos y el crisma por cera de oídos, bautizaban ellos mismos a sus hijos, derramaban por el suelo la “Sangre del Señor”, pisoteaban su “Cuerpo” y ni siquiera querían dejarse sepultar por semejantes “paganos”.
- Entonces el clero se rebeló. Creía que las órdenes hildebrandenses eran contrarias a la biblia y a la tradición, las calificaban de necias, peligrosas e innecesarias: una herejía, en una palabra, que abría las puertas de par en par al perjurio y al adulterio. “Sólo un mentecato puede obligar a las personas a vivir como ángeles”, escribió Lamberto de Hersfeid. Y el escolástico Wenrich de Tréveris informaba al mismo Gregorio VII: “Cada vez que anuncio vuestras órdenes, dicen que esa ley ha sido escupida por el infierno, que la estupidez la ha difundido y que la locura intenta consolidarla”.
- La polémica no se limitó a la literatura. El obispo Enrique de Chur, el arzobispo Juan de Rúan y Sigfrido de Maguncia, y diversos emisarios papales, estuvieron a punto de ser linchados por los religiosos. El obispo Aitmann, al que hubieran querido “despedazar con sus propias manos”, debió huir de Passau para siempre, y parece que un emisario gregoriano fue quemado vivo en Cambrai en 1077. Las excesos de los apóstoles del celibato fueron mayores. El obispo de Gembloux informó “Los clérigos son expuestos al escarnio público en medio de la calle; en el lugar de la exhibición les recibe un griterío salvaje, les atacan incluso. Algunos han perdido todos sus bienes. Otros han sido mutilados (...) A otros les han degollado después de larga tortura, y su sangre clama venganza al Cielo”.
- Se volvió a la lucha armada, se luchó en las mismas iglesias. Hubo religiosos que fueron asesinados mientras oficiaban y sus mujeres fueron violadas sobre los altares. En Cremona, en Pavía o en Padua ocurrió como en Milán; igual en Alemania, Francia y España. Hubo tal caos que la gente esperaba el fin del mundo. Las crónicas cuentan que en torno a, 1212 el obispo de Estrasburgo hizo quemar a cerca de un centenar de personas del partido contrario al celibato.
- El sínodo pisano de 1135 dio un paso crítico en la institucionalización del celibato. Con presencia del papa Inocencio II y de muchos obispos y abades de Italia, España, Francia y Alemania, declaró nulos los matrimonios contraídos por sacerdotes. Antes se intentó la disuasión, pero nunca se había puesto en duda la validez de los matrimonios. Luego, el segundo concilio lateranense, celebrado en 1139 con Inocencio III, proclamó que todos los matrimonios contraídos por clérigos eran nulos y los hijos nacidos de ellos serian considerados naturales e ilegítimos. Con ello se reforzaba o se consumaba la ley gregoriana del celibato. El decreto conciliar fue confirmado por los papas Alejandro III (en 1180) y Celestino III (en 1198). Desde allí, obligación del religioso ya no era la continencia en el matrimonio, sino la soltería.
- Los reformadores criticaron duramente la práctica del “canon prostitucional”. Para Zwinglio era escandaloso prohibir casarse a los curas y, en cambio, venderles el permiso de tener mancebas. Se pagaba multas y había tarifas por cada hijo de sacerdote, por concubinas, por acostarse con muchachas puras, monjas, por bautizar a un bastardo o legitimarlo, lo que aportaba jugosas rentas al obispado en Alemania.  
- Los protestantes rechazaron el celibato desde el primer momento, adoptando posturas personales consecuentes. Zwinglio se casó por primera vez en 1524, Lutero en 1525 y, finalmente, Calvino que, pese a no ser ni sacerdote ni monje, era el más mojigato.
- Lutero, el radical que consideraba el matrimonio como un paraíso, por mucha miseria que padecieran los casados, empleó su vehemencia en dinamitar la prohibición del matrimonio sacerdotal: “apenas hay en el mundo algo más abominable que lo que llamamos celibato”, “ni los prostíbulos, ni cualquier otra forma de provocar a los sentidos, nada hay más dañino que estos mandamientos y votos ideados por el Diablo”.
- Pese a la ola de críticas de adentro y afuera, el catolicismo fue firme en su posición favorable al celibato y a la profesión de los votos.
- Los siglos XIII y XIV vieron batallas de reacción contra el celibato, y vinieron los concilios de Constanza (1414-1418) y Basilea (1431-1439), donde y con el apoyo del emperador Segismundo, se intentó en vano que se autorizara, al menos, el matrimonio de los clérigos seculares, se redoblaron los esfuerzos en él concilio de Trente, esfuerzos que, aunque favorecidos por algunos soberanos, fueron estériles. Tras largas deliberaciones, el 11 de noviembre de 1563 se votó finalmente contra el matrimonio sacerdotal, anatematizando a todo aquel que lo defendiera. El matrimonio de los clérigos fue declarado “abominable” y las transmisiones hereditarias a sus descendientes fueron consideradas una “gran impiedad” y un “gran crimen”, por lo que se siguieron repitiendo las amenazas de excomunión y privación de enterramiento eclesiástico para los religiosos que contravinieran las normas. Se renovó la negativa a que los sacerdotes vivieran con sus queridas o con otras damas sospechosas, encomendándose a los prelados la tarea de castigar las infracciones sin juicio alguno. Si era un obispo el infractor, primero debía ser amonestado por un sínodo provincial; si no se enmendaba, sería suspendido, y sólo si continuaba fornicando debía ser denunciado ante el santo padre, el cual, dependiendo del grado de culpabilidad, podía castigarle, en caso necesario, con la pérdida de las prebendas. Así, mientras a un religioso común y corriente se le liquidaba “sin juicio alguno”; llama la atención el miramiento con el que se trataba a los altos prelados, a quienes, en el peor de los casos y después de toda clase de amonestaciones, se castigaba económicamente... “en caso necesario”.
- Después del Concilio de Trento, el emperador Femando I, el conde Alberto de Baviera y, finalmente, el hijo de Fernando, Maximiliano II, abogaron por que se dispensara a los clérigos seculares de la prohibición de contraer matrimonio. Pero el papado se mantuvo implacable, tanto en ese momento como más adelante, en los siglos XVII y XVIII, cuando los ataques vinieron de fuera, de los círculos ilustrados; Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos de 1832, los calificó de esos “depravadísimos filósofos”, queriendo definir así a algunos de los pensadores más destacados, cuando, en realidad, no se definía más que a sí mismo...
- El 13 de febrero de 1790 la Asamblea Nacional francesa disolvió las órdenes religiosas, prohibió los hábitos y declaró que los votos eran irracionales y las personas libres. La legislación sobre celibato dejó de estar vigente en Francia al ser derogada por el código napoleónico. Debido a la cantidad de clérigos que se apresuraron a contraer matrimonio –alrededor de dos mil (y quinientas monjas)–, Pío VII reconoció estos enlaces en 1801, concesión como las que ya antes habían hecho Julio III –respecto a los religiosos ingleses, a quienes se había otorgado la dispensa de su voto– e incluso Inocencio III, en plena Edad Media –respecto al clero oriental–. Siempre que es necesario, la oportunidad se convierte en la ley suprema de Roma.
- Bajo el influjo de Francia, la batalla en favor del matrimonio sacerdotal se reanudó en Alemania a comienzos del siglo XIX. El vicario general de Constanza, Von Wessenberg (1774-1860), fuertemente influido por la Ilustración, concedió a numerosos clérigos la dispensa del voto de castidad; aunque llegó a ser proclamado obispo, el Papa no le reconoció como tal y, finalmente lo excomulgó. En Friburgo, un grupo de abogados, jueces y profesores, entre ellos, el teólogo Reichlin-Meldegg, redactó un memorial para la abolición del celibato enviado al arzobispo en demanda de solidaridad, quien muy cucufato, solicitó al gran duque la separación de Reichlin de su cátedra. Se formaron asociaciones contra el celibato en otras muchas diócesis alemanas, aunque fueron suprimidas bajo la acusación de “antieclesiásticas” o “perturbadoras y revolucionarias"; incluso se recomendó a “estos lascivos camaradas” que se pasaran al protestantismo. Sólo la Iglesia de los Católicos Viejos, que renegó de Roma después del primer concilio Vaticano, autorizó el matrimonio de sus sacerdotes.
- Pero incluso la virginidad misma en sí, no tenía valor intrínseco. Para San Agustín, Tomás de Aquino y la moderna teología, lo que se alaba en las vírgenes es “que sean vírgenes consagradas a Dios”. Juan Crisóstomo dijo de la virginidad que sólo era buena entre los católicos, mientras que entre los judíos y los herejes era ¡”peor que el mismo adulterio”!. La moderna teología moral, condena el suicidio, pero se permite que una mujer se arroje al vacío “para no caer en manos de un depravado que quiera atraparla y forzarla” y puede matarlo mientras su pene no haya llegado hasta su vagina, pero luego, el homicidio por venganza está prohibido. Así que generaciones de locos se han mortificado hasta prácticamente hoy en día por causa de una castidad que, en lo fundamental, ni importaba ni importa; con lo cual, sus acciones han sido casi siempre de naturaleza ascético-sexual.
- En ese momento, la oposición al celibato encontró su más relevante expresión literaria en el libro de los hermanos Johann Antón y Augustin Theiner: “La introducción del celibato forzoso de los religiosos cristianos y sus consecuencias”, obra en tres volúmenes, consistente en una enumeración de hechos, cuya influencia se extiende hasta hoy. La Iglesia católica ha querido acaparar la mayoría de los ejemplares y destruirlos. A Antón Theiner se le separó de su cátedra y ejerció de párroco rural hasta que, medio muerto de hambre terminó como secretario de la universidad de Bresiau. Su hermano menor, Augustin (“he pasado más de treinta años, la mejor época de mi vida, al servicio de Roma y de su curia. Los jesuitas! no se arredran ante ningún acto de fuerza, ante ninguna violencia”), se reconcilió con la Iglesia, fue prefecto del Archivo Vaticano, pero durante el primer Concilio Vaticano, hubo sospecha de que proporcionaba materiales históricos a algunos obispos levantiscos, entonces perdió su puesto e incluso se tapió la puerta que comunicaba su vivienda con el archivo.
- A finales del siglo pasado hubo algunas corrientes contrarias al celibato implantadas, sobre todo, en Francia y en Sudamérica.
- A comienzos del siglo XX, el clero de Bohemia se rebeló. El libelo de Vogrinec “Nostra máxima culpa” fue prohibido por los obispos. En el sur de Alemania circuló el escrito de Merten “La esclavitud de los religiosos católicos”. En 1959, el dominico Spiazzi provocó un escándalo cuando cerca al inminente Concilio Vaticano II, criticó el celibato –“con extrema prudencia”–. Poco después, Juan XXIII proclamó que el tema estaba fuera de discusión. Durante el Concilio, se dio instrucción expresa de evitar un debate oficial sobre el celibato, pero hubo varios pronunciamientos en favor de mantenerlo. En 1965, Pablo VI no dejó dudas en reafirmarlo: “no sólo conservar esta antigua y santa ley con todas nuestras fuerzas, sino reforzar su sentido”.
- En 1967, Pablo VI volvía a confirmar en su encíclica “Sacerdotalis coelibatus” la posición tradicional; pese a la “preocupante falta” de sacerdotes. Hubo una oleada mundial de protestas. Miles de sacerdotes dejaron de oficiar o colgaron los hábitos, pese a las discriminaciones públicas y a las fuertes presiones psicológicas que una decisión de esta clase acarrea. Renombrados teólogos se rebelaron. En Holanda, algunos seminaristas le negaron al “obispo de Roma” el derecho a ocuparse de asuntos ajenos a su diócesis. Incluso en la católica Baviera dos tercios de los ciudadanos están a favor de la abolición del celibato, porcentaje que se eleva a los cuatro quintos en el resto del territorio federal. La “crisis del celibato” tan traída y llevada en la actualidad, es una crisis del catolicismo, una crisis del cristianismo, lisa y llanamente, de ese cristianismo que hace ya tanto tiempo que perdió toda credibilidad. El celibato fue de gran provecho a la iglesia católica a costa de inmensos sacrificios humanos, pero también la ha perjudicado. Contribuyó a la escisión de la iglesia oriental y del protestantismo, que permanecieron favorables al matrimonio de los sacerdotes. Y hoy en día, las desventajas de la prohibición son casi tan grandes como sus ventajas.